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Cerrando El Paraíso

martes 10 de julio de 2018
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Manuel Mujica Lainez
Manucho, como familiarmente le decían a Manuel Mujica Lainez, fue un escritor representativo de la aristocracia porteña, inteligente, generoso, altivo y culto.

Hace un tiempo se supo que Ana Mujica informaba desde Buenos Aires sobre el cierre de la hacienda El Paraíso. La noticia pasaría de corrido si un argentino de Córdoba, u otro de los admiradores de su padre en muchas partes, hubiese olvidado que la casa-museo, cuya amenaza es el cierre por falta de fondos, fue aquella casa donde vivió por más de un cuarto de siglo ese notable escritor llamado Manuel Mujica Lainez (1910-1984), padre de Ana. Poco a poco se ha venido desvelando la importancia de este escritor: su vida y su bibliografía son abundantes en términos de lo que hizo y escribió hasta su muerte en esa finca favorita. Sus vicisitudes como escritor, como periodista, como corresponsal extranjero, como orientador político desde el diario La Nación, se cuentan por cientos.

Cuando dejó su ciudad natal y se internó en El Paraíso, en Córdoba, donde murió hace ya más de treinta años, Manucho ya tenía tras de sí una reputación nacional.

Manucho, como familiarmente le decían, fue un escritor representativo de la aristocracia porteña, inteligente, generoso, altivo y culto, pero hasta la publicación de su libro Bomarzo (1962) no trascendió mundialmente. Dada sus preferencias por las grandes gestas de la historia, escribió en varias partes sobre las cruzadas y la batalla de Lepanto, sobre Carlos V y el reinado de Felipe II, todo ello con un lenguaje descomunal y selecto que atraía a sus lectores de una manera irremediable. Aquella novela del 62 fue una larga narración histórica basada en la vida real del príncipe italiano Pierfrancesco Orsini, duque de Bomarzo, quien vivió en el siglo XVI bajo el sello de todas las acciones decadentes de la aristocracia florentina.

Bomarzo es una novela ambiciosa e imaginativa que, paradójicamente, nunca dio pie a ser categorizada como parte del boom de los sesenta. Nadie sabe decirlo, pero esa omisión debe tener algún significado. Sin embargo, con libreto de Mujica y la música de Alberto Ginastera, se hizo una ópera que fue estrenada en Washington en 1967 con un éxito mundial inmediato —aun cuando se le diera enseguida una prohibición inmediata del Gobierno de su país para presentarla en el Teatro Colón de Buenos Aires dada la parodia al despotismo que la obra contenía en muchas de sus partes.

La colección de cuentos sobre la historia de las ciudades argentinas, en especial los libros Aquí vivieron y Misteriosa Buenos Aires, empezó a proporcionarle a Manucho suficiente reconocimiento en su país. Esa enorme saga sobre la sociedad de Buenos Aires, y su novela La casa (1954), consolidaron su reputación como un narrador histórico que ofrecía, con humor e ironía, los mejores detalles sobre la vida de la incipiente burguesía bonaerense y sus iniciaciones europeas. Más adelante, con El unicornio (1965), Mujica Lainez consolidó su posición como uno de los escritores más representativos de la cultura argentina. Adicionalmente era un viajero obstinado, la mayor parte de las veces por cuenta de su labor periodística, y dejó a la par unas crónicas de su traslado por Europa y Asia que han servido como modelo a los escritores de libros de viajes.

Cuando dejó su ciudad natal y se internó en El Paraíso, en Córdoba, donde murió hace ya más de treinta años, Manucho ya tenía tras de sí una reputación nacional que por mucho tiempo no sobrepasó las fronteras de su país. Sin embargo, en respuesta a esta extraña situación, la Universidad de Princeton adquirió a la viuda todos los archivos del escritor, sus novelas, cuentos, biografías, libros de viaje y ensayos, que constituyen una obra duradera para la sección latinoamericana de esa universidad norteamericana. Esta parece ser una buena prueba de la calidad de escritor que hallaron los especialistas de esa universidad.

Hace tiempos leí uno de sus cuentos, “Elegancia”, que describe las alternativas de un concurso organizado por los mismos personajes de los cuadros del Museo del Prado con el fin de premiar allí adentro al mejor exponente de la elegancia y el estilo dentro de la galería. Los principales jurados son los bufones y el enano del cuadro de Velázquez quienes, para darle equilibrio a sus juicios, deciden nombrar un jurado alterno compuesto por los principales dioses del Olimpo, de Zeus en adelante. En ese cuento se puede hallar el preciosismo, el ingenio, el manejo del idioma y de las metáforas brillantes que le dan la merecida notoriedad a la obra de Manucho.

Muchos se han preguntado por sus relaciones con el otro escritor argentino, Borges. Eran buenos amigos, pero no del todo: al parecer las tendencias gays de Manucho no eran del agrado de Borges, pero sus encuentros eran provocadores. Por ejemplo, cuentan que el 10 de marzo de 1978, en la Feria del Libro de Buenos Aires, Borges se cruza con Mujica Lainez, un colega escritor al que quiere y respeta. Se abrazan e inician una conversación que es interrumpida una y otra vez por los compulsivos cazadores de firmas. En cierto momento, Borges se gira hacia su amigo y le dice:

—A veces —se queja Borges a Manuel—, pienso que cuando me muera mis libros más cotizados serán aquellos que no lleven mi autógrafo.

Casa-Museo El Paraíso, donde vivió Manuel Mujica Lainez
Manuel Mujica Lainez vivió durante más de un cuarto de siglo en la hacienda El Paraíso, en Córdoba (Argentina).
Jaime Lopera

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