Nuestro periplo en un martes primero de mayo por la 44ª Feria Internacional del Libro (FIL) de Buenos Aires da suficiente para un relato breve, corto como el tiempo que nos quedaba a mi esposa y a mí para salir de la estación Plaza Italia del subterráneo bonaerense y llegar a una actividad que nos resultaría más que especial: la presentación exclusiva de Siete cuentos morales, la obra más reciente del nobel de literatura John Maxwell Coetzee.
Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) es más que una presencia conocida por estas latitudes. Apasionado por la cultura de las naciones asentadas en el hemisferio sur (Argentina, Chile, Suráfrica, Australia…), sus visitas a tierras argentinas son tan recurrentes que le permiten mantener cautiva una audiencia local amante de la buena literatura.
Descubrir que el ganador del Premio Jerusalem 1987 estaría presente en la FIL de Buenos Aires resultó una de las mejores noticias. Mi pasión por su obra entera, en narrativa y ensayo por igual, sería grandemente recompensada con la oportunidad de ver de cerca, estrechar la mano y —¿quién lo diría?— intercambiar unas palabras con una de las figuras más importantes de las letras contemporáneas.
En esta oportunidad, Coetzee expresó de nuevo su oposición a la hegemonía cultural anglófona, razón por la cual se decidió por publicar su más reciente obra primero en castellano.
Al ingresar al predio ferial La Rural, nos dirigimos de inmediato a la sala Victoria Ocampo, en el llamado Pabellón Blanco. A nuestro paso dejamos atrás decenas y decenas de las más vistosas editoriales, que ofrecían cientos de títulos colocados en las estanterías de puestos diseñados con esmero y rodeados por un público partícipe de ese digno homenaje a los libros.
Una fila de más de cincuenta personas ya se encontraba a la entrada de la sala. ¿Qué buscaban en la presentación de Siete cuentos morales? Ciertamente, la oportunidad de escuchar de primera mano las respuestas que sobre dilemas morales brindara el dos veces ganador del Premio Booker. Sin embargo, el autor de Desgracia aclararía que su obra más reciente reúne más bien momentos de crisis en variados ámbitos personales.
En pocas palabras, no habría respuesta alguna, sino una invitación a reflexionar por nosotros mismos… a hacerlo con el alma y primero en lengua española.
Considerado un autor internacional, Coetzee no gusta de enfocarse en su éxito editorial, sino en su amor a las lenguas; más precisamente, a la convivencia entre todas las culturas en una relación de igualdad.
“La lengua es siempre la lengua del otro”, le escribió al estadounidense Paul Auster (Here and Now: Letters, 2008-2011, 2013). En esta oportunidad, Coetzee expresó de nuevo su oposición a la hegemonía cultural anglófona, razón por la cual se decidió por publicar su más reciente obra primero en castellano, gracias a Penguin Random House y la argentina El Hilo de Ariadna.
Coetzee, el vehículo de Elizabeth Costello
Una vez en nuestros asientos y con el sistema de interpretación simultánea listo para quien lo necesitara, el público esperaba por la llegada del laureado y de Anna-Kazumi Stahl, doctora de Literatura Comparada de la Universidad de Berkeley, profesora de la Cátedra Coetzee en la Universidad Nacional de San Martín, autora del texto de contratapa y encargada de la entrevista de esa tarde.
Al llegar al recinto, la emoción se hizo palpable. Luego de un sorbo de agua, el creador de La edad de hierro se dispuso a hablar con su particular tono sereno sobre su último título, que recopila textos suyos escritos entre 2003 y 2017.
Coetzee comenzó resumiendo sus cinco décadas de trayectoria como un escritor surgido de la Suráfrica de mediados del siglo pasado y que aspiraba a alcanzar a los lectores del primer mundo, específicamente Gran Bretaña y Europa, y cómo fue perdiendo con el tiempo su interés en la cultura occidental como se la conoce hoy día, especialmente la estadounidense.
Stahl continuó la entrevista con Elizabeth Costello, personaje recurrente en la obra de Coetzee, y su significación. “¿Qué espera comunicar a través de ella?”. La respuesta consistió en una anécdota de un amigo suyo acerca de cómo, en una ponencia literaria efectuada en India, los presentes se acercaban para preguntarle cuánto más podían hablarles sobre esa famosa escritora australiana, como si se tratara de una persona de carne y hueso.
Para Coetzee, Elizabeth Costello no es precisamente un ente simpático, sino más bien arrogante.
De esa forma, quiso dejar claro que los personajes ficticios pueden asentarse en el mundo real escapando del control de su creador. “En el libro Hombre lento, Elizabeth Costello aparece sin previo aviso ni invitación a dirigir la vida de ese hombre (Paul Rayment, el protagonista); de una forma similar, puede decirse que ella apareció sin previo aviso ni invitación en mi propia vida, con lo que obtuvo acceso a este mundo”, aseguró.
“Me preguntas qué trato de explorar y comunicar a través de Elizabeth Costello, y no parece que yo tenga control sobre ella. Lo que ella desea comunicar lo hace a través de mí. No es que ella sea el vehículo, yo lo soy”, le respondió a Stahl.
Para Coetzee, Elizabeth Costello no es precisamente un ente simpático, sino más bien arrogante, pero es alguien que respeta la existencia de los seres que forman parte de este mundo y que ve en el pensamiento racional —sobre todo en la racionalidad aplicada a las relaciones sociales— una fuerza limitante y potencialmente destructiva, lo cual nos conduciría a un mundo dominado por la crueldad.
El corazón ante los dilemas morales
Después de leer un fragmento de uno de los relatos, “El perro”, fue interrogado sobre la aparente contradicción entre las creencias personales y el pensamiento racional en los más diversos aspectos de la vida diaria a partir de la actitud asumida por Costello en el último relato de Siete cuentos morales, “El matadero de cristal”. Coetzee hizo hincapié en que su obra busca traer a la luz los sentimientos de los individuos enfrentados a dilemas morales y no presentar un frío análisis que habría limitado sin duda la visión de un tema tan delicado como lo es la vida misma.
Al hablar sobre el personaje de John, hijo de Costello, Coetzee explicó que su función literaria básica es servir de interlocutor íntimo para su madre, para evitar de esa forma que los pensamientos de ella fueran monólogos internos y que contara con otro ser que le permitiera abrir su corazón, dados su cercanía y sus propios pensamientos ambivalentes de John (él la ama y la detesta en la misma proporción).
“¿Es cruel hacerle una vivisección a un conejo si eso significa salvar la vida de millones?”, preguntó Coetzee a la audiencia. Sus Siete cuentos, en suma, no tratan acerca de si es correcto o incorrecto tolerar la crueldad en cualquiera de sus formas, sino de las consecuencias de ese tipo de preguntas sobre quienes deben enfrentar dilemas morales, como la infidelidad o el trato de parte de los hijos hacia sus padres en la vejez.
Una deuda con la lengua
Más adelante, Stahl sacó a relucir el tema de la relación compleja de Coetzee con la lengua. “Yo no escribo para nadie en particular, sino para todos, pero más que nada, escribo para la lengua”, indicó sin dudar. Coetzee continuó con una idea llamativa: “Tenemos una deuda con la lengua y debemos saldarla”.
Explicó al respecto que no se refiere a cualquier lengua, sino a la materna, a pesar de que no siempre la lengua en la que nacemos es la que utilizamos como escritores.
Para finalizar, habló sobre dos proyectos audiovisuales que tienen inspiración directa en su bibliografía.
Reconoció cómo, en el mundo de hoy, el inglés ocupa un lugar comparable al del latín en la época de Dante Alighieri: “Se habla o escribe en inglés porque, sea por una u otra razón, la lengua materna de cada uno no es adecuada como vehículo para el aprendizaje o la literatura”. Coetzee afirmó que, a pesar de que el inglés es su lengua de escritura habitual, no considera inferiores de ningún modo las versiones que los traductores de su obra han creado a lo largo de los años.
Sobre su preferencia por el diálogo entre las naciones del sur, mencionó las similitudes poco obvias entre Suráfrica, el África subsahariana, Australia y Argentina como ex colonias europeas y como cunas de una rica literatura. “Soy crítico del ‘sur global’ —generalmente visto como antítesis del norte global, supuestamente más avanzado en los terrenos económico y cultural— y de la teoría de la globalización”, reiteró.
Para finalizar, habló sobre dos proyectos audiovisuales que tienen inspiración directa en su bibliografía: la filmación de la novela Esperando a los bárbaros en Marruecos, con el director colombiano Ciro Guerra, y la creación de una miniserie de televisión basada en La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela, filmada en Argentina bajo la dirección del argentino Tristán Bauer.
Una salida rápida de la sala, una suerte de persecución hasta el stand naranja de Penguin Random House, donde el autor surafricano firmaría sus libros, y una pequeña fila de espera para tener aún más cerca al nobel de literatura, pusieron el broche de oro a una jornada en la que se le dejó al mundo siete cuentos dignos de leer una y otra vez.
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