Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

Descalzos por el mundo
Entrevista con Julio Revueltas

domingo 19 de junio de 2016
¡Comparte esto en tus redes sociales!
Julio Revueltas
Julio Revueltas: “A mí me gusta toda la música, cuando la música es sincera no importa su género”.

Ni una réplica o pregunta, fue rotundo el silencio que guardó conmigo el ganador del premio internacional de poesía Jaime Sabines después de haber leído mi crónica sobre él. Efraín Bartolomé no contestó más mis mensajes al regreso de su estancia en los Estados Unidos en el mes de mayo de 2015 donde volvió a visitar el Museo de Arte de Filadelfia, acontecimiento importante ya que habría de recordar que al amparo de Alexander Calder y la diosa terrible su corazón fue herido hace un cuarto de siglo con una dulce lanza de oro para generar en él su brillante libro titulado Música lunar.

Por la pérdida de tan agradable y valiosa amistad pasé horas meditando y evadiendo las palabras de mi anécdota con el excelso guitarrista Julio Revueltas. Dando vueltas en mi habitación no cesaba de pensar en que mi honestidad al escribir puede ser un error si es que se busca simpatizar con el entrevistado al mero y puro estilo de adular y lisonjear, como casi siempre se hace y como casi siempre lo esperan.

Yo asistía a los grupos de base de la Corriente Marxista Internacional en la sección nueve del sindicato de maestros en la Ciudad de México en donde tuve como primera referencia a José Revueltas, el ya mencionado abuelo de Julio.  

Esos pensamientos me incomodaban y no me alentaba a decir que Julio Revueltas heredó de manera un poco renuente pero tangible la ideología de izquierda de su abuelo, un destacado militante de la Internacional Socialista que se encontró como preso político en la antigua cárcel de Lecumberri, el edificio que es ahora el Archivo General de la Nación en donde se encuentra exhibida y olvidada en una pequeña vitrina la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos como supuesto símbolo de libertad y prosperidad. El día que visité a Julio nos recibió a Javier y a mí de muy buena manera en su hogar a pesar de nuestro retardo de media hora provocado por la lluvia y las pruebas improvisadas de audio que realizamos en el apartamento de Cuitláhuac. Toqué el timbre para ver abrir la puerta a Julio Revueltas algo desvelado, o eso fue lo que pensé al mirar en sus ojos cierto cansancio. Al entrar realicé el primer gesto que dos personas que apenas se van a conocer hacen, le extendí mi mano para saludarlo, nada importante si no es porque en aquel acto noté que mi contacto físico le incomodó. Realizó una mueca de desagrado que se desvaneció en menos de medio segundo pero que sin embargo se apreció fácil porque además la acompañó del movimiento de restregar su palma contra el pantalón en señal de aversión, o así lo interpreté yo. Pero de forma inmediata vino otra segunda sorpresa. La que en verdad importa, de hecho. Sin mencionar nada Julio dio vuelta hacia su estudio, que se encuentra a un costado de la entrada de su casa y tomó el instrumento que lo ha acompañado por diversos países y continentes para comenzar a tocar un solo de guitarra de excelente ejecución y noble musicalización. No logré hacer más que congelarme ante tal recibimiento a mi humilde persona. Fue hasta varios minutos después de hacer rugir a su guitarra que decidió detenerse para dejarnos regresar a nosotros mismos y permitirnos comenzar a instalar. Desconcertados porque no sabíamos bien cómo colocar las cámaras y en dónde conectarnos, Julio nos fue diciendo en qué lugar estaba cada cosa que necesitábamos; mientras acomodábamos el equipo él tomó asiento con su guitarra en las manos para hacerla sonar a un tono más bajo y con menor energía e ir generando un ambiente de tranquilidad y simpatía. Nos preguntó cómo habíamos dado con él y cómo es que habíamos comenzado a realizar radio por Internet. Le respondí que Javier tocó durante varios años en un grupo llamado La Silueta Ska, por lo que una vez lo entrevistaron para magnitudrado, que le gustó la transmisión por radio a tal grado que buscó quedarse como locutor. Después él me invitó a realizar un programa de literatura con el que también le agarré el gusto a eso de ser locutor. Una vez terminado de instalar el equipo y haber hecho unas pruebas de audio mediocres comenzamos con la entrevista. Yo tenía preparadas diversas preguntas pero empecé con la que más me inquietaba; la correspondiente al pensamiento de izquierda. Esto se debió a que yo asistía a los grupos de base de la Corriente Marxista Internacional en la sección nueve del sindicato de maestros en la Ciudad de México en donde tuve como primera referencia a José Revueltas, el ya mencionado abuelo de Julio.

—Julio, hace un par de años el periódico La Jornada publicó una nota en la que se lee que regresaste ideológicamente cansado de los Estados Unidos. Eso me da a entender que posees una ideología concreta y que hay una diferencia entre tu forma de pensar y la de ellos. ¿Nos puedes explicar un poco esa respuesta?

Antes de contestar a la pregunta Julio se tomó unos breves segundos para abordar el asunto con cuidado. Aquel miércoles de agosto Julio se expresó al principio con cierta pasividad, inercia y tranquilidad.

—Ese es un tema muy escabroso, muy polémico, pero sí, estuve en las fauces del lobo, en el interior del monstro, aunque hay gente a toda madre y lugares muy chingones que valen mucho la pena. Austin es el estado de extrema izquierda en Estados Unidos, ahí con cualquier persona que tú hables es muy gratificante, saben mucho. Pero por el otro lado, aunque no me encuentro en posición de criticarlo, solo comparto mi experiencia; te puedo decir que en el noventa por ciento de todos los lugares que visité viví el racismo. Pasa algo, es el país con los medios de comunicación más poderosos que hay en el mundo, sin embargo es el país más desinformado del mundo, irónico. A donde vayas que noten tu acento vivirás una discriminación. Y los más cabrones, no hay censura aquí, los que más discriminan y los más ojetes son los mismos mexicanos que ya llevan un rato allá y tienen su greencard, su permiso para estar de una forma legal, esos son los más ojetes.

—Se creen norteamericanos.

—Te discriminan feo. Quieren que te regreses porque ya no quieren más latinos.

—Yo lo mencionaba porque José Revueltas es de tu familia. ¿Tienes la cercanía ideológica, has leído sobre él? ¿Qué tanto llegó a influir en tu forma de pensar, en tu forma de ser?

Hace un poco de memoria Julio y responde.

Julio Revueltas
“Lo que admiraba hace dos o tres años ya pasó al archivo, hay que estar en constante movimiento también”.

—Es que cuando era muy niño me lo imponían a la fuerza como tarea familiar.

—¿Entonces no fue una parte gustosa? ¿Fue algo más cercano a una orden, aún tienes que leerlo y tienes que saber de él?

—Sí, y nunca lo hice. Fue hasta los veinticinco años que por convicción propia me dispuse a leerlo.

Continúa platicando Julio mientras sostiene su guitarra.

—Un día me animé y dije: a ver, vamos a leerlo un poco. Comienzo a estudiarlo y empiezo al mismo tiempo a escuchar obra de su hermano Silvestre Revueltas, y con los dos fue inevitable no sentir un nudo en la garganta y hacerme un vicioso de su obra. O sea, valiendo madre el lazo sanguíneo yo me convertí en un fanático, ya no me pude desprender de esas lecturas. José Revueltas no es un escritor amable con el lector, es ácido, es fuerte, castiga al lector. Su forma de describir las cosas me llamó la atención, cómo narraba el simple movimiento de un objeto, las cinco hojas que se podía tardar en decir eso. Pero ya por el lado familiar yo identificaba mucho de lo que escribió. En uno de sus cuentos habla sobre una gota que cae en una gran tina y donde el personaje la escuchaba como un martillo que lo estaba enloqueciendo, y yo decía; es que la tina de mi abuela tenía esa gotera, y mi abuelo obviamente escribía en el cuarto de junto. Entonces hay párrafos que asemejo.

—Tienes una memoria familiar.

Asiente a mi afirmación con un movimiento horizontal de su cabeza y continúa.

—Al leer la biografía de José y Silvestre Revueltas me identifico demasiado. En cómo José se encerraba en su cuarto y no salía por semanas, no salía para nimadres hasta que terminaba su obra. Mi abuela sólo le llevaba el desayuno, quietecita, tranquila, mientras él escribía. Una buena pareja que tuvo. Nos contó que una vez que le llevaba comida abrió la puerta y vio escribiendo en un baño de lágrimas a mi abuelo; esa obra fue como muchas otras ganadora de un premio nacional. Así mismo, otro personaje con el cual me identifico porque fue músico es Silvestre; en su autobiografía, que es un libro muy recomendable, describe situaciones de hace cien años, de cómo se llevaban entre los músicos, de la falta de oportunidades, de las antesalas que tenían que hacer y los trámites burocráticos para lograr conciertos. Yo lo leí y decía: Es lo que estamos viviendo ahora, nada ha cambiado en cien años. Con excepción de las cosas obvias como la tecnología, pero la forma en que relata el trato a los músicos, cómo los recibían, los trámites que tenían que hacer, el ambiente, lo que sentían, su forma de componer, son cosas que no han cambiado, están vigentes ahora. Esas experiencias que escribieron fueron la mejor herencia que me dejaron.

—Octavio Paz escribió que Silvestre Revueltas “era un hosco defensor de su soledad”. Parece que no se equivocó y que José Revueltas también lo era. Una cosa más, Julio, si no mal recuerdo Silvestre pasó algunos años en un manicomio desde donde escribía muy ácido, con bastante ironía.

Y en este punto quiero hacer una pausa para aludir que cuando mencioné que Silvestre se encontró en el manicomio Julio agachó la mirada y el rostro de forma un tanto abatida. Por falta de tacto de mi parte decidí citar un párrafo muy breve de las memorias de Silvestre que me agradó por su simpleza e ironía. Yo quería resaltar su excelente redacción y su cabal forma de reflexión porque me sentí identificado con su ágil sarcasmo cuando lo leí. Quería saber si Julio también escribía. Pero no supe abordar el tema y no consideré que esta mención lo incomodaría.

—Julio, hay una parte de la narración de Silvestre que me gusta mucho. Cuando está en el manicomio y le están regalando unos rosarios y unas imágenes de santos alumnas internas de las que él se apiada y que a través de sus atenciones y regalos lo llevan a reflexionar para sí mismo de una forma muy mordaz, a tal grado que lo provocan a escribir “No sé si soy santo, si me están condecorando o si soy pendejo”. Pero lo dice lúcido.

Alza de nuevo la mirada Julio cuando escucha la palabra lúcido.

Bueno, para cerrar con ese tema dice Julio, porque encaminé de torpe manera la plática hacia un terreno demasiado personal y familiar:

—Te comentaba la forma en que se encerraban ambos para crear, para hacer lo que nos dieron. Una vez que terminaban se daban uno, dos, cuatro, seis meses de parranda. De ir con los cuates de promover la obra, de todas las actividades que te puedas imaginar. Entonces ahí ya venía el festejo, pero en el momento de crear chinguen a su madre todos, se enclaustraban y no salían. Eso es ejemplar para cualquiera de nosotros. Ahora, lo que me encabrona de los historiadores a la fecha, sobre todas las biografías y videos del tema de ambos, nos molesta mucho a la familia que en los documentales se califique a José y a Silvestre de borrachos y de violentos. Si tú has escuchado, visto o leído alguna biografía siempre se toca el tema del alcohol. En los documentales insisten en que Silvestre Revueltas tomaba mucho, que terminaba tirado en la fiesta, que era una persona eufórica, muy violenta, y lo mismo para José; que eran alcohólicos ambos. Dime si me equivoco, pero todos debemos llevar la vida y disfrutarla. Yo le pregunto a todas esas personas, a quienes se les agradecen sus documentales pero, ¿ustedes creen que una persona alcohólica fuera capaz de crear una obra tan magnífica e influyente bajo un estado etílico?, eso es imposible, y hablo por ambos. Se encerraban a crear en estado íntegro y sobrio. Ya después terminada la obra se iban como cualquier persona en su vida personal de fiesta.

Me tengo prohibido tomar una gota de alcohol antes de dar un concierto o de crear. Ya una vez terminado un concierto, ya acabada una obra, un disco, ya me tomo una cerveza.  

—Así es, de hecho he platicado con el Gnomo sobre eso, y la verdad es que no se puede escribir, no se puede componer en un estado alcohólico o de drogadicción.

“Eso es falacia”, afirma Julio con énfasis.

—Tienes que estar al cien para poder crear —le contesto.

—Qué mejor herencia que me hayan dejado que ese ejemplo. Yo me tengo prohibido tomar una gota de alcohol antes de dar un concierto o de crear. Ya una vez terminado un concierto, ya acabada una obra, un disco, ya me tomo una cerveza.

—Es general, Edgar Allan Poe, Juan Rulfo, a muchos escritores se les pone esa etiqueta. Que escribían borrachos, pero es mentira, uno tiene que estar entero y sano para sentarse a escribir.

—Todos los escritores o grupos que agarran el alcohol o se drogan y se ponen a componer lo hacen mal, los resultados son avíos para el que sabe.

El primer bloque de la entrevista terminó con una pequeña risa de Julio que por alguna razón contiene un poco, quizá porque en ella hay algo de sarcasmo y sátira de lo que ve. Por fin habla Javier y le pide a Julio que nos regale una canción antes de irnos a corte pero yo que durante todo el mes estuve escuchando su música me adelanté a decirle que si podría tocar “Volviendo a casa”, una rola que para mí está llena de alegría y sentimiento y que pensaba que Julio había compuesto al regresar de uno de sus viajes al hermoso y contradictorio Valle de Anáhuac.

—Después de este preámbulo, Julio, cuéntanos: ¿quién eres, que haces, como te defines? —dice Javier.

—Te voy a citar unas palabras de Silvestre que vienen en su autobiografía; en una entrevista que le hicieron le preguntaron lo mismo, y dijo: “Si yo pudiera decir quién soy o lo que quiero decir con palabras no sería músico, sería un escritor”.

Ríe de nuevo Julio con cierto reparo y gesto mordaz.

—Has aprendido con el tiempo, con los años, a decir las cosas tocando, a decir lo que sientes, lo que ves, lo que piensas —interrumpo.

—Exacto, es que no me gusta la voz que te impone una letra. Amo la música instrumental en todos sus sentidos y géneros, el rock y el jazz. Si llego a usar la voz es en un sentido melódico o como un efecto. Suficiente tenemos ya y hasta la madre estamos todos de las letras que dicen “me dejaste sin ti me muero”, y en la mera repetición de cuatro acordes horribles en una canción que millones hacen lo mismo.

—Influencias musicales, ¿cuáles son tus influencias? —pregunta Javier.

—Bueno, eso es pasajero, y lo que admiraba hace dos o tres años ya pasó al archivo, hay que estar en constante movimiento también.

—Por ejemplo ahorita, ¿qué escuchaste en la mañana? —toma la voz el Gnomo.

Contento y algo apenado responde Julio como adolescente que fue atrapado haciendo una travesura.

—No puedo dejar de escuchar a Stevie Vaughan. Pero más temprano en la mañana no me canso de escuchar la música clásica. Vas pasando por influencias. De niño me gustaba Cepillín y ahora no, digo te exagero. Me dan etapas, hace veinte años era fanático loco de Van Halen, me sabía todas sus canciones y ya no, pero para nada, pasó al archivo como algo importante de mi vida y así.

—¿Aparte de la música qué otra influencia tienes? No sé si te guste la pintura, te guste leer. Aparte de la música, ¿de que más te alimentas? —le increpo.

—Muy buena pregunta. El músico no sólo se alimenta de la música, por supuesto que no. Alguien que va a un museo y admira una buena obra estoy seguro de que regresa con una inspiración bárbara para hacer una buena canción, eso es muy importante. A mí me llama mucho la atención, me mata, me fascina el expresionismo.

—De tu cuarto de ensayo, ¿dónde vienes a crear, a sentirte un poco más libre?; de la colección de instrumentos que tienes, ¿cuál es tu favorito? —pregunta mi amigo.

—Igual va pasando, se ponen celosas, hubo un tiempo en que la Viotarra fue mi favorita, la que toco con arco, pero mis demás guitarras se pusieron celosas. Bueno, así le llamamos los músicos cuando vuelves a tomar un instrumento que no habías tocado, después de un tiempo ya no te responde, a eso le llamamos celos de la guitarra, cuando la abandonas y regresas y la música se resiste. Entonces a cada una le doy su trato por temporadas.

Dice Javier:

—Ahora que mencionas que todo está en constante cambio, ¿ahorita hay una canción que ya no te guste, pero que la gente te la pida y tengas que tocar, o igual que no te guste, pero que ya no te prenda tanto como antes?

—Sí, “Volviendo a casa”.

Los tres exhalamos una risa cuando dijo eso. Yo me sentí algo torpe y contrariado.

—Es que por esa rola en particular fui muy criticado.

Hace una pausa corta y continúa.

—Fue un error que cometí. Fue un tributo que le hice a Eric Johnson, lo puse en el disco pero nadie lo leyó y nadie lo supo. Entonces fui criticado pero vorazmente, odiado y todo porque muchos pensaron que me fusilé su canción “Cliffs of Dover”, pero fue un tributo, ya perdónenme, fue un tributo. Entonces ya la dejé de tocar, me cagó la madre, pero hice un nuevo arreglo que no tiene nada que ver.

Toca un poco su guitarra para mostrarnos las modificaciones que aplicó.

Dice con sarcasmo Julio:

—Esta se va a llamar “Ya llegué a casa” o algo así… y que se queden con su rola.

—Gnomo, ¿qué le podemos preguntar a Julio para que estemos un poco menos serios el día de hoy para que la gente del sur de Afganistán y de Venezuela que nos escucha no dejen de perder el interés?

—¿Un gusto culposo que tengas, Julio?

—Yo ya salí del closet de varios —le responde a mi amigo—. A quién no le gusta Chente Fernández. Yo salgo a carretera y siempre lo pongo, o al revés oigo a Chente y me recuerda la carretera. Cuando abandoné México por un buen rato me la pasaba cantando una y otra vez “A los que se preguntan por qué mi talento no pudo triunfar, a los que me juzgaron sin darme derecho siquiera de hablar…”. A mí me gusta toda la música, cuando la música es sincera no importa su género, llega al corazón, a diferencia de la música que esta hecha con propósitos, que no tiene alma.

—Para despedirnos, Julio, una pregunta más. ¿Cómo ves a la nueva generación de músicos del país?

Si la situación cultural está como está en el país es por unos adivinos que creen que saben lo que le gusta a la gente; siendo que no es así, a la gente se le impone lo que esos weyes le dan.  

—Muy buenos, brillantes, pero como siempre no se dan a conocer. Escuchen a Fernando Rubel, a Larry Rubel, es un genio, yo respeto mucho a Larry Rubel. Y te puedo mencionar muchos que por la misma historia de siempre no se dan a conocer. Siempre un directivo que está hasta arriba.

—¿La burocracia?

—No, más bien está el clásico pendejo que cree suponer lo que la gente quiere, que en lugar de pensar que con el puesto que tiene puede ir educando a la gente, pero no, ellos son adivinos y casi siempre dicen: “Voy a poner lo que yo sé que le va a gustar a la gente”. Si la situación cultural está como está en el país es por unos adivinos que creen que saben lo que le gusta a la gente; siendo que no es así, a la gente se le impone lo que esos weyes le dan. Por ejemplo en televisión abierta, muchas cosas que valen la pena lo ves por ahí de las tres o cuatro de la mañana. Pero qué bueno que fuera al revés, que cuando tú te sentaras a comer y le prendieras a la televisión vieras un buen concierto, uno de tantos que están ahí guardados en el pinche cajón de un programador pendejo, pudriéndose, y pudieras ver un buen reportaje. Pero regresando a tu pregunta, los músicos bárbaros a los que yo me refiero actualmente están sufriendo el mismo problema que se ha sufrido desde hace muchos años. Por eso cité el libro de Silvestre Revueltas.

—Aprovechando lo que acabas de mencionar Julio, para despedirnos, ¿qué pieza te gustaría que la gente escuchara, que conociera?

—“New hit”, del grupo Uzeb, esa me vino a la mente, está cabrona. Si yo se las pongo ahorita, ustedes van a gritar. Cómo se le priva a la gente de cosas tan maravillosas.

—Bueno, Gnomo, para cerrar vamos a despedirnos de nuestra audiencia. Yo le quiero mandar un amable saludo al poeta Efraín Bartolomé, un saludo sincero, maestro.

—Yo a toda nuestra audiencia —dice Javier.

Y Julio manda saludos en lo general porque está a punto de comenzar su ensayo. Para esta hora ya se encuentran en su casa dos integrantes de su banda.

Rodrigo Velázquez Solórzano
Últimas entradas de Rodrigo Velázquez Solórzano (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio