
No hay placa que la identifique como la casa de un poeta; nadie recuerda ni quiere recordar su historia. Sólo algunas pocas letras en uno que otro texto la nombran. Alrededor pasan carros y transeúntes que ignoran su pasado. No saben que allí vivió, soñó y escribió la última parte de María, la gran novela romántica latinoamericana, y que su padre la construyó hacia mediados del siglo XIX en los terrenos baldíos que todos conocían como “las mangas de Lloreda”, pues pertenecían a dicha familia. En ella vivió al que bautizaron con el nombre de Jorge Ricardo y de allí partió, a los once años, a estudiar en el colegio San Bartolomé de Bogotá. Lo más seguro es que a ella regresó en 1852 después de varias aventuras en las selvas del Dagua, en las que comenzó a escribir el drama de la adolescente María con Efraín; retornó a concluirla en esta casa paterna, donde ahora estoy detenido, mirándola con la lupa retrospectiva del tiempo.
Todavía sigue aquí en el barrio El Peñón entre frondosos árboles. No es la misma de bahareque que construyó el viejo George Henry Isaacs, ni en la que, a principios del XX, los empresarios Gabriel Posada y Valerio Tobón pusieran a funcionar una fábrica de gaseosas de sidra. Es probable que los cimientos sobrevivan a la bárbara demolición de su construcción primigenia colonial, cambiada en 1938 por una quinta de sólidas paredes de ladrillo, estilo californiano, en medio de árboles y pájaros cantores.
Pasaron los años y Jorge Isaacs no volvió a esta casa. En su tierra de sol lo rechazaron y odiaron las castas conservadoras desde el día que decidió pelear guerras civiles al lado del partido liberal. Endeudado hasta la coronilla, acosado por Santiago Eder, quien adquirió las tierras del Paraíso con su Casa de la Sierra, Jorge se fue de Cali desterrado por los suyos y por algunos foráneos, para ir a morir a Ibagué, suplicando ser enterrado en Antioquia, pues en su tierra natal estaba proscrito por ser sinónimo de traición política y de irreverencia.
Ahora estoy frente a esa historia poblada de injustas y trágicas leyendas. La casa natal ha mutado de muros y de propietarios varias veces, desde febriles y ricos habitantes, con truculentas escenas de réprobos mafiosos, con su zona social convertida en un parqueadero, su interior destruido, tanto que ha estado a punto de ser convertida en centro comercial. Por sus antiguas habitaciones de fantasmas quizás deambule la figura de quien fuera poeta y soldado liberal en guerras civiles; ingeniero y etnógrafo; aventurero y minero, toda una cartografía pasional de este visionario que sintió el triunfo literario, junto a la expulsión de su tierra y el fracaso.
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