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Eziongeber Chino Álvarez: humorismo contra el virus y la carraplana

viernes 24 de julio de 2020
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Eziongeber Chino Álvarez
Eziongeber Chino Álvarez: “Mi manera de escribir la extraigo de mi infancia, de mi adolescencia y de todo con lo que me he topado, tanto en la profesión como en la calle. Escribo como pienso”.

El ser humano es un animal exótico: posee un lenguaje desarrollado y se ríe. La risa es una expresión de antigüedad. Nadie ha podido explicar de manera definitiva el origen y el porqué de la risa.

Tengo la ligera impresión de que los dioses no se reían. Creo que todavía no lo hacen. Y quizá por eso hubo épocas en que la risa fue prohibida y condenada. Aunque hay un aspecto de la risa que resulta muy beneficioso para aliviar el cuerpo de tensiones. Según los estudiosos existen dos tipos de risa: la que los dioses prohibían y la que aceptaban de un modo paternal.

Los griegos llamaban gelao a la risa considerada buena y cata gelao a la del aspecto negativo. La palabra cata se usaba para hablar de lo que se cae, desploma o derrumba, y de ahí viene la palabra catástrofe. Esto lo he leído en un texto que escribió al respecto Javier Martín Camacho.

Eziongeber se la pasa soñando y escribe sus sueños en las redes.

En latín risa es risus y de risus vino subridere, que significa sonreír. Y trajo como consecuencia la palabra subrisus, que significaba reírse para sus adentros, o risa secreta. Más o menos en el medioevo se logró establecer con su significado actual la palabra sonrisa. La sonrisa es una creación medieval.

Esta introducción sirve para hablar de un tema que parece increíble hoy en día: el mundo está de cama, el mundo es terrible. Y Venezuela es como un tope de mala leche que recuerda las clases de la escuela primaria de los años cincuenta: tragedia de historia, geografía, de cívica y moral, de higiene y buenas costumbres. Y sin embargo, aún existen humoristas. Aún quedan personas haciendo reír para no aceptar las tristezas que agobian.

Jaime Ballestas, Rubén Monasterios y Abilio Padrón, por nombrar tres de la vieja guardia, siguen desplegando sus alas resistentes, su humorismo de altura. Y lo más asombroso: han surgido unos cuantos nuevos humoristas que interpretan lo que ocurre usando el habla coloquial con gran tino. Nombro dos que se me vienen a la mente de manera instantánea: Golcar Rojas y Eziongeber Chino Álvarez.

Eziongeber se la pasa soñando y escribe sus sueños en las redes. Pongo un fragmento aquí, para que sepan de qué hablo:

Estás en la plaza Bolívar de Caracas a las cinco de la tarde. En el sueño sabes que esa es la hora porque los rayos del sol se van alargando como venas por las caminerías.

Allá en la banca de la esquina, un hippie de esos bien chivúos está “sacando” en cuatro aquella canción de “give me love, give me love, give me… peace on earth…” …te acercas y es el mismísimo George Harrison tocando el cuatro con las piernas cruzadas, dándole a la cholita para llevar el ritmo pero, yavá —dirías reconociéndolas— …¡esas son mis cholitas pascualinas!

—¡Ey, camán, Mr. Harrison, deme acá mi vaina!

—¿Exkiúse mi ser?

—¡Que me des mi vaina, nojoda! —y lo agarras duro por la pechera en pleno sueño.

Eziongeber no es un nombre maracucho aunque muchos lo crean. Él mismo ha dicho que el nombre viene de una región de Irak y significa “hombre fuerte”. Pero hemos averiguado y nadie se pone de acuerdo en la ubicación del lugar denominado así.

“Ezión-geber fue una ciudad de la Edad Antigua, puerto de Edom sobre el mar Rojo, en el extremo norte del actual golfo de Áqaba, en lo que hoy es la ciudad jordana de Áqaba”, se dice en un lado.

“De acuerdo al Libro de los Números, Ezión-geber fue una de las primeras estaciones donde los israelitas acamparon tras el éxodo de Egipto”, señalan más allá. El asunto en realidad no importa mucho. El Eziongeber que conocemos está aquí, ahora, en esta entrevista.

 

La preguntadera

—¿Desde cuándo escribes de esa manera, con ironía y humor?

—Desde siempre. He tenido la honrosa desfachatez de llevar mis maneras a las salas de juicio y a otros tribunales por medio de escritos y pronunciamientos orales y hasta me han retenido por “falta de respeto” por esas cosas. Pero resulta imposible para mí desprenderme de estas formas porque francamente casi todas las autoridades que conforman el actual Sistema de Justicia Venezolano me provocan una risa muy dolorosa si es que tal cosa existe. No es que me burle, simplemente es mi manera de oponerme a los dislates con que un abogado se topa en el Foro Judicial. Antes de eso ya lo venía haciendo en mis artículos políticos (fui dirigente nacional juvenil de Copei), en mi vida universitaria y en los periódicos estudiantiles de mi época liceísta. Ahora en las redes lo que son la ironía y el humor no puedo evadirlos. Me persiguen y eso me gusta. Para seguir adelante en este país, hay que apegarse al humor con mucho giro. Con ironía pues. De otra manera, corres el riesgo de mimetizarte con el inmenso enclave cargado de hostilidades que es Venezuela. El mismo Alí Primera se reiría de sus canciones si se encontrara con este desastre que nos toca vivir a los venezolanos de 2020.

—¿Cuándo supiste a ciencia cierta que eres escritor?

—Conciencia de escritor, con todo lo que eso comporta: en cuanto supe que para mí es mejor comunicarme escribiendo. En eso puse y pongo todo mi empeño. Supongo que eso arranca a los diecisiete años de edad que fue cuando entré en la carrera de Derecho. Me quedó en el tintero enrolarme en Comunicación Social o en la carrera de Letras. Lo mío por la letra es pasión desmedida. Demencia total. No puedo vivir sin escribir a diario, aunque tan sólo fueran sonetos o décimas de mi tierra, que es Cumaná (a pesar de ser caraqueño).

La historia está en uno de sus picos más definitorios. Sistemas de creencias que parecen arrodillarse ante nuevos dioses. Corrientes de pensamiento con hambre voraz por erradicar todo lo ya conocido.

—¿Cómo te alcanza la pobreza que vive el país?

—Pertenezco a ese clan exclusivo de los venezolanos con F.E., que son las siglas de “Familiares en el Exterior”. Un venezolano en Venezuela, cualquiera que sea su estrato social, no podría sino medio comer de no tener familia en el exterior que lo apoye. Igual se ejerce la carrera y se echa mano de la caleta que va menguando, pero es muy difícil abarcar los tres golpes todos los días. Ahora, viendo lo que pasa en las aceras de cualquier ciudad venezolana, resulta infinitamente doloroso encontrarte con gente escogiendo entre comprar pan o plátanos. O es una cosa, o es la otra. Esto tiene muchos años, pero la situación se ha agravado. De una cola inmensa en cualquier abasto o supermercado ves que la gran mayoría deja sus productos en el mostrador porque es que no se los pueden llevar. No les alcanza. ¿Ingentes cantidades de personas hurgando en la basura? ¿Amigos y colegas tuyos en esa vaina? Yo me impresiono. Yo me impresiono aun cuando eso sea cosa de cada vez que debes ir de compras. Salgo de la panadería con tres panes, pero llego a mi casa con dos. Picas aquí y allá entre algunos viajantes de aceras y lo haces porque no sabes si algún día te va a tocar. Son formas que uno adquiere para que en los Cielos se acuerden de ti, a la hora del té, digo yo. Nadie está a salvo de la carraplana absoluta en Venezuela. La desgracia tiene buena memoria.

—¿Cómo defines esta época?

—Hemos pasado muchas veces por cosas parecidas y hasta peores. En estos momentos, la historia está en uno de sus picos más definitorios. Sistemas de creencias que parecen arrodillarse ante nuevos dioses. Corrientes de pensamiento con hambre voraz por erradicar todo lo ya conocido, como pocas veces se han visto. Siempre recuerdo la historia del musulmán Averroes y del judío Maimónides viviendo juntos e intercambiando pareceres en la Córdoba del siglo XII que es la Córdoba asediada por los bereberes y almorávides. Todo mundo asustado. Todo mundo abandonando la ciudad y dejando a su suerte su casa, sus cosas y sus familias. En resumen, es una época de definiciones. Se aprovecha el virus como arma política, se aguarda por las elecciones pautadas para este año en los Estados Unidos. Una época de “o corremos, o nos encaramamos” y ni hablar de Venezuela.

—¿Qué le ha aportado tu profesión a la escritura?

—Mi profesión le ha dado bastante poder organizativo a mis ideas. Una demanda judicial, por ejemplo, es también una historia. Echas tu cuento, lo fundamentas y solicitas lo que consideres conveniente de acuerdo al derecho vulnerado de tu representado. El aporte ha sido grande, y así como siento respeto por la escritura lo siento por el derecho en su ejercicio y en su necesario y consecuente estudio, pero siempre prefiero el acto solitario de escribir.

—¿Pensaste alguna vez que el país llegaría a estar como está?

—En muchísimos foros, reuniones y grupos de reflexión, el peligro de que algo como esto ocurriera se estudió profundamente hace más de treinta años. Por eso surgió la Comisión para la Reforma del Estado (Copre) y por eso se reformaron algunos códigos como el de Procedimiento Civil. Allan Brewer Carías, por ejemplo, advirtió en muchos artículos de prensa y en sus textos sobre el peligro de que “esto” ocurriera. No fue suficiente. Los partidos políticos, que estaban distraídos tomando caña sabroso y haciendo negocios en Las Mercedes, descuidaron a sus bases, se olvidaron de las pingües cositas que los barrios exigían y por allí se fue la cosa. Si se hubiese atendido al menos la cuarta parte de las peticiones, no llega un avión como Chávez a convencer a nadie. No obstante, lo que nadie imaginó fue lo que sucedió: pudrieron las débiles bases de la democracia desde adentro. Aprovecharon el “voto directo” y coronaron entre vítores al que luego vendría a destruirnos.

—¿En qué lugares de tu caminar cotidiano sientes la falta de los amigos?

—En todos. No hay recodo en que no recuerde a mis afectos. Mi caminar cotidiano es solitario. Ahora mismo no puede ser de otra manera, pero, por otro lado, tenemos muchos años caminando solos. Muchos años. No poder abrazar a mis amigos o familiares, a mi hija Ely Mercedes, es de las peores cosas por las que transito a diario. Duele no verlos. No escuchar el burbujeo de sus risas. Pero, adivina qué: sobre eso escribo.

—¿Sufres la distancia, la separación de parte de la familia?

—Agridulce pregunta. Te lo resumo: sufro mucho la distancia que me separa de mi hija. No sé cómo lo aguanto. Sufro mucho por eso, pero al mismo tiempo pienso en la maravilla que significa que no se esté calando esta melodía. La prefiero lejos. Con mi hijo Víctor es al revés: vive relativamente cerca de mi casa. Lo veo a menudo. Lo tengo a monte preguntándole cómo está, si compró tal medicina, si tiene dinero suficiente, si tiene comida. Lo veo muy a menudo y su respuesta para no preocuparme —acaso está harto— es: “Sí, papá. Estoy bien, papá. Ya no me duele, papá”. Pero coño mano… lo quiero lejos de aquí. Lo quiero con sueños que pueda concretar. Lo quiero radiante. Sonriente como una mandarina. Aquí no podrá. Simplemente.

—He admirado la alta calidad de tu escritura, lo coloquial verdadero, ¿lo sacas de tu infancia o de tu adolescencia? ¿Es una manera práctica de comunicarse entre amigos? ¿Es nuestra tribu?

—Mi manera de escribir la extraigo de mi infancia, de mi adolescencia y de todo con lo que me he topado, tanto en la profesión como en la calle. Escribo como pienso. Procuro no recargar el texto de lugares comunes o groserías, pero no por eso puedo olvidar que, sin ofender a la escritura, los venezolanos tenemos nuestras maneras. Nuestros incordios y pesares y nuestras almas festivas. Le aplicamos una a la tristeza y sobre todo eso trato de poner el acento. Somos mucho más que la simpleza, pero no por eso nos atarugamos en profundidades innecesarias. Así, aunque se ha dicho que nuestras maneras son neocarcelarias, yo abogo por el lenguaje rico en situaciones y colores y sabores que es el lenguaje en el que mejor me puedo explicar.

Mi proceso creativo comienza con un mapa mental y una libreta. Cosa que me llame la atención, la anoto.

—¿Cuántos libros sin publicar tienes ahora? ¿Cuántos has publicado?

—Aquí es donde se cae la cátedra. Muchos escritos están en un archivo. Todos son crónicas. Algunos están para la revisión, pero ninguno ha sido publicado todavía. Creo que un escritor quiere ver sus obras publicadas. En este punto no me queda más remedio que mirarme en el espejo de Wallace Stevens que comenzó su carrera a los 57 años y publicó un poco más adelante. Evidentemente no hay muchos puntos de encuentro salvo que este poeta fue abogado por larguísimos años. Entonces, conforme mejoren las cosas, le iré dando más fuerza al viejo sueño de publicar el libro por el que tanto me preguntan. Supongo que será un epítome de algunas de mis notas juntadas a lo largo de todo este tiempo, pero, además, los años nos bajan las ínfulas y las urgencias. Cuando toque, será. Por ahora, sigo escribiendo como lo que soy: un demente apasionado por las letras. Un Cyrano enamorado declamando tras el arbusto.

—¿Cómo es tu proceso creador?

—Mi proceso creativo comienza con un mapa mental y una libreta. Cosa que me llame la atención, la anoto. Sería poco más o menos como ir al abasto a comprar verduras para la sopa. Después vendría el proceso de cocción. Mejor si hay tiempo para que el texto se cocine a fuego lento. En las redes escribo rápido. Me gusta la interacción con mis panas. Pero verme en la soledad de mi cuarto pensando en cada coma o en la boludez de un párrafo que no cuadra, es más complicado. Como sea y donde sea, escribir es bueno porque te aporta el entusiasmo que tanto se requiere para un oficio tan duro.

—¿Puedes hablar un poco de tu vida? ¿De tu lugar de nacimiento y estudios?

—Nací en Caracas en 1964. Para esa fecha mi padre era cajero en un banco. Al poco tiempo fue ascendido a gerente de agencia con la condición de que aceptara ser trasladado al interior. Eso ocurrió más tarde. Nos residenciamos en El Tigre, estado Anzoátegui, y desde entonces hice como quien dice el crossover de niño capitalino a niño de provincia. Muchas de mis historias nacen a partir de ese inolvidable encuentro que por gracia tuve con la provincia a los cinco años porque, como dice la canción, “Oriente es otro color”. Desde que vi el primer bachaco culón de mi existencia en Oriente, pasando por mi ciudad Cumaná hasta mi vuelta a la capital y luego a los Altos Mirandinos, donde me casé y tuve a mis hijos, sigo pensando lo mismo: “Oriente es otro color”. Antes de graduarme, vendí ropa infantil para pagarme mis estudios, luego vendí repuestos para carros al por mayor, trabajé en tribunales donde llegué a ser alguacil y luego secretario de un juzgado, pero si partimos del hecho de que ejerzo el derecho desde 1987, puedo decir que casi que exclusivamente me he dedicado a los asuntos legales y sobre todo a mis casos penales. En lo personal, no todo ha sido color de rosas. Un día mi esposa y yo decidimos no seguir con el teatro y nos divorciamos. Veinte años duramos y terminamos hace doce. El separarme de mis hijos ha sido la cosa más dolorosa que me ha pasado, sobre todo porque en buena parte eso se debió a que también fui rumbero. Si no, ¿de dónde sacaría mis tantas peripecias en el Tío Pepe o en el Juan Sebastián Bar o el Hato Grill? Rumba y rumba, caballero. Y la rumba entraña consecuencias. Hoy, mi ex y yo formamos parte de ese club que crece y crece en el cual las parejas se llevan mejor después que se divorcian. No, no hay sexo. Tampoco somos altísimos panas, pero sí, desde la altura de nuestros años nos hemos perdonado en función de la amistad y de lo que más amamos que son nuestros hijos. De manera que sí: he vivido y sobre eso también escribo. Y sigo viviendo con sueños, proyectos y mucho guáramo. A todo le pongo mundo porque así es la vida. No esperaré a que otro mastique para que yo pueda tragar.

—¿Cuáles palabras se te quedaron grabadas de la infancia y de la época estudiantil?

—Palabras de niño: ¡Apéate de ahí, muchachoelcarajo! ¡Se están agarrando! (una pelea en la escuela en idioma cumanés). ¡Deja la escribidera de güevonadas y ponte a estudiar! Frases y palabras de la época estudiantil: Centro de Estudiantes. Megáfono. Esténcil. Vamos a cerrar la calle. Lo que pasa es que fulano está arioto.

—Eziongeber…

—¿Sí?

—¿Qué es eso de “arioto”?

—Falto de sexo.

José Pulido

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