Escribir un diario es una actividad fundamentalmente distinta a la de escribir en general. Si se realiza con probidad, la pregunta por la audiencia pierde su sentido; es decir, la libertad del autor es cabal. No hay un nexo patente con la tradición; la supuesta objetividad del periodismo y los artificios de la ficción se vuelven prescindibles. El caos por que claman quienes desdeñan las reglas quizá encuentra aquí su versión más depurada.
El diario presenta al autor, desprovisto de sus maquinaciones, buscando una verdad individual, no colectiva.
En vista de semejante distanciamiento con respecto a otros géneros literarios, cabe preguntarse qué es lo que lo mantiene zurcido en la precaria y estrecha Tabriz del arte. Lo primero que viene a la mente es la confluencia de áreas: literatura, historia, filosofía, política, ciencia. En un diario hay espacio para todo lo que interese al autor. Pero esto no es propiamente lo singular: tanto la novela como el ensayo se permiten esas libertades. La respuesta radica en lo autobiográfico e imaginativo.
Antes de avanzar, se debe atender un género idéntico en apariencia: las memorias. Basta recordar que es casi indistinguible de la ficción. La audiencia se toma en cuenta a un punto patológico. Cellini, con su Vida, y Rousseau, con sus Confesiones, son ejemplos de esa entrañable y un tanto absurda amalgama de exacerbada vanidad y lírica expiación.
Para ejemplificar el juego entre lo autobiográfico e imaginativo en un diario, la siguiente clasificación de sus grandes tipos puede ayudar (los traslapes inherentes a toda clasificación no restan valor al rasgo representativo):
- Tradicional: En el caso más austero, al autor no atrae más que el registro de actividades cotidianas (v. gr. Reyes). En el más expresivo, cada acontecimiento brinda al autor una oportunidad para pintar su mundo circundante, de manera que su situación dentro de él se clarifica (v. gr. Scott).
- Meditativo: La importancia de los acontecimientos decrece; se los subsume a la introspección. Los casos más logrados revelan los miedos, los anhelos, las ambiciones, las penas, en fin, el patetismo del autor (v. gr. Amiel). No obstante, aun cuando el autor se reserva, hay momentos de sinceridad admirables (v. gr. Tolstói).
- Conversacional: El interés está en la transcripción vívida de las conversaciones que se tienen. Cuando el énfasis cae en diferentes personas, puede surgir un modesto cuadro de la época (v. gr. Wilson). Cuando el énfasis cae en una sola, puede surgir la familiaridad (v. gr. Bioy Casares).
- Aforístico: Propio de mentes hiperactivas, se da caza a todas las ideas que pudieran sugerir obras futuras. Hay casos, contados, en que las ideas nacen acabadas, dignas de La Rochefoucauld o La Bruyère (v. gr. Sontag, Camus).
En uno y otro tipo se asoma la figura del autor. Y así, finalmente, emerge el valor estético del género: en contraposición a la novela, a la poesía, al drama, al ensayo y demás, el diario presenta al autor, desprovisto de sus maquinaciones, buscando una verdad individual, no colectiva; buscando, en suma, lo distintivo.
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