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Salem, Mass

martes 20 de septiembre de 2022
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Casa de los Siete Tejados
La Casa de los Siete Tejados, que inspiró la conocida novela de Nathaniel Hawthorne, se construyó en 1668 por orden del capitán John Turner.

Jueves 14 de julio de 2022

Celeste y yo dejamos a nuestra hija Faustine en Endicott College, Beverly, Massachusetts. Asistiría a un campamento intensivo de volibol por tres días y compartiría el cuarto con una amiga de Connecticut. Entramos en el edificio asignado, verificaron su registro y la acompañamos a la habitación.

Después que nos despedimos de nuestra hija, Cele encontró en Internet una cafetería para desayunar. Antes de llegar a nuestro destino vimos unas casas de veraneo enfrente de un mar hermoso. En siete minutos llegamos a Coffee Time Bake Shop y estacionamos en el parking. Era un espacio pequeño y acogedor visitado por clientes que venían a recoger sus pedidos. Celeste pidió un smoothie, cafés, tartas de frutas y dulces rellenos de crema. Desayunamos en el lugar. Nos faltaban dos horas para hacer el check inn en el Hotel Four Points Sheraton, Wakefied, Mass. Al terminar el rico desayuno, decidimos dar un paseo por el centro de Salem. El calor, insoportable. No era nuestra primera visita a Salem.

 

Back to the future

En 2015 visitamos la ciudad en la semana previa a Halloween. En ese viaje nos acompañó Giancarlo que estaba pasándose unos días con nosotros en el apartamento. Almorzamos en el restaurante Flying Saucer, que me recordó la desaparecida discoteca de los años 70 en Isla Verde, Carolina, Puerto Rico. Después de comernos unas pizzas sabrosas, recorrimos el bulevar y entramos a las librerías especializadas en el tema; en el fondo había una pitonisa resguardada detrás de una cortina esperando que se le consultara el futuro.

También visitamos el Museo de Cera donde se muestra una representación auditiva de los juicios celebrados en Salem. Me pareció aburrido el museo. Fue inevitable que pensara en la obra excelente y de gran calidad dramática literaria Las brujas de Salem (1952), escrita por el dramaturgo Arthur Miller. En la noche, seguimos a una guía que nos contaba historias en los lugares que ocurrieron los hechos.

 

Cuando desperté no podía dejar de pensar en La casa de los siete tejados.

Jueves 14 de julio de 2022

En el hotel Four Points Sheraton nos ubicaron en el segundo piso. Nuestro cuarto era espacioso. Tenía una cama queen, pantalla HD, nevera, escritorio, butaca y lámparas. Acomodamos el equipaje, nos bañamos y dormimos la siesta. Cuando desperté no podía dejar de pensar en La casa de los siete tejados. En la noche fuimos a MarketStreet Lynnfield, Wakefield, Mass, un mall exclusivo y diseñado como si fuera una plaza pública y los clientes caminan por las calles, como se compraba antes en los pueblos, miran las tiendas, se sientan en los bancos y comen en los restaurantes. Un mall que contrasta con Plaza Las Américas y Plaza Carolina. Un mall al aire libre, con árboles en todas partes y con estacionamiento enfrente de las tiendas.

Cenamos en el restaurant Yard House. Un lugar tradicional norteamericano. Mesas espaciosas, una barra y televisores HD sintonizados en los deportes; los juegos de la Major League Baseball (para mi desgracia… el juego que transmitían era el de los Boston Red Sox y yo soy fanático de los Yankees de Nueva York) y los partidos de la National Basketball Association. A la mesera simpática le pedimos una pizza. Celeste bebió un smoothie; yo bebí una cerveza Guinness Stout en honor a mis dos grandes amigos de Irlanda: James Joyce y Samuel Beckett. Después de cenar, caminamos el mall. Descubrimos el Wahlburguers, que pertenece al actor Mark Wahlberg. Terminamos el paseo en la heladería J. P. Licks Homemade Ice Cream Cafe. Obviamente, Celeste se disfrutó una barquilla de tres scoops. Yo miraba el mall, la noche y pensaba en Salem.

 

Viernes 15 de julio de 2022

A las 8:30 de la mañana del viernes estábamos en el desayuno buffet del hotel. Un menú variado. Revoltillo de huevo, bacon, sausage, papas fritas, panes, bagels, pastries, galletas, frutas, yogurts, jugos y café. Nos sentamos en una mesa grande, de color marrón. El lugar estaba concurrido de gente de diversos países. Nos agradó la diversidad. A nuestra izquierda escuchamos unas voces hablando en español. Celeste y yo paramos el oído, las identificamos y dijimos: “No lo puedo creer”. Eran cuatro argentinos. Uno de ellos hablaba por el celular a todo volumen: “Mirá, ya llegamos a Boston”. Pero, la verdad de la milanesa, ellos no estaban en Boston, sino en Wakefield.

Mientras desayunábamos mirábamos el movimiento de los argentinos. Se levantaban, agarraban pan, bagel, iban a la nevera, sacaban jugos y yogurt. Lo repitieron dos o tres veces. Cuando se fueron vimos que llevaban una bolsa grande y entendimos qué cargaban en ella. Entonces nos reímos y dijimos: “Así somos los…”. El sábado y el domingo coincidimos con ellos. Pero el domingo vimos un personaje, un hombre delgado, vestido de blanco y de casi siete pies de estatura. Lo observé, deduje que era caribeño y le dije a Celeste: “Es un babalao”.

 

Viernes 15 de julio de 2022

Desayunamos y regresamos a la habitación. Celeste estudió para su clase de italiano; realizó las tareas asignadas. Yo releí la obra Las brujas de Salem. ¡Qué intensos esos cuatro actos! Después hicimos la siesta. En la tarde fuimos al cine AMC de Danvers, Mass, y vimos la película de Thor: Love and Thunder en la pantalla IMAX. A Celeste y a Faustine les fascinan las películas de superhéroes y las producciones de Marvel Studios. Me identifico con el Capitán América. En honor a la verdad, no me gustan las superproducciones de mi superhéroe preferido. Prefiero aquella serie de televisión que se transmitía en los años 60. La gente está fascinada con la pantalla IMAX. Pero el desconocimiento nos lleva a cometer equivocaciones. En los años 60, el cine Metro de Santurce, Puerto Rico, tenía una pantalla que superaba el tamaño de la IMAX. En los años 70, el UA Cinema 150 de Carolina, Puerto Rico, empequeñeció la pantalla del cine Metro. Celeste disfrutó la película de Thor. A mí no me desagradó, pero no es el género de películas que disfruto.

En la noche cenamos en el restaurante italiano Davio’s localizado en el MarketStreet Lynnfield. Cuando entramos nos encantó el lugar. El maître nos acomodó en una mesa redonda, espaciosa con un mantel fino y blanco y unas velas en el centro. El mozo nos tomó la orden. Bebimos moscato. Celeste comió unas albóndigas con una salsa. Un plato riquísimo. Yo comí unos ñoquis rellenos con ricota. Una delicia. Pasamos una noche inolvidable.

 

No entramos a las librerías. Ni a las tiendas. A mí me parecieron los guías unos charlatanes contando las distintas historias.

Sábado 16 de julio de 2022

El sábado visitamos el centro de Salem en la tarde. Cuando llegamos a la ciudad había un gentío caminando por las calles. Estacionamos la guagua en el Public Parking. Llegamos al bulevar y lo anduvimos. No entramos a las librerías. Ni a las tiendas. A mí me parecieron los guías unos charlatanes contando las distintas historias. Eso sí, debo relatar la presencia de un predicador evangélico afroamericano que hablaba de amor y de la venida de Cristo. Nadie le prestaba atención. Predicaba en el desierto, pero con un amor y una fe que conmovía. Lo que llamó mi atención fue que ese predicador no despotricó en ningún momento contra la estatua de la actriz Bárbara Eden (nos fotografiamos con ella), edificada en honor a su interpretación de una bruja en la serie de televisión Mi bella genio (1965-1970). Me trasladé mentalmente a Puerto Rico e imaginé a un predicador evangélico (mediático y fanático) y concluí que él hubiera despotricado inmisericorde contra la estatua y hubiera predicado tres horas de cómo Satanás posesiona, encadena, corrompe y pierde a la gente.

Del bulevar fuimos a una Candy Store y compramos dulces. Sentimos hambre y comimos en el restaurant Flat Bread. Un lugar de madera, amplio, un poco caluroso, abanicos y una barra. En la parte de atrás, mesas y sombrillas. En el fondo se divisaba un río. Nos llevaron a una mesa amplia. A la hora que llegamos había pocos clientes en el lugar. Una mesera, joven y agradable, nos trajo el menú. Ordenamos una pizza caprese. Celeste pidió un jugo de Lemonade Raspberry y yo una cerveza Kilgore Stout, Barewolf Brewing. Disfrutamos la pizza y las bebidas.

Terminamos de comer y regresamos al bulevar. Vimos y fotografiamos el Hotel Hawthorne, el Witch Dungeon Museum, el Salem Witch Museum y el Authentic Salem Witchcraft and Magic. Llegó la hora de la merienda y la tomamos en el Gulu Gulu Cafe, un café en las inmediaciones del restaurante Flying Soucer. Bebimos café y comimos crepés de frutas. Nuestra última parada de ese día fue en Waikiki Beach. Vimos el atardecer. Después Celeste recogió caracoles en la orilla del mar. Anochecía y decidimos volver al hotel.

 

Jueves 14 de julio de 2022

Llevamos a Faustine al Post Sport Science and Fitness Center. En las canchas de volibol había más de doscientas adolescentes. Nos despedimos con besos y abrazos. Camino hacia el estacionamiento, entramos en la librería Gulls. Me molesté. La librería me pareció un templo de los Boston Red Sox. Celeste compró camisetas y souvenirs.

Transitando una calle estrecha de Salem, nos encontramos sin querer con el museo de la Casa de los Siete Tejados. No lo pensamos dos veces. Compramos los boletos e hicimos el recorrido con una guía que nos explicaba los orígenes de la casa, nos mostraba salas y habitaciones que permanecen intactas y nos transportan a la vida del siglo XVII. La Casa de los Siete Tejados se construyó en 1668 por orden del capitán John Turner y estuvo en poder de su familia por tres generaciones.

Inspirándose en la casa, Nathaniel Hawthorne (1804-1864) escribió su novela emblemática La casa de los siete tejados (1851). El novelista se enteró de la historia de la casa porque se la contó su prima Susannah Ingersoll. En el primer capítulo de su novela, el autor cuenta cómo el coronel Pyncheon consiguió el terreno. El propietario original, Matthew Maule, fue acusado de brujería en uno de los juicios en Salem (1692-1693). La acusación fue un entrampamiento, como muchos otros cometidos en la ciudad por gente poderosa, con el fin de apoderarse de terrenos y propiedades. Pero antes de que a Matthew Maule lo colgaran… le vaticinó al coronel Pyncheon: “Dios te dará sangre para beber”. Como una nota al calce: quien construyó la Casa de los Siete Tejados fue un sobrino de Maule.

La guía nos condujo a la cocina de la casa. (Mientras escribo pienso en la obra La casa de los siete balcones, de Alejandro Casona, en la novela La casa de los espíritus, de Isabel Allende, y en el relato “La caída de la casa Usher”, de Edgar Allan Poe.) Escuchando el relato de la guía y observando los utensilios de la cocina, viajé en un túnel del tiempo. Imaginé la vida y las vicisitudes de los esclavos preparando la comida de los amos; la supervisión férrea del encargado de que los esclavos realizaran su trabajo como era debido y dando órdenes que si no las cumplían podían ser castigados a la vista de los demás. Esa visión histórica desenterró mi conflicto existencial. La vida, el tiempo y la muerte. Lo perecedero de la existencia.

En un momento me abstraje del relato y escuché unas respiraciones fatigosas. No eran las respiraciones de los demás visitantes que hacían el recorrido. Recordé la visita que hice a la casa de Monte Cristo Cottage en New London, Connecticut, la propiedad de los O’Neill. En otra crónica que publiqué en la revista Letralia hablé de Jamie O’Neill, el hermano del dramaturgo Eugene O’Neill; relaté cómo percibí su presencia cuando estuve en su cuarto pintado de azul, y, en la noche, Jamie se internó en mi psiquis mientras dormía y me exigía que le escribiera un monólogo basado en su vida. Las respiraciones y las murmuraciones de los esclavos se intensificaron. Entonces, me pregunté por qué mi insistencia en visitar la Casa de los Siete Tejados, cuál había sido el propósito de encontrarme en esa cocina. Quise escapar de la Casa de los Siete Tejados, pero me contuve.

Al terminar el recorrido de la Casa de los Siete Tejados, entramos en la casa donde vivió Nathaniel Hawthorne.

Los otros espacios de la casa no me impresionaron, ni provocaron sentimientos ni incertidumbres. Al terminar el recorrido de la Casa de los Siete Tejados, entramos en la casa donde vivió Nathaniel Hawthorne. Una casa que trasladaron de otro lugar de Salem y la colocaron cerca de la Casa de los Siete Tejados. Vimos el cuarto donde nació el autor, algunos retratos y manuscritos y la primera edición de su novela. La caminata breve terminó en el primer piso de la casa, donde está ubicada una librería. Celeste compró recordatorios de la Casa de los Siete Tejados y de la ciudad de Salem. Yo no podía arrancar de mi mente la portada de una novela perturbadora, El caso de Charles Dexter Ward, de Howard Phillips Lovecraft.

Rumbo al hotel, pensaba en la visita que hicimos a la Casa de los Siete Tejados. Celeste me recordaba que en nuestro primer viaje no tuvimos el tiempo de visitarla. Celeste estaba contenta, porque yo había logrado ese sueño. “Un sueño que me tenía una carta oculta debajo de la manga”, pensé. Pero también yo no sé por qué meditaba en mi obra La casa de los inmortales, que se representó en 1986 en la Sala Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes, en Santurce, Puerto Rico. La obra se desarrolla en la casa de unos hacendados en 1868. El tema de la obra es el tiempo y la reencarnación, haciendo un paralelismo entre las luchas de abolicionistas y separatistas con las luchas obreras del siglo XX.

Acostado en la cama de la habitación del hotel (Celeste trabajaba con su curso de verano), me levanté y prendí mi computadora. Busqué el archivo de mi obra… Empecé la versión número mil de La casa de los inmortales. En los intentos anteriores había fracasado. Esas nuevas versiones no superaban el texto original (a pesar de todos los defectos que me han señalado el tiempo y la experiencia en el oficio). Un texto dramático que se resiste a la reescritura. Recordé una conversación con el dramaturgo Enrique Buenaventura en Colombia, le pregunté por qué tenía siete versiones de su obra A la diestra de Dios Padre. Buenaventura sonrió y me respondió: “La tarea del escritor es escribir y reescribir…”.

En esta tentativa imperativa, compulsiva y obsesiva de reescribir mi obra, de vencer su resistencia a toda modificación, hice cambios esenciales y drásticos. Eliminé personajes, recorté parlamentos, cambié el punto de vista y reduje la cantidad de páginas. (“Menos es más”, nos repetía el profesor Rafael Fuentes en la clase de pantomima.) Pero algunos de esos cambios ya los había hecho antes; en esta reescritura la transformación fundamental de la obra fue el tema de la reencarnación. Eliminé todas las motivaciones explícitas y constatables del controversial tema. Aposté a la posibilidad arriesgada y ambigua de mundos paralelos. Dimensioné al protagonista de la pieza (un líder obrero) a un estado psíquico-metafísico que exigirá la participación de los espectadores-lectores. Una paradoja: si la versión original de La casa de los inmortales era explícita, ¿podría ser hermética la nueva versión de la obra?

 

Domingo 17 de julio de 2022

El domingo buscamos a Faustine a la universidad. Con entusiasmo Faustine nos contaba de sus experiencias en el campamento y de las amigas que hizo durante la estadía. “Papi y mami, aprendí mucho…”. Celeste estaba feliz y la felicitaba. Yo escuchaba a nuestra hija y la elogiaba también, pero todo mi pensamiento estaba concentrado en la nueva versión de La casa de los inmortales. Me preparaba para cuando vengan las dudas implacables y sentencien que engavete el texto con el argumento dogmático: “Tu nueva versión es deficiente comparada con la versión original”. Camino a nuestra casa, Celeste sugirió que almorzáramos en el Butter “UR” Biscuit, Beverly, Mass. Es un lugar pequeño que se especializa en hamburguesas y también preparan comida del Caribe. Almorzamos una comida rica y tomamos la ruta hacia Connecticut. “La casa de los siete tejados. La casa de los inmortales. Las brujas de Salem”.

 

Lunes 18 de julio de 2022

El lunes desperté temprano y revisé esa nueva versión. Trabajé con entusiasmo y disciplina. Leyéndola… no me incomodaron los cambios. Me convencí de que la elipsis favorece el texto; lo implícito supera lo explícito. Después que envié la obra a mi email, me quedé pensando y observando el bosque. En la quietud, en el más absoluto silencio, unas voces imprecisas (¿las voces que eliminé de la versión original de La casa de los inmortales?, ¿o las voces que escucho en los lugares públicos y me dictan versos que si no los escribo en el instante no puedo retenerlos en la memoria?) me insinuaron que escriba un texto dramático basado en una de las primeras acusadoras en los juicios de Salem, Abigail Williams (1680-1697).

También las voces indefinidas fueron inflexibles y contundentes:

—La obra debe empezar en la mañana.

—Tiene que terminar en la noche.

—Esa noche que Abigail se esfumó de Salem.

Las cuestioné…

Ellas se desvanecieron, como las brujas en la obra Macbeth, de William Shakespeare.

Carlos Canales
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