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Navil Naime:
“Si se extraviara mi palabra poética con ella se iría el médico que soy”

domingo 14 de marzo de 2021
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Navil Naime
Navil Naime: “El acto de leer se convirtió en el gran aliado que ayudó a estructurar mi condición de escritor”.

Es venezolano de origen libanés. Es médico y emigrante. Es poeta y misericordioso. El dolor viene de toda esa realidad y se convierte en poesía. Se llama Navil Naime y ha asumido como suyas las tristezas que brotan en los hospitales con el desespero de la humanidad enferma. Ha escrito y descrito esas tristezas tratando de curarlas con las palabras que desde niño ha reunido guiándose por los sonidos de la bondad.

La escritura y la poesía de Navil forman parte de su destino como médico y como hijo de emigrantes libaneses que un día instalaron su hogar en Venezuela. Navil ha retornado al Líbano como emigrante venezolano, desandando los pasos de un drama interminable.

En Venezuela lo han admirado y querido como médico porque ha ejercido su profesión con amor y respeto. Y su poesía es un canto cotidiano. Una comunicación diaria.

Ante los poemas de Naime uno siente los efectos de una música que inquieta y agita el alma como una colcha tendida en el patio.

Hoy en día sus lectores son multitud porque él ha interpretado lo que ocurre, lo que duele, lo que tal vez será. Hay un precioso mestizaje en su voz, que ha sido notado y puesto de relieve por Julia Elena Rial, destacada escritora y docente argentina que reside en Venezuela:

La poesía de Navil abre horizontes de reconciliación intercultural, entre las crispadas y bizarras asimetrías que ofrece la crisis mundial. Nuevos sueños de itinerarios que descubren lo híbrido encerrado en la identidad de origen, y en la de destino. Poemas donde las metáforas y metonimias abren su belleza al ayer, al hoy; al aquí y al ahora. Al amor al Líbano y a Venezuela. Emotiva interacción, desde la poesía, entre los unos, los otros y nosotros.

Ante los poemas de Naime uno siente los efectos de una música que inquieta y agita el alma como una colcha tendida en el patio, música huracanada podría decirse.

La memoria no encuentra su lugar.
Herimos la casa
persiguiendo un recuerdo.
Alguien perdió la llave
del último momento,
el tiempo va horadando
nostalgias movedizas.
Madre zurce el abismo
de sus sueños.
Padre vuelve otra vez
de su sonrisa.

Para Navil son familiares los nombres de los medicamentos, de las enfermedades; las frases angustiadas que surgen en medio de todo el doloroso escenario de los hospitales. Pero también reconoce el tono de la esperanza y lo alienta, lo afina a cada instante. Y ese lenguaje que posee desde la infancia se transforma en poemas, en ruegos, en bálsamos que alivian.

Joseph Brodsky escribió algo que puede servir como antesala para una conversación con Navil:

Existen, como sabemos, tres modos de conocimiento: el modo analítico, el modo intuitivo y el modo de los profetas bíblicos, la revelación. Lo que distingue a la poesía de otros géneros literarios es su utilización de los tres modos a la vez (aunque sobre todo del segundo y del tercero). Los tres, en efecto, se dan en la lengua, y hay ocasiones en que, mediante una simple palabra, una simple rima, el que escribe un poema se ve llevado allí donde no ha estado nadie antes que él, quizá incluso más lejos de lo que él mismo deseaba. Quien escribe un poema lo escribe sobre todo porque la escritura de versos es un extraordinario acelerador de la conciencia, del pensamiento, de la comprensión del universo.

Encontré este breve currículo para que sepan un poco más, aunque no hace tanta falta porque Navil forma parte de la diaria lectura que se ejerce en las redes sociales.

Navil Naime nació en Cantaura, Venezuela, en el año 1961. Estudió medicina en la Universidad de los Andes. Obtuvo la mención honorífica en el Premio Nacional de Literatura Rafael María Baralt 2012, con Viejos sonetos y otros poemas; mención Poesía en el IX Concurso Literario Internacional Bonaventuriano 2013, Cali, con Mil palabras para la tristeza; segundo lugar en poesía, mención décima, en la I Bienal de Literatura Lydda Franco Farías 2014, con Décimas de un caminante; ganador en la IV Bienal Julián Padrón, 2015, con La misma sed.

 

“La misma sed”, de Navil Naime
En 2015, Naime obtuvo con su libro La misma sed el premio de la IV Bienal Julián Padrón.

Ser parte de lo que acontece

—Hay una profundidad, una búsqueda muy propia, cierta tendencia a entender unos orígenes… ¿Es lo que sientes más importante?

—Afortunadamente me ha correspondido responder a esta pregunta en la madurez de mi vida, en una etapa de relativa claridad de lo que se es y lo que se quiere. Desde que tengo memoria he intentado acoplarme a mi entorno, ser parte de lo que acontece, integrar el engranaje que logra que las cosas sucedan. Aprendí a mirar los rostros, a pronunciar los nombres, estrechar las manos y embestir con abrazos. Aprendí que la amistad y el afecto son sagrados y el único camino posible para existir en armonía. Busco en la gente lo esencial: su capacidad de querer y dejarse querer.

Tomé de mi experiencia personal como médico toda la poesía que ésta entraña, y créanme que es hoy por hoy la sustancia de todo lo que escribo.

—¿Cómo es la vida del médico en este tiempo?

—No muy diferente a la de tiempos anteriores: estrecho compromiso con el ser humano y su entorno, grandes responsabilidades, votos de paciencia y sacrificio. Tal vez una diferencia significativa del galeno actual es su gran dependencia a la tecnología, por lo que tiende al desapego con el examen físico y la anamnesis, en algún momento pilares fundamentales para el diagnóstico de las enfermedades.

—¿Cómo te ayuda en la escritura el ejercicio de la medicina?

—Durante mucho tiempo el ejercicio de la medicina representó un obstáculo significativo en mi quehacer literario, sobre todo por la enorme exigencia que implica formarse como médico general y luego en lograr las especializaciones necesarias. Y lógicamente todo no termina allí, un médico necesita actualizarse permanentemente, por lo que no fue sino hasta que vi casi completado este largo proceso cuando finalmente pude dedicarme con mayor seriedad a la escritura. El acto de leer, sin embargo, por su sencillez y disponibilidad, se convirtió en el gran aliado que ayudó a estructurar mi condición de escritor. Una vez superada esta etapa, tomé de mi experiencia personal como médico toda la poesía que ésta entraña, y créanme que es hoy por hoy la sustancia de todo lo que escribo.

—¿Cómo te ayuda la escritura en ese ejercicio?

—Por lo contrario, la lectura y la escritura ejercieron y ejercen un efecto permanente sobre mi conducta. Han sido una escuela de sabiduría y paciencia, de tolerancia y comprensión; un cristal que enfoca la vida toda desde su más digna y noble perspectiva. He llegado a creer que, si un día extraviara mi palabra poética, con ella se iría el médico que soy.

 

La muerte es la cumbre del sentir

—Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?

—Un día de mi infancia les mostré a mis padres un poema que hablaba de un patito huérfano. Fue la primera vez que vi a mi madre conmoverse por un escrito de mi autoría. Recuerdo que le inventaba canciones a todo el mundo y declamaba de memoria a mis hermanos y primos el poema que ellos me solicitaran de un gran tomo de la Enciclopedia Hispánica sobre la poesía clásica española o sobre la antología de poesía de Luis Edgardo Ramírez, o sobre los poetas mexicanos contemporáneos, etc. De repente me vi escribiendo todas las cartas y dedicatorias de mis amistades en trances de amor, y poemas a la madre, y al amigo enfermo, y a la mujer ausente, y sin darme cuenta un día, en una entrega de premios literarios en el estado Zulia, alguien me llamó poeta como quien te nombra por primera vez y yo sentí que nació algo en mí que ya jamás me abandonaría.

—La muerte es como un centro, un punto primordial en algunos de tus poemas. ¿Tiene un significado superior al amor, por ejemplo?

—La muerte es la cumbre del sentir. Ninguna palabra la iguala, ninguna incertidumbre la supera. Es el catalizador de todos los sentimientos; en ella se agigantan el amor, el asombro, el miedo; por la muerte tiene otro matiz la esperanza. Por ella se hacen inermes el odio y el perdón. La muerte es la única ruta posible para avanzar hacia el final del poema.

—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?

—Así lo siento; escribir es también encontrarme un poquito en la felicidad de los demás.

—¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?

—Si hay alguien en este planeta que pueda considerarse bendecido, pues ese soy yo. Todas y cada una de las cosas que he añorado en los distintos momentos de mi vida se han dado sin demasiadas dificultades. He sido un ser humano feliz en casi todos los días de mi existencia. Sin carencias importantes, sin dolores significativos; estudié sin interrupciones superando todos los objetivos; amo y soy amado; logré mis propósitos profesionales con humildad y dignidad; tengo grandes amigos y, que yo sepa, ningún enemigo. La vida me concedió tres buenos hijos (ninguno médico, ninguno poeta). En 2021, sin embargo, tengo un deseo inconcluso: volver a mi entrañable patria, reencontrarme con mi mundo y con mi gente y poder escuchar al venezolano hablar de futuro y felicidad con la misma convicción de tiempos pretéritos.

 

“Siento que no pertenezco a donde estoy”

—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?

—La enorme avalancha tecnológica que hemos tenido que sufrir a partir de los años 80 nos cambió de mundo. Son otros los parámetros, otras las prioridades, otro el idioma; la forma en que nos interrelacionamos los seres humanos ha cambiado de forma radical. La infancia de nuestros hijos difiere demasiado de la nuestra; las convicciones y necesidades de esta generación, donde me siento extraviado, son otras. Es irremediable este sentimiento de que no pertenezco a donde estoy.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—El ejercicio de la medicina y la escritura han compartido el lugar de mis necesidades mortales y espirituales. Amo el hipismo y el beisbol; he practicado kárate do desde mi infancia (de hecho logré el cinturón negro en 1985, poco después de graduarme de médico cirujano) y tuve la dicha de fundar dos academias de kárate en el estado Portuguesa. Pero en este momento de mi vida la pasión que supera a todas las mencionadas es la de la lectura. Cuando sea incapaz de ejercerla, podría dar por concluida mi versión de hombre feliz.

En mis 36 años de ejercicio de la medicina nunca había enfrentado una situación tan grave y prolongada como la del Covid-19.

—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

—Siento que ambas cosas. Siempre he sido dado a la introspección. Me reconozco, me mimo, acepto y aprecio la soledad. Hace doce años migramos desde Venezuela al Líbano, la tierra natal de mis padres, un país hermoso pero con otra idiosincrasia, otro idioma, otra historia. Aprecio mucho esta nueva vida y las oportunidades que me ha dado este país, pero inevitablemente, parafraseando a mi querido Salvador Tenreiro Díaz, somos emigrantes, somos extranjeros, somos extraños.

—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Familia? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?

—Vivo en un apartamento que mira al Mediterráneo en un edificio poblado por parientes y amigos, en las cercanías de Beirut. Desde hace cinco años tenemos a Toddy, un perro que se situó por encima de mí, desde los primeros días, en la escala de amor de mis hijos. Yo no me resiento ni padezco de envidia porque lo quiero tanto como ellos.

—¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?

—Mi rol como médico se ha intensificado y desde hace un año, sobre todo en los últimos meses, he asumido el rol de guía preventivo y curador de centenares de pacientes afectados por la pandemia. He perdido a cuatro de mis mejores amigos, compañeros desde la infancia y en estos caminos de lucha y superación debido a la pandemia. En este preciso momento mi gran compañero estudiantil, hermano de la vida y literalmente adoptado por toda la familia, agoniza en una clínica de Los Teques por haber adquirido el nefasto coronavirus en el ejercicio de sus funciones médicas. En mis 36 años de ejercicio profesional nunca había enfrentado una situación tan grave y prolongada como la del Covid-19.

—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía en relación con Venezuela?

—Ya antes hice mención de que el libanés es un pueblo noble, amoroso, sin el más mínimo atisbo de xenofobia. Nos ha acogido con el mayor afecto y naturalidad. Sin embargo, la venezolanidad no se puede erradicar. Ser venezolano es una condición no susceptible a ser modificada, y acá, tanto tiempo después, nada ha cambiado en mi relación y mis aspiraciones en cuanto a mi país.

—Hay gente siempre definiendo lo que es poesía y hasta apropiándose de la poesía, aunque es tan inatrapable. ¿Tienes una idea que te defina lo que es poesía?

—Sí la tengo, pero es inexpresable. Me siento hueco cuando lo intento. Siento que traiciono lo que quiero decir. Como sucede cuando intentas explicar el amor o tu relación con Dios: es preferible callar y sentir.

—¿Qué duele más hoy en día? ¿qué te conmueve más?

—Mis hermanos hurgando en la basura para contener un poco el hambre. Tantos amigos solicitando auxilio para diferentes fines, la mayor parte de ellos por salud o hambre. Me conmueve mi gente encarcelada en su espacio vital, desgarrados por el devenir, sin un asidero para volver a pronunciar la esperanza.

José Pulido

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