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Rosana Hernández Pasquier:
“Estudié, jugué, canté, visité la cárcel”

domingo 4 de abril de 2021
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Rosana Hernández Pasquier
Rosana Hernández Pasquier: “Escribir no es una felicidad; es, ¿cómo explicarlo?, una urgencia, una necesidad, un deseo”. Fotografía: Anabel Rodríguez Ríos, cineasta

Hoy recuerdo la última vez que visité a la poeta Rosana Hernández Pasquier en su casa de Villa de Cura. Estaba contento porque recientemente había pasado por el hogar de mi madre y había visto de nuevo su ritual con las matas, sus manos arrancando hojas secas, juntando tierra fresca en torno a unas raíces, su esperanza ante los florecimientos.

En la casona de Rosana estaba su madre haciendo lo mismo: arreglando la vida. Sentí el jardín allá afuera. Había un remolino de colibrí llenando de colores cierto espacio en el aire. Y mucho después encontré este poema de Rosana:

Es mejor ir y venir
sin detenerse nunca
Al colibrí
no creo que lo empape
la garúa.

La casa estaba adornada de cuadros, de recuerdos, de épocas. Inclusive, en algún momento hablamos de la casa del Santo Sepulcro, que está muy cerca de allí. Con Rosana siempre hemos compartido dolores con dulzura, temores con dulzura, dramas que se vuelven pasajeros porque ella emana esa bondad y esa ternura protectora que caracteriza a las mujeres de Villa de Cura. Allí todo lo protector es femenino. La Virgen de Lourdes, las madres cocinando, las mujeres en peregrinación constante.

Si un día regresara a Villa de Cura me alegraría intensamente cada lugar, aunque hubiese cambiado. Y después de visitar a mi hermana y mi hermano, a toda mi familia, iría rumbo a la casa de la poeta Rosana Hernández Pasquier para reparar con su poesía todo lo dañado, todo lo deformado o desgastado. Su poesía es material de añoranza.

Hice todo
para que nos reconocieras.
Magia blanca,
un olor de merengues en el horno
y un pañuelo
que indicaba la paz.

Los años del regreso
no llegaron nunca
a tocar nuestra puerta.

Después de esa visita sólo nos comunicamos por correo, pero seguí leyendo su poesía. Con ganas de verla y hablar de nuevo como paisanos y amigos. Nunca la percibí solitaria. Siempre estaba cerca de Harry Almela y de Alberto Hernández, ambos compartiendo con ella la fuerza poética, ese resplandor que ha seguido brillando con nobleza en la región central del país.

 

Mis primeros recuerdos, los que han causado más impacto en mí, están ligados a la persecución y a la muerte.

Todas las Penélopes de la familia

En 1967 desaparecieron Andrés y Ramón Pasquier, jóvenes activistas de izquierda, tíos de Rosana. “Madres, hermanas, abuelas, han fallecido esperando que sus restos se encuentren o que de repente aparezcan ellos, llenos de vida, tal como cuando fueron borrados del mapa. Es un terror que en vez de diluirse multiplicó su poder en el país. Terror policial. Terror carcelario. Terror militar. Ahora hay muchas familias que experimentan dolores similares. Porque nuestro país ha sido pródigo en gente creadora y trabajadora, pero también ha producido verdugos al por mayor. Usted patea una esquina y brotan los verdugos como si no fueran el gran mal que nos agobia”.

 

Lo que menos tenemos es certezas

Hay una profundidad, una búsqueda muy propia, cierta tendencia a entender unos orígenes… ¿es lo que sientes más importante?

La pregunta no es sencilla, para nada. Creo que existe una profundidad, y esa profundidad nos lleva a una búsqueda, que es de cada persona y está marcada por las vivencias, la formación, la visión, la cotidianidad, entre otros, y por el mundo intelectual y de creación para quienes están inmersos en él.

Al preguntarme sobre esa profundidad vienen a mi memoria los versos de Vicente Gerbasi, “venimos de la noche y hacia la noche vamos”, con su tiniebla sobre lo desconocido. Lo que menos tenemos es certezas, voy a ir a tientas. Desde niña hasta el día que mis padres murieron nunca me aparté de ellos. Mis primeros recuerdos, los que han causado más impacto en mí, están ligados a la persecución y a la muerte. Vengo de una familia que sufrió persecución política que concluyó en encarcelamiento y la desaparición forzosa de dos de sus miembros. Eso en tu infancia es incomprensible. Mis padres hicieron todo lo humanamente posible para darnos una vida feliz, normal, llena de mimos y de amor. Estudié, jugué, canté, visité la cárcel, escuché las malas noticias, lloré a mi abuelo materno quien murió cuando yo tenía cinco años. Fui triste y feliz. Pero esos acontecimientos marcaron mi vida.

 

Permaneciste en el pueblo, en la casa…

Estuve allí en la misma casa, me ausentaba unos días, un mes. Tuve oportunidades para estudiar fuera del país, pude irme a Caracas, pude ir a cualquier parte. Pero decidí quedarme con mis padres y mi abuela materna. Cuando comencé a reflexionar sobre estos asuntos, me preguntaba si no sería que no podía soportar el alejamiento, la distancia de mis padres, de mi hogar. De manera inconsciente, tal vez relacionaba el apartarme con las pérdidas, con ese no volver nunca, por esas huellas que dejan de forma terrible las desapariciones. No lo sé, ese espacio del subconsciente es un mundo desconocido, con muchos rincones y pasadizos. Una respuesta a esa profundidad es el amor, el amor por mis padres, mi abuela, mis hermanos, mi familia. El amor como una definición en mi vida, si es que podemos definir algo sin dañarlo de alguna manera.

 

Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?

De lo único que sí estoy segura es de que no soy, ni seré, la poesía. Ahora, sí recuerdo que comencé a escribir poemas en mi infancia, como a los diez años. No voy a decir que a esa edad yo era una lectora de poesía, pero estaba bastante familiarizada con el género. En mi familia, y en este pueblito donde nací, había gente que gustaba de leer poesía y además la recitaban. En casi todas las reuniones familiares los primos de mi padre, mi abuela paterna, los amigos cercanos, declamaban hermosos poemas, otros no tanto, por supuesto esa valoración la hice años después. Además, los amiguitos, mis contemporáneos, aprendíamos de memoria poemas que están incluidos en el repertorio poético de Luis Edgardo Ramírez. Nos reuníamos con cierta frecuencia en el patio de la casa de Consuelo de Albano para escucharlas declamar a ella y a doña Charo, su madre. Eran mujeres con una presencia escénica arrolladora y nosotros encantados en ese espacio, en ese pequeñito teatro, imbuidos por un misterio, una musicalidad, una magia.

En la escuela (estudié entre otros en un colegio de monjas), en los actos culturales, la poesía tenía un lugar importante. “Silva a la agricultura de la zona tórrida”, de Andrés Bello; “La hilandera”, “Los hijos infinitos”, de Andrés Eloy Blanco…

 

Mi respiración marca en mucho mi escritura, sí, sus espacios, su tempo.

Mi madre lloraba en silencio

A veces hay poesía abriéndose paso en las cosas familiares…

Mi madre siempre nos llevaba por los caminos de la contemplación. Mi padre era un hombre apasionado por los viajes y la fotografía. Su mayor pasión fue la pesca, era pescador de agua dulce, y al releer lo escrito veo que ha surgido, como de la nada, una hermosa metáfora, pescador de agua dulce. Vuelvo a mi madre, ella nos decía: “Vamos a ver las nubes pasar, observen qué formas tienen”. En casa o en un paseo tardábamos, sin prisa alguna, horas viendo nubes. Así mismo nos hacía notar las diferencias entre los árboles, las plantas, sus distintas hojas, sus flores, sus copas, mientras mi madre pronunciaba sus nombres. Mi padre nos paraba frente al paisaje para tomarnos fotografías, en un puente, frente a la laguna de Taiguaiguay, en un río, en la fuente de una plaza. Al llegar a casa, la atmósfera parecía ser la misma y a la vez otra. Las noticias, las llamadas, el sigilo, la eterna espera. Aquí, en mi memoria, una escena inolvidable. Mi madre esperaba el noticiero de las once de la noche de Radio Rumbos. En el momento en que comenzaba, mi madre encendía un cigarro, el locutor preguntaba: “¿Dónde están los hermanos Pasquier?”. Madre aspiraba profundo, se hacía una comba de luz tenue en el cuarto, éste se iluminaba con cada inspiración. Yo trataba de quedarme despierta, creía que la acompañaba. Creía que mi madre lloraba en silencio y yo muchas veces lloraba con gran dolor.

 

Las tradiciones familiares, los detalles, la naturaleza son como un centro, un punto primordial en algunos de tus poemas, ¿es así? ¿Puedes ampliar ese aspecto?

Desde siempre fui asmática. Toda esa manera de acercarme al mundo que me rodeaba, la forma tan contemplativa como describí, la acentuaba mi respiración. Un ritmo entrecortado, lento, un quedarme extasiada en una flor, en una abeja, callada, apartada, casi sin ruidos en mi mente, con la enorme felicidad de chuparme el dedo, un gran compañero en mi retiro, y mi imaginación era viva. Esa especie de pasillo, donde todo venía y a veces viene, como en cámara lenta. Mi respiración marca en mucho mi escritura, sí, sus espacios, su tempo.

 

Rosana Hernández Pasquier y Harry Almela
Rosana Hernández Pasquier sobre Harry Almela: “Harry no quiso cohabitar de ninguna forma, vivir con esto no estaba entre sus planes”.

Harry y La Liebre Libre

Has formado parte de un grupo de poetas en Aragua que ha sido muy importante. ¿Siguen reuniéndose? ¿Echas de menos a Harry Almela, a La Liebre Libre?

Sí, es cierto, formé parte de ese grupo. Lo primero que quisiera expresar: ¡qué buena fortuna he tenido! Terminando los años setenta conocí de apretón de manos y mucho gusto al primer poeta, Alberto Hernández. Él me regaló su primer libro, que todavía conservo: La mofa del musgo. Yo conocía desde mi adolescencia a Harry. Cuando entré a estudiar en el liceo Alberto Smith, Harry estudiaba su quinto año. Nunca fuimos cercanos, era más grande que yo. Él era un joven hermoso, rubicundo, con porte como de hippie y con un rostro al estilo de Jesús. Su guitarra y su voz lo acompañaban a todas partes. Cantaba canciones de la época, en especial las de Serrat. Años después lo volví a ver en Maracay. Nuestra relación comenzó a finales de los ochenta. El momento clave fue cuando lo busqué en el año 1989 para saber sobre los talleres de literatura. En enero de 1990 Harry vino a la Villa y nos reunimos para definir lo del taller. Este taller lo dictó Efrén Barazarte. Un año completo, los sábados a las dos de la tarde, nos encontrábamos en la escuela de música Ángel Briceño para leer y acercarnos al oficio de escribir poesía. Reconozco a Efrén Barazarte como uno de mis maestros. En esos años había en Aragua todo un movimiento cultural.

Nosotros, Alberto, Harry, Efrén, junto a otros poetas como Jesús Morín, Aly Pérez, Wilfredo Carrizales, por citar sólo algunos, organizábamos actividades y asistíamos a las convocatorias de las instituciones y de otros amigos. Fue un momento, un tiempo para el encuentro y la creación. Un día Harry nos convocó para crear una editorial, creo que fue en el año 91 o 92. Surgió La Liebre Libre. Fuimos un equipo de trabajo serio y sólido. Trabajamos juntos más de una década. En ese lapso logramos publicar casi cien títulos, desde noveles escritores, hasta autores acreditados y reconocidos del país y más allá de nuestra geografía. Fuimos los primeros en publicar los poemas de juventud de Jorge Luis Borges, cobijados bajo el nombre Los himnos rojos en la colección Escampos.

 

Harry era un ser complicado, difícil, hosco, pero tenía una virtud, era generoso con el conocimiento.

La Liebre Libre desapareció…

De la editorial queda lo que hicimos. Malamente nos aplastaron como a otras editoriales alternativas en el país. En un principio no sabíamos hacia dónde se encaminaba el Estado, nos defendimos, peleamos con todas las herramientas posibles. Pero continuaron los golpes cada vez más brutales hasta que paralizaron las publicaciones, no sólo en Aragua, en el territorio nacional. Luego centralizaron, digamos que “embaularon” el cauce de ese río que es la literatura. Hemos pasado por sanciones, heridas y daños terribles. Los años, el tiempo que compartimos fueron un aprendizaje, un acompañamiento, una estación de creatividad, de logros. Atesoro profundamente este tránsito. Lo importante es que seguimos sin detenernos, haciendo, en medio de las limitaciones.

 

Harry sufrió como nadie esa pérdida…

Harry Almela, un amigo, compañero de viaje. Poeta con una enorme voz, pero también fue un opositor a ultranza desde el primer momento, lamentablemente sin equipaje posible para adaptarse, para convivir con este aparato hecho para triturar a sus oponentes, un armatoste eficiente y opíparo en corrupción, odio y aniquilamiento de toda la urdimbre que significa un país. Creo que Harry no quiso cohabitar de ninguna forma, vivir con esto no estaba entre sus planes. Una forma de adversar algo también puede ser caminar progresivamente hacia la muerte. Lo vi deteriorarse, pero como Harry escribió en uno de sus poemas: “La muerte siempre es ajena”. Hacía sólo unos tres meses habíamos leído juntos. Estábamos Alberto Hernández Harry, yo, un modesto grupo de escritores y amigos. Fue la última vez que nos reunimos. Harry era un ser complicado, difícil, hosco, pero tenía una virtud, era generoso con el conocimiento. Siempre estaba dispuesto para apoyarte con un libro, un documento, un número de teléfono de algún “consagrado”. En ese tiempo le planteé que deseaba registrar una editorial. Conté con su apoyo de inmediato. Entonces nació, con sede en Villa de Cura, Blacamán Editores; allí estamos Efrén Barazarte, Flor de María Hernández Pasquier y Kristel Guirado. Logramos publicar once libros. Uno de ellos, Palabra o indigencia, de Harry Almela.

 

“Hace bastante rato que no siento el papel arrugado entre mis manos”

Escribir, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?

Escribir no es una felicidad; es, ¿cómo explicarlo?, una urgencia, una necesidad, un deseo. Es algo que tengo que satisfacer. Te sientas y comienzas a trabajar, vas una y otra vez. Buscas, ordenas ideas, palabras, surgen imágenes. A veces lo que aspiras sale redondo, otras no. Vienen las dudas. Botas, ahora en la papelera virtual. Me gustaba imprimir y corregir en papel. En este ahora en el país eso es casi un imposible, así que hace bastante rato que no siento el papel arrugado entre mis manos, su textura, aspirar su olor. El ruido de la hoja cuando arrugas, después la rompes, sonidos esos que alejan el enamoramiento por lo que hiciste y le dan al caer, con ese tac dentro del cesto, su tac al ego. Ese viaje de la hoja a la papelera lo hemos perdido. Hoy todo desaparece en forma rápida, con tan sólo un clic. Bueno, escribir trata de todo esto y mucho más. En mi caso escribo fundamentalmente poesía; no escribo a diario, pero leo poesía todos los días. Hago notas. Algo que veo, llega una imagen, apunto. Tengo espacios de silencio. Parece que no va a surgir nada. Eso me atormentaba. Ahora creo que algo se está cocinando adentro, pero la verdad es que no tengo seguridad alguna. ¿Cómo asir, aprehender algo inasible como la poesía? Escribir poesía es un proceso difícil, exultante, vigoroso, salvador. La poesía tan compleja, tan total, todopoderosa, única, invisible. Me gusta explicármela con el poema “Discordias”, de Lezama Lima.

 

¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?

Desde mi infancia hasta una avanzada adultez mi sueño fue el regreso. Ver regresar a mis tíos desaparecidos. El regreso, esa es una imagen que no sólo la llevo en mi ADN por Homero, sino por el sueño, el deseo de que regresaran los tíos a su hogar, a su Ítaca. Mi abuela tejió diecinueve cubrecamas matrimoniales (uno para cada hijo vivo y uno para cada nieto) mientras aguardaba su regreso, o al menos la entrega de sus huesos para darles cristiana sepultura. Mi abuela Ana Josefa fue Penélope y mi madre y mi tía y mi hermana y yo. La espera, el regreso, aguas de un mismo río.

 

¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?

¿De verdad? No sé explicarme la vida. Esa inmensidad, esa obra maestra, venga de Dios o de quien venga, o de donde venga. No tengo palabras. Un gran asombro. Un deslumbramiento.

 

Vivo en una casa que debe tener de construida unos doscientos años. Mi casa materna.

¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

Existen algunos momentos en que he logrado verme como si yo estuviera en otro lugar, ni siquiera sabría decir si enfrente de mí, o desde dónde. Estas, digamos que visiones, han sido pocas, pero me miro desde esa mirada que soy yo también y me veo agitada, trajinando, en un afán. La mirada o quien mira, esa otra yo, es serena, mucho. Hay algo de eso que me perturba, que me asusta. Es un terreno inexplorado.

 

¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Familia? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?

Vivo en Villa de Cura, estado Aragua; allí nacimos, querido José. Vivo en una imagen maravillosa, alucinante, la puerta del llano, pero la dura realidad es que somos un pueblo que no se diferencia del resto del país, estamos arrasados, pero con la firme convicción y esperanza de que lograremos salir de este tránsito oscuro. Vivo en una casa que debe tener de construida unos doscientos años. Mi casa materna. Tenemos corredores y un patio central, donde están plantados un limonero, dos higueras, dos granados, un azahar; además hay orquídeas, sábila, orégano, hierba santa, hierba buena, tréboles rojos y muchas otras que llenan de verdor, colorido y alegría nuestra vida. Te cuento que desde hace cuatro años tengo pareja, un maravilloso ser, un amigo entrañable, compañero de los años de fundación del MAS, Evelio Armas, un amor, mi novio, con él vivo en un anexo en Maracay. Una pequeña casa, pero con un jardín amplio y reverdecido. Hicimos un diseño de estadía de cinco días en la casita, bautizada así, y cinco días en mi casa de la Villa, con mi hermana. Desde marzo del año pasado hasta ahora, hemos podido ir a la casita sólo en tres oportunidades. Las dificultades son muchas.

En mi hogar siempre, siempre hemos tenido perros. Hoy es Miranda, una perra mestiza de labrador, grande, hermosa. Este año va a cumplir sus primeros doce años. Además tenemos a Susanita, una gatita blanca que me traje de la calle.

 

¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?

En Venezuela, y por supuesto Villa de Cura no es la excepción, la vida se ha convertido en un tremendo afán. Ir de compras, hacer el mercadito que en casa se hace semanal, es un suplicio que va desde tener el dinero, cómo estiraaaaaaaaaarlo, correr detrás del dólar, qué cosa conseguir, rebuscar entre frutas y vegetales casi dañados, entrar en varios establecimientos por lo de la diferencia de precios y pare de contar. Ahora, con lo de la pandemia, contamos para hacer todo eso con medio día nada más, es agotador. Dos días a la semana salimos mi hermana y yo, vamos como quien va a un reto, una competencia a ver si lo logramos. Atender la casa que cada día se hace más grande. Los afanes de la cocina, la limpieza. Pero estoy escribiendo un libro de poemas, que por el momento he llamado “Poemas del encierro”, y al mismo tiempo ha surgido uno que toca esta realidad. Tratar de que no sea un panfleto, ese es el reto. Ahí voy. Cierro los ojos y escucho el río, nos veo florecer en su ribera.

 

Hay gente siempre definiendo lo que es poesía y hasta apropiándose de la poesía, aunque es tan inatrapable. ¿Tienes una idea que te defina lo que es poesía?

Es muy difícil, no hay una definición para ella. Su lenguaje nos lleva por una musicalidad y una construcción que se aleja del habla cotidiana, y por más que intentemos amarrarla al habla común, la poesía se escapa, vuela hacia otros territorios. Siempre me pregunto: ¿quién habla en versos?, ¿quién conversa con sonoridad encantadora? Pienso que la poesía no pertenece aquí. Su voz viene del espacio, de lo desconocido.

 

¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?

Definitivamente, el país. Esta herida, esta rotura que somos. El país arrasado y nuestros corazones partidos. Unos, con la mitad o más de la familia lejos, muchos de ellos esperando volver, y otros, aquí aguardando el regreso. Espero tener vida para el regreso de mis seres queridos.

José Pulido

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