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Julio Bolívar, poeta de la memoria
Sobrevivir un día a la vez

domingo 5 de abril de 2020
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Julio Bolívar
Julio Bolívar: “La poesía está en todas partes, pero la encontramos en el silencio y en la soledad”.

Julio Bolívar es uno de mis mejores amigos. De esos que uno llama hermano del alma. Hemos ido juntos a muchos sitios y el mejor de todos ha sido la poesía.

El corazón de Julio es una mata que florece tranquilidad. Él no se alarma inútilmente, no se desboca: permanece firme siempre. Su poesía es como construir un templo piedra por piedra, sin que el albañil deje de cantar.

En Caracas, cuando nos veíamos, practicábamos el acto de apartar la realidad unos momentos para hablar del gusto que sentíamos por la escritura, por el arte en general, por determinados autores. No queríamos hablar de situaciones económicas o políticas: con mirarnos en un silencio de asombro ya lo estábamos haciendo. Julio es una conciencia. Una conciencia a veces burlona, irónica.

Cada vez era más difícil avanzar por la ciudad sin amargarse un poco: se notaba el deterioro imparable en todas partes.

Nos encontrábamos en un café de Bello Monte, que después fue motivo de nostalgias dolorosas. Aquel lugar se volvió un valor intrínseco para la tristeza de nosotros: había sido el “comedero”, el sitio de encuentro con Luis Brito, el inquieto talento de la fotografía. Era inevitable estando en ese lugar, decir de repente:

—¿Te acuerdas cuando Luis Brito contó una de sus anécdotas geniales, se largó a reír y al final comentó, con una de esas sonrisas suyas que revelaban incredulidad o ternura: “Estoy molestísimo…”?

A veces quedábamos en que nos veríamos en un lugar cualquiera de Caracas para ir a visitar a otros amigos, como Juan Páez Ávila, Guillermo Morón, Rosalexia Guerra, y cada vez era más difícil avanzar por la ciudad sin amargarse un poco: se notaba el deterioro imparable en todas partes. Cerca de la estación del Metro en Parque del Este, se acumulaban personas que dormían por ahí o que vendían cosas que habían recogido de la basura o heredado de algún desastre. Nos sentíamos mal de no poder ayudar. Había gente vieja y gente joven con la misma miseria encima.

Un día, se nos acercó una pareja joven, ambos de unos veinte años. Ella temblaba enarbolada en el asta de una derrotada flacura. Había perdido los senos y la sonrisa. Estaba marcada por una caravana de llantos viejos y se había agotado en ese trayecto. El muchacho respiraba por la boca. Llevaban vestimentas desharrapadas y sucias de tanto dormir a la intemperie. Pero no eran dementes: sólo habían caído en un abismo. Nos pidieron algo de comer. Julio cargaba como siempre un paquete, pero de libros. Murmuró con su voz serena:

—Si los ayudamos nos quedamos sin pasaje…

—Ajá —le dije. Yo cargaba más dinero que Julio, pero no pasaba de cinco billetes de a veinte bolívares que en aquel momento ni para un taxi. Julio se llevó la mano al bolsillo. Caminamos bastante ese día. Y hablamos de las influencias que pudieron tener escritores fuera de lote como Kafka o poetas como Rilke. Creo que en esa época Julio sufría un problema en las rodillas, que luego se operó. La verdad es que tengo nostalgia de sus ocurrencias y de su poesía.

Ahora nos encontramos por esta vía. Imagino a Julio y converso con él por correo electrónico. No veo sus gestos, pero me acompañan. Es uno de esos amigos que jamás piden nada: entregan su sabiduría y la bondad que tengan disponible y siguen de largo.

 

Uno se va en su propio país

—¿Desde cuándo te fuiste de Valencia?

—Apenas graduado de bachiller partí en un viaje con un amigo de la promoción con dirección a Colombia, pero por razones todavía inexplicables nos detuvimos en Barquisimeto. Por esa época era un activista político ateo y decidimos quedarnos en Lara para organizar y trabajar por el movimiento estudiantil. Éramos militantes de un partido de izquierda y en aquella ciudad había tareas pendientes en el campo universitario. Así me fui quedando en la ciudad. Poco a poco, como el carácter larense, me fui convirtiendo en parte de aquella tierra, amable, y generosa. Allí me enamoré por primera vez, allí fui comprendiendo, al llegar a esa capital, que había nacido también en ese pie de montes. Sus habitantes tenían hábitos muy rurales todavía; a pesar de que en los 70 los cambios culturales ya estaban pasando por aquella ciudad, sus hábitos eran profundamente rurales.

—¿Por qué pareces de Barquisimeto?

—Para responder a esta pregunta me aferro a veces a la respuesta que dio Chavela Vargas a un periodista quisquilloso, que preguntó con malicia que por qué se hacía pasar por mexicana si no lo era. Ella le respondió con esta frase: “Los mexicanos nacemos donde nos dé la mera gana”. Mutatis mutandi, aquella respuesta tan contundente me sirve para responder esta interrogante, los larenses nacemos donde nos dé la mera gana. En mi caso creo que se trata no solamente de la entrega a una vida sino a una especie de mutación cultural. Puede que de Valencia tenga sólo la infancia y la adolescencia, que es la memoria iniciática, y de Lara el resto de vida. En fin, tengo dos ciudades en el corazón.

 

Publico muy poco. Ahora las redes confunden entre tanto poeta por ahí.

Lectura y escritura

—¿Desde cuándo escribes?

—A los trece años tenía una agenda que me había regalado mi madre, creo. Allí anotaba cosas, cuentos que ella me contaba y confesiones sobre mi padre y sus hábitos. Yo anotaba. Esa pudiera ser una escritura primaria. Luego, en la alta adolescencia, recuerdo, y esto tiene que ver con mi oficio de editor: el profesor de tercer año de bachillerato Carlos Sánchez nos llevó a leer poesía. Era un poeta un poco enloquecido además de dibujante… Un día me llevó un dibujo en un papel amarillo, era un cuarto de pliego y nos propuso, a mí y a otro profesor, seleccionar unos poemas de escritores que sólo ellos habían leído: Nazim Hikmet, Pablo Neruda, César Vallejo; el más cercano era Andrés Eloy Blanco, que leía en casa mi padre Juan Antonio. Él se imaginó un cartel con el dibujo y los poemas en el retiro de aquel cuarto de pliego. Se imprimieron cien ejemplares. Fue una experiencia notable y mi primer contacto con imprentas y el aroma adictivo de la tinta y el papel. Pero no escribía, imitaba a Ernesto Cardenal con unos pobres epigramas y leía todo lo que caía en mis manos. Por aquellos días circulaba Cien años de soledad, y ya me reunía en casa de unos compañeros de estudios, al sur de Valencia, donde se leía febrilmente al colombiano y a los ideólogos de la izquierda, entre ellos a León Trotsky y a Lenin. Pero había un libro en particular de García Márquez de crónicas al que siempre regreso.

—¿Y cuándo supiste a ciencia cierta que eres poeta?

—Eso todavía no lo sé. Puede que lo intuya, pero creo que es una tarea para los lectores y tal vez los críticos, si es que les interesa lo que escribo. Publico muy poco. Ahora las redes confunden entre tanto poeta por ahí.

 

Sobrevivir un día a la vez

—¿Cómo te alcanza la pobreza? ¿Qué haces para sobrevivir?

—Vivo con poco. Llevo una vida discreta, con pocos gastos. Ya no me hago expectativas. Sin embargo, cuesta mucho comprarse o reparar unos zapatos. Todo está dolarizado y la moneda nacional, el bolívar, no vale nada. Se come menos proteínas. Hay de todo por estos días, pero no tienes acceso como antes de esta debacle económica y política. Gastamos inmediatamente todo lo que puedas ganar en bolívares; el dinero pierde su valor en segundos. Así como la política es confusa e irresponsable, la vida cotidiana es sobrevivir un día a la vez. La sensación de estar secuestrado es inevitable. La ciudad se ha convertido en una amenaza. Tomar una copa de vino y no gastar el salario mínimo es imposible, la pensión del seguro social es una gota de agua en el desierto de los precios de la comida. A esto se suma la pandemia desatada por estos días. Vivimos enclaustrados, atemorizados por una enfermedad desconocida. Las características de estas pestes, livianas, como dijo alguna vez Ítalo Calvino, se viven como en series televisivas. Este virus es una mutación de una serie de virus que han sido superados, con los que se convive sin temores… menos frente a este, nuevo y destructivo.

—¿Qué es Caracas para ti?

—Caracas es una de las más hermosas ciudades del mundo escondida bajo el deterioro y la negligencia.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—Leer, viajar y probar la sazón de cada cocina que conozco.

—¿Qué le ha aportado la gastronomía a tu poesía?

—Volver la mirada hacia los sabores criollos, nuestra cocina mestiza. Más que al poema a las notas y crónicas sobre las reuniones de especialistas que insisten a pesar de la gigantesca crisis de producción y acceso a la comida. Comienza a aparecer con timidez. La cocina está en el folclor, en las canciones populares y en el humor de algunos poetas como Rafael Michelena Fortoul (Chicharrita) y el gran poeta y cronista Aquiles Nazoa. Como dije, está más en algunos ensayos que en el poema, la cocina como espacio de creación y mantenimiento de una tradición que nos define como seres de un lugar.

—¿Qué le ha aportado la poesía a tu gastronomía?

—Una manera de nombrarla, de describirla, de percibir sus aromas y diferencias, de tener conciencia de la forma y sus preparaciones y de imaginarla.

—¿Qué le ha aportado la crónica a tu escritura?

—La crónica es el testimonio literario de la realidad y de lo que nos conmueve. Es la descripción de lo está detrás de una máscara, una apariencia, o la vida privada de hechos narrados desde un lenguaje muy personal. La crónica involucra al escritor. Por eso la recuerdas, por eso la crónica está más cerca del cuento que del reportaje. Escribir una crónica involucra una coexistencia con lo escrito.

 

La situación

—¿Pensaste alguna vez que el país llegaría a estar como está?

—Jamás. Ni en los sueños más salvajes de Ezequiel Zamora alguien podía haber destruido a un país como lo han hecho estos gobernantes desde hace veinte años. El siglo XIX venezolano fue un siglo sangriento, y el país quedó devastado, pero en estos momentos no hay guerra alguna y es increíble ver cómo más de dos tercios de la industria venezolana o transnacional está cerrada. Más de un diez por ciento de venezolanos se han ido del país. Incluso la ilusión de la importación y una renovada economía de puertos es para un segmento sumamente pequeño. Llegamos a una situación que ni el más loco de los gobernantes se imaginaba. Se requiere tener un plan minucioso para romper a una nación en pedacitos, así como la sique escindida en la que andamos. Las paradojas afloran como jancitos en un lago; por un lado la miseria, y por otro el boato y el lujo de artículos importados, carros de lujo y consumismo reactivado.

No sé cómo será el mundo después de esta peste, pasará un tiempo hasta llegar a aquella vida perdida.

—¿En qué lugares de tu caminar cotidiano sientes la falta de los amigos?

—En los cafés, en casas de amigos que se fueron o envejecen, en algunos bares emblemáticos de la ciudad. Puedo decirlo sin temor a exagerar, sólo queda una página literaria y es digital, el Papel Literario. Las librerías privadas, me cuentan que apenas quince abren sus puertas, como mucho, en todo el país. Las librerías oficialistas, la red de Librerías de Sur, sólo funcionan para presentar nuevos libros en el marco de una feria nacional, son lugares aburridos por su poca novedad y servicios, las atienden funcionarios públicos con horarios de oficina, queda sólo una feria del libro, donde venden libros de autores oficialistas o de escritores afiliados al gobierno, de vez en cuando se cuelan autores que no son necesariamente adeptos. También extraño a mis amigos en los libros, ya no leo manuscritos ni novedades; cuando publican fuera, éstas no llegan al país.

No sé cómo será el mundo después de esta peste, pasará un tiempo hasta llegar a aquella vida perdida. Probablemente el mundo cambiará algunas cosas; por ejemplo, el turismo será más restrictivo, los controles sanitarios serán la visa para entrar a otro destino; el trabajo, que ya venía inclinándose hacia el trabajo en casa, se acentuará, será más digital; leeremos, si leemos, libros por Internet; el mundo será más frío y distante. La educación podrá ser más interactiva por Internet, que tendrá que adecuar a muchos proveedores de contenidos asociados a los programas escolares. La vida puede ser un gran temor. Esa será nuestra lucha, trabajar contra el miedo. Buscar a Dios en nosotros y no tener miedo a divulgarlo, no temer, dijo Juan Pablo II, no temer a Dios, es decir no temer a nosotros mismos. Luchar, como siempre, por el bien común, regresar a lo sagrado o a su búsqueda permanente. Puede que esté en nuestra vida diaria y no la podamos ver por el tanto afán de sólo tener y no ser. Como decía Malraux, pensar en un siglo religioso, de lo contrario será un siglo sin alma. Los desequilibrios en el planeta harán que las pestes siempre regresen.

 

La poesía

—¿Hacia dónde va tu poesía?

—No lo sé; de todas maneras, intentaré responderte con un texto de mi libro inédito Tocar la puerta.

—Palabras para la poesía…

—La poesía, la verdadera, a diferencia de la novela no tiene forma prescrita. La poesía es una visionaria particular que busca un espacio en el angustiado corazón del hombre. Como poetas intentamos buscar ese espacio. Dentro de nosotros y en los otros. La poesía está en todas partes, pero la encontramos en el silencio y en la soledad. A veces en el ruido de la ciudad o de un grito a medianoche. Su forma, si la tiene, es la más pura. Es una oración, dicen algunos, pero fundamentalmente es una imagen invisible, una imagen que se siente. Escribió una vez Unamuno: “El mundo espiritual de la poesía es el mundo de la pura heterodoxia, o mejor de la pura herejía, todo verdadero poeta es un herético y el herético aquel que se atiene a posceptos y no a preceptos…”. La poesía puede estar en cualquier forma, en el relato, en el cuento, en el ensayo, en la pintura, en cualquier forma estética. La poesía es un acto del ser; decía Novalis que “la poesía es la religión originaria de la humanidad”, por eso no se puede codificar. Sin embargo, es lo que más nos acerca a dios, cualquier dios. Por eso coincidimos con Roberto Juarroz cuando escribió: “No sé si todo es dios / No sé si algo es dios / pero toda palabra nombra a dios: / zapatos, huelga, corazón, colectivo”. La poesía es una meditación sobre el lenguaje. No hay poesía si no hay meditación. Y la meditación es una necesidad humana, una exigencia trascendental del hombre. Por eso la poesía es un tanteo y una certeza a la vez. No es una sospecha como en el ensayo, es una entrega del ser.

Cuando intentamos escribir poesía, lo hacemos por necesidad. No nos interesan los juegos verbales ni las modas, celebramos la existencia, lo imposible, el silencio, la soledad, las pérdidas, lo que se muere, lo que vive, la naturaleza y sus transformaciones, el vuelo de un murciélago y la brisa suave de la mañana. Buscamos verdad, no sabemos si la encontramos, pero la buscamos. La poesía es la mirada más íntima y más desnuda del hombre sobre la tierra.

La mitad de mis hijos están fuera del país, como ocurre con casi todas las familias venezolanas.

—¿Qué parte de Venezuela se volvió poesía en ti?

—Es difícil responder esto sin evitar la arrogancia del que se pretende poeta. No creo que haya un espacio de mi país que se haya vuelto poesía en mí; sólo hay memoria, imágenes, conversaciones, experiencias imborrables. En cada viaje que hago siempre encuentro algo que me pide orar por eso que acabo de ver y sentir y al orar siento que respiro, como dijo el poeta Thomas Merton: “Vivir es orar respirando”.

—¿Sufres la distancia, la separación de parte de la familia?

—Esta fractura que todos los días se abre más, este vacío que va tomando el cielo y las noches nos ha dejado hablando sólo por teléfono, la red social y algunas cartas por email. La mitad de mis hijos están fuera del país, como ocurre con casi todas las familias venezolanas. No existe un momento histórico de una migración de estas dimensiones. Tomarlo como una banalidad de decir, “estamos devolviendo la visita”, sería irresponsable.

 

Un poema de Julio Bolívar

Visita al país

(Con Elisabeth Bishop)

Estamos en el país de los desquiciamientos
En la casa de la improvisación y de las apariencias notables
es la casa de los locos.

Aquí está el que dirige
El que dicta a cada loco su locura
Y su doblamiento su máscara
Este es el espacio para el poder
Un hombre hecho a la medida de una copia
resentida por el abandono de su madre
De un hombre que llora todas las noches
un hombre lejos del perdón

Cuál es la hora de este país perdido en su riqueza efímera
Qué hora será cuando esto acabe,
Qué estaré haciendo en esa hora cuando esto termine
Dónde estarás amor si sigues siendo mi amor
Ya no uso reloj ni espero la hora, sólo vivo para vivir
Casi no hablo, nada sorprende en esta casa-país
Soy una botella de mar lanzada por nadie
Una botella que no llegará a ninguna parte
que no será verso sino un pedazo de tierra lanzada al vacío

Este es el país hecho de mentiras
Una nave dejada a la deriva de su ignorancia
Con poetas palaciegos que dan la hora para preparar ensaladas
Y libros presentados y aprobados por el presidente
en la casa amarilla
Esa casa de los locos que se lanzan desde sus balcones

Este es el país donde los poetas andan detrás de la alfombra del poder
Palabreros para las fechas aniversarios
escribir la tarjeta de cumpleaños del ministro que los cobija
Es la casa de los orates
Un país flotando entre un mar de habladores

Este es el país con el poeta de chaqueta beige,
que camina solo por la ciudad, al que no invitan a nada
Esta es la ciudad de poetas que dicen que no también
Poetas de una hora larga que oscurece a su gente
Este es el país donde premian libros que cuentan crónicas para rendir pleitesía al poder y a la memoria de otro loco que citan sin haberlo leído
Este es el país de los desquiciados
De los locos por el poder
De los avaros y ladrones que roban frente al país mismo
Este es el país de trenes invisibles
Elefantes blancos por todas partes
Esqueletos rodantes

Este es el país apagado
De las arcas llenas en bancos que no existen
Un país donde un alma vendida vale oro
Un país de sangre derramada
De tiros de gracia de máscaras saldando cuentas
Para proteger las cuentas de sus amos
Un planeta de libros inflados
Comerciantes que administran la zalema para que se le abran las arcas
Comerciantes que bailan al son que le toquen
Sobre la pulida pátina mineral vendida a mejor postor
Dueños de un paisaje de andrajosos
Vendedores de ilusiones
Hombres atareados en sus sombras
En la casa de las sombras y el pillaje
Un muchacho golpea con sus palabras de debilidad
Para ver el poder que lo esperaba
Sin poder tener la locura del viudo fundador
El loco fundador de esta casa de bochinches
Rey democrático
Rey mujeriego
Rey matón rey que no perdonó a nadie
Con su caballo blanco imaginado
Rey escritor de ideas para una guerra que jamás ganó
Rey mentiroso envenenado por la sífilis de su tiempo
Rey ladrón de las ideas de los que lo cobijaron
Rey loco imitado por sus locuras y el símbolo loco que nos gobierna
Loco como la locura de nuestros sueños de ser nuevos reyes ignorantes y desaforados
Políticos fastidiosos que nadie cree pero que simulan creer para obtener las migas y mendrugos que deja caer el poder en las manos temblorosas del hambre colectiva

Este el guerrero que regresó civil y se encontró 300 años militares y quiso cambiarlo todo por una democracia fallida
Aquella gorra francesa en un mundo de plumas y collares de semillas de capacho
Este es el hombre civil que llegó con su ataúd escrito
En medio de chiflados
Nos dio la hora y no la escuchamos
Por eso todavía estamos en ese país
Aquel país de locos
Aquella casa de locos
Dando una hora que no existe.
Este es el soldado que vuelve de la guerra.
Para siempre iniciar otra guerra siempre

Aquí está el país
Tan loco como aquel muchacho.

 

Julio Bolívar

Ex director del Museo de Barquisimeto, especializado en Literatura y Estudios de Maestría en Literatura Hispanoamericana Contemporánea en la Universidad Simón Bolívar.

Estudios de posgrado en Estudios Literarios en la Universidad Central de Venezuela. Miembro fundador de la Fundación Aurín y del fondo editorial Maltiempo Editores, de Barquisimeto. Asesor editorial. Trabajó como director editorial de la Fundación Biblioteca Ayacucho y de Ediciones Iesa.

Fundador de Sellos de Fuego Editores. Asesor y editor independiente de Libros de El Nacional, especialmente en gastronomía, narrativa, historia y filosofía. Colaborador del Papel Literario del diario El Nacional.

Ha publicado Catálogo (poemas; Editorial Río Cenizo, Alcaldía del Municipio Iribarren; Barquisimeto, 1998) y Corazones de paso (poemas; Fondo Editorial del Caribe, Barcelona, 2012). Con otros autores aparece en la Guía del promotor de la lectura (ensayos; Ediciones de la Secretaría de Cultura del Estado Aragua; Maracay, 1994), Lectura y censura en la literatura para niños y jóvenes (ensayo breve; Ediciones del Fondo Editorial del Caribe; Barcelona, 1995), Desarrollo cultural y gestión en centros históricos (editor: Fernando Carrión), Ciudadanía, democracia cultural y gestión de políticas en centros históricos: “Las identidades cinéticas” (Unesco/Flacso; Ecuador, 2000) y Lo bello y lo útil de Lara (ensayos; Ediciones del Banco Casa Propia; Barquisimeto, 2005). Ganador del Premio Bienal “José Rosa Acosta” 2016 con el libro Tocar la puerta.

José Pulido

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