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“El género negro revisita, observa y describe siempre la parte más oscura de una sociedad”
Un diálogo con Mempo Giardinelli

domingo 23 de agosto de 2015
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Mempo Giardinelli, durante su visita a James Madison University, con Tomás Regalado López.
Mempo Giardinelli, durante su visita a James Madison University, con Tomás Regalado López.

A Mempo Giardinelli (Chaco, Resistencia, 1947) se le considera uno de los referentes en el policial latinoamericano: sus novelas Luna caliente (1984), Qué solos se quedan los muertos (1985), El décimo infierno (1997) o Cuestiones interiores (2003) forman parte del canon en el subcontinente, mientras su ensayo El género negro (1984 y sucesivas ediciones, la última, revisada y actualizada en el 2013), se ha establecido como uno de los libros de consulta centrales en el estudio de una variante literaria de enorme repercusión popular, que comienza a ocupar un espacio significativo en los estudios académicos. A partir de la amistad con el escritor argentino Osvaldo Soriano y de la influencia de maestros estadounidenses como Dashiel Hammett, Raymond Chandler o Ross Macdonald, Mempo Giardinelli ha escrito novelas negras cuyos personajes sufren de forma determinista las circunstancias de su ambiente sociopolítico, donde la vida cotidiana se reduce a una lucha entre instintos de supervivencia y en las que la ficción constituye el perfecto instrumento para desarticular sistemas totalitarios.

La literatura, para mí, es la creación de mundos imaginarios construídos mediante la palabra, trabajada poéticamente para constituir textos significantes y estéticamente bellos.

Su obra se completa con incursiones en la poesía y la literatura infantil, ensayos literarios (Así se escribe un cuento), artículos de opinión política (Cartas a Cristina) o histórica (El país y sus intelectuales), colecciones de cuentos como Vidas ejemplares (1982), Estación Coghlan (2006) o 9 historias de amor (2009) y novelas donde la técnica policiaca resulta tangencial como La revolución en bicicleta (1980), ¿Por qué prohibieron el circo? (1983) e Imposible equilibrio (1995); el bildungsroman El cielo con las manos (1981), la saga autobiográfica Santo oficio de la memoria (1991) o la narración de los avatares de una extraña familia titulada Visitas después de hora (2004). Exiliado durante la dictadura de su país —vivió en México, donde entabló una relación de amistad con Juan Rulfo— el novelista se ha significado por su fuerte compromiso con la educación y la lectura, del que dan fe la donación en 1999 de diez mil libros de su biblioteca personal, la escritura de su volumen Volver a leer. Propuestas para ser un país de lectores (2004), la fundación que lleva su nombre o la organización anual, en su Chaco natal, del Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura.

La crítica se ha encargado de reconocer unánimemente su espacio en la narrativa policial latinoamericana contemporánea: Jorge Ruffinelli, por ejemplo, habló de “una obra interesante y valiosa bajo parámetros realistas pero con un realismo puesto al día, modernizado, que emplea frecuentes astucias del relato, una andadura narrativa ágil y un lenguaje vivo que se nutre de los mismos estratos populares que le dan temas y personajes y a los que vuelve enriqueciéndolos de un saber literario”. Y, según Ricardo Gutiérrez Mouat, “en los grandes novelistas policiales Giardinelli ha aprendido un oficio narrativo: una actitud entre amarga y humorística del narrador o protagonista, un ritmo específico, una economía estilística. Por otro lado, el género policial no es tan limitado como se podría pensar y da lugar a varias exploraciones de sus posibilidades, máxime cuando se la traslada de su contexto latinoamericano en que se mueve Giardinelli”. La reciente adaptación cinematográfica de sus novelas Luna caliente y El décimo infierno, el estado actual del policial latinoamericano, los libros en el género que marcaron su vocación, la influencia de escritores argentinos como Borges, Soriano y Piglia, o su experiencia en el exilio son algunos de los temas de la entrevista con Mempo Giardinelli que se reproduce a continuación, reflejo de los diálogos mantenidos con el escritor durante la visita que llevó a cabo el lunes, veinte de febrero de 2012, a la James Madison University en Virginia, Estados Unidos.1

 

TR: Mempo, muchas gracias por compartir este diálogo literario sobre narrativa argentina e hispanoamericana, con tu propia obra y el género negro como ejes centrales del análisis. No se puede negar tu compromiso con la lectura, la educación y la cultura; en una entrevista llegaste a afirmar que “somos lo que hemos leído”: ¿qué significa entonces, para ti, la literatura?

MG: La literatura, para mí, es la creación de mundos imaginarios construídos mediante la palabra, trabajada poéticamente para constituir textos significantes y estéticamente bellos. Para lograrlo, si acaso se logra y lo cual es un milagro cada vez, hace falta leer muchísimo, y me refiero a lectura intensiva y de calidad. De ahí que el que no lee no puede escribir nada significativo. Por eso digo que somos lo que hemos leído, de igual modo que somos lo que no hemos leído. Y si aplicamos este principio a colectivos sociales, bueno, ahí tenemos la cultura de los pueblos. Lo que yo he hecho fue simplemente tratar de ser congruente con todo esto en la sociedad en que vivo.

TR: Siempre has sido un intelectual en el más amplio sentido de la palabra: una figura pública comprometida con la lectura, con la educación, con tu Chaco, con tu Argentina, con la niñez… Como parte de este cuestionamiento crítico algunas de tus novelas —La revolución en bicicleta, Luna caliente o El décimo infierno — diseccionan sistemas sociopolíticos totalitarios: ¿qué lugar ocupa tu trabajo de ficción en este ejercicio de crítica, análisis y cuestionamiento?

MG: La verdad es que yo jamás me propuse que mis novelas cuestionaran nada. Mis novelas son novelas, o sea ficciones, mentiras literarias que a lo sumo buscan conmover, interesar, producir placer o inquietud, en fin… Y si de alguna manera hay una perspectiva crítica en esos textos que mencionas, yo diría que se debe sencillamente a que no hay texto en la literatura universal que no la tenga. La crítica social y política, el análisis y el cuestionamiento están en Dante, en Shakespeare, en Rabelais, en Cervantes, en Goethe y de ahí para acá en miles de autores y autoras de todas las lenguas y culturas, y sin embargo no estoy seguro de que ellos se hayan propuesto hacerlo. O quizás alguno lo hizo, pero eso no fue lo determinante. Eran poetas, no ideólogos, y los leemos como tales. Pero claro, sucede que la gran literatura cuestiona por naturaleza, problematiza aunque no lo quiera, y por eso la literatura que no cuestiona es anodina e intrascendente. Ahora bien, también es cierto e innegable que los sistemas totalitarios han sido parte constitutiva del quehacer de muchos latinoamericanos como yo, al menos de mi generación. Y eso ha influido, indudablemente, pero insisto: lo que importa es la literatura, no el cuestionamiento que también pueda haber en nuestros textos.

TR: ¿Y tu trabajo en la ficción policial? ¿Puede ser la novela negra un instrumento eficaz de análisis, crítica y cuestionamiento de sistemas sociales, políticos e ideológicos?

MG: Sí, sin dudas. El género negro es muy eficaz para ello porque, precisamente, revisita, observa y describe siempre la parte más oscura de una sociedad. Es como espiar la cara oculta de un espejo, ¿verdad? Entonces, las tramas resultan naturalmente heterodoxas, cuestionadoras sin proponérselo, por mera descripción y avance del mecanismo de intriga. La narración policiaca ineludiblemente indaga en las miserias humanas, en la ambición desmedida, en los efectos devastadores del dinero, en la corrupción, en las peores conductas de las policías y en los nexos del crimen con la política y el poder. Es decir, la vida misma en este mundo.

TR: Dice Ramiro Bernárdez, el protagonista de Luna caliente: “Primero fue De Quincey, se dijo, y luego Dostoievski, los que señalaron que los humanos, en alarde de cinismo o de ociosidad, gozamos con el crimen. En algún lugar nuestro disfrutamos, admirativos, el horror de un asesinato. Podemos condenarlo, después, y seremos jueces implacables, pero en un primer momento el crimen nos deslumbra, nos impacta hasta la admiración”… ¿Compartes la opinión de tu personaje? ¿Es una fascinación por el crimen meramente lúdica —como en la tradicional novela de detectives, donde el crimen no es más que un pretexto— o se trata, por el contrario, de una herencia ancestral, bíblica, mítica?

MG: Ante todo, quisiera establecer que los personajes no necesariamente representan a los autores; no son ni tienen por qué ser alter egos de quien escribe. Al menos mis personajes, no siempre me representan a mí; tienen vidas propias. Yo no pienso ni siento lo que piensan y sienten ellos; o a veces sí y a veces no. Por lo tanto, Ramiro es Ramiro y allá él con lo que piensa, dice y hace… Ahora bien, sí es verdad que hay una cierta fascinación por el crimen en nuestras sociedades, y a eso lo observamos claramente al menos desde que hay periodismo, ¿no? Desde hace un siglo tenemos la prueba evidente que son el cine y la televisión como fenómenos masivos propagandistas de delitos y disvalores. Y no lo digo desde una perspectiva moralista, quede claro. Simplemente me parece una evidencia. Nada tiene más alcance ni provoca más interés que el crimen en cualquiera de sus formas. Es posible que sea todo herencia de cuando Caín mató a su hermano, quién sabe… Pero que esa fascinación existe y es tan cierta como ominosa, me parece obvio.

TR: A propósito de ello, dices en El género negro que los crímenes se cometen únicamente por poder y por dinero: ¿es el crimen, entonces, un elemento inherente a la historia de la humanidad?

MG: Obviamente sí, y sus correlatos contemporáneos son harto evidentes. Las guerras en Irak y Afganistán son la prueba más reciente, como lo fueron todas las guerras de la historia de la humanidad, y como lo es cualquier guerra petrolera, cualquier atentado ambiental de la minería a cielo abierto, cualquier ataque financiero desde centros off-shore, cualquier sistema de corrupción político, bancario, sindical, empresarial y etc, etc, etc… Cada crimen personal o familiar, cada delito menudo, cada acto ilegal tiene, necesariamente, una relación profunda con la sociedad en que se produce. No hay crimen genético, lombrosiano. El crimen es siempre una (mala) conducta social, un reprobable producto de la vida colectiva.

TR: Sí, existe en tus novelas un mundo subterráneo instintivo que aflora a la superficie, un mundo salvaje que la civilización no puede controlar, un mundo de oscuridad que termina siempre imponiéndose a la luz. En tu obra pruebas cómo cualquier ser humano, dadas determinadas circunstancias, puede llegar a convertirse en un asesino; le sucede a Ramiro Bernárdez, protagonista de Luna caliente; a la pareja que protagoniza una espiral de violencia en El décimo infierno; a Juan, el protagonista de Cuestiones interiores o a Pepe Giustozzi, quien culmina su narración en Qué solos se quedan los muertos con una terrible disquisición sobre la naturaleza humana: “… todos jugando al niño cruel, al inocente pecaminoso, todos poniendo caras de cínicos terribles, de malos legítimos, de hijos de puta inconcebibles como en los cuadros de la Edad Media en los que los monjes y santos, santas y madonnas, ángeles y demonios, inquisidores y condes, reyes y señores, todos tienen las caras cargadas de cinismo, de crueldad, de malevolencia…”. ¿Es inherente la maldad al ser humano? ¿Es el hombre, como pensaba Hobbes, un lobo para el hombre?

MG: Yo tengo escrito por ahí que no sólo el hombre es el lobo del hombre, sino que lo que espanta es que nunca el hombre fue tan lobo del hombre como en el siglo XX y lo que va de este… Es una vieja y ardua cuestión teológica determinar si el bien es posible sin el mal, y viceversa. No me meto con eso, pero sí advierto que hay como un empecinamiento literario por discurrir alrededor del mal, acaso producto de cierta natural posibilidad dramática que el mal conlleva. Borges pensaba que la dicha no era un material noble para la literatura y que por eso casi toda ella trata de la desdicha, el abandono, el dolor y el mal.

TR: Me comentaste que te hallas preparando una edición corregida de El género negro: ¿podrías rememorar la escritura de este libro de 1984, recuento de artículos periodísticos? ¿Qué opinas de la repercusión universal que ha alcanzado el volumen, casi tres décadas después de su primera publicación?

MG: Terminé esta revisión hace poco y la sigo revisando, y la nueva edición de este libro está prevista para 2013. Creo que le vino muy bien el trabajo de limpieza y ajuste, digamos, porque hacía más de veinte años que no lo actualizaba. En las sucesivas ediciones hasta ahora El género negro fue desactualizándose, porque su origen eran artículos que escribí hace tres décadas para el diario mexicano Excélsior y algunas revistas de la época. Y en una corriente literaria tan activa y prolífica como el género negro, es imperativo mantenerse al día y la verdad es que no era mi caso, porque yo me cansé de pensar el género y preferí simplemente escribir lo que tenía ganas. Esa saturación la sentí superada apenas ahora, hace poco, cuando empecé a reinteresarme por el género y por el destino de mi libro. Por eso ahora pienso que valió la pena la revisión: el libro está mucho mejor.

TR: En El género negro citas a los maestros del hard-boiled estadounidense: Dashiel Hammett, Raymond Chandler, Ross Macdonald, Cain, McCoy… ¿Qué escritores anglosajones te han influido más en la escritura de novela negra? ¿A qué edad comenzaste a leerlos?

MG: Empecé a aficionarme a la novela negra apenas pasados mis veinte años, y por influencia de Osvaldo Soriano. Durante 1969 y 1970 trabajamos juntos en un semanario en Buenos Aires, y como los dos éramos provincianos nos hicimos muy amigos. Y él, que era mayor que yo, ejerció una saludable influencia literaria sobre mí. Claro que la influencia básica y fundamental que impone este género es siempre la de Hammett y Chandler, en tanto padres de esta narrativa. Todos venimos de ellos, con pizcas de Frank Gruber y, según yo, con aires de la literatura del siglo diecinueve en el oeste norteamericano: Brett Harte, Zane Grey, y desde luego O. Henry que es uno de los más grandes cuentistas de toda la historia de ese país. Pero luego las lecturas nos van marcando, significan descubrimientos, hallazgos y señalamientos de caminos que inevitablemente todos y todas acabamos por ensayar. En mi caso creo que los más fuertes han sido James Cain, Jim Thompson, David Goodis y en cierto sentido también Chester Himes. También Horace McCoy, desde luego, y Charles Williams, cuyo manejo del cinismo siempre me pareció ejemplar. Y no puedo soslayar a Ross Macdonald e incluso al otro MacDonald, John. Y desde luego Gil Brewer y tantos más hasta Donald Westlake… Y dejo para mencionar al final, aunque no es menos importante, al genial James Hadley Chase, un narrador originalísimo, variado y siempre sorprendente.

TR: Mucha gente considera a Jorge Luis Borges como padre del policial latinoamericano: fue director de la colección “El séptimo círculo”, escribió “La muerte y la brújula”, “El muerto”, “El jardín de senderos que se bifurcan” o Seis problemas para don Isidro Parodi junto a Bioy Casares… ¿Cuál es tu opinión al respecto?

MG: A mí me parece excesivo atribuir semejante paternidad a Borges. Que es una especie de padre celestial en muchos otros aspectos, sin dudas, y para mí es el más grande escritor que dio la lengua castellana en el siglo XX. Pero no creo que le quepa precisamente esta paternidad; antes de Borges ya se escribían policiales en Latinoamérica. En todo caso el mérito que le cabe a don Jorge Luis fue darle estatus literario al policial, legitimarlo para el gran público e incluso desafiar a algunos académicos remisos. Me parece que Borges fue importante en ese punto: en comprender el efecto de lectura puente que el policial tendría para miles de lectores.

TR: Cito de Borges, en “Leyes de la narración policial”: “Creo, al contrario, que la organización y la aclaración, siquiera mediocres, de un algebraico asesinato o de un doble robo, comportan más trabajo intelectual que la casera elaboración de sonetos perfectos o de molestos diálogos entre desocupados de nombre griego o de poesías en forma de Carlos Marx o de ensayos siniestros sobre el centenario de Goethe, el problema de la mujer, Góngora precursor, la étnica sexual, Oriente y Occidente, el alma del tango, la deshumanización del arte, y otras inclinaciones de la ignominia”… ¿Merece la narrativa policial el espacio literario que le otorga Borges en esta cita?

MG: Yo diría que sí, ¿por qué no? La obra policial borgeana, que no es tan vasta, es claramente de una línea investigativa clásica y representa una propuesta que trabaja más el ingenio y el desafío intelectual que la descripción de lo que llamamos realidad. Es una elección como cualquier otra, y en su caso establecer esas leyes me parece que apuntaba precisamente a legitimar un género que, por su creciente popularidad, era desdeñado en aquellos tiempos por las burguesías lectoras. En ese sentido el aporte borgeano fue importantísimo.

TR: Formas parte, de hecho, de un conjunto de escritores argentinos que han dignificado el género policial, quizá en tu país mucho antes que en otros países de habla hispana, como demuestra la obra del propio Borges, de Bioy Casares, de Osvaldo Soriano o de Ricardo Piglia: ¿por qué el género negro es visto como un género menor, como lo considera aún un amplio sector de la crítica y de la academia?­

MG: Mi libro El género negro se inicia precisamente discutiendo este tópico: la inexplicable fascinación que la literatura policial, de misterio o de crimen ejerce sobre millones de personas, a pesar de lo cual esta literatura todavía es considerada “menor”. Como si lo policiaco estuviese condenado, más allá de la masividad de sus cultores, a ser un “subgénero”, una especie de hijo ilegítimo de la literatura “seria”. Pero menosprecio que no ha impedido que de todos modos se haya impuesto universalmente como lectura predilecta de millones de personas. Bueno, la novela negra impregna hoy en día la vida cotidiana; tiene las mejores posibilidades de reseñar los conflictos político-sociales de nuestro tiempo; penetra en millones de hogares del mundo entero a través del cine y la televisión (y es irrelevante en este punto si muchas veces son historias de dudosa calidad); y es notable cómo ha influenciado a casi todos los grandes escritores modernos, de todas las lenguas y de cualquier género. Incluso, es muy probable que la narrativa policial sea hoy el género que más libros vende en los cinco continentes. Y aunque la masividad nunca es vara para medir calidad literaria, desde luego, también es cierto que en la literatura policial contemporánea, en sus mejores expresiones, es posible encontrar tanta calidad textual como en cualquier otro género.

TR: De hecho, la novela de misterio, de enigma, policial o negra comienza a ser tratada con enorme interés en la academia…

MG: Sí, pero sin continuidad y con muy poca originalidad. Se repiten conceptos, lugares comunes, se hace mucho copy-paste y se encuentra poca audacia intelectual. Quizás falten textos renovadores, no lo sé, pero a mí por momentos me da la impresión de que estamos ante un género al borde del agotamiento. Se inventan detectives y argumentos cada vez más disparatados, exóticos o extravagantes, y gran parte de la crítica se dedica a subrayar y aplaudir esas obviedades. Y los temas y las tramas, y por ende los recursos, también se reiteran. Por eso la vida siempre va adelante de esta literatura. A nadie se le había ocurrido una novela de un tipo en Austria que violaba a sus hijas, las tenía presas en un sótano por más de veinte años y las preñaba como un animal. Y ni se diga la novela del muchacho de una universidad como Virginia Tech que durante toda una larga noche prepara el armamento para balear a su college en una mañana de locura en la que asesina a treinta chicos… ¿Quién fue capaz de imaginar la cabeza, la infancia, la decisión abstrusa de aquel hijo de puta o de este asesino serial? No sé, son preguntas que me hago… Y la academia no responde porque me parece que ni siquiera se lo plantea. No quiero ofender a nadie, Tomás, pero a veces siento que hay demasiadas reglas de edición que cumplir y muy poca osadía intelectual.

TR: Has afirmado en una entrevista que el género negro “dio grandes autores, pero está casi agotado”… ¿Mantienes, entonces, este punto de vista?

MG: Bueno… No sé si corresponde hoy decir “agotado”, que suena muy duro, y creo que lo es, y yo no quisiera molestar a ningún colega. Ya me ha pasado, de hecho, que me recriminaran este punto de vista. De manera que mejor no hablemos de agotamiento, muy bien, pero entonces al menos reconozcamos cierta tendencia repetitiva, ¿verdad? Y digamos también que es muy complejo medir efectos cuando los efectos se están haciendo sentir minuto a minuto. Y uno, la verdad, no puede leerlos a todos a la vez. Entonces lo que sí podríamos decir es que estamos en presencia de un género que está vivo, que busca denodadamente renovarse aunque no siempre lo consigue, y que es perfectamente representativo de cierto estilo maligno que tiene la vida en estos tiempos, ¿no? Por lo tanto yo insisto en que no quiero ser el encargado de terminar nada, Dios me libre de ello, pero lo que siento y digo es que leo muy poco texto sorprendente. Hay mucho libro bien escrito, hay mucho ingenio, hay textos entrañables, qué duda cabe. Pero el género negro no deja de ser un déjà vu. Y lo digo, ay, con cuidado y temor… Pero es que no veo una decisiva renovación, hombre… Y tampoco sé cómo podría lograrse, desde ya. Ha de ser por eso que yo ya no escribo novelas policiales. Lo último que escribí fue Cuestiones interiores, en 2003, y todavía hoy no estoy seguro de si ese texto da exactamente el tono del género…

TR: Has citado alguna vez a Osvaldo Soriano como el gran maestro del policial argentino: ¿por qué? ¿Qué otros autores hispanohablantes pertenecientes al género te han influido más?

MG: Osvaldo fue mi maestro, de hecho, porque yo me inicié en este género gracias a él. Como dije, éramos amigos y trabajábamos juntos en la redacción de la revista Semana Gráfica, y muchas noches íbamos a cenar, o al cine, o a recorrer las librerías de la calle Corrientes y terminábamos bebiendo cafés y ginebras en el Café La Paz, o en el Bar Ramos, y allí leíamos, discutíamos y muchas veces compartíamos textos, dudas y argumentos… Gracias a él llegué a Ross Macdonald y a Hadley Chase, que a él le encantaban. Me acuerdo de cuando leyó Costa bárbara en la edición de “El séptimo círculo”: estaba tan excitado que me leía párrafos enteros en voz alta. Es claro que además de esa influencia hubo otras, pero ninguna fue tan determinante… En cuanto a la influencia de otros autores de mi cultura, sin dudas Rodolfo J. Walsh y Ricardo Piglia.

TR: ¿Qué tres libros del género recomendarías al lector neófito?

MG: Es difícil, casi imposible, limitarse a tres. Porque cualquiera de Chandler merece estar en el podio, aunque El largo adiós es como la Biblia, ¿no? Y sin dudas también Cosecha roja de Hammett, que es un texto fundacional, aunque a mí me gusta también mucho La llave de cristal. Como me fascina la impresionante Un gato del pantano, de David Goodis. Y no se puede soslayar a James Cain con por lo menos El cartero llama dos veces y Pacto de sangre. Y 1.280 almas y King’s Blood de Jim Thompson, y ya la lista excede el número propuesto… Y aun agregaría las obras de Walsh, verdadero creador del género que hoy se conoce como non-fiction novel y que se atribuye a Truman Capote por su extraordinario A sangre fría, que es de 1966. Rodolfo escribió unos años antes un libro precursor: Operación Masacre (1957). A los que siguieron ¿Quién mató a Rosendo? (1969) y El caso Satanowsky (1973).

TR: Dices en “La literatura policial en el norte y en el sur” que “la literatura negra ha tenido algo de revolucionaria para las letras latinoamericanas del post-boom”: ¿qué valor tuvo el subgénero negro entre los escritores de los setenta y ochenta? ¿Fue una eficaz forma de diseccionar las dictaduras militares que asolaron, en esos años, los países de América Latina?

MG: En los tiempos de oscuridad y represión en nuestra América, el género negro fue sin dudas un refugio de escritores. Conscientes o no, y más o menos elusivos de censuras y persecuciones, muchos autores escribían novelas policiacas convencidos de que dictadores y represores también las consideraban un género menor. Por ignorancia, sin dudas, y porque eran tan populares como las revistas deportivas, los censores no ponían el ojo en estas novelitas. Y entonces no se las perseguía como género, y se las toleraba salvo denuncias concretas y específicas. Fue en ese sentido que hice aquella afirmación. Pero aclaremos que eso no significó que el género negro practicara “disecciones”, en el sentido de análisis crítico, porque eso no podía hacerlo nadie sin riesgo para su vida.

TR: Hoy, sin embargo, se dan otras circunstancias en los países de Latinoamérica: narcotráfico, crimen político, guerrillas… ¿Cómo ves el género negro hoy en los países de la región? ¿Se hace, quizá, más necesario que nunca?

MG: Es difícil responder a esto, porque el género negro latinoamericano es todavía una literatura que está en proceso de gestación. Y esas que tú llamas circunstancias, y yo llamo tópicos, son hoy en día manifestaciones parciales de la complejísima y diversa realidad de las democracias latinoamericanas actuales. Que para mí son un muestrario perfecto de la vida moderna, sincera y abierta, contradictoria y adolorida, pero a la vez esperanzada porque construye democracia y ciudadanía todos los días, todo el año y todos los años… Porque veamos: sí es verdad que hay narcotráfico y crimen político, como queda todavía alguna guerrilla en América Latina, pero son manifestaciones de sectores, muchos de ellos marginales, y no son la realidad cotidiana de 500 millones de habitantes… Y esto quiero subrayarlo, Tomás, porque Europa no está “técnicamente” en guerra desde hace 60 años, pero desde hace 60 años Europa mantiene ejércitos que matan ciudadanos todos los días en medio mundo… Y los Estados Unidos no han pasado ni dos años seguidos sin protagonizar guerras aquí y allá, llevados casi siempre por intereses económico-financieros moralmente repudiables. Y te recuerdo que son los Estados Unidos el país narcoconsumidor por antonomasia. Entonces, ¿de qué estamos hablando? ¿Con qué vara moral nos miden a nosotros? ¿Continuarán la cínica batalla contra el narcotráfico, mientras el narcoconsumo, que es su razón de ser, no se combate? O sea, lo que estoy diciendo es que los paisajes son complejos en todos los continentes, no sólo en nuestra América. En la cual, en todo caso, tenemos admirables ejemplos de sinceramiento literario como los libros del mexicano Élmer Mendoza, del colombiano Santiago Gamboa, del peruano Roberto Ampuero o del chileno Ramón Díaz Eterovic, por citar algunos, quienes están diseccionando en estos mismos días todos esos tópicos contemporáneos. Y sin embargo, y en cambio, yo no veo que otras literaturas sinceren sus miserias de igual manera… Por eso me molesta mucho, muchísimo, que nos miren a los latinoamericanos como los violentos o los narcos del mundo, cuando cualquiera sabe que si en América Latina se produce tanta cocaína es sólo para satisfacer el consumo norteamericano y europeo… En fin, no sé si queda claro pero estoy condenando el eurocentrismo y la mirada de suficiencia que nos dirige y con la que nos juzga el norte desarrollado.

TR: ¿Corre el género negro el riesgo de frivolizarse, dado su creciente éxito comercial y la enorme cantidad de títulos que se publican anualmente en España y Latinoamérica?

MG: Yo no hablaría de frivolidad. Por respeto a muchos autores y autoras, centenares de ellos y ellas que trabajan a conciencia y con toda seriedad, no me parece adecuado hablar de frivolización. El éxito comercial no necesariamente frivoliza; un libro excelente también puede ser un best-seller. En todo caso el riesgo de la expansión sí puede consistir en que la calidad sea algo más plana y haya que leer mucho más para encontrar grandes textos. Y también hay que decir que podemos estar en presencia de estímulos ligeros, que acaso funcionen como una incitación a escribir descuidadamente en algunos casos. Bueno, todo eso puede suceder. Pero no me parece que el género negro se frivolice, de ninguna manera. En todo caso, se le hace cuesta arriba encontrar nuevos caminos de originalidad, pero eso es natural en el arte.

TR: Además de los citados, ¿qué autores contemporáneos destacarías en Latinoamérica?

MG: Hay muchos y muy interesantes, y de hecho son tantos los que hoy practican el género que se corre el riesgo de mencionar a unos acaso olvidando a otros… Antes, digamos hace treinta o cuarenta años, era más fácil porque éramos pocos, y aún antes de nosotros eran muchos menos. De hecho la generación dorada de nuestros maestros norteamericanos no eran más de quince o veinte tipos y casi todos estaban en Hollywood. De allí salieron varios premios Nobel, por cierto. Pero me quedo pensando algo más… Y es que yo preguntaría no qué autores se destacan en Latinoamérica, sino qué destacaríamos de Latinoamérica… Porque de lo que se trata es de encontrar puntos de superación, originalidades, o sea una escritura de género negro que no había antes… Y en este sentido es que destaco a quienes me parece han sido los más originales y audaces en sus propuestas: Walsh con sus novelas de no-ficción, y Soriano con su ficción paródica y desfachatada, recreando con delicia a Philip Marlowe en Triste, solitario y final.

TR: Pasemos a comentar aspectos específicos de tu obra: te has significado como un magnífico creador de personajes, sobre todo los femeninos: la Aurora idealizada de El cielo con las manos; Araceli, la diabólica Lolita de Luna caliente; la mamma Ángela Stracciativaglini, sobre la que se sustenta toda una familia en Santo oficio de la memoria; el amor para siempre perdido que ejemplifica Carmen Rubiolo en Qué solos se quedan los muertos… ¿Concibes a tus personajes antes de empezar a escribir, o ellos van tomando vida propia a medida que avanza la escritura de la novela?

MG: Hummm… Creo que los intuyo, pero ellos y ellas se conciben solos; se autocrean, digamos… Los mejores personajes de la literatura son siempre, a mi modo de ver, creaciones que se definen a lo largo del camino. O sea al andar de sus vidas y comportamientos, como sucede con las personas. Uno como autor puede tener una intención, puede iniciar una búsqueda, trazar un rumbo posible… Pero la carnadura de un personaje la da su actuación. Lo medular de ellos va apareciendo a medida que avanza el texto, la trama, las situaciones que no siempre los autores tenemos previstas. Y mejor que no las tengamos, en mi opinión… Eso les da vida, realidad, interés a los personajes. Y en materia de mujeres mucho más. Yo recién a los treinta años empecé a darme cuenta de que no sabía nada del mundo femenino, ni el exterior ni mucho menos el interior. Y hoy tampoco sé si lo sé, pero al menos llevo treinta años buceando en personajes mujeres que a mí también me sorprenden, y a veces hasta me deslumbran.

TR: ¿Y los personajes masculinos, paradigmas del hombre machista que pretende tenerlo todo bajo control y subyugar, muchas veces sin éxito, el orden femenino?

MG: El mundo masculino es mucho más simple. Está más bien en el orden del “hacer” mientras el mundo femenino opera más bien en el orden del “sentir”. Por eso es relativamente fácil escribir novelas de aventuras, peripecias y situaciones llamativas, siempre con varones. Los hombres somos bastante previsibles y obvios, ¿verdad? Al menos yo lo que veo es que ningún hombre me sorprende. En cambio las mujeres me sorprenden todos los días, y ha de ser por eso que me cautivan y prefiero escribirlas, para verlas mejor, para comprenderlas, para descubrirlas.

TR: ¿Es Araceli Tennembaum, la apasionante protagonista de Luna caliente, una reinvención de la Lolita de Nabokov: una lolita argentina, una lolita chaqueña?

MG: No sé si reinvención, jamás me hubiera atrevido a tanto. Nabokov es un grande, un maestro, y no se me hubiera ocurrido jamás reinventarle nada. Pero quizás Araceli sí sea lo que podríamos llamar un remake, un homenaje, una versión setentista y argentina y chaqueña de Lolita… No lo sé, no estoy seguro… En realidad, nunca termino de conocer a esa muchacha, que ya se ha metido en otras dos novelas mías, devenida mujer adulta y enigmática. Pero lo que sí puedo decir ahora es que cuando apareció en el primer capítulo de Luna caliente yo también me deslumbré por su candoroso atrevimiento, su posible perversión y todo lo que sugería su presencia. Recuerdo cuando escribí el capítulo en que Ramiro entra en su dormitorio; yo no tenía la menor idea de lo que iba a pasar… O sea, no sé si soy claro en lo que intento decir: que como autor imaginé una situación perversa, pero no por la muchacha (que en esencia hubiese sido una postura machista y moralista) sino por ese hombre soberbio y estúpido que a los treinta y dos años era ya, y sin saberlo, el verdadero perverso… Incluso tiempo después, cuando la novela llamó la atención y produjo algunos revuelos en la crítica académica norteamericana, apenas allí me di cuenta de que Araceli era, en definitiva, sólo una simbolización de la Argentina. Porque al igual que la Argentina, ella era joven, bella, sensual, deseable, provocativa, ingenua, perversa, imprevisible y la violaban y asesinaban, pero ella no moría jamás.

TR: Como otros textos de ficción que has escrito, Luna caliente tiene numerosos momentos cinematográficos: diálogos, golpes de efecto, escenas, persecuciones automovilísticas… ¿Escribiste Luna caliente pensando en una posible adaptación al cine?

MG: No, jamás escribí nada pensando en el cine. A la hora de escribir todo lo que escribí en mi vida, nunca saqué los ojos de la literatura. Ni de reojo he mirado hacia el cine, y por suerte, porque eso me ayudó a sentir la libertad creativa que he necesitado y sentido. Pero sí es verdad que muchas veces me han dicho que mis novelas y cuentos son cinematográficos, y eso me parece que obedece simplemente al estilo escritural que he forjado con los años. De donde luego, claro está, se me ha hecho más accesible el cine, porque además soy un cinéfilo aficionado y de los buenos. Y digo de los buenos porque yo no veo televisión; sólo veo películas.

TR: Es curioso que Vicente Aranda haya adaptado Luna caliente al contexto del Proceso de Burgos, a finales de 1970 y durante la última etapa del franquismo en España, alejando la trama de su ubicación chaqueña original. La adaptación de Aranda demuestra que los totalitarismos son totalitarismos de forma trágicamente universal, sin distinción de países o ideologías: ¿qué opinión te merece la película? ¿Y la transposición de ambientes cronológicos? ¿Qué participación tuviste en la película?

MG: Empiezo por el final de tu pregunta: ninguna participación en el caso de Aranda. Cero absoluto; ni siquiera me pidió una opinión acerca de su guion, que tuvo la gentileza de enviarme antes de comenzar el rodaje. Y me mandó a decir, con mi agente, que yo había hecho una gran novela y él iba a hacer una gran película. O sea, tú allá y yo aquí, muchacho… Y lo entiendo, porque yo hubiese hecho lo mismo… Don Vicente Aranda es un grande, tiene una experiencia monumental y si no me llamó, pues allá él. Compró los derechos y pues nada, hizo su película. Ahora bien, ¿qué me pareció a mí? Técnicamente muy bien hecha, con algunos hallazgos y excelentes actuaciones. Pero un poco demodé y algo gélida. Quizás debió llamarla Luna fría y no caliente. Cuando la vi, y la vi tres o cuatro veces, yo sentí que le faltaba Chaco, trópico, calor… Y no sé si eso se debe solamente a que la ambientó en Burgos, que es un sitio tan frío…

TR: Como Luna caliente, Qué solos se quedan los muertos es una novela escrita en México durante tu exilio: ¿cómo afecta este exilio a tu escritura? ¿Y, más en particular, a la composición de Qué solos se quedan los muertos?

MG: Sin dudas el exilio es una parte de mi vida, y por ende también de mi escritura. Incluso, es curioso que mi primera novela publicada, La revolución en bicicleta, es una novela de exilio aunque yo, cuando la escribí, no sabía que iba a tener que exiliarme años después… Bartolo, el personaje central de esa novela, es un exiliado paraguayo que se refugia en el Chaco en los años 50 y 60 del siglo pasado. Su historia está ligada a mi infancia y supongo que por eso la escribí cuando aún era muchacho. Como sea, lo que quiero significar es que en efecto el exilio afectó gran parte de mi literatura por la obvia razón de que afectó mi vida, por lo menos hasta que pude regresar a la Argentina, con la recuperación de la democracia. Y empleo el verbo “afectar” entendiendo que la circunstancia del exilio determinó muchas conductas personales, que, de manera inevitable, tiñeron mi literatura. Tanto Luna caliente como Qué solos se quedan los muertos, y sobre todo y en particular El cielo con las manos, son novelas de exilio. Y también, contrario sensu, Santo Oficio de la Memoria, que es una novela de desexilio.

TR: Alguna vez has definido Qué solos se quedan los muertos como una novela de transición: ¿por qué?

MG: Porque después de Luna caliente empecé a ser consciente de ciertas dudas acerca del género negro como las que vengo teniendo… Todo lo que leía en esos años parecía repetirse, incluso a mí me fastidiaban las lunas calientes de algunos autores, lo habrás visto, que son ya una legión… Me causa gracia, aunque también me irrita un poco ver autores importantes, de gran reconocimiento universal y sin embargo incapaces de reconocer que leyeron mi novela y que fue para ellos un antecedente obvio. Mezquindades de un oficio plagado de egos, digamos… Pero bueno, como sea me sucedió que mientras escribía Qué solos se quedan los muertos empecé a cuestionar el género. Una vez más, no fue algo planeado; sucedió. Me parecía oportuno discutirlo, como discutía el pasado reciente de mi país, todo furia y dolor… Ya ves cómo una trama, lo quieras o no, te abre las puertas para interrogar el mundo.

TR: Cito textualmente los epígrafes de El décimo infierno; del Libro del buen amor, del Arcipreste de Hita: “Amor, quien más te sygue, quémasle cuerpo é alma / Detrúyeslo todo, como l’fuego a la rrama”; y el otro, de tu amigo José Manuel Fajardo: “¡Dios mío, hermano, qué no seremos capaces / de hacer por huir de la soledad! ¡Qué infierno / no visitaremos por ahuyentar nuestro miedo!”… ¿Los personajes de El décimo infierno huyen, entonces, de la soledad, del miedo a sí mismos, de la pasión que los consume o, quizá, del terror que ha causado en ellos el sistema político en el que viven?

MG: Creo que huyen de todo eso, como huiríamos tú y yo y cualquier lector. Soledad, miedo, pasión que consume y terror impuesto por sistemas políticos son condicionantes tremendos, ¿verdad? Toda la historia de la literatura trajina sentimientos parecidos; y si en mayor o menor medida los encontramos en Dante, en Shakespeare, en Dostoievski y en Thomas Mann, entonces por qué no iban a estar en decenas, centenares de autores y autoras del género negro… En ese sentido El décimo infierno quizás no tiene nada de original. Le debe a todos ellos como le debe a James Cain y a Charles Williams y a Jim Thompson. La huida, la fuga es una de las partes literariamente más fascinantes de todo crimen. La conmoción de un asesinato no está en el balazo o el cuchillo; está en la velocidad de improvisación posterior del criminal, y eso es lo que escribimos. El género negro, para mí, es mucho más el después del crimen que el crimen mismo. Un asesinato lo comete cualquiera, y por eso como literatura asesinar no es gran cosa. Pero la fuga, la conducta inmediatamente posterior, eso sí que importa en literatura, esa es la literatura.

TR: La novela casi como una dantesca road movie que termina en Paraguay…

MG: Sí, y a mí se me da mucho la idea del road-book o road-novel… Lo he pensado muchas veces y se me ocurre que tiene que ver con que Resistencia es una ciudad de paso, un cruce de caminos; es el centro geográfico del Mercosur.

TR: Has codirigido recientemente su adaptación cinematográfica junto a Juan Pablo Méndez: ¿cómo fue esta nueva faceta creativa, la cinematográfica?

MG: Acaba de estrenarse la película en Argentina, sí. Y qué decirte… Es una película a cuatro manos, pues tanto el guion como la realización la hicimos a dúo con Juan Pablo, que es un experimentado documentalista colombiano. Para los dos fue una experiencia maravillosa, y tanto que a mí ya se me abrió el apetito para una segunda película, cuya producción estoy avanzando. Sé que llego algo tarde al cine, pero nada me impide explorar este lenguaje y además puedo hacerlo filmando mis propios textos, lo que simplifica la cuestión de los derechos. Ahora planifico filmar Cuestiones interiores, que me parece que es otra vertiente del género negro. Y luego en 2015 o 16, si me da el cuero como decimos en mi país, espero poder filmar Imposible equilibrio.

TR: En Imposible equilibrio, precisamente, le das un giro a la novela de aventuras y también a la novela negra: el misterio de toda novela policial radica, en este caso, en la localización de unos hipopótamos robados en el puerto de Barranqueras: ¿cómo se te ocurre este delirante argumento, parodia de los clásicos relatos de misterio?

MG: Es otra línea de trabajo literario, válida como cualquier otra. La parodia es un género difícil pero noble, y explorarlo me parece fascinante. Osvaldo Soriano era un maestro en esta materia y lo tengo muy presente. Y además la anécdota de Imposible equilibrio me parece que tiene encanto, charme, y a la vez me permitió una indagación en los meandros de la estupidez humana. Imagínate si acaso logro una buena transposición al lenguaje cinematográfico… Sería una maravilla, ¿no? Me encanta soñar con este desafío, cuya limitación mayor, y prácticamente única, es hoy en día el financiamiento. Que es un problema grave, sin dudas, pero no es un problema literario ni artístico.

TR: Y en Cuestiones interiores el crimen vuelve a ser un pretexto para indagar, casi psicoanalíticamente, en la mente del asesino; toda la novela gira en torno a ese crimen inicial: ¿qué mensaje pretendes comunicar con Cuestiones interiores?

MG: Mensaje, ninguno, porque yo detesto los mensajes. La literatura es continuidad y ruptura, lo sabemos, como sabemos también que si la literatura se pone a emitir mensajes, moralejas o lecciones, se jode todo en el acto… Así que dejemos eso de lado y digamos simplemente que en este caso para mí es otra la búsqueda. No sé si lo he encontrado, pero yo busqué crear un lenguaje diferente. Para mí esta novelita es un ejercicio de lenguaje en la exploración de sentimientos profundos, simples y a la vez complejos. Fue una retórica precisa lo que me interesó al escribir esta novela. Ojalá supiera yo ser original, pero quise con toda mi alma que el texto se saliera de lo habitual y ya trajinado en el género negro. Como tú sabes, yo no trabajo con detectives; trabajo con victimarios o con víctimas, e incluso con sus aledaños, con testigos, o sea seres tangenciales. Y ahora mismo acabo de terminar una nueva novela que indaga en otra línea: el tipo que mata por piedad y huye sin culpas.

TR: Aunque quizás no fuera tu intención, Luna caliente se ha convertido en una novela casi paradigmática del policial latinoamericano, a nivel de lectores, crítica y academia; tu volumen de 1984, El género negro, te situó como uno de los principales teóricos de este tipo de literatura; yo creo, sin embargo, que la influencia de ambos libros ha opacado otros campos creativos: ¿te incomoda ser encasillado como escritor de novela negra, al margen de las numerosas facetas de tu vocación intelectual?

MG: No es que me incomode, pero es cierto que no me gustan las etiquetas. Soy un escritor y eso es todo, y tanto escribo novelas negras como cuentos para niños, y cuentos de amor y artículos periodísticos en un diario desde hace 25 años. Tengo posición ante la vida y ante el mundo, y me interesan la política, la poesía y el fútbol, materias que sin embargo ya no ejerzo… Y todo lo que sea creativo y renovador de estéticas predeterminadas despierta mi curiosidad. Entonces, está claro, no termina de agradarme cuando soy considerado como un exclusivo autor de género, porque quienes lo hacen puede que te dejen allí encasillado, inconscientemente, buscando maniatarte. Y a mí literariamente no me maniata nadie. Es una de las pocas cosas de este mundo de las que estoy seguro.

TR: Y ya para terminar: ¿qué futuro espera a Mempo Giardinelli, escritor, novelista, crítico, cronista e intelectual público?

MG: Ah, eso no lo sé… No tengo la más mínima idea, ni me quita el sueño.

TR: Gracias, Mempo, por esta instructiva conversación sobre literatura.

Tomás Regalado López

Notas

  1. Citas tomadas de los ensayos “Mempo Giardinelli al encuentro de territorios posibles”, de Jorge Ruffinelli (p. 93-99), y “Texto e intertexto en la narrativa de Mempo Giardinelli” (p. 101-118), de Ricardo Gutiérrez Mouat, publicados ambos en el volumen Un universo cargado de violencia. Presentación, aproximación y documentación de la obra de Mempo Giardinelli, editado por Karl Kohut (Frankfurt, Vervuert Verlag, 1990). La nueva edición de El género negro, citada en el primer párrafo, se publicó en Ediciones Capital Intelectual (Buenos Aires, 2013).
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