
En el Encuentro de Escritores “Nuevos hombres, nuevos lenguajes”, organizado por Eskeletra Editorial en Ambato, en 1997, conocí de primera fuente la personalidad —no exenta de polémica— y la producción lírica de Pedro Gil Flores (Manta, 1971-2022). Luego, al año siguiente, en el marco de las Terceras Jornadas Poéticas Juveniles efectuadas en Guayaquil —evento mentalizado por Xavier Oquendo Troncoso, poeta y dinámico activista cultural—, logramos entablar nexos de amistad y afecto, los mismos que se acrecentaron en 2000, en Otavalo, a propósito de las Cuartas Jornadas de Poesía Joven. Aquella relación de cordialidad tuvo como telón de fondo a esa dama extraña —la poesía—, lazo indisoluble de hermandad existencial. Pedro sentenció:
La poesía es la más hermosa de las mujeres que, con su caminar elegante, tiene que salir ilesa y bella de los callejones del infierno (…). La poesía es una mujer llena de bendiciones; la poesía, como el amor, salva. A mí me salvó, lo dije en la locura y lo confirmo en la abundancia de mi sano juicio.1
Tal apego literario le permitió aprehender los códigos de la subsistencia mundana en una carrera hostil y decadente. Mas su convicción por la palabra depurada fue el mejor antídoto para su liberación interna. En Canto nocturno (2000) dediqué el poema “Cuatro arcángeles” a este vate de tribulaciones y desengaños, “con el desgarramiento / del líquido maldito”:
Este papel / tiene olor de alcohol / presencia de semidioses / enredadera de vicios profundos / alteración del autista. // La rumba es esperma / que agita pezones tiernos, / zumbido placentero de cabareteras. // Las hembras / son el opio de los poetas / la ruina de los profetas falsos. // El cultivo de hierba / entre los dedos / cristaliza las ideas. // Globos azules / se elevan al cielo / y caen con la nostalgia / de nuestros enrojecidos ojos. // Las promesas son reliquias / de ancianos que se masturban a diario / sin importarles / los amaneceres nublados. // El líquido se riega / desde la infancia / en el hígado de Pedro, / arterias que se rompen / en la baldosa de aquel antro / recluido durante siete años / como producto de las botellas hipotecadas / en la orilla / por falta de mensajes. // Esperamos / el último alarido de sus huesos, / el letargo final (pp. 69-70).
En una entrevista realizada por Paúl Hermann,2 Gil asevera que “la literatura debe ser más catártica que ensoñadora, no evadir los sentimientos sino enfrentarlos como son” (p. 37). A la vez que ilustra a su poesía como una búsqueda de “mariposas en los pozos sépticos” (p. 37).
La poesía de Gil —sumada su valiosa incursión prosística— resume su delirio, sus intersticios, sus soledades, sus exabruptos.
Puñaladas de un poeta irreverente
17 puñaladas no son nada (s. f.) se titula la antología personal de Pedro Gil; mortaja para el desposeído, grito combativo que exorciza los miedos, caleidoscopio de fantasías paganas. La poesía de Gil —sumada su valiosa incursión prosística— resume su delirio, sus intersticios, sus soledades, sus exabruptos. Parió para ser poeta, para aferrarse al constructo lírico, para abofetear a la formalidad lingüística: “aquí tengo mi talento. El Poema. / el que salí a buscar / desde la entrepierna de mi madre” (p. 105).
Su felicidad fue fugaz como el vuelo del indefenso colibrí. La adicción a la literatura y al mar fue más fuerte que el vicio a la bohemia. Cuando las metáforas se agotaron en su léxico profano, Pedro se refugió en los oleajes de su ciudad para reencontrarse con antiguos dioses, dadores del peyote y la imaginación: “estoy considerado como uno de los mejores / atletas del ocio. / soy el hombre que esta vida se merece. // […] burlé al suicidio / cuando me buscaba. / yo, hijo de un etílico / y una desventurada, / he llevado una vida feliz. / ¿por qué la gente no ríe, / si tan sólo cuesta unas lágrimas?” (pp. 106-107).
Pedro fue un ser sensible predestinado a la maldición de las palabras. Un terrorista que huyó del presidio y del desamor, que no miró atrás, tal como lo indica el manual de vida: “no es malo que las pecadoras orinen agua bendita / y que en las bibliotecas sólo haya mentiras: // entre el arte de la palabra / en mí canta un terrorista amante de la paz” (p. 45).
17 puñaladas no son nada es un libro-provocación, “un insulto prolongado, un escupitajo” —parafraseando a Henry Miller— que decanta la vida y la muerte.
Ansiedad y memoria
La poesía es la búsqueda intrínseca de la belleza en el fondo y en la forma. No obstante, esa exploración también tiene sus momentos de desvarío, sus circunstancias adversas, en donde emerge la ruptura de lo establecido y la transgresión escritural. Entonces estamos en un escenario que nos aproxima a la antipoesía, en el instante mismo del estremecimiento y el dolor, en la hora hueca en donde se bifurcan la pesadilla y la faena fúnebre, en el estallido de la locura y el espanto. El fonema y la grafía se juntan y complementan con la intención de conmocionar al lector entre el espasmo y la mutilación de la sonrisa. Es la conjugación de lo burlesco y el rastro incongruente de los días frágiles y remotos. Según Paz (2014), “la poesía nos hace tocar lo impalpable y escuchar la marea del silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio. El testimonio poético nos revela otro mundo dentro de este mundo, el mundo otro que es este mundo” (p. 11).
Sin la intención de catalogar la propuesta artística de Pedro Gil, no cabe duda que su voz contemporánea arremete como contraste de los sueños, en el equívoco significado que contiene la pulcra versificación. En este poeta la marginalidad vaticina el presente y futuro de sus versos, con un bagaje anterior que le sirve de perverso memorial.
Crónico (2012) contiene textos que demarcan su peregrinaje por el desequilibrio psíquico-emocional. Aquellos versos son arterias que pugnan por la rebeldía y el coraje, luego que germinaran en los corredores del frío recinto de las almas perdidas a causa del ayuno y el recuerdo. Cada poema es una experiencia bajo la sombra del árbol de ciprés, una advertencia profética, una confesión dirigida a la compañera de mil batallas, un recuento de personajes peculiares, una contraseña que deriva en generosa dedicatoria, una manera de descifrar el encierro terapéutico. Pedro abdicó con el demonio interno ante el devaneo y el desafecto. Y superó la ansiedad cuando el ángel de la guarda le prescribió gotas de paciencia y sobriedad. Con su aliento enfatizó: “SI SUICIDA FUE MI ESFUERZO POR PERDERME, / suicida es mi esfuerzo para encontrarme” (p. 55).
Crónico extrae los abismos, recaídas y tratamientos que compone la vida: “Lo real es un espanto / lo imaginario también” (p. 63). Ramiro Oviedo en el epílogo de este trabajo poemático comenta:
Perversa y descarnada lucidez la de este poeta; bendita crueldad y crudeza sobrecogedora las de esta escritura llena de sombras de cuchillos y tan distante del hombre de la mirada más dulce del mundo (…). Pedro Gil es un poeta crónico. Un poeta irremediable, no un poeta maldito. Absolutamente distante de los impostores y mercachifles de la poesía que riegan azúcar en la cama para ver si atrapan una fiebre (p. 82).
Añadiría algo más: poeta audaz e imperfecto, procedente de la orilla del inagotable mar.
Escritor canalla bendecido por los días grises
No hay mejor manera de constatar que la literatura redime cuando la misma aflora de los recovecos grises, en donde la realidad —que atraviesa la propia invención— es un cúmulo de practicidad, dureza y resistencia. Cada huella trazada en el sendero es una pista para el rompecabezas creativo. Entonces ¿qué sucede cuando el escritor describe con su texto catártico la abyección humana? ¿Cuál es el impacto de la germinación artística que bebe —literalmente— de la niebla y la noche? ¿Qué motiva en el creador transmutar al papel su lacerante pesadilla en una conjunción ficcional y pragmática en donde lo que interesa es el fruto narrativo o lírico? Pues una sensación demoledora en el lector. Una especie de ataque epiléptico en ayunas. Un golpe bajo cuyo efecto nos deja sin respiración. Un alarido en la madrugada insomne. Una bofetada en el alma. La interiorización del individuo en pos del destello de luz existencial.
El talante observador de Pedro se alejó del artificio y se acercó a la maldición de la palabra retocada con cincel y marcado humor ácido.
El príncipe de los canallas (2014) es otro libro de Gil con historias confesionales. Es la respuesta siniestra y contundente ante la desidia por reconocer que en la calle desolada se cuelan la miseria, desdicha y orfandad. El talante observador de Pedro se alejó del artificio y se acercó a la maldición de la palabra retocada con cincel y marcado humor ácido: “Ya sé, la sociedad está enferma. El amor está enfermo, mi voluntad está enferma, pero no vengan a decirme que la esperanza está enferma que ahí sí me meto un tiro” (p. 37). Relatos de economía narrativa en donde desnuda la condición social y se compenetra en las alteraciones que estallan en el abismo de la especie humana. Trazos vívidos y temidos de burdeles, cantinas, amaneceres fatales, golfas, traidores y traiciones, centros de rehabilitación, amores a la deriva, locos, delincuentes, asesinos y rufianes. Nada más y nada menos que la vida en toda su extensión como boca de lobo hambriento: “Lo único viviente era la demencia de mi barrio, habituado al temor, a la hermosura que se prostituye, a los débiles que se fortalecen en la violencia, su única defensa. La compasión es inútil, asunto de los que viven por las afueras” (p. 71). Ante lo cual no hay oportunidad para el sofisma moralista o el recato en el manejo idiomático tal como recomienda la academia. La pluma de Pedro tiene el espaldarazo de otras plumas cardinales y sangrantes para el intelecto y la composición metatextual, y también el acompañamiento cinematográfico de actores como Marlon Brando, Robert De Niro, Charles Bronson.
Complementariamente, consta Crónico (2012), conjunto de poemas elaborados en una clínica psiquiátrica, con la sombra de los “angelitos medicados” y la ternura de la “guerrera”. Etapa de desintoxicación corporal a la par del torrente de versos crudos y crueles: “Sólo un hombre duro puede reposar en una tumba de niño” (p. 109) o “el vicio no fue entrar / fue salir de la vida práctica” (p. 111). Otra vez se constata la vigilia fantasmal de Vallejo, Paz, Panero, Dávila Andrade, Nieto Cadena, Itúrburu.
Ovejero (2011) afirma que “un buen escritor es aquel que tiene una mirada original sobre el mundo y sabe contarnos lo que ve” (p. 15). Pedro cumplió esto a cabalidad, consciente, además, de que la literatura salva. Y, que en esa apuesta antepuso todo su fuego en el asador.
Juicio crítico y confesión rabiosa
Esa invariable alusión autorreferencial se ratifica en Bukowski, te están jodiendo (2015), agrupación de textos de pluma extendida, a excepción del poema “Madre de las calles” (p. 49). En este poemario —con ilustraciones de Luigi Stornaiolo— se esgrime la aguda ocupación del poeta, junto con su obsesiva preocupación de alcance metapoético: “Con dolor de parto se redactan los poemas” (p. 68). El amor no se revela como candorosa cita dominical, sino como “alma rota” y aullido furibundo. Por eso “mi (el) corazón es un catador de amargura” (p. 83). Aunque haya latidos vibrantes de aquel constante mar y se anuncie que “el colibrí sigue tejiendo esperanzas” (p. 76). Del fondo de las tinieblas, Gil hace un recuento del estado etílico, de las horas de confinamiento, de la bronca por el infortunio, de la estancia geográfica entre la playa y la montaña, de la sucia celda, de las pesadillas en los lugares de reposo. Queda claro que no es queja, porque para eso no sirve la poesía, sino bramido ensordecedor que alcanza al séquito de inquilinos del Callejón de la Muerte.
Reaparecen personajes (Isabel, “santa mujer del adicto”, la madre, el padre, los hermanos, los hijos, los sobrinos, los amigos, los enemigos) en modulación dialogante a ratos, evocadora en otros, independiente de atadura métrica alguna. Musitan los muertos, chisporrotean los vivos. Con autocrítica se admite que los peores versos constan en Sano juicio (2003). La representación pragmática del lenguaje rompe cualquier vínculo tradicional y aflora (o desflora) desde los infiernos, con una sola mano como en el poema que lleva precisamente el título del libro, en cuyo sentido arremete con lo pueril de la “moda Bukowski”, y con quienes aspiran “primero ser famosos luego ser escritores / sueñan con eso / humildes narcisistas (…) creyéndose inventores del agua tibia” (p. 29).
¿Cómo alcanzó Pedro Gil el milagro del poema? Recuperando la sobriedad en “la escritura automática” (p. 71), a través del señalamiento intradiegético. Y siempre alerta de “que no duerma el poeta en sus laureles” (p. 37). La primera línea versal de “Las edades”, que apertura Bukowski, te están jodiendo (2015), podría resumir la exaltación del yo poético (pese a sus pérdidas): “(…) ha sido bella buena bondadosa la vida con mi vida” (p. 15).
Más allá de un suspiro en la condición suicida
En tanto, en Los poetas duros no lloran (2019) —compilación de textos entre 1988 y 2019—, en la parte final se asocia un conjunto de poemas llamado No es fácil ser Gil, fechado con el mismo año de aparición del antedicho libro. Por supuesto, sin perder el tono de malditismo, su autor resiste en la reminiscencia de la raíz filial. Sin bajar la guardia del sarcasmo. Estribillo agónico —tal vez premonitorio— de su convulso viaje “porque no soy Titanic / y me hundo, / porque el analfabeto me enseñó más que todos mis profesores, / porque no necesito casa para tener hogar, / porque no necesito piscina para nadar la nada, / porque tomé veneno para ratas y era falsificado, / porque quise ahorcarme y se rompió la soga, / porque quise enamorarme y se rompió el enamoramiento, / porque mandé a matar a un hombre que era yo mismo” (p. 305).
A Marisabel es a quien dirige el poeta varias de sus composiciones, en deferencia a su condición de guardiana protectora: “Una mujer / se saca el pan de la boca / para mitigar mis hambres atrasadas” (p. 318). Sin ella no hay redención en la escritura. Se talla el desvergonzado acaecer de la culpa luego de la resaca; la visita a la “poza de la perdición”, con su consecuente martirio. Es la contrariedad de “volver a este muladar (la última vez salí a los cuatro meses)” (p. 325) por el polvo y la oscuridad. Antes que aparezca el sol por completo, con los bolsillos vacíos y el vicio encima, queda una señal clarividente: “Si no hubiera conocido la podredumbre en el odio / no hubiera reconocido la pulcritud en el amor” (p. 322).
La personalidad del hablante tiende a la autoinculpación de su comportamiento, tras motivaciones determinadas desde la psique. La precipitación confesional es inevitable, ya que es un modo intencional de fortalecimiento de la caracterización poética. Es la costumbre del poeta puesto en escena dramática (fragmentada por la inventiva), ante la expansión de sus recelos, afecciones y arrebatos. No hay duda que es una bendición ser perverso. O poeta maldito. Así lo confirma Freddy Solórzano: “Después de tanto caminar, tropezar y desistir, la pregunta del millón es para qué sirve Pedro Celestino Gil Flores. Si no sabe la respuesta se la digo: para poeta” (p. 333).
Pedro Gil fue aquel poeta que describió la marginalidad distante de lo críptico y bajo la penumbra provocada por la inclemencia y convulsión de la lágrima.
Gil, el demiurgo ausente
Desde las interioridades del ser, la poesía irrumpe en el mundo exterior con la autenticidad que faculta la construcción de imágenes y tropos, como antítesis de lugares comunes, provocación metafórica que deviene de la palabra sensible.
Pedro Gil fue aquel poeta que describió la marginalidad distante de lo críptico y bajo la penumbra provocada por la inclemencia y convulsión de la lágrima. Vate encendido en la hoguera poética desde la realidad de su entorno y la calamitosa convivencia comunitaria. Creador vital que entendió que la revelación del verso sólo tiene sentido en la medida en que peregrinemos en el fragor y el placer de los actos y en la desnudez de las ideas y los cuerpos. Desentendido de lo convencional, porque su afán fue explorar en la insolencia del verbo sin ambages y en el lenguaje irónico que demanda la irreverencia textual.
Gil transitó abrazado con el lupanar y la oscuridad noctívaga. Con la recurrente búsqueda de amaneceres forasteros, el silencio de viejos cementerios, la obstinada evocación lunática y el sollozo como en “cada hombre con su llanto” de Delirium tremens (s. f.): “(…) mejor vámonos marchitando / al otro barrio / de las posibilidades / porque de los albañales / pueden surgir luces y mariposas. / sorprende mi sinceridad. / arriba murmuran buenas noches. / como todo un adán que soy / me retiro / tarareando suave / suave / suave / hasta perderme en el túnel de la noche” (pp. 85-86).
Pedro escribió alejado de las formalidades estilísticas. Pero sí mantuvo cercanía con lecturas de autores trascendentes como Edgar Allan Poe, Jean Genet, Allen Ginsberg, Charles Baudelaire, Ernest Hemingway, Graham Greene, Charles Bukowski, Octavio Paz, César Vallejo, César Dávila Andrade, Medardo Ángel Silva, Hugo Mayo. Su literatura en esencia contiene los rastros y rostros del hombre, en toda su crudeza. Es una poética visceral que emerge de la turbulenta mirada del sujeto despreciado por su propia sociedad. Y, sumergido en sus inhóspitas aguas hasta la desgracia final. Pedro expulsó sus demonios con la experiencia tras los quebrantos, las madrugadas alcohólicas, las reincidencias y el padecimiento de 17 puñaladas.
Por eso duele su muerte. Hace llaga. Conmociona en la soledad. Pedro Gil, el poeta que no sólo escribió poesía, sino que vivió el trazo lírico en toda su plenitud, ya no está físicamente, pero queda para siempre su obra literaria (que incluye narrativa) y, probablemente, su mito, como ya lo advirtió en Sano juicio (2003): “soy demasiado poeta para morir” (p. 110). ¡Larga savia al bardo de las fealdades!
Referencias y bibliografía
- Bonilla, Aníbal Fernando (2000). Canto nocturno. Libresa/b@ez.oquendo.editores.
- De la Torre, Damián (27 de enero de 2022). “Réquiem por Pedro Gil”. En La Barra Espaciadora.
- Gil, Pedro (1997). Con unas arrugas en la sangre. Universidad Laica Eloy Alfaro.
— (2001). He llevado una vida feliz. Editorial Mar Abierto.
— (2003). Sano juicio. Archivo Histórico del Guayas.
— (s. f.). 17 puñaladas no son nada. Coedición Mar Abierto y Eskeletra.
— (2012). Crónico. Editorial Mar Abierto/Universidad Laica Eloy Alfaro.
— (2014). El príncipe de los canallas. Editorial Mar Abierto-Uleam.
— (2015). Bukowski, te están jodiendo. CCE.
— (2019). Los poetas duros no lloran. Poesía reunida (1988-2019). CCE. - Ovejero, José (2011). Escritores delincuentes. Alfaguara.
- Solórzano, Freddy (2 de agosto de 2022). “Los niños borrachines”. En Los Cronistas.
- Paz, Octavio (2014). La llama doble. Seix Barral. Primera reimpresión.
- Vallejo, Raúl (9 de febrero de 2022). “Pedro Gil (Manta, 1971-2022): un poeta irreverente, furioso contra el mundo”. En Acoso Textual.
- Ciudad de encanto tutelar en la grafía de Jorge Dávila Vázquez
(sobre el poemario Sinfonía de la ciudad amada) - miércoles 13 de septiembre de 2023 - Destello del sol tras su reino
(sobre Donde el sol pierde su reino, de Adolfo Macías Huerta) - sábado 26 de agosto de 2023 - Arte poética - martes 11 de julio de 2023
Notas
- En Casa Palabras, revista de la CCE, N° 5, Quito, septiembre, 2013, p. 39.
- Casa Palabras, revista de la CCE, N° 5, Quito, septiembre, 2013.