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Tres voces biblioaficionadas

viernes 12 de febrero de 2016
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Quienes tenemos por modesto hábito escribir, solemos intercambiar posteriores comentarios con los lectores que generosamente nos prestan atención, gracias a la facilidad y rapidez que permiten los medios digitales.

Uno de los correos recientemente recibidos, suscrito por Xavier Querol, indaga sobre el significado de sendos términos que empleamos en un artículo relacionado con la novela Sumario, de Federico Vegas, publicado por Letralia en 2010, cuyo formato intentó el propio de una decisión forense. El remitente está trabajando un bibliodiccionario, importante iniciativa que ha de atraer a todo lectorante.

Por supuesto, no siendo especialistas en la materia, indagamos en Ángel Rosenblat y Alexis Márquez Rodríguez. No obstante, descubrimos un viejo artículo de opinión, mediante el cual, con Luis Quiroga Torrealba (“Los neologismos y la lengua española”: El Nacional, Caracas, 15/2/1986), concluimos que los términos en cuestión resultan de la composición de otros, empleados en ámbitos diferentes, por lo que no incurrimos propiamente en el uso y, mucho menos, invención de los neologismos.

Las voces en cuestión, contextualizadas por lo que supusimos una sentencia interlocutoria respecto a la aludida novela, son “biblioquetética” (y no “biblioquenética”, referido por Querol), “bibliotecúmeno” y “bibliosis”, por lo demás, utilizadas años atrás —si mal no recordamos— en textos publicados por el desaparecido diario caraqueño Economía Hoy. Bastará con relacionarlas con otros oficios, convertido en clave el sufijo respectivo, familiarizándonos respectivamente con el coleccionismo que cuenta con un origen y unas reglas; la iniciación en una determinada fe o creencia, sabiéndose comprometido por la doctrina recibida, y las enfermedades crónicas, abiertas las puertas para considerar el debido tratamiento.

En consecuencia, por lo pronto, podemos considerar la “bibliotequética” como la vocación y el propósito de coleccionar libros, versando sobre el origen, la administración y el desarrollo de la colección misma bajo determinados parámetros o normas que validan otros coleccionistas; “bibliotecúmeno” a quien se inicia en el culto a los libros, incluyendo sus secretos, y “bibliosis” las enfermedades físicas y mentales contraídas por la bibliofilia. La novela en cuestión las sugiere como una experiencia personal (no institucional o corporativa), pues, tratando de enfocarla desde la perspectiva de la historia y del derecho penal (trata de un magnicidio), nuestro veredicto —a la espera de otro definitivamente firme— no ha de soslayar el oficio mismo del coleccionista de libros, convertida la narración en una suerte de cartilla para los que se inician en el culto.

Quizá en otras obras relacionadas, por ejemplo, las de Carlos Ruíz Zafón, como La sombra del viento (2001), podamos identificar algunas de las acepciones o facetas aludidas, pero estamos seguros de que Sumario, de Federico Vegas (2010), trayendo las sonoridades al espíritu, lo hizo mejor, catapultándolas. Valga la coletilla, a Xavier Querol le tocará ensayar con la involuntaria expresión “biblioquenética”, suficientemente sugestiva.

Luis Barragán
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