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Cinco relatos de Valeria Wald

domingo 31 de mayo de 2020
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Cinco relatos de Valeria Wald
En mi mundito puedo salir a donde quiera cuando quiera.

Papeles de la pandemia, antología digital por los 24 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2020 en su 24º aniversario

La Tana se despertó de mal humor

La Tana se despierta de mal humor. Como todos los días de esta cuarentena. El insomnio le impide dormirse en su horario habitual. Ella, que siempre fue tan esquemática con su rutina diaria. Ahora las horas pasan todas iguales, sin ningún registro, nada que diferencie a una de otra. El cansancio acumulado se le hace carne en el cuerpo y no le permite hacer hasta lo más simple. De vestirse o arreglarse un poco, ni hablar. Con qué necesidad. Y así se va achatando el tiempo y los días pasan, aunque ella ya haya perdido toda noción. Pero las cosas cotidianas hay que hacerlas, aunque sea en cámara lenta, aunque sea sintiendo esa piedra en el alma, que ralentiza todos los movimientos, y hasta lavar los platos se vuelva un desafío imposible de llevar a cabo. Los días pasan, la ropa para lavar se acumula, y no sabe en qué se le va el tiempo; las cosas de su trabajo, que tiene que hacer home office, siguen pendientes. Por eso no se duerme a la noche, piensa en todo lo que debería haber hecho y no hizo. Pero cómo no responder a los mensajes de su madre, angustiada por el virus, con justa razón. O los grupos de whatsapp, cada uno con su necesidad de seguir con una normalidad que ya no existe. Y juntarse a cualquier hora, porque así nos conectamos. Tanto simulacro de conexión, cuando en realidad estamos todos aislados, le deja la cabeza a mil por hora. Después, a la noche, en su cama, no logra desconectar. Y cuando por fin se duerme, luego de dar mil vueltas, la luz del día, que se cuela por entre la persiana, le da justo en los ojos y la despierta. Putea. Mira el reloj, son las diez de la mañana. Putea de nuevo. Y llora. Se quedó dormida según su mínimo intento de organización, según lo que se planificó para ella misma el día anterior. Tiene muchas cosas que hacer, como todos los días de esta cuarentena. Recién se despierta y no se puede levantar. Otra vez ese pozo negro que la lleva bien profundo y le oprime el pecho. Trata de salir, de levantarse, y no puede, la sensación de agobio es más fuerte. Y llora. Llora hasta que ya no tiene más lágrimas. Hasta que las lágrimas se llevan toda la angustia acumulada. Decide que el mundo puede seguir sin ella y se vuelve a dormir. Y por fin descansa, hasta la próxima crisis. La cuarentena es larga.

 

Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas

Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas. Llegó tarde al trabajo y con el pantalón del piyama abajo del pantalón. Se dio cuenta a la noche, cuando se cambió la ropa y lo vio, como una burla, su pantalón ridículo con elefantitos, regalo de su ex novia. Ni siquiera las veces que fue al baño se dio cuenta de que tenía puestos los dos pantalones. Mucho estrés, pensó. Ya va a pasar, y se acostó a dormir.

Lo que no supo en ese momento es que esa iba a ser una de las tantas situaciones de ese año en que iba a sentir que algo en el aire no estaba bien. No sabía explicar qué era, pero lo pudo sentir. No todavía, pero sí a medida que fue transcurriendo el 2019 y la vida lo fue poniendo a prueba.

Si intentaba sentarse se caía para el costado. El miedo le atenazó la garganta. ¿Siempre se iba a sentir así?

Unos meses después, también se levantó a las corridas, como ya era costumbre, pero esta vez, al salir de la cama, se torció el pie derecho. Nada terrible, una pequeña torcedura. Días después, se volvió a torcer el mismo pie, al pisar mal el cordón de la vereda. Esta vez le dolió un poco más. La escalada de torceduras de tobillo se hizo más y más frecuente. Una vez hasta se cayó en la calle. Algo se está descontrolando, pensó.

Consultó al traumatólogo, que, resonancia mediante, le dijo que era la secuela de un esguince mal curado, que tenía que hacer diez sesiones de kinesiología. Y lo peor, que no podía correr hasta que se le curara. Justo lo que más le gustaba al Rulo, correr. E ir al gimnasio. Pero si corriendo jamás se me torció el pie, pensó Rulo. Siempre corrí y jamás me lastimé. Pero hizo caso. Las sesiones se alargaban porque iba un día sí, y al otro no; nunca faltaba alguna cosa que se superponía con el horario y el día de su tratamiento.

Unos días después, también se levantó a las corridas. No se sentía bien. Llamó al trabajo y avisó que iba a hacer home office. Se preparó unos mates y se puso a trabajar en la computadora. Trabajaba y cada tanto se distraía con las redes sociales y las noticias. En medio de un video de la represión en Chile, empezó a sentir que todo le daba vueltas. Tuvo miedo de desmayarse, nunca le había pasado. Apoyó la cabeza en el escritorio y esperó unos minutos. Cuando la levantó tuvo la misma sensación. Se tiró en el piso, si se desmayaba por lo menos no se iba a golpear. Todo giraba y giraba. Vomitaba y se iba corriendo de lugar. Me van a encontrar muerto en medio del vómito, pensó, qué triste. Intentó llegar a su cama, se acostó. La cama le parecía enorme. Si intentaba sentarse se caía para el costado. El miedo le atenazó la garganta. ¿Siempre se iba a sentir así? ¿Ese horrible desequilibrio, ese girar y girar, no se le iba a ir nunca? ¿Alguna vez recuperaría su sensación de normalidad?

La novia de Rulo volvió del trabajo, vio el vómito en el living y se asustó. Se dio cuenta de que algo no andaba bien. Lo llamó, pero no recibió respuesta. Agotado, Rulo se había quedado dormido. Se despertó, pensando que todo había sido un mal sueño, pero el mareo seguía ahí. Por suerte, su pareja también estaba ahí.

Una ambulancia lo llevó al hospital. Nunca viajé en una ambulancia, pensó Rulo, mientras el techo giraba y giraba, el conductor manejaba sin tener en cuenta su sensibilidad a los movimientos.

Llegaron. No había habitaciones, lo pusieron en un cubículo. La enfermera se enojaba cada vez que no encontraba la vena, lo volvía a pinchar. ¿Ella se enojaba? Rulo la quería matar. El brazo parecía un colador de los pinchazos. Rulo pensó que una vez que la enfermera terminara de pincharlo se iba a sentir mejor, no sabía lo que era tener el suero puesto. Una tortura. Resonancia número dos. Tomografía. Nada. Rulo no tenía nada. Su mareo para la medicina no era nada. Algo no andaba bien, definitivamente.

Al día siguiente, un grupo de neurólogos lo revisaron. Le hicieron hacer un montón de ejercicios que no pudo, como pan y queso, o seguir el movimiento de los dedos del doctor. El diagnóstico: inflamación de un nervio en el oído. La solución: corticoides y tratamiento largo. El tratamiento del esguince quedó suspendido hasta nuevo aviso. Que no lo dejaran correr era lo que menos le importaba, ni falta que hacía, a duras penas podía caminar sin irse para los costados.

De a poco y con mucho miedo, empezó a recuperar su vida, sus sensaciones, su equilibrio.

Volvió a correr, a su vida de siempre. El tobillo parecía haberse curado también, pocas ganas tenía de volver a kinesiología. Por fin todo quedaría en el pasado como un mal recuerdo.

Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas. Decidió que igual se iba a bañar antes de salir. Total, llegaba tarde de todas formas. Se resbaló en el baño, y se cayó. Llamó a su pareja, que ya había tomado como costumbre socorrer a Rulo y sus circunstancias.

Resonancia número tres. Fractura de hombro. A los corticoides se le sumaron los analgésicos. Vuelta a kinesiología. Tratamiento larguísimo. El hombro es complicado, parece.

Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas. Camino al trabajo se dio cuenta de que el año ya estaba terminando. ¡Por fin!, pensó, ¡quiero que se termine este año de mierda y empiece el 2020 de una buena vez!

¡Pobre Rulo! ¡No sabía lo que se venía!

 

Me bañaron en alcohol en gel. Tuve que llenar una declaración jurada de que no tengo síntomas de coronavirus ni estuve en otro país.

Domingo de pandemia

Se levanta todas las mañanas con dolor de cuello. Y el dolor de cuello continúa durante todo el día. Ve cómo sus productos Just adelgazan en forma directamente proporcional a lo que ella engorda. Como si se los estuviera comiendo, en lugar de aplicarlos. Árnica, garra del diablo frankincienso. Con ese nombre y el precio que pagó por el producto debería quedar liviana como un bebé, si es que los bebés se sienten livianos. Claro, cuando son bebés no nos pueden contar, y cuando nos pueden contar, ya se olvidaron cómo se sentían antes. Ya nos olvidamos. Cómo nos sentíamos antes. Empieza a masajear el cuello y pasa a los hombros. Se detiene para no ensuciar el corpiño y se acuerda de que ya no usa corpiño. Sigue con la crema hasta los hombros. Calma bastante. En ese mismo momento, recibe un mail con un tutorial para calmar los dolores de cuello. No la sorprende ni le da ese miedo de las otras veces que le pasó lo mismo. Ya no se asusta como la primera vez. Ya lo sabe. Google está en todas, siempre. Nuestro Gran Hermano. Gracias, Google. Va a ver el video en algún momento del día.

 

Diario de cuarentena

Querido diario:

Estoy haciendo un taller de escritura online, para pasar la cuarentena. Tenemos que escribir un diario íntimo. Así que escribo dentro de mi diario íntimo.

Estoy en mi casa, acuarentenada. En mi escritorio de trabajo, frente a la computadora.

El flaco no se calla, pero escribo igual. Increíblemente estoy muy concentrada e inspirada. Escribo y escribo, sin parar. Me da mucho bajón la situación, sobre todo por la incertidumbre.

Se siente el ruido del agua que toma. Y los clics del mouse. Me hace acordar a mí cuando doy clases por skype.

Hoy fui a kinesiología por mi hombro. Había muy poca gente. Me bañaron en alcohol en gel. Tuve que llenar una declaración jurada de que no tengo síntomas de coronavirus ni estuve en otro país. No tengo síntomas (al menos por ahora) y no sé si lamentar o agradecer que tampoco estuve en otro país.

En diciembre estuve en Gesell, antes de lo de Fernando. Me resbalé en el baño, el primer día. Qué boluda. Todo el año esperando las vacaciones y el primer día me caigo de una forma tan estúpida. El hombro me quedó muy dolorido y me costaba mucho levantar el brazo. No quise ir a una guardia ni hacerme placas. No tenemos auto y el hospital en Gesell es lejos y siempre está lleno de gente. Supuse que si me lo había quebrado me iba a dar cuenta. Me dolía un montón, pero como no se me hinchó ni nada, pensé que me dolía por el golpe nomás. Ya se me va a pasar, pensé…

No se me pasó, y en enero fui al traumatólogo: seguro es una tendinitis del manguito rotador, dijo, y me mandó a hacer una resonancia; ahí vi que sí me había quebrado, que se soldó solo, y bien. Por suerte. Y que por suerte no me enteré y pude disfrutar las vacaciones sin saber que me había fracturado. Mi primer fractura en la vida y ni me enteré. Eso sí, la rehabilitación es interminable. No sé si voy a poder seguir yendo a kinesiología si declaran cuarentena.

Mi escritorio es un desastre, grande y lleno de cosas. Podría aprovechar la cuarentena para ordenar, aunque dudo que eso ocurra. Siempre tengo otras cosas que hacer. Incluso pensé que iba a poder descansar y al final trabajo mucho más que si fuera a dar clases en persona.

Fede habla por teléfono. Está arriba y lo escucho. Le dieron una computadora y se queda en casa. Los cuatro nos quedamos en casa.

El flaco habla de hacer cosas lindas en esta cuarentena, y algo sobre la solidaridad. Me emociono. Estoy muy sensible, debo reconocer.

 

Me fracturé el hombro y la cuarentena me agarró en medio de la rehabilitación.

Mi mundito

No sé sobre qué escribir. Así que pongo a prestar atención a los objetos de mi casa. Busco algo que me transmita alguna sensación. Y de repente me acuerdo. En mi escritorio tengo un globo terráqueo. Chiquito. Un mundito, que compró mi marido. Él es fanático de los globos terráqueos. Quería uno más grande, pero son carísimos y ocupan mucho lugar. Así que hizo un acuerdo entre su deseo y su realidad. Gracias a eso tenemos a minimundo en el escritorio. A mí, los globos terráqueos no me dicen nada, pero veo que a mucha gente le fascinan. Al nuestro en especial siempre lo tomé como parte del decorado, pero esta vez decido prestarle más atención. Lo busco en medio del caos y, en un rincón del escritorio, perdido, lo veo. Puedo viajar a donde quiera con sólo ponerle un dedo encima. ¿A dónde quiero ir hoy? Lo agarro, está sucio, lleno de polvo. Pienso hace cuánto que no lo limpiamos. Cierro los ojos, y la mugre del globo se siente mucho más intensa. Con los ojos cerrados, apoyo el índice de la otra mano a ver a dónde me lleva. Aparezco en el medio del Océano Pacífico. Por suerte sé nadar, así que empiezo a hacerlo. Así no me ahogo. ¿A la derecha o a la izquierda? A la izquierda, obvio. El agua está fría, pero me gusta. Amo el mar, aunque sea peligroso. Me acuerdo de Alfonsina Storni y su poesía. Siempre la relaciono con el mar. El mar es todo lo que está bien. Igual no me gustaría morir ahogada, definitivamente. Sí escribir poesía, aunque no se me da mucho. Nado hacia la izquierda y llego a China. Por suerte el coronavirus ahí ya está controlado. Voy a ver cómo se vive después de la pandemia. Por lo menos, cómo viven en China después de la pandemia. Es grande China, y azul. En mi globo terráqueo, digo. Me pongo a leer sobre China después del coronavirus y veo una foto de personas que andan en bicicleta y usan barbijo. Cuando pueda volver a salir, voy a retomar la bici, entre otras cosas. Me pregunto cómo va a ser acá cuando podamos salir de nuestra casa. Pienso que va a ser un caos. Todos desesperados por ponernos al día con todo lo que tenemos pendiente. Me imagino las personas que tuvieron que interrumpir tratamientos importantes, pero no tan importantes como para tener que salir de casa igual en medio de una pandemia. Yo soy una de esas personas. Me fracturé el hombro y la cuarentena me agarró en medio de la rehabilitación. De todas maneras, si puedo voy a esperar, no voy a retomar enseguida, porque va a ser un caos. Y ya bastante caos tengo ahora, me cuesta mucho adaptarme a esta situación. Por suerte tengo a mi mundito. Ya nadé en el Océano Pacífico y conocí China. En mi mundito el hombro ya se me curó. En mi mundito puedo salir a donde quiera cuando quiera. Y viajar. Veremos a dónde viajo mañana.

Valeria Wald
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