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Letralia, Tierra de Letras Año V • Nº 90
19 de junio de 2000
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Basquetbol La magia de la pelota

Édgar Allan García

Para Desmond Morris, el juego de pelota es la representación de una caza recíproca y mutua: cada equipo de jugadores (o partida de caza) trata de marcar un gol enviando la pelota (el arma) a una portería defendida (la pieza). Concomitante con esta visión de la "caza simbólica", está la de la "guerra simbólica": la utilización de palabras militarizadas como por ejemplo "atacar" (avanzar), "ofensiva" (delanteros), "garra" (ímpetu), "comandar" (liderar), "rematar" (patear de vuelta), "escuadra rival" (el otro equipo), "artillero"-"fusilero"-"matador" (goleador), "atrincherarse" (defender el arco), "disparar" (patear la pelota), "fusilar" (patear de cerca), "patrullar" (perseguir de cerca a otro jugador), "campo minado" (cancha llena de defensas), "reclutar" (contratar), "estratega" (entrenador), "asaltar el área rival" (avanzar con la pelota), "talar" (cometer una falta), "estocada" (gol), "acribillar" (golear), "ir al sacrificio" (aceptar un rol desventajoso), "fanático" (seguidor del equipo), "capitán" (eje de su equipo), "cañonero" (que patea fuerte), "liquidar la contienda" (meter un gol decisivo)...

Si bien resulta interesante esta perspectiva, mucho más lo es aquella que nace de los referentes míticos: Andrés Ortiz-Osés nos dice, por ejemplo, que los juegos de pelota o "Potolli" de los aztecas parte de un ritual re-generativo pues el "esférico" simbolizaba al Sol, hijo-paredro de la Madre Tierra, al que los héroes "estimulaban energéticamente a puntapié limpio".1

El juego de pelota —en que se enfrentaban los bravos Zutuhíles con los heroicos Tojolobales— era una tradición sagrada en la cultura maya y, al igual que en la cultura azteca, estaba relacionado con la llegada de los solsticios y equinoccios. Para tener alguna idea de su trascendencia, cabe destacar que durante este ritual no se consideraba que los hombres se estaban enfrentando entre ellos, sino que eran los dioses quienes se enfrentaban entre sí, a través de las acciones realizadas por los jugadores, en tanto la pelota no era una simple pelota sino que representaba al sol: por ello su desenlace no estaba circunscrito al campo de juego sino proyectado a las fuerzas de la naturaleza y del cosmos.

De igual manera los arahuacos de Haití jugaban al "batey" utilizando las caderas, los codos y las rodillas, en partidos realizados en un estadio rectangular dividido en dos partes iguales y con una pelota hecha con "una resina gomosa". La resina era nada menos que el caucho, hule o "ulli" según la terminología maya, que por saltarina e indomable daba la impresión de estar habitada por un espíritu o dios juguetón.

Esta "vida" de la pelota de ulli causó gran impresión entre los europeos: J. M. Peramas, por ejemplo, en "De vita et moribus...", al describir un juego parecido al tenis que practicaban los guaraníes, escribe: "asimismo jugaban con una pelota compacta hecha de goma que rebotaba no bien se la tocaba, lo que provocaba que ella se pusiese a saltar, impaciente ante todo retardo y ajena al reposo...". Como europeo le resultaba extraña y sorprendente la pelota de caucho, comparada con la que los campesinos medievales jugaban desde Navidad hasta Carnaval —como herederos de una antiquísima tradición griega y romana— con una pelota de vejiga de chancho recubierta con cuero. La idea original de dichas tradiciones en los campos europeos era realizar un llamado mágico para la renovación de la vida a través del parecido del Padre Sol con la pelota; así, al patear la pelota se "despertaba al sol" y se lo "incitaba a brillar con más fuerza" en momentos en que —durante el solsticio de invierno— se lo veía tan pequeño, débil y lejano. A propósito, entre los juegos populares ecuatorianos ha subsistido uno de raíz eminentemente solar: se trata de la pelota "venenosa", que está fabricada con alambres y trapos; una vez empapada en alcohol, es encendida y pateada por los niños de un lado al otro, ya sea en vísperas de algún santo o durante las fiestas de san Pedro y san Pablo.

Por su parte, la pelota de los huitotos, también extraída del jugo del árbol de caucho, era considerada al mismo tiempo un objeto y un fruto, en tanto que el juego —para el que se usaban los hombros— era tenido por un ritual de gran trascendencia relacionado con la fiesta anual de la cosecha, según relata Jensen. Los huitotos aseguraban que la pelota les había sido entregada por el Padre, también conocido como Nainuema —aquél que soñó el mundo y lo hizo posible— y con ella les dio la palabra sagrada, la palabra del árbol de caucho, asegurando: "estas palabras no las olvidamos y con ayuda de ellas jugamos a la pelota".

También los indios timicúas de Florida practicaban el ritual de la pelota, según narra el cronista René de Laudonniere: "...en un árbol que han plantado en mitad de la plaza, que tiene una altura de ocho o nueve brazas, colocan un cuadro de madera y gana el que toca la pelota en él en el transcurso del juego". La presencia del árbol como centro del mundo marca la relación simbólico-mítica que se establecía durante este ritual que Laudonniere confundió con un "juego" simple, pero a tal punto éste rebasaba el ámbito lúdico que el sínodo de 1681 prohibió dicho juego "por las supersticiones, adivinaciones y abominaciones que de él resultan".

Los mapuches practicaban otro "juego" de pelota de características singulares, el pillimatum: con paja prensada o con vejigas de animales infladas de aire a manera de pelota —escribe Manquileff— jugaban desnudos y en rueda, lanzándosela entre ellos con un golpe de la palma de la mano, a fin de golpear al otro con la liviana pelota, al tiempo de esquivarla con suma rapidez cuando sucedía al contrario. Los mapuches también jugaban al trümun: algo muy parecido al indor-fútbol, con cuatro jugadores en cada equipo, quienes con los pies empujaban o pateaban la pelota hasta marcar los cuatro tantos que proclamaba vencedor a uno de los bandos.

El fútbol que en la actualidad practican los gahuku-gama de Nueva Guinea —contrario a todas las reglas deportivas modernas y a la noción de ganar a como dé lugar— tiende al equilibrio entre ganadores y perdedores: los nativos juegan durante los días que fueren necesarios para que los partidos ganados y perdidos de cada equipo se equilibren con exactitud, lo que acaso demostraría que es un ritual que representa tanto el equilibrio como la armonía de los elementos del universo.

Los choctaw —asentados en Mississippi— juegan desde tiempos inmemoriales a la kapucha y towa (palo-pelota): con bastones de madera de roble o nogal, y una piedra cubierta con cuero o piel de ciervo —a manera de pelota— juegan a introducirla en arcos de cuatro metros de alto, durante partidos de cuatro tiempos, de quince minutos cada uno, que comienzan con gran algarabía a las diez de la noche. Se sospecha que estos partidos rituales —los iroqueses llamaban baggataway— que se suceden tras la ceremonia del Tachi (maíz) —donado por la Mujer Espíritu a los choctaw— dieron origen al lacrosse practicado luego por los europeos.

Los sioux tienen por su parte un ritual que nos recuerda algunos juegos infantiles: Black Elk rememora que, desde un rincón, una niña "pura y sin oscuridad" toma una pelota previamente bendecida que representa al mundo y, al mismo tiempo, al Gran Espíritu o Wakan Tanka, "pues el mundo es su morada"; la niña, con la mano derecha lanza la pelota en dirección a las Cuatro Regiones: este, oeste, norte y sur, siempre empezando por la región por donde nace el sol; todos los guerreros que han rodeado a la niña, en medio de un gran bullicio se lanzan a atrapar la pelota: el favorecido obtiene un caballo u otros regalos de similar valor; la quinta pelota es lanzada hacia arriba y, una vez atrapada, devuelta al centro, que es cuando termina la ceremonia. Alce Negro explicó en alguna ocasión a sus descendientes que, cada vez que cae la pelota, con ella desciende la bendición y el poder del Gran Espíritu sobre el pueblo sioux, y que cuando la pelota vuelve al centro, es el augurio de que un día no muy lejano los sioux volverán a encontrar su centro en la Tierra.

Había dicho con anterioridad que los campesinos de la Edad Media habían heredado el juego de pelota, similar al actual fútbol, de griegos y romanos, pero Jean Le Floc'Hmoan es más preciso cuando explica que "el haspatum puede compararse con un rugby rudimentario, el trigon con el baseball americano y el follis con el volleyball". Pero qué eran y en qué contexto se daban es lo más sorprendente: destaquemos en primer lugar que en Grecia, desde Alejandro el Grande hasta Sófocles eran consumados jugadores de pelota; por otro lado, en los gymnós —que significa "desnudo"— había un espacio especial dedicado al juego de pelota de los efebos; y por último, que era tan importante esta actividad que Tomócrates escribió un tratado acerca del juego de pelota.

Pero en realidad no era un sólo juego sino varios, al igual que distinta era la variedad de pelotas: la harspata, por ejemplo, era una pequeña sphaira o esfera rellena de arena; la trigon se la utilizaba para un juego que constaba de tres jugadores dispuestos en un triángulo; la pagánica2 estaba rellena de plumas y era de tamaño mediano; y la enorme follis semejante al globo actual, que servía para la diversión de niños y ancianos. A la variedad de pelotas correspondía la de los juegos: había uno violento que terminaba por lo general con heridos y hasta muertos como el sphahiromachai; otro en que la pelota rebotaba contra una pared, como el aporasis; otro conocido como la ouranía en que —como en el caso de los sioux— la pelota era lanzada hacia el cielo (ouros = cielo) y los jugadores se arremolinaban para atraparla al caer; otro en que la pelota era llevada con brazos y piernas en medio del polvo y al que se denominó gráficamente como harstpatum pulvurelentum... tal y como explica G. Lafaye, citado por Daniel Vidarte en un artículo publicado por la revista uruguaya Relaciones.

Como casi todo, los romanos heredaron a su vez los juegos de los griegos (que posiblemente los tomaron en parte de los egipcios), solo que a la spheira la rebautizaron como pila (que luego devino en pella, pellota, pelota), o más exactamente pila lusoria (pelota para jugar). A estos juegos se aficionaron Catón, Julio César, Marco Aurelio y Augusto, entre tantos otros hombres célebres, en tanto Galeno los recomendó de la siguiente manera: "por naturaleza son propios para divertir y aseguran la salud del cuerpo, y la justa proporción de los miembros, a la vez que desarrollan las buenas cualidades del espíritu" (como vemos, una variación interesante del famoso "mente sana en cuerpo sano").

Pero estos juegos de pelota no son sólo "juegos" —como ningún juego lo es ni en su origen ni en su esencia— sino rituales mágicos y simbólicos practicados en ciertas épocas del año, relacionados con las fases de vida y muerte, siembra y cosecha, solsticios y equinoccios, eclipses, lunas llenas, fertilidad de las mujeres, etc. Tienen que ver además con la presencia de los dioses constructores y los dioses destructores a los que se invoca o se conjura. Pero además, no lo olvidemos, con sacar el "animal interno", esa alegría salvaje que nos ayuda a conectarnos con la naturaleza.

Así como el escarabajo sagrado de los egipcios amasa pelotitas de estiércol (muerte) que devienen en su sustento (vida), los seres humanos convirtieron a la pelota en "huevo astral", en "holos", en objeto mágico —dentro a su vez de una ceremonia mágica— capaz de influir sobre el curso del universo para así prolongar o proteger la vida del planeta. A través de la pelota dialogamos con los dioses, protagonizamos guerras rituales, despertamos el espíritu de la tribu, dejamos que el animal interno nos arrastre al límite y, en un momento de conexión profunda, integramos el cosmos interno con el externo. Pero es el "niño interior" el que permite que los juegos de pelota sigan vivos: la fiesta del cuerpo en la cancha y el vértigo de "la ola" en los graderíos son una sola manifestación de lo irracional —violento y creativo a la vez— que el "adulto interior" es incapaz de permitirse. Para el "adulto interior" todo se reduce a muchachos ridículos que corren en calzoncillos detrás de una pelota; en otras ocasiones, a una especie de "opio de los pueblos" que en parte explicaría ciertas "taras" sociales, y en otras a un "interesante" fenómeno de masas que canalizaría frustraciones individuales y colectivas. El poeta Thiago de Mello, a propósito de esa dualidad niño-adulto, sagrado-profano, escribió:

    Somos treinta niños
    maduros jugando
    a la pelota; encantamiento
    puro, el sol en los pies.


Notas

  1. A despecho de lo que asegura Ortiz-Osés, la mayoría de las versiones coinciden en que la única parte del cuerpo que no podía entrar en contacto con la pelota era precisamente el pie: de ahí que los codos, la cabeza, las rodillas, los hombros, etc., forrados con piezas de pedernal, tenían un papel protagónico. Regresar.

  2. Viene de paganus, esto es del habitante de los pagus o pagos: del campo, en definitiva. Regresar.


       

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