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Orfandad editorial

jueves 13 de agosto de 2015
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beatles
Luis Barragán

Variadas son las razones para asegurar la supervivencia del libro impreso, por lo menos, en la década venidera. La industria editorial y su desarrollo persiste como indicador de los países que, al parecer, inevitable etapa, ejemplifican la sociedad de la información y del conocimiento estratégico con las consecuencias ya sabidas.

Exactamente, hay industria editorial cuando alcanza una diversificación tal que habla de la vigencia de las libertades indispensables del pensamiento y expresión. Además de distinguir entre la literatura de divulgación y la especializada, tiende a satisfacer mediana o plenamente el mercado en sus múltiples ámbitos de especialización (ficción, política, escolar, arte, gastronomía, infantil, musical, recreativo, universitario, historietas, militar, deportivo, etc.), incluyendo una poderosa rama de imitación, falsificación o adulteración que ha de perseguir el Estado por las responsabilidades punitivas que universalmente les son reconocidas, interesado inicialmente en materia tributaria.

Pasamos de la cultura oral a la digital y, aunque ya dudemos de ésta gracias a la enorme brecha social que nos aqueja, lo cierto es que, pareciendo una deliberada y compartida orientación, no hemos realizado la escrita

Argumento en contrario, la pobreza editorial nos remite a varias circunstancias como la obviamente escasa producción de impresos y su ineficaz comercialización, el monopolio ejercido por un gobierno desconocedor de la pluralidad social y política, el sagaz crecimiento de la piratería que incursiona en un mercado delictivo (incluso, junto a la droga, el licor, el medicamento, el tráfico de órganos humanos, o afines de ya cierta complejidad gerencial). Por supuesto, el apocamiento o la nulidad de las importaciones físicas insustituibles, por cierto, agravada la dificultad de adquisición a través de los encarecidos o censurados medios digitales.

Parecido a lo que se conoce en la criminología clásica como la cifra negra de la delincuencia, poco o nada se sabe en Venezuela de la situación editorial, aunque se filtran algunas noticias sobre la poca o ninguna prioridad que tiene en la asignación de divisas, la preponderancia gubernamental, el atraso tecnológico o, fácilmente constatable, la desaparición de las otrora editoriales independientes y la quiebra recurrente de librerías de una respetable tradición. Los empresarios del ramo, agremiados o no, opinan muy esporádica y cautelosamente cuando ya lucen insalvables sus condiciones, la demanda alerta sobre el texto único escolar también de interesado contenido y poca calidad material, convirtiéndose la denuncia en un riesgo considerable: intransitable, la comisión parlamentaria relacionada evade o niega cualesquiera planteamientos directos o indirectos, añadida la protección de los derechos de autor, como ha ocurrido en la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional.

En días pasados atendimos la cordial invitación al ensayo de una banda que cultiva el rock anglosajón de principios y mediados de la década de los sesenta del XX, y nos llamó poderosamente la atención que, a la entrada del estudio, hubiese dos pesados tomos de partituras y letras afamadas por The Beatles. Uno de ellos, cuidadosa y vistosamente manufacturado, poblado de notas musicales, pesado y estupendamente impreso, suscitó la reflexión.

Por más desarrollo que festejemos de la red de redes, se nos dijo, no es posible hallar gratuitamente siquiera la mitad de las partituras con la fidelidad de sus matices. El mercado interactivo las oferta física y digitalmente a un precio acaso risible en otros países, mas en el nuestro definitivamente prohibitivo, sin considerar el gasto de envío o, de contar con la suerte de un generoso viajero, el caprichoso decomiso de la aduana o el sobrepeso del equipaje.

Reproducción de una partitura publicada en la revista Élite (Caracas, Nº 597 del 20 de febrero de 1937).
Reproducción de una partitura publicada en la revista Élite (Caracas, Nº 597 del 20 de febrero de 1937). Luis Barragán

Nuestros músicos cuenta cada vez más con menores posibilidades de acceder a las partituras necesarias, sumadas las más complejas para el género académico, provocando un tráfico inmensurable de piezas fotocopiadas o de escaneo que, valga la acotación, los amigos del aludido estudio de grabación no suelen expedir, evitándose así el progresivo deterioro de sus preciados ejemplares. Por lo menos antes, cuando —en los decenios inaugurales del siglo pasado— los magazines del hogar atrapaban la atención de las señoritas que las distinguía el estratégico aprendizaje del piano en casa, perfeccionando una candidatura para el buen matrimonio, circulaban sendas partituras de la canción de moda, asomando un nicho editorial que, en las postrimerías de la centuria, definitivamente había desaparecido.

Un libro de pasatiempos, como todavía lo notamos en las zonas de tránsito aéreo o terrestre de transportación pública, por el elevado costo del papel y la tinta, parece más una posibilidad obstinada ante la que obsequiosamente abre la telefonía móvil o las tabletas que, también divisas por delante, restarán más en el espontáneo paisaje humano del patio. De fácil adivinación, hay mercado para la historia y la práctica deportivas, mediante la precisa añoranza de un cronista o el manual de un experto que versa sobre las destrezas ocultas de un juego, pero —como en otros campos— la ventana se reduce extraordinariamente y, hasta nuevo aviso, la infopista principalmente promete una experiencia meramente audiovisual: el Kindle, masivo y abaratado en otros lugares, faltando poco, es una herramienta altamente cotizada en el mundo hamponil, como puede ocurrir con todo aparato —aún de disimulado diseño— que conceda una transmisión interneteana.

Pasamos de la cultura oral a la digital y, aunque ya dudemos de ésta gracias a la enorme brecha social que nos aqueja, lo cierto es que, pareciendo una deliberada y compartida orientación, no hemos realizado la escrita. Coletilla inevitable, las empobrecidas bibliotecas públicas sospechan del préstamo circulante, por lo que la orfandad editorial luce como un objetivo programático del país urgido de revertir.

Luis Barragán
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