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Alberto Jiménez Ure
“Mis tramas no son complacientes”

domingo 19 de abril de 2020
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Alberto Jiménez Ure
Jiménez Ure: “En el mundo impera la Supremacía de la Farándula”.

Mircea Cărtărescu escribió, de una buena vez, lo que muchos escritores han pensado:

Sí, la literatura es una construcción frágil, un desglose subjetivo. Escuelas, corrientes, autores. Attrezzo barato que esconde una única verdad: que el olvido acaba cubriendo finalmente todos los libros. Cada época consagra a tres o cuatro autores: poquísimos serán leídos también en la época siguiente, mal leídos además, mal comprendidos, reducidos a unos clichés que ellos no compartirían. Así como “the only emperor is the emperor of ice-cream”, la única teoría que prevalece es la del caos, la del amor y la del azar. Los seres humanos no saben, literalmente, leer, y en poco tiempo tampoco sabrán, literalmente, escribir.

Es una puerta interesante para que pase adelante una entrevista con el escritor venezolano Alberto Jiménez Ure, un autor de original escritura, de trayectoria bien meditada y actitud al margen de todo comercio, que muy pocos lectores conocen aun siendo tan evidente.

Alberto Jiménez Ure es una furia intelectual, una conciencia encendida.

En 1988, desde Manhattan, el novelista cubano Reinaldo Arenas le envió una postal a Jiménez Ure en cuyo texto le confiesa que los elementos absurdos, escatológicos y macabros de sus cuentos lo habían impactado y quería convertirse en su padrino ante la editorial española Tusquets.

En 1995, Juan Liscano escribió:

Hasta cierto punto, la obra de Jiménez Ure podría calificarse con el término decimonónico de “maldita”. En ella hay videncia; hay intuiciones espirituales trascendentes; hay erotismo sadomasoquista, me atrevería a decir, casi redentor, por lo purgativo; hay ciencia ficción; hay cultivo del crimen como acto de rebelión total; hay preocupación interior por el destino humano; hay desvelamiento, blasfemia, insultos congelados, parodia de secretos íntimos, aberraciones, incesto, invocación sesgada demoníaca, delirio, maleficio, descomposición, fermentaciones enigmáticas.

Conozco a Jiménez Ure desde que éramos jóvenes con muchas ganas de escribir y de trazarnos un camino propio. Alberto era un muchacho cargado de seriedad: siempre ha sido un hombre de inevitable seriedad, aunque inspirado en una total irreverencia que ha llevado por todas partes con cara de poeta maldito y de rockero eterno.

Nunca lo vi formando parte de grupos, de cofradías, de círculos viciosos. Tal vez ha construido lazos de amistad más cercanos a su personalidad allá en Mérida, donde trabajó desde 1977 en la Universidad de los Andes. Pero como escritor, como creador literario, siempre ha permanecido solitario, aislado, dedicado a su escritura.

Y creo que siempre ha estado en combate abierto y sincero contra todo lo que le parece mediocre; Alberto Jiménez Ure es una furia intelectual, una conciencia encendida.

Juan Liscano lo escribió así:

Nadie puede disfrutar leyendo a Jiménez Ure. Ingresa en lo insólito, lo desmesurado apretado en cápsula explosiva, en lo mínimo creciendo de pronto como un dinosaurio venenoso. Leerlo es un ejercicio de pensamiento y de trabajo interior. Estamos ante un universo semejante al de Bosco o Brueghel, al de los Caprichos de Goya en lo que éste tiene de medieval. Y medieval es la obra toda de Jiménez Ure, por su atrevimiento ontológico propio de inspiración diabólica, por el ángel que se esconde, por la crueldad de lo representado: eterna crucifixión del hombre.

 

Varios temas

—Siempre me ha llamado la atención lo impecable de tu escritura, el manejo del arte de la escritura en tus obras, y sin embargo tus libros no parecen tener los lectores que merecen, ¿a qué se debería esto? ¿Será porque vas más allá de la mera narración?

—Mi recordado amigo Juan Liscano, quien fue, en el ámbito de la intelectualidad caraqueña, mi defensor intelectual y político, esclareció, mediante un texto que publicó Sofía Ímber en las páginas culturales del diario El Universal de Caracas, que mi literatura no es comercial por las características de mi lenguaje y contenido carente de frivolidades o estupideces (crítica que, por cierto, terminó con el veto que le impusieron en ese diario durante décadas, y que lo atribulaba. Me contó que se debió a unas declaraciones que ofreció a un medio de comunicación en México, donde se reunió con Octavio Paz. Le preguntaron sobre la poesía venezolana, y desestimó la del propietario-fundador Andrés Mata). Aparece en su libro póstumo Jiménez Ure a contracorriente (edición de la Universidad de los Andes en papel, pero es descargable en las “redes de disociados” versión PDF).

—¿Cuál es en verdad el tema que más te interesa?

—No es uno, José: son varios, con presencia constante en mis textos: filosofía, terror, crítica social, sexualidad, política, existencialismo, sátira y lo paranormal.

—¿Desde cuándo te fuiste del Zulia?

—Durante el inicio de mi adolescencia. No me agradaban los campos petroleros, donde mi padre ejerció la supervisión de dos pozos de petróleo que producían miles de dólares diarios a The Creole Petroleum Corporation. Toleré vivir durante mi infancia y pubertad ahí, sólo porque estábamos residenciados en una urbanización donde, en tiempos vacacionales, me reencontraba con amigos norteamericanos. Mi primera novia lo era [Sally]. Nunca la olvidaré porque fue secuestrada, mantenida en cautiverio una semana y, sistemáticamente, violada por cinco chicos de mi edad que creí amigos, cuyos padres eran funcionarios de alto rango en la mencionada transnacional. En el principiante grupo delictivo, había dos venezolanos. Cuando sucedió, yo estaba residenciado en Barquisimeto. Regresé, de prisa, para cooperar con la policía en el operativo de su rescate. Sollocé mucho por ella, estuve inconsolable, y hasta anhelé vengar la afrenta. De ella fui su amante y profesor de español. Planeábamos vivir juntos. Fue sacada de Venezuela a causa del trágico suceso. Pero, pocos años después, nos reencontramos en Estados Unidos. Allá ingresó a una de las tantas comunidades de hippies. Tres de los violadores murieron en la Guerra de Vietnam.

Cuando hablas o escribes y casi nadie puede entender lo que disciernes o infieres, eres profundo ante la mirada de quienes interactúan contigo en persona o leyéndote.

—¿Por qué es difícil saber de dónde eres?

—Tal vez porque viví en Barquisimeto, pero, al cabo de varios años, me residencié en Mérida, donde participé, junto con no más de tres personas, en la fundación de la Oficina de Prensa y Publicaciones de la Universidad de los Andes. Me casé con una dama italiana, con la cual tuve dos hijas. Una tiene estatus de refugiada en Canadá. Enviudé. Luego tuve otra pareja y nació mi tercera. Tengo un varón en Atlanta, al cual no veo desde hace más de dos décadas. La menor en Perú, y la mayor es profesora en nuestra herida de muerte casa de estudios superiores. Los socialistas quieren exterminarla, como al resto de las universidades autónomas del país. Algunos son egresados de sus aulas.

—¿Desde cuándo escribes?

—Mi madre me dijo que le mostré a una vecina suya, con la cual solía reunirse cada atardecer para charlar, mi primer texto ilustrado. Tenía seis años. También me gustaba dibujar y tocar instrumentos musicales, hábitos que abandoné para dedicarme a escribir libros.

—¿Y cuándo supiste a ciencia cierta que eres un escritor profundo?

—Así me calificas, otros igual lo afirman. Sólo puedo decirte que, cuando hablas o escribes y casi nadie puede entender lo que disciernes o infieres, eres profundo ante la mirada de quienes interactúan contigo en persona o leyéndote. El oficio escritural me divierte y desahoga, pero mis tramas no son complacientes. Tampoco mis reflexiones políticas-filosóficas.

 

En esta realidad

—¿Qué haces para sobrevivir en esta Venezuela de hoy?

—Experimento penurias, ante las cuales estuve preparado desde los tiempos cuando escribía contra el “comunismo-terrorismo” artículos de opinión que difundían El Nacional, El Globo, El Diario de Caracas y El Universal. Luxfero me mantiene vivo.

(Luxfero es un poemario contundente. Un libro único en su especie. Mejor que expresarlo o pretender explicarlo, es aconsejar que lo busquen en Internet y lo descarguen. Digo yo. Mientras tanto, sigo preguntando).

—¿Qué es Mérida para ti?

—Epicentro de la Cultura Universitaria Nacional. Hemos tenido, históricamente, más actividad intelectual en la Universidad de los Andes que en la Universidad Central de Venezuela.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—La Narrativa-Poética-Filosófica.

—¿Qué le ha aportado la filosofía a tu narrativa?

—Todo, tanto como aportó a libros de Albert Camus, Jean Paul Sartre, Fedor Dostoievski y Robert L. Stevenson, entre otros.

—¿Qué le ha aportado la narrativa a tu filosofía?

—Demostré que se puede participar en juergas intelectuales con ella. Tuve encuentros sistemáticos con notables filósofos, y nuestros diálogos eran narrativos: nunca de aburridos epistemólogos, porque al discurso filosófico lo dopa el cuento. La poesía también le produce éxtasis y alucinaciones.

—¿Qué le ha aportado la universidad a tu vida?

—Mediante las infamias que sus miembros incuban, confirmo que no es errónea mi tesis filosófica [universal] según la cual la desigualdad ante las leyes y miseria contracultural delata la indolencia y naturaleza incorregible de la Humanidad. Debe extinguirse.

—¿Pensaste alguna vez que el país llegaría a estar como está?

—Pensé y escribí sobre ese monstruo que, cuando estaba en vientre de madre promiscua y posición fetal, anunciaba que nacería con sintomatología una no extirpable y cancerosa tumoración. En el curso de nuestra caricaturesca y difunta Democracia Representativa, pocos escritores hablábamos de él: Carlos Rangel, Juan Liscano y hasta Miguel Otero Silva, quien criticó el endiosamiento de un preñador ya difunto cuyo nombre era Fidel Castro Ruz. En varias de mis obras aparecen esas premoniciones: Trasnochos, Pensamientos profanos, Epitafios, Pensamientos, Desahuciados, Decapitados.

Hasta figuras que son invenciones publicitarias destacan más que un intelectual.

—¿En qué lugares de tu caminar cotidiano sientes la falta de los amigos?

—En predios académicos, culturales y periodísticos. Mi universidad, por ejemplo, está mortalmente herida. A veces quiero reencontrarme con quienes sé que todavía permanecen en este impenitente mundo, pero el sistema de gobierno terrorista que controla nuestras vidas mantiene a los sabios, escritores y poetas aislados. En situación de precariedad económica. Quienes no reciben remesas de familiares que emigraron, mueren de hambre o enfermedades que son curables. Artistas plásticos, poetas, cuentistas, novelistas, profesores e investigadores, todos, sufrimos las secuelas de una explosión nuclear en Venezuela.

—¿Hacia dónde va tu escritura?

—Nada ni nadie hacia lugar alguno va. Si no recordamos qué fuimos antes de nuestra irrupción, tampoco sucederá algo transcendental cuando nuestras psiquis y cuerpos apaguen.

—¿Qué parte de Venezuela se volvió escritura en ti?

—Mérida.

—¿Sufres la distancia, la separación de parte de la familia?

—Lloro, frustrado, porque se me impuso estar lejos de mis hijas y la soledad me aflige. Todos los días urdo, cada minuto, cómo vengar el inconmensurable daño que los socialistas al mando infligen a quienes somos ciudadanos de este devastado país. Pero hemos sobrevivido a esa hecatombe llamada Socialismo del Siglo XXI. Hay un asesino antropomórfico en mí que aguarda, impaciente, el momento cuando saciará su sed de legítima retaliación.

—¿No te parece injusto que seas un escritor del más alto nivel y las grandes editoriales no se acerquen a ti?

—Los gerentes de esas empresas editoriales no tienen amigos, sólo intereses comerciales. Mi literatura no es para consumo masivo. La posmodernidad muestra, en las “Redes de Disociados”, a millones de famosos sin sesos, cuya influencia social es mayor que la de científicos, tecnólogos, artistas o escritores. Hasta figuras que son invenciones publicitarias destacan más que un intelectual. En el mundo impera la Supremacía de la Farándula. No me seducía durante mi juventud, mucho menos ahora, arrogar notoriedad. No soy individuo con número correspondiente en ninguna cofradía. Recuerdo que don Camilo José Cela me propuso, ebrio, convertirse en mi padrino ante editoriales españolas. Igual borracho, le expresé que si le entregaba el manuscrito de una novela mía, lo dejaría en el retrete del hotel donde lo hospedé. Porque fui su anfitrión, designado por el vicerrector académico de la Universidad de los Andes. También de otros notables, como Umberto Eco, Guillermo Morón, Juan Liscano, Alfredo Pérez Alencart, Alfonso Ortega Carmona, Salvador Garmendia, José Ramón Medina, etc.

—¿Algo más?

—Presagio que celebraré, fuera de Venezuela, reunido con todas mis hijas, eventos magníficos por venir que cambiarán el curso de sus vidas, de la Nación Venezolana y la mía esfumándose lejos de la peste e iniquidad que todavía resisto, erguido, con mis precogniciones e irreverencia.

José Pulido

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