Durante el mes de octubre de 2000 estuvimos en París y en una visita que hicimos a la librería FNAC de Montparnasse vimos, entre otras, las carátulas de las ediciones de ese año de la gran novela del siglo XX, En busca del tiempo perdido. Nos pasó como a Marcel, personaje central y narrador de la obra de Proust. Al salir de la librería hacia la Rue de Rennes, había una porción desigual del pavimento en la acera que bastó para que tropezáramos levemente y, como a Marcel en la séptima y última parte de su novela, ese momentáneo desbalance nos trajo al presente lo vivido en 1987 en París, cuando se celebró el cincuentenario de la obra. En efecto, a partir del 5 de octubre de ese año París fue el campo de batalla de los editores franceses por la publicación del libro de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Desde esa fecha, según las leyes francesas, los derechos de “La Recherche” —como llaman los franceses a esta novela— son del dominio público y Proust pasó a ser un autor clásico, junto con Shakespeare, Goethe, Cervantes, Dante y Kafka. Esto significa que cualquiera puede en principio, editarlo. Por supuesto, los derechos morales del autor aseguran respeto de su nombre y su obra y son derechos perpetuos, inalienables, imprescriptibles. Los derechos de autor o de explotación de su obra fueron durante su vida de la exclusiva propiedad de Proust y, después de su muerte, de sus herederos, hasta por un lapso de 50 años; habiendo transcurrido éstos, la obra de Proust pasa a ser del dominio público. Para festejar este acontecimiento, las librerías parisinas fueron inundadas con tres nuevas ediciones de “La Recherche”. La versión de la casa Gallimard constó de cuatro volúmenes, el primero de los cuales apareció en 1986; los otros salieron a la luz pública durante 1988 y 1989. La editorial Garnier-Flammarion lanzó su edición en diez volúmenes y la Bouquins-Laffont, con sus tres volúmenes, contribuyeron también a difundir el genio de Proust. La guerra entre las editoriales se explica porque continúa la búsqueda de los manuscritos de la obra, recogidos en cerca de ocho mil páginas de cuadernos y fragmentos de folletos, mientras crece el interés de reinterpretar los originales producidos por el autor. La costumbre de Proust de saturar las páginas con anotaciones al margen, tachaduras y papeles pegados, convierten el texto en un laberinto que pone a los editores ante terribles problemas de interpretación. Por ejemplo, ¿qué hacer ante un espacio en blanco o ante un pasaje utilizado dos veces? Estos y otros problemas han constituido un reto para los editores parisinos, que se habían estado preparando para esta guerra con verdaderos ejércitos de estudiosos de los documentos originales en sus varias versiones. Por supuesto, estos despliegues editoriales afectaron las vidrieras y los estantes de las librerías parisinas que vimos: las primeras, vestidas “a la Proust”, y los segundos, asaltados al estilo “Bastilla” por los degustadores de la monumental obra —siete tomos— que Marcel Proust escribió entre 1908 y 1922. Los lectores franceses tuvieron también un variado menú de precios según las versiones. Garnier-Flammarion anunció su edición como la única completa de bolsillo, en diez volúmenes y a un precio de entre 30 y 40 francos (equivalentes a 150-200 bolívares en 1987). Esta es la predilecta de los lectores que vimos en el metro y en el barrio Latino. Por su parte, Bouquins-Laffont ofreció un precio de introducción equivalente, en 1987, a 1.950 bolívares por su versión en tres volúmenes. En cambio, el único volumen aparecido para esa fecha de la edición de lujo de la casa Gallimard atrajo a los compradores del barrio Saint Germain, a los de Passi y a los seguidores del estilo crítico de Gallimard. Esta edición incluye, por ejemplo, varias versiones de una misma página original, y “…tiende a tocar el corazón mismo de los meandros de la escritura…” de Proust, según Catherine Sauvat, en artículo aparecido en el numero 246 de la revista francesa Magazine Littèraire. Esta autora realizó una encuesta entre los principales editores de la obra de Proust y obtuvo algunas precisiones de ellos. J. Milly de Garnier-Flammarion dice que “…la lectura de Proust es flotante como la atención flotante de que hablan los psicoanalistas…”, mientras que J. Tadie, editor de la Pléiade, asegura que “…nuestros trabajos no van a cambiar el sentido de la obra sino que le darán otro gusto de lectura…”. Por su parte, B. Raffaly de Bouquins-Laffont opina que “…Proust lleva toda la literatura clásica en el mismo pero también la del porvenir…”.1 Los manuscritos de la versión final de En busca del tiempo perdido conservan las huellas de las correcciones sucesivas desde que Proust empezó a escribir la obra hasta las que hizo en el último minuto antes de su muerte. Proust escribió su obra en cuadernos tipo escolar de 60 a 100 hojas, empastados, fáciles de llevar en los viajes y manejables para escribir en la cama semiacostado. Ninguno de los cuadernos contiene un texto seguido, siempre se encuentran fragmentos —de algunas líneas o de varias páginas— usualmente destinados a varias partes de la obra. Un mismo cuaderno pudo haber sido escrito en diversos períodos y un mismo texto puede ser continuado en diversos cuadernos. En el margen de los cuadernos Proust además escribía órdenes para los domésticos, apuntes de gastos de la casa, fragmentos de correspondencia a incluir en la novela, números telefónicos, direcciones, anotaciones de lecturas; muchos de ellos versan sobre sus asuntos personales. Como siempre tenía necesidad de espacio suplementario para escribir las correcciones, empleó el sistema de “papelotes” ideado por su criada Celeste Albaret. Los “papelotes” eran pedazos de papel que añadía a las paginas en la parte de abajo, de arriba y algunas veces encima para sustituir la original. El conjunto de manuscritos está constituido por 82 cuadernos escolares, 13 cuadernos de borrador, 4 cuadernillos de notas, un manuscrito completo, un manuscrito incompleto, otro cuaderno y varias hojas mecanografiados.2 Los manuscritos originales, adquiridos, restaurados y microfilmados por la Biblioteca Nacional de Francia, pueden ser leídos como si hiciéramos un fantástico viaje a través del tiempo, aproximadamente 40 años de la vida francesa cubiertos por “La Recherche”. La adquisición de los manuscritos de Proust por parte de la Biblioteca Nacional de Francia tiene sus antecedentes: al final de la vida del autor recibió varias proposiciones de compra de sus manuscritos y de pruebas corregidas que no se llevaron a cabo debido a la muerte de Proust. Los manuscritos pasaron entonces a manos de su hermano Roberto y de su sobrina Suzy Mante-Proust. Durante el período de ocupación de la Segunda Guerra Mundial los manuscritos fueron trasladados a Bordeaux. En 1962, por medio de un decreto, el Estado francés protegió definitivamente los originales de la obra, asignando más de un millón de francos para su adquisición. El conjunto de originales es completo con la excepción de algunos fragmentos autografiados y algunas cartas que reposan en la biblioteca de la Universidad de Illinois. La obra y vida de este genial novelista, fundador de una escuela narrativa innovadora de cuyo influjo ningún escritor contemporáneo ha podido sustraerse, fue tema en la vida parisina de 1987. El despliegue de las editoriales estuvo acompañado por la atención que la prensa y las revistas literarias de París le dedicaron a Proust en los últimos meses de 1987. El recuerdo de esas vivencias en la “ciudad luz” nos dejó el gusto de comentar sobre Proust y “La Recherche”.
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