Su
muerte, a las 11 de la noche del domingo 13 de julio, marca el inicio de una
leyenda singular en la historia de la música. Ya era una celebridad en Cuba
en los años 50, cuando tocaba en la noche habanera con su propia
agrupación musical, pero con el triunfo de la Revolución en 1959, Máximo
Francisco Repilado, mejor conocido como Compay Segundo, se dedicó casi
exclusivamente a su trabajo enrollando puros H. Upmann en una fábrica
local. Así que su vuelta a escena, a raíz del filme Buenavista Social
Club, de Wim Wenders, significó para los jóvenes contemporáneos el
descubrimiento de una estrella oculta por la circunstancia sociopolítica de
su nación.
Una capilla en el tercer piso de la funeraria Rivero, en Calzada y K, en
La Habana, recibió su cuerpo inerte la madrugada del lunes, envuelto en la
bandera de Cuba, en un traje marrón claro y en una camisa amarilla con
corbata dorada brillante, con el infaltable sombrero sobre las piernas. La
paz de la capilla fue respaldada por la versión de Las flores de la vida
a cargo de la Orquesta Sinfónica de Cuba, trabajo en el que se había
involucrado en los últimos tiempos. Una corona enviada por Fidel Castro —a
quien aseguraba apreciar pese a no haberle visto nunca a menos de cincuenta
metros— llegó temprano en la mañana y fue ubicada a la izquierda del
ataúd.
Murió tranquilamente en su casa del barrio habanero de Miramar, al lado
de su hijo menor, Salvador, quien lo veía lúcido y conversaba con él
sobre música. "Estaba muy contento con el trabajo de la Orquesta
Sinfónica. De repente vino el paro cardiaco". El músico tenía
problemas renales y desajuste agudo del metabolismo.
Músicos, artistas y personalidades de la sociedad cubana acompañaron a
Compay Segundo en su última presentación. Sus amigos lo recuerdan como un
hombre jovial y de franca sonrisa que nunca hablaba de su muerte. Salvo una
ocasión reciente cuando le dijo a sus músicos que había soñado cómo iba
a morir. "Soñé que había muerto, que estaba entre las nubes, en el
cielo, me encontraba de pronto a Miguel Matamoros. Y que él me decía: ‘¡Eh,
Francisco! ¿Qué haces aquí?’. Y que yo le decía: ‘No, chico, ya yo
estoy contigo, ya yo estoy aquí. Vamos a hacer música’ ".
"La muerte es una falacia", dijo en otra de esas raras
ocasiones. "Nosotros no morimos, nos transformamos. De nuestro cuerpo
salen gusanitos que después se convierten en mariposas y emprenden el
vuelo. Por eso digo a los niños que no cacen ni maten a las mariposas,
pudiera tratarse de un gran artista o un gran poeta".
Había dispuesto ser enterrado en el cementerio de Santa Ifigenia, en
Santiago de Cuba, a donde fueron trasladados sus restos el martes 15.
Durante el entierro el musicólogo Lino Betancourt despidió el cuerpo de
Repliado. "Nunca una palma herida por un rayo ha sido tan altiva.
¿Dónde estará ahora Compay Segundo? Tal vez en la cresta de una ola que
besa la orilla de la playa Siboney. O sobre una estrella, en el pétalo de
una flor, o en el humo de su veguero, o en su sombrero que él pidió se
quedara aquí en Santiago de Cuba. Estará siempre en el corazón del
pueblo".
Solía insistir, a quienes le preguntaban su opinión sobre el gobierno
de Castro, que no era político. "Lo mío es la música. Pero cuando
oí por primera vez que un hombre llamado Fidel estaba en la Sierra Maestra,
y que lo primero que creó fue una escuela para enseñar a los guajiros y a
sus hijos, eso me causó admiración". Agradecía los avances de la
Revolución Cubana en materia de salud y educación y contribuía donando
grandes cantidades de dinero para esos fines. "Vivo feliz porque he
visto cómo en mi país se fue formando una población que hoy llena de
orgullo por su cultura. Por eso, si puedo subastar uno de mis sombreros en
20.000 dólares y donarlos para la salud o la educación lo hago con gusto.
Ya he donado para la salud pública en los dos últimos años 37.500
dólares".
El segundo aire de Compay Segundo
Tenía 12 años, vestía pantalón corto y acababa de llegar a Santiago
de Cuba con su familia, cuando Máximo Francisco Repilado fundó el sexteto Los
Seis Ases. A los 15 años le compró a Ernesto Toujares su primer
clarinete y un manual para aprender a tocarlo, y como no tenía dinero le
pagó haciendo tabacos en un chinchal de su propiedad. Enrollar tabacos y
cortar cabello fueron los oficios que aprendió desde niño para ayudar a
mantener su hogar.
Había
aprendido solfeo y clarinete con Noemí Toro y Enrique Bueno,
respectivamente. Así que, ya armado con su flamante instrumento, entró a
formar parte de la Banda Municipal, dirigida por Bueno, y viajó por primera
vez a La Habana para la inauguración del Capitolio Nacional. No regresaría
hasta 1934 con Ñico Saquito, como parte de su quinteto Cuban Stars, pero en
ese período se convirtió en una de las estrellas de la bohemia
santiaguera, se hizo amigo de Sindo Garay, Miguel Matamoros y Ñico Saquito
e inventó su famoso armónico, una combinación de la guitarra española y
el tres cubano.
Ya en La Habana se incorporó a la Banda Municipal de la ciudad, dirigida
por Gonzalo Roig, y más adelante al cuarteto Hatuey, a cargo de Justa
García. En 1936 se convirtió en el clarinetista de la Banda de Bomberos de
Regla por un corto tiempo, tras el cual ingresó al Conjunto Matamoros, de
su amigo Miguel, a quien recordaba como "ese indio gallardo que se daba
aires de Gardel". Allí conoció a un prometedor músico llamado
Bartolomeo Moré, y a quien en un viaje a México en 1938 le sugeriría que
se cambiara el nombre porque en la nación azteca "le dicen bartolos
a los burros". Y Moré asumió entonces el nombre artístico de Beny
Moré.
En 1942 Repilado y Lorenzo Hierrezuelo lanzan el dúo Los Compadres,
que tocaba música campesina. Su registro de barítono le hacía interpretar
el papel de segunda voz, y así nació el apelativo Compay Segundo,
que en 1955 se convierte en regla al crear Compay Segundo y sus
Muchachos.
Luego sobreviene la Revolución Cubana, se acaba la época de oro de los
cabarets y Compay Segundo se retira de la escena. Dedicado, casi por
completo, a su trabajo enrollando tabaco, cultivó la pasión musical como
un deleite personal hasta 1970, cuando obtuvo su jubilación y pudo volver a
tocar y cantar, aunque no se le hizo nada fácil el regreso. Faltarían
todavía veinticinco años para que su talento alcanzara el reconocimiento
que hoy ostenta.
Durante ese período, Compay Segundo tocaba en festividades locales y en
eventos organizados para los turistas extranjeros en los hoteles de La
Habana. En 1989 viaja a Estados Unidos con el Cuarteto Patria para
representar a Cuba en el Festival de Culturas Tradicionales Americanas.
Cinco años más tarde es invitado al primer Encuentro del Son y el
Flamenco, en Sevilla, España, y allí es impulsado por la edición de una
recopilación de sus éxitos a cargo de Santiago Auserón, dándolo a
conocer al público europeo.
Es
entonces cuando el cubano Juan de Marcos González y el guitarrista
estadounidense Ry Cooder lo integran al proyecto discográfico Buena
Vista Social Club, que gana un Grammy y lo lanza al estrellato mundial,
paralelamente al laureado documental homónimo dirigido por el cineasta
alemán Wim Wenders. A partir de este momento Compay Segundo se convertirá
en una celebridad de alto nivel y graba, hasta 2002, nueve discos, entre los
cuales se cuenta uno en el que canta a dúo con intérpretes de la talla de
Charles Aznavour, Cesaria Evora y Pablo Milanés, entre otros.
El segundo aire había llegado para Compay Segundo. De tocar para
turistas en los hoteles habaneros pasó al teatro Olympia de París, el
Carnegie Hall de Nueva York y la Sala Nervi del Vaticano, donde interpretó
sus temas ante el papa Juan Pablo II. Sus últimos años, en los que fue
reconocido como el músico activo más longevo en el mundo, le permitieron
disfrutar con satisfacción la gracia de haber cumplido su máximo sueño:
dejar huella en este mundo.