En la primera parte de La Recherche, Por el camino de Swann,1 el Narrador cuenta recuerdos de una infancia problematizada y sensual: la noche de la visita de Swann, un amigo de la familia. Esta es la peor experiencia de su vida porque habiéndose negado su madre a darle el beso de buenas noches —que él necesita para poder dormir— el niño sólo logra conseguir la caricia bajo engaño. El primer recuerdo involuntario es originado por el gusto de una “magdalena” remojada en el té. El efecto es la aparición en su memoria de manera inconsciente del primer ambiente del universo proustiano: Combray, cuna de su familia y donde él pasa sus primeras vacaciones en casa de su tía Leoncia. Evoca los alrededores, sus habitantes, su iglesia y el campanario. De Combray parten los dos paseos simbólicos que da la familia: uno por el lado de Swann o de Mèsèglise y el otro por el lado de Guermantes. Algunas de las imágenes de la época de Combray son felices: las comidas deliciosas de Francisca —la criada de su tía— las flores y los hermosos paisajes de las riberas del rio Vivonne —con sus jardines de ninfas a la Monet— que tan bellas descripciones inspiraron al novelista. Illiers, pueblo de 2.997 habitantes en 1880 y situado a 24 kilómetros de Chartres, sirve a Proust de modelo para crear Combray. Por el camino de Swann le permite a Proust contar la aparición de la duquesa Oriana de Guermantes en la primera escena mundana de la obra: la soirée en casa de madame de Saint-Euverte. Imágenes menos felices también acuden a su memoria: la escena cruel donde la hija del músico Vinteuil —modelado según Debussy y Saint-Saens—, en compañía de una amiga, profana la fotografía de su padre, autor de la famosa sonata que hechiza a Swann. Aparece allí también el relato de la infeliz y primera de las cuatro grandes pasiones de La Recherche: la de Carlos Swann —un judío diletante que frecuenta los círculos aristocráticos— por la cortesana Odette de Crécy, a quien ha conocido en el salón burgués de los Verdurin años antes del nacimiento del Narrador. Los principales temas desarrollados en Por el camino de Swann son el amor, la memoria y el olvido, la enfermedad y los sirvientes. Para Proust, el mundo y los sirvientes no pueden existir el uno sin el otro. Los personajes del pueblo —tal como los presentan Zola y Balzac— no existen; los sirvientes son por el contrario, perfectamente delineados: provienen no de la clase obrera sino del campo —ambiente privilegiado de la sensibilidad de Proust—, y aportan al Narrador los tesoros del lenguaje. Para él, aficionado a los contrastes y los contrarios, analfabetismo y poesía no son más que uno. El tema de la enfermedad es tratado a través de los recuerdos de la neurasténica tía Leoncia, confinada en su habitación y durante años “…cogida en el engranaje de sus enfermedades y manías…”. El olvido es el fundamento de los milagros de la memoria afectiva; surgiendo de la nada los recuerdos se componen a la vez, de las presiones de lo imaginario y de la conciencia de lo real: la mencionada experiencia de la taza de té va a desencadenar todo el relato de Combray. El amor ocupa en La Recherche un lugar privilegiado pero es un amor posesivo y raramente compartido, circunstancia patéticamente denunciada por Swann en esta primera parte de la obra, al referirse a su amor por Odette: “…Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo…”. Otra constelación de recuerdos de esta parte de la obra son los viajes ilusorios por la Normandía, partiendo en tren de París y el relato de la época cuando el Narrador va con Francisca a los Campos Elíseos y se enamora de Gilberta —la hija de Swann y Odette—, su compañera de juegos. Por el camino de Swann, que había sido rechazada por cuatro editores de París, fue finalmente editada en 1913 por Grasset con financiamiento del autor, según costumbre de la época. Los 1.750 ejemplares de esa edición salieron a la venta a 3,5 francos por volumen, en vez de los 10 francos propuestos por Grasset. Proust prefirió ese precio menos elevado para favorecer una mayor difusión de su obra, llamada a encumbrarse en la literatura universal.
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