
En San Felipe, Yaracuy, los árboles hacen montaña y envían sus aromas verdes, sus cantos diversos; qué hojarasca sin fin, qué pajarera bendita. Todos esos montes hablan con voces de agua y piedra. Sus bosques profundos alojan misterios indígenas revueltos con hadas y duendes. Los mitos celtas llegaron con los mineros ingleses contratados para trabajar en las minas de Aroa.
Pensaba en esas cosas cada vez que iba a San Felipe a dictar talleres y a participar en un diplomado en la Universidad Nacional Experimental de Yaracuy, Uney, cuando era dirigida por la lucidez de Freddy Castillo Castellanos.
En San Felipe conocí a dos de los poetas más importantes de Venezuela. Dos poetas tan auténticos que si los miras bien tienes que deslumbrarte y sentirte obligatoriamente humilde: Lázaro Álvarez y José Luis Ochoa.
José Luis Ochoa es tan humano que se le ve la infancia, que se le ve la piedad, que se le ve la sensibilidad.
Un día me quedé ensimismado bajo la frescura de la brisa, sentado con José Luis Ochoa. Era un ejercicio agradable escucharlo, revuelto con toda aquella naturaleza. El sol recalentaba las fachadas de las casas y ese vapor marcaría el atardecer, pero nosotros estábamos amparados por la vegetación de una plaza. Ya había leído sus poemas. Y al conversar con él entendí el humanismo que refleja su poesía. Cada poema suyo muestra al poeta José Luis Ochoa como alguien que parece más humano que muchos de nosotros.
¿Qué es ser más humano?
Conocer intensamente lo de afuera para poder avizorar con buena luminosidad lo de adentro; respetar la naturaleza y todo lo que se deba proteger. Comprender la vida y entender la muerte. Más o menos eso, por ahí va el asunto de ser más humano. José Luis Ochoa es tan humano que se le ve la infancia, que se le ve la piedad, que se le ve la sensibilidad, la incapacidad de hacer daño.
De repente se me vino a los ojos una empalizada de matarratón, cuyo nombre era gliricidia pero no lo sabíamos. Y también imaginé un pupitre con nombres y promesas talladas, rayadas. Lo pensé en su infancia, observador y callado, oliendo las hojas de la yerbabuena o tocando las hojas más leves de la mimosa púdica, de la dormidera.
Y durante la brevedad de ese imaginar, que sin embargo fue como una avalancha, dejó de importarme la escasez de libertad que viene con los días. Pasaron loros y garzas y un conoto solitario. Él había escrito un poema a unos perros de la calle. Y también había estado escribiendo sobre Caracas y el río que se volvió una cloaca. Le dolía ese río. Alguien o muchos ciudadanos no amaron el país y dejaron que el río muriera y se pudriera y siguiera circulando sin un centímetro cúbico de agua limpia.
José Luis Ochoa en pocas líneas
Poeta, ensayista, psiquiatra y docente universitario. Ha publicado los poemarios De viajes y encuentros (Caracas, 1994), Poemas (México, 1994), Cantos hiperrealistas (Caracas, 1997) y Ruinas vivas (Caracas, 2013). Fue ganador del Premio de Poesía “Fernando Paz Castillo”, otorgado por el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) en 1992, con su poemario De viajes y encuentros. Sus poemas y ensayos han aparecido en diarios y revistas literarias, nacionales e internacionales, tanto en papel como en medios digitales. Su obra poética ha sido incluida en varias antologías de poesía venezolana y extranjera, siendo lo más reciente la publicación de uno de sus poemas en Nubes, poesía hispanoamericana (Pre-Textos, Valencia, España, 2019). Fue miembro del grupo literario Eclepsidra, de Caracas, y de Maltiempo Editores, grupo literario y editorial de Barquisimeto. Es profesor de la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy (Uney), donde imparte la cátedra Lengua y Tradición Cultural. En esta misma casa de estudios estuvo a cargo de la Coordinación Académica del Diplomado Gilberto Antolínez, para la formación de cronistas, y formó parte del consejo editorial de In Situ, revista de investigación y posgrado. Reside en Barquisimeto, Lara (Venezuela). Actualmente forma parte del grupo Poetas sin Fronteras/Ablucionistas, quienes realizan encuentros poéticos de lecturas virtuales, con sede en México, y participa como curador-editor en el portal web Ablucionistas.
Y un poema suyo para retratarlo
Ciudad con lluvia y melancolía
Esta ciudad áspera
viste sus trajes de harapos
en los días con lluvia
muestra el rostro
de su tiempo de pájaros
que buscan cobijo en los balcones
de las casas blancas y en ruinas.
Esta ciudad de seres exiliados
en la orfandad de los lugares enfermos
respira el viento que brota de sus entrañas.
Parece suplicar con la voz callada
de los desamparados
a los dioses ausentes
en estas horas del frío
en estos años de la gran ira
resiste nuestra ciudad tantas veces sitiada
susurra unas oraciones sin destino
en los días de piedra de hierro
que llevamos sobre nuestros dorsos heridos
como si fuésemos Sísifo o Atlas
caminando cabizbajos por las calles mojadas.
Quiero salvar las historias pequeñas…
Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?
La experiencia inolvidable de mirar las formas de las nubes en el cielo despejado, de divisar el paisaje dilatado en el campo de mi infancia, me llevaba a un estado de ensoñación y contemplación, a contactar con una zona de intimidad, con un interior, diferente al ámbito externo conocido, visto, en esas edades iniciales de mi vida. Se comenzaba a construir, de esta forma, una visión poética del mundo, sin saberlo de un todo aún.
Aquel primer roce con el misterio y la belleza de la poesía fue determinante para mí, y es uno de los recuerdos que más atesoro.
Tuve el grato privilegio de habitar en un área rural desde los cuatro hasta los once años de edad, en el sector Agua Negra, municipio Zaraza, Guárico, lugar donde nos llevó mi padre, procedentes de Valle de la Pascua, ciudad en la que había nacido. Allí, entonces, entré en comunión con la naturaleza prodigiosa, con sus dones, aquellos árboles frondosos, los frutos coloridos y jugosos, el cielo infinito, las flores con sus aromas y fulgores; con la tierra seca y pedregosa en el verano, que luego se tornaba mojada, tierna y de olor fragante, tras la entrada de la época de lluvias. Además, me fascinaba escuchar a los cantantes llaneros en sus contrapunteos, desafíos de versos improvisados, al compás de la música de arpa, cuatro y maracas, en encuentros memorables que presenciaba en el patio de mi casa.
Era un ambiente propicio…
En ese marco campestre de influjos visuales y acústicos, el niño que fui sacaba de un viejo escaparate, convertido en biblioteca humilde, pero maravillosa, libros hermosos, casi mágicos, como Poda, de Andrés Eloy Blanco; Al margen de los clásicos, de Azorín; Las naves, de Jesús Enrique Guédez; Romeo y Julieta, de Shakespeare; las coplas en Cantas, de Alberto Arvelo Torrealba; fábulas y cuentos de la literatura china, entre otros, tan entrañables. Todas esas lecturas me alimentaron de una forma, digamos, autodidacta, algo desordenada, ya que no tuve una guía que me llevara de la mano. Sin embargo, considero que eso mismo me dio la libertad de unir imágenes, integrar géneros sin saberlo, aunque siempre la poesía aparecía de manera destacada en mis gustos, en aquella pasión por la lectura que se iniciaba. Igualmente, hay un hecho que marcará mi destino poético, y es el de que en la escuelita rural donde estudié mis primeras letras las maestras organizaban actos culturales en los que la poesía, el teatro, la música, eran protagonistas. Así, cuando cursaba el primer grado, con siete años de edad, la maestra me encomendó la tarea de declamar el poema “Este niño don Simón”, de Manuel Felipe Rugeles, en uno de esos eventos artísticos. Para mí, ese fue un gran compromiso, a la vez que un orgullo. Esto me obligaba a aprender unos versos de memoria, a seguir un ritmo, una música, que me emocionaban, me acompañaban por ese tiempo; se prendían así en mí el interés y la vocación por la poesía. Luego vinieron otros encuentros, otras lecturas de poemas, en la adolescencia, en la adultez, pero aquel primer roce con el misterio y la belleza de la poesía fue determinante para mí, y es uno de los recuerdos que más atesoro.
Tu poesía es la palabra como puente entre la realidad y el sentir, los caminos que recorres con la palabra, los caminos que conoces y los que desconoces, ¿Qué quieres salvar con la palabra poética? ¿Qué es lo que te importa más al escribir un poema? ¿Qué te produce miedo en la ciudad?
Lo que pretendo salvar con la poesía, si es que eso se pudiera hacer, son las historias pequeñas, que forman parte de mis vivencias, acompañadas con su ritmo, imágenes, palabras, su música, para así rescatarlas del olvido, del abandono cotidiano, algo que apenas guarda interés para mí. No busco salvar grandes acontecimientos, grandes temas. Prefiero, entonces, más el término “rescatar” que “salvar”, el cual me parece un poco exagerado, elocuente.
En los caminos que recorro con la palabra poética intento buscar la resonancia de lo inefable, encontrar el misterio que subyace en lo cotidiano, en los objetos, en los seres amados, en el paisaje natural; prestar atención al rumor callado de la vida y traducirlo en versos que palpiten, que den cuenta de esa reunión amorosa con lo nombrado, con lo contemplado en el silencio del espíritu. Esa es mi aspiración, mi anhelo más preciado.
Yo no hablaría de tener miedo a algo en la ciudad; más bien, me referiría al rechazo que se genera en mí ante el deterioro de los espacios cotidianos, a la vulgarización rampante de la estética de los lugares, al abandono, al descuido de las edificaciones; a todo lo que signifique la descomposición de la belleza de las formas en los ámbitos urbanos que habitamos.
Tu poesía es el país y la gente del país y el tiempo pasando y haciendo lo que ha hecho con el país y la gente del país. ¿Cómo vives y sientes tu país en estos tiempos?
Mi país pasa por un mal momento, una etapa oscura desde hace unos veinte años, una especie de ocupación indeseada por unos bárbaros, que surgieron desde las mismas entrañas nacionales, donde se encontraban agazapados a la espera de dar el zarpazo, para apoderarse de todo, sin dejarle respiro a la libertad. Eso duele, y ha quebrantado los espacios de civilidad y armonía conquistados por la democracia, tiempo antes de esta debacle. Ahora, apenas la gente sobrevive como fantasmas que recorren antiguos lugares de esplendor, buscando entre las ruinas del presente algún respiradero que les permita seguir el camino hacia una posible luz en el horizonte. Ante este panorama nada alentador, muchos han optado por emigrar, en un viaje donde llevan la esperanza en sus alicaídas maletas. Así vamos.
El mundo da bandazos, va entre marchas y contramarchas un poco al garete, porque ha perdido el sentido de lo esencial.
Hay gente siempre definiendo lo que es poesía y hasta apropiándose de la poesía, aunque es tan inatrapable. ¿Tienes una idea que te defina lo que es poesía?
Pienso que la poesía reside en todo lo que palpita en el universo, en el cosmos amable que nos reúne; ella es una posibilidad hermosa en toda su potencia, un respirar como un fuelle invisible, que está ahí para ofrecer sus dones, y el poeta cumpliría entonces con el papel de poder traducir eso, de conducir ese impulso, ese hálito vital, a la música de los versos, al ritmo y al sentido del poema, por medio de los amados vocablos, el tesoro de la lengua materna que hablamos, que escribimos. Así, el mundo siempre gira, mientras la poesía es en cada partícula existente que vemos, sentimos, con sus luces y sus sombras; uno escribe, entonces, dice, con el aliento de la poesía, eso inefable que la conforma. En este intento, vivimos la pasión de nombrarla, de asirla; por eso insistimos cada día, por eso continuamos con la palabra en nuestra casa interior, dispuesta siempre a brotar a través de nuestras bocas.
Tu poesía es el mundo y todo lo que lo equivoca y lo determina, ¿qué piensas del mundo en este tiempo, de la humanidad en este tiempo?
El mundo da bandazos, va entre marchas y contramarchas un poco al garete, porque ha perdido el sentido de lo esencial, de un centro que lo fije, que no es precisamente el dios dinero, adorado por muchos, ni la diosa fama, venerada por tantos otros. Es un espacio menos material, menos mercantilista, sería el lugar de lo sagrado que existe en lo que somos, en lo que hacemos, y no hablo de lo religioso o de cualquier otra doctrina o dogma. Lo sagrado presente en la contemplación de una flor que abre sus pétalos al sol, en el pan diario que amasamos y comemos, en el cielo y sus nubes que admiramos, en la tierra mojada que sentimos y aspiramos, en los ojos luminosos de la mujer, del hombre, los ancianos y los niños que nos observan y observamos, en los lugares íntimos que recorremos.
Hay una vulgarización creciente del mundo, una banalización de la vida, una carrera incesante tras ídolos de barro, llámense artistas, músicos, actores, políticos, gurús o bloggers de las redes sociales, deportistas, líderes religiosos. Hoy en día asistimos al espectáculo de la masa ensimismada en sus aparatos tecnológicos sofisticados, sumergidos en la comunicación veloz en las redes sociales, lo que no les deja tiempo para el sosiego, para tomarse un respiro consigo mismos y con los otros, para que pudieran apartar un espacio donde repensar el rumbo extraviado, sin centro, que se lleva en las vidas de este siglo XXI.
Duele ver la falta de sensibilidad
¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más? ¿Ves algo apocalíptico o es sólo una cuestión de que el ser humano supere sus ignorancias? Sus intereses…
Duele ver la falta de sensibilidad ante la descomposición de lo que nos rodea; duele percibir la ausencia de empatía frente al padecer del otro; duele notar el desconocimiento sobre los dones que la naturaleza nos ofrece, y de que estamos obligados a cuidarla para vivir en armonía con ella. Esto se podría traducir en una preocupante deshumanización del mundo y de las personas, en un alejamiento y una desconexión ante los espacios de belleza y de bondad que deberíamos cultivar, y que pareciéramos haber olvidado.
En este tiempo me conmueve ver la soledad que subyace en cada uno de nosotros, a pesar de las muchedumbres que formamos; en las miradas de las personas se percibe un halo de tristeza recóndita. Percibo que, en el fondo, somos seres solitarios que buscamos en los otros la compañía que nos complete, ese sentido de empatía, de consuelo frente a la ingrimitud, la intemperie que padecemos. Este aislamiento, tan paradójico, del hombre actual entre las multitudes, me toca profundamente.
Percibo que mi poesía va hacia novedosos caminos, eso me entusiasma e incentiva bastante.
No veo nada apocalíptico en estos tiempos, creo más bien que vivimos inmersos en la característica de lo que he señalado antes: el deterioro y el abandono de los espacios urbanos, un hecho que nos enmarca, que nos cerca. Veo esto como una consecuencia de la pérdida, del desconocimiento de esos valores esenciales que nos han conformado, que nos han definido desde tiempos inmemoriales: la búsqueda de la belleza, del bien común, de la bondad, de la espiritualidad bienhechora, del cultivo de la inteligencia amable, de la empatía con el semejante, de la ternura y la compasión; todos ellos sentimientos e ideales entrañables, que debemos recuperar. Tal vez sea un problema de educación, de encontrar nuevamente una sensibilidad extraviada; tal vez sea el momento de volver la vista a un aprendizaje de viejas y nobles labores, de antiguos saberes y costumbres ancestrales, viviendo en una conjunción armoniosa con todo lo novedoso que hemos alcanzado; en una alianza preciosa y necesaria entre lo nuevo y lo viejo, como lo dice el nova et vetera, un lema latino pertinente para la hora actual.
¿Hacia dónde va tu poesía?
Acabo de terminar un libro inédito que me abrió las puertas a una nueva dimensión en lo que escribo, a un espacio de libertad creadora en lo formal y en lo temático, que me ha hecho bien. Percibo que mi poesía va hacia novedosos caminos, eso me entusiasma e incentiva bastante. Me interesa en la actualidad, en particular, cultivar un espacio para lo ecológico, para mantener la comunión íntima y armónica con la naturaleza; para cantar y contar el reino del verdor de los árboles, del fluir de las aguas, del vuelo majestuoso de los pájaros; de la luz del sol, de la luna, de las estrellas y las formas cambiantes de las nubes, figuras sublimes dibujadas en la cúpula celeste; del aroma y los colores de las flores; de los dones excelsos y nutricios de la tierra.
El trayecto de mi poesía siento que se ha expandido, y explorar inéditos senderos es lo que se divisa en mi horizonte creativo.
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