
Alejandro Pérez Roulet es un escritor argentino radicado temporalmente en la isla de Margarita, en Venezuela. Venido de la psicología, se dedica a observar la vida insular y a escribir relatos. Recientemente ha publicado su primera colección de cuentos, Mardeamor, donde reúne textos con diversos personajes en situaciones de la vida de hombres solos que sólo buscan la felicidad.
—Alejandro, acaba de salir tu primera colección de relatos, nueve en total, que van desde un microrrelato a un cuento largo que da el título a este libro. ¿Cuál es tu motivación principal al publicarlos?
—Comencé a escribir desde joven, pero destruía la mayoría. Hace veinte años comencé a darle más importancia, pero sin demasiadas ilusiones en publicar; es más, con la escritura hacía catarsis. Pero, a medida que transcurría el tiempo y comenzaba a estar más satisfecho con la producción, envié un cuento que fue premiado y eso me motivó más aún para seguir escribiendo. Una vez que tuve una cantidad razonable como para darle a la gente en forma de libro, las cosas se sucedieron rápido y de modo muy armónico aquí en la isla de Margarita. Me motivó esencialmente el hecho de que tenía cosas para decir y llegar a la gente, que pudieran hacer reír, reflexionar y entretener. Y no debo olvidarme del empuje de los amigos de Argentina que me decían: está bueno, seguí, dale.
Hay mucha gente sola en mi ciudad. Y tenemos esa cosa de melancolía, así como el tango.
—Después de leer tu libro, pensamos en dualidades: el amor y el desamor, posibilidad e imposibilidad. Pasiones complicadas, incluso el texto dedicado a la presencia del Tirano Aguirre en la isla, amor al poder, trastocado por la erótica de una india local que enloquece al tirano español. ¿Por qué te planteas esa dualidad?
—El Tirano Aguirre obedece en primer lugar a mi interés por la historia de la conquista, pero me pareció interesante el personaje, puro Tánatos, pura locura y cualquier cosa que simbolice belleza, amor; a Lope le trastoca los valores, pero eso le pasa porque está loco, no discrimina, es un paranoico y en nombre de Dios justifica todo. Se autoimpone un: ego te absolvo. No registra la compasión, el tipo. La mujer para él es como el diablo o algo maligno y esto le sirve de excusa en el cuento para no amar a una. Hasta mata en su locura a su hija con un pretexto débil. Cuando Inés se le presenta él la ve como una bruja pero a la vez la abraza y llora sobre su vientre; ahí convive esa dualidad de la que hablás. En definitiva, la imposibilidad de amar. No hubiera querido estar en esa época en aquel momento, nadando o pescando, o tomando sol en la playa El Tirano.
—Soledad, indecisión, dudas permanentes, dolor, invención de ideales personales, cierto hedonismo y narcisismo atraviesan las emociones de tus personajes masculinos; estos son los rasgos de tus personajes. Háblame de esta obsesión, que no observamos en tus personajes femeninos, en Mardeamor.
—¡Qué buena pregunta! Ocurre que son personajes citadinos de una ciudad como Buenos Aires. Hay mucha gente sola en mi ciudad. Y tenemos esa cosa de melancolía, así como el tango. Cuántas letras se refieren a hombres abandonados por una mujer, y si vos lees esas letras los tipos terminan destruidos y yo creo que aquí hay algo de eso como impronta cultural. Incluso el cine argentino en películas como Adiós muchachos. La música de Piazzola, por ejemplo Adiós Nonino. La nostalgia, la soledad, las preguntas que se hacen de alguna manera los personajes: ¿qué es esto de vivir y amar y la finitud de los encuentros, en última instancia la finitud de la vida? El personaje Federico se hartó de su sociedad, de la corrupción, de su mórbida soledad que ya le fastidia. Y sí, eso no lo observamos en Nicole, una mina increíble que a Federico lo va desarmando, aunque él se resiste, pero ante la muerte de Eladio se replantea y se juega por el amor de Nicole, quien también representa lo contrario a Federico, ella se juega, cae de sorpresa desde Canadá, esto a él lo apabulla y le gusta. Nicole de algún modo le tiende la mano para llevarlo a su mundo, un mundo donde no hay que temer al amor, al encuentro.
—A pesar de que tus cuentos son historias íntimas, se deja colar la realidad social que se vive en el país. Situaciones vividas también en Argentina, tu país de origen. Al final una especie de homenaje al alma pura del habitante inocente de la realidad que le toca vivir. Lo que revela una sensibilidad social del narrador. Cierto tono justiciero, en cuentos como “El Tirano”, “La paloma” y “Mardeamor”. Háblame de este aspecto en tu libro.
—Fíjate que en el caso de “Mardeamor” sólo describo lo que veo y escucho; incluso el diálogo con el taxista fue real, el tipo hizo catarsis, se despachó con gusto. ¡Quedé agotado! La Argentina es una sociedad deteriorada con pérdida de valores pero, aunque haya cambiado el gobierno, la cosa es muy difícil y los estándares de vida se van achicando. Hay mucha impericia. Somos una sociedad que todo lo discute, a todo se opone. No escuchamos al otro. Discutimos hasta las decisiones de la justicia, somos un pueblo adolescente que repite siempre las mismas travesuras. Rígidos en lo ideológico, lo que lleva a crear grietas. Y está el tipo que se levanta a las cuatro de la mañana para ir a trabajar, se desloma y entonces qué, ¿vive dignamente? ¿Tiene tiempo para estudiar? Creo que somos nuestro peor enemigo. Si a alguien tengo que hacer responsable es a la propia sociedad, que no ha sabido elegir, y a la vergonzosa clase política que tenemos en Argentina. Los pueblos también se equivocan. Ya no hay estadistas que miran el futuro más allá de una generación. En cambio, tenemos políticos que miran la próxima elección y ver cómo se salvan económicamente. En “Mardeamor”, Eladio es ese hombre simple que está orgulloso de su mujer, de su trabajo, se siente digno con su peñero, en el fondo es un hombre que dentro de su universo es feliz, porque no tiene delirios de grandeza. Él ama lo simple.
—En tus cuentos tienes una concepción del cuento más tradicional que experimental, incluso en uno de ellos que parece algo fantástico. Mi juicio puede ser impreciso, pero tú me dirás.
—En este libro sí, efectivamente. “Entramado de universos” es un texto que lo escribí porque me interesa la física, las teorías de cuerdas y universos paralelos. Este cuento estuvo escrito con idas y venidas al principio con poca claridad, pero ¿sabes de dónde viene la chispa o cómo empezó la idea de escribirlo? Tendría siete u ocho años, iba con mi madre al centro y tomábamos el subte o metro, no recuerdo bien, pero estábamos bajando y cerró la puerta y se le quedó el taco largo de su zapato trabado en la puerta y el subte arrancaba y mi madre me tenía agarrado de la mano. Habrá durado diez segundos el episodio. Pero ahí nace.
A los diecisiete años me metí de lleno con Sábato y Cortázar. He leído tantos… No consigo leer del todo a García Márquez, menos a Vargas Llosa, Borges nunca me ha llegado y lo he leído muy poco.
—Se siente en tus relatos un manejo de imágenes muy cinematográficas, en algunos cuentos como el de tema cubano. Me recuerda algo de Ricardo Piglia en su novela-thriller Plata quemada.
—Así es; por más de veinticinco años tuve una productora de cine documental e institucional y también trabajé en noticias, y la imagen y oficio heredado de mi padre, y con algunos ingredientes propios, hace que me sea fácil visualizar lo que escribo; por eso es que muchas veces podrían ser susceptibles de ser filmadas estas historias. Es algo que llevo dentro y tal vez definan mi estilo, si es que lo tengo. “La paloma” es un relato, en realidad, que se lo debo al personaje Hermes, amigo de mi familia, mis hermanos y mío, que trabajó cuarenta años en la NBC; me cuenta siempre historias increíbles. Hoy tiene 83 años, pero es un pibe, lleno de energía y gran cocinero. “La paloma” es en realidad una historia suya. Fue real. Pero para entender bien cómo se maneja el personaje, hay que conocer a Hermes; a lo mejor lo traemos a visitar la isla.
—Coméntame tus lecturas, autores latinoamericanos o venezolanos que hayas leído.
—A los diecisiete años me metí de lleno con Sábato y Cortázar. He leído tantos… No consigo leer del todo a García Márquez, menos a Vargas Llosa, Borges nunca me ha llegado y lo he leído muy poco. Me gustaba más escucharlo hablar de literatura, y eso que me lo cruzaba muchas veces cerca de su casa en la calle Maipú o en la Galería del Este, la que sale a Florida. Voy a Venezuela: un maestro, Herrera Luque, Eduardo Liendo. Me voy al norte y me quedo con Paul Auster y Philip Roth. Cruzo el charco y estoy en Europa, ¡uf!, aquí está lo sagrado para mí: Umberto Eco, Michael Houellebecq, Flaubert, Camus, Yourcenar, Tolstoi, Jean Pierre Luminet, Proust. En fin, me estoy olvidando de otros, seguramente.
—Después de este libro, Mardeamor, ¿cuál es tu nuevo proyecto?
—Estoy escribiendo una novela cuyo personaje central es una mujer que trabaja en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina. Llevará tiempo. Es fuerte la historia y pasa la trama por actos de corrupción que han ocurrido en mi país. Preparo un segundo libro de cuentos, creo que te comenté antes, fuertes, osados, del orden de lo fantástico y no aptos para gente impresionable. En verdad tratan de ser sacudidores, de movilizar al lector, trato de llevar al lector a participar. Ahora debo decirte que estoy trabajando en una serie de cuentos para otro libro: cuentos góticos, imagínate.
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