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César Seco, maestro del dolor y la sencillez:
“Siempre estoy comenzando de cero”

domingo 16 de mayo de 2021
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César Seco y Argelia Malaver Flores
César Seco con su pareja, la también poeta y artista Argelia Malaver Flores. “Ella, Argelia, se ocupó desde un principio de que ese lugar interior se hiciera físico y viceversa”.

En algunas ocasiones me he dedicado a escuchar la pieza “Misterioso”, de Thelonious Monk, después de leer un poema de César Seco. Es una experiencia normal, creo, una degustación para seguir leyendo y escribiendo. Para mi conciencia y mi sensibilidad, César Seco es como un altar de palabras que la poesía ha colocado allí, en ese hermoso territorio humano. Leo el inicio de su poema “Espejo”:

Yo era loco y pasaba por sano.
Lo era y esa era mi cara.
Inabarcable. Inacabable. Inalcanzable.
Un tipo que no lo parece
y no obstante
por sus ojos asoma la flor.

Y escucho la música de Thelonious, como niño saltando sobre un río, y pienso que ese pianista hubiera desarrollado una pieza formidable con esos versos.

Sus poemas son una prolongación del alma que carga ese poeta para todas partes del universo, en especial del suyo.

A veces se impone lo contrario: debo leer un poema de César Seco después de escuchar esta pieza de Thelonious. Aunque también acudo a “Moment’s Notice”, de John Coltrane, cuando quiero disfrutar las propuestas de un saxofón o de varios saxofones en uno. Porque César Seco hace música con su poesía y esa música se parece bastante al jazz, en especial a esas versiones que son una prolongación de sus autores, de sus sensibilidades. Tal como ocurre también con los poemas de César.

Sus poemas son una prolongación del alma que carga ese poeta para todas partes del universo, en especial del suyo, que es sumamente exigente, doloroso, cargado de caminos que conducen todos, sin ningún desvío, hacia la desesperación de la belleza vivida, perdida y recuperada en versos luminosos que pueden esfumarse si el poeta deja de insistir.

César también saca de pronto una trompeta de juicio final y toca con todo lo mundano de su esencia:

¿Conoces tú un perro que parezca hombre y sea en verdad perro con sus cuatro patas, dos pares de zapatos anudados,
camisa estampada y un jardín
recién llovido que le baja del cuello
a los pies?

Aunque Chet Baker escrutando y deshojando “Leaving” es igual de poderoso que uno de esos momentos en que te quedas pegado de unos versos desencadenados por César. En cualquiera de sus momentos desencadenantes.

Yo era loco y no podía decirlo.
Caricias de nada pedía y ello recibía.
Voces en el techo de mi cabeza
y moscas pendiendo de él.
Substancias para ir al Cielo
y en un instante venir.

El jazz es un remedio y hubo épocas en que lo creían una enfermedad.

La poesía de César Seco es un temblor de fortalezas reunidas, una enfermedad de amor que sólo se cura extrayendo los poemas poco a poco, intervención quirúrgica que se hace a cualquier hora del día, siempre y cuando aparezca la poeta Argelia Malaver Flores con su gracia analgésica y su inteligencia fulgurante. Ella y la música sincopada son las musas recetadas para todos los días del maestro.

 

La entrevista

—En tu poesía hay recursos rítmicos tan ricos como el jazz, y quería preguntarte cómo llegaste a ser un amante del jazz. ¿Llegaste primero a la música o a la poesía?

—Fíjate que nadie me lo había señalado, pero todo tiene su momento. Ocurre, como señala el Espíritu, “en un abrir y cerrar de ojos” (1 Co. 15-52), o tal vez sea por aquello que el maestro habanero Lezama Lima llamó “azar concurrente”; quiere este momento que iniciemos por aquí la entrevista que, con todo el respeto, te voy a pedir que nos la tomemos como una conversación. El jazz es para mí tanto como lo es la poesía y mi vinculación espiritual, que para nada es religiosa, pero sí de relación con la divinidad. Descubro el jazz por mediación del maestro de la palabra y artista visual chileno Dámaso Ogaz, en la segunda oportunidad que estuvo en Coro. Un grupo conformado por adultos y jóvenes, entre los que me encontraba, íbamos a visitarlo en una casita donde vivía alquilado y tenía por pareja un multígrafo de esténcil a tinta que le hacía compañía junto a una enorme papelera de revistas y libros.

—Dámaso Ogaz, nada menos…

—Acudíamos estimulados por los poetas Marvella Correa y Darío Medina, quienes sabían quién era el personaje, qué significaba para las artes en ese momento y qué tarea estaba cumpliendo en Venezuela, específicamente en la solariega comarca solar nuestra. Dámaso, como sabes, fue el creador del majamanismo y tuvo vínculos estrechos con El Techo de la Ballena. Un, por decirlo con exactitud: vanguardista y anarquista, en permanente ruptura con todo lo que fuera anquilosamiento o conformismo en el arte. Él salía a recibirnos arrastrando sus abuelitas medio calzadas, y nos dejaba solos en la sala; enseguida nos encontrábamos escuchando una música excitante, pero igual entrábamos en un silencio sobrecogedor que sólo nos hacía mirarnos y sentir como si nos eleváramos en un ascensor. Al rato, el viejo salía, y algo inesperado daba pie para que, de inmediato, estuviese hablando de literatura, de arte, de poesía mayormente. No tenía él ninguna intención de que aquella reunión pareciera lo que luego vamos a conocer como taller literario, era algo muy libre y sin programa. Yo particularmente venía de la calle, de golpes y porrazos, y los embates de una cruel enfermedad que sepultaba mis sueños cuando a éstos entraba un hilo de claridad. Como se dice, era un “tabla rasa”, apenas traía conmigo la lectura de los Salmos por una Biblia que mi tía Nieves, evangélica, había dejado en el pretil del corredor de mi casa, y algunos libros de autores nuestros, Paz Castillo, Gerbasi, Sánchez Peláez, entre otros, los cuales apenas comenzaba a leer en la biblioteca pública en donde recién había comenzado a laborar y en donde solía reunirme con un grupo de amigos.

Me instala el jazz en una frecuencia de paz sobrecogedora que puede permitirme en medio de mi desorden cerebral concentrarme, escribir, por ejemplo.

—¿Ogaz hablaba de música con ustedes?

—Escuchaba al maestro hablar de música dodecafónica, conceptual, experimental, de Varesi, de Satie, de John Cage, de Duchamp y, por supuesto, no entendía nada, pero me gustaba, recordaba la música que estuvo sonando hace sólo un instante y entraba en una paz que mi cerebro desconocía, esto por el choque incesante de neuronas que produce la epilepsia y que evita que te concentres. Un día, antes de irnos, me le acerqué tímidamente y le pregunté qué música era esa, y el maestro me dijo entre sus bigotes nietzscheanos: es jazz. Creo que, desde ese día, hasta la sola palabra, jazz, marcó otra frecuencia a mi vida. Luego, cuando el maestro se fue de Coro porque los conservadores le quemaron todo su material cultural implosivo, busqué aprovisionarme de discos o cintas, pero fue poco lo que encontré. Imagínate, yo lo que sabía de música era de la salsa brava y de la música pop que escuchaba en un radiecito de pilas. Es unos años después, cuando conozco a dos amigos vitales, Benito Mieses y Hermes Vargas, poetas y artistas, que en verdad me voy a enterar, ya no de una manera sensitiva, auditiva, sino intelectual, de qué es el jazz. Los visito en Caracas y tengo la oportunidad de escuchar jazz al disfrute, y ellos me hablaban en medio de la rumba, no sólo de la procedencia del jazz, sino de la percusiva y trágica vida de esos seres que lo elevaron a categoría de música influyente, seres como Parker, Coltrane, Davis o Monk. Ellos también me presentan a jazzistas nuestros, Pablo García, Ricardo Chitty, Alberto Borregales, y la experiencia es la misma. Me instala el jazz en una frecuencia de paz sobrecogedora que puede permitirme en medio de mi desorden cerebral concentrarme, escribir, por ejemplo. Tal vez esa frecuencia rítmica, como tú dices, ha venido encontrando lugar en lo que hago.

 

Como suspendido en una nube

—Tú poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a escribir y vivir poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?

—Sería un mentiroso si dijese que no. Lo soy, pero en el sentido que también soy otros, o soy el paisaje donde nací y vivo, o ser lo que pueda nombrar con su nombre, pero desde mí. Puedo ser ese “árbol sorprendido” donde pude localizarme, sin analista. Verme, no sólo afuera sino adentro, en la caída y levantamiento que implica a la enfermedad. Y ya que tenemos a Monk o a Coltrane como fondo, permíteme el salto en el orden de la pregunta. En mi infancia voy a vivir como suspendido en una nube, como no prestaba atención, en mi casa decían que iba a ser loco, y quizá por ello era de una manera sobreprotegido o recluido en un cuarto por mi madre, entonces, qué iba a saber que tendría un destino poético. Por favor, afirmarlo, más que pedancia, es estupidez. De mi infancia sólo recuerdo el borrador que mi maestro de tercer grado me arrojó por estar desentendido de la clase. Es en la adolescencia, después que la distracción pasa a convulsión, de manera terrible que tengo que ser traído en hombros a casa y mis estudios se ven afectados por esto, que mi padre, en quien se reunían a la vez una firme exigencia y un sustancial amor, no lo quiere aceptar, que comienzo a detallarme, como dices, a analizarme tal vez, pero, desde luego que imposibilitado a llegar a ninguna conclusión; sólo sabía que “eso” me daba y me hacía ajeno al resto de muchachos sanos de mi edad que eran vecinos. Fíjate, José, para mí, incluso, me costó escribir sobre esto que me ha ocurrido siempre. Cuando he pasado una adolescencia conflictiva, dado a la calle, y llevo años laborando y leyendo en la biblioteca pública, es que me decido a escribir poesía, en la que al igual que el jazz había encontrado algo así como un instrumento por el cual expresar todo lo que llevaba conmigo, callado. Pero incluso el primer libro en que logro reunir mis poemas, El laurel y la piedra, lectura del mito griego (1991), es algo así como una máscara, un ocultamiento, una gran pena, un fracaso, pero ya todo estaba ahí, como dicen los avisados ya el magma se movía y me abismaba. El primero en notarlo fue precisamente el poeta Darío Medina, quien hacía como de incitador nuestro, nos daba libros y nos hablaba de autores claves a la vez que nos brindaba cervezas en los patios bajo el inclemente sol de la ciudad. Él, Darío, una vez que veníamos caminando, miró unas ruinas, unas paredes cuarteadas del centro de la ciudad, a punto de derrumbarse por completo éstas, y me dijo: “Ve, así debe ser tu cabeza, así es que debes escribir tú, no esas máscaras con las que te has fingido a ti mismo, deja el miedo”. Él siempre ha sido muy irónico, lector fundamentado de Pessoa, Borges, Cioran, se lo agradezco. El otro que se dio cuenta de ello fue el poeta Crespo en una crónica para El Nacional, titulada, por cierto: “De Coro son los poetas”, donde cita un poema muy corto del libro: “Llegado del nunca no estoy aquí / Voy camino al siempre / y no me veo venir”. Me dio contento leerlo en las páginas del Papel Literario, pero con humildad lo tomé como que ahí estaba ese “algo” que resumía mi condición y lo que ya había elegido hacer para el resto de mis días: la poesía.

 

Me digo, sin afán de convencer a nadie, que mi gran sueño es haber vivido y agradezco que algunos de esos trazos, la poesía haya podido aprehender.

“Nunca se tuvo el sueño tal como se tuvo”

—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?

—No sé, tal vez, o de no sentirme ajeno. Pareciera, José, que me hago de un comodín o lugar común bien conocido entre los poetas: “Con la poesía nunca se sabe”, pero es que es así. La felicidad primeramente está en buscar “la paz que sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4-7), a la que nos conmina el Espíritu Santo, luego está en el amor, en la familia, en los hijos. Es un camino al que posiblemente hemos tardado en llegar, como si saliéramos de un túnel y la luz toda pareciera hacernos una radiografía del alma. Pero es algo más sencillo, desde luego, hecho de momentos difíciles y de momentos de gratitud.

—¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?

—Bueno, sé a qué tipo de sueño te refieres. Pero como dicen, el sueño no pasa de la cama. En un momento llegué a creer que no serviría para nada, mi sueño era tener mujer, tener una esposa, hijos, sanarme tal vez. Por lo que este era un sueño a ojos abiertos, un sueño despierto. Escribí un poema sobre los sueños, los otros, los que tenemos cuando dormimos, pero en los que, no obstante, se tienen los ojos abiertos. Los que tanto interesaron a Jung, los del inconsciente. Digo en ese poema, en sus cuatro primeros versos, lo que aquí quiero decir: “Nunca se tuvo el sueño tal como se tuvo, / lo que se cree fue el sueño es lo que se escribe. / No hay sueño escrito a la medida del sueño, / al despertar el sueño es un resto de sombra”. ¿Podemos decir esto de la vida misma? Sí, por lo que los sueños materiales, aunque se cumplan, se difuminarán al fin de ésta, con la muerte física, me refiero. Pero somos humanos, no otra cosa, y siempre tenemos sueños materiales: una casa que te cobije y te ampare de la intemperie y los peligros; una profesión, un oficio o un trabajo; un auto, tal vez; viajes, nada de eso irá tras tuyo al camposanto. Como salí con vida de un quirófano luego de haber sido declarado muerto, de que se me operaría por juramento hipocrático y por humanidad, cuando salí vivo de ahí, en lo que no ha tenido que ser otra cosa que un milagro, digo, me digo, sin afán de convencer a nadie, que mi gran sueño es haber vivido y agradezco que algunos de esos trazos, la poesía haya podido aprehender.

—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, que se te escapa?

—Casi todo, por no decir todo. Muchas cosas; si no, no insistiese; primero en mi relación con el Espíritu y luego con la escritura, con la poesía, con el arte visual. Y no es que busque una explicación, porque no la hay más que el misterio mismo de la existencia. Y vuelvo y reitero, soy de los que creen que cuando un artista llega o se cree en posesión de respuestas conclusivas, muere como artista, sólo le queda la repetición, la fórmula, la costumbre, y esto es lo que prolifera hoy día en editoriales y galerías, un montón de libros reciclables que dicen lo mismo de distinta forma, y una sucesión de cuadros, esculturas e instalaciones, que se pueden ofrecer como producto de mercado antes que como verdaderas obras de arte. Será por ello que, en cada poema o tabla visual, siempre estoy comenzando de cero.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—La vida misma, con todo su esplendor o con toda su tragedia. Y la vida misma para mí es poesía donde se manifiesta libertad. Digo en un aforismo: “El poeta es libre por naturaleza, la poesía, que es su vida, es su dignidad”. Para mí es algo sencillo, para otros quizá demasiado simple. Lo respeto, pues soy tolerante, ya te dije: creyente cristiano, que no religioso ni ritualista, ni dogmático ni fundamentalista. Como he dicho en un texto sobre el silencio que aparece en mi libro de ensayos Transpoética (2008): “En la mañana me levanto. Al pie del día está todo alumbramiento. Oro, pido, agradezco. La intuición no se apaga si permanecemos despiertos. Si todo nos devuelve al silencio, podemos satisfacernos sin orgullo. Una migaja de cielo nos basta para vivir en la tierra y algo más que pan para asumirlo. Este pan y este cielo son un mismo existir terreno”. Así es mi vida, mi acontecer diario, nunca anteponer lo material sobre lo existencial, sobre lo espiritual esencialmente. Para llegar a esto no fue porque un día nos dijimos “vamos a ser esto y allá vamos”, como lo hace la gente que se tiene por “normal”, que se planifica. Tal vez lo hubiésemos querido, pero la cabeza de un epiléptico funciona de otra manera. Cada segundo cuenta, y cuenta, mayormente, para vivir. Por lo que, con toda su gracia y misterio, te expreso que mi gran pasión es la vida misma.

Ella, Argelia, se ocupó desde un principio de que ese lugar interior se hiciera físico y viceversa. Ella sí sabe lo que es vida, yo soy sólo un aprendiz.

—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras un lugar que no te corresponde?

—Siempre estoy en mí, incluso a veces me cuesta salir, ensimismado paso la mayor parte del tiempo bien sea leyendo o escribiendo. Pero lo logro, y esto no fuera posible tal vez si no tuviese a mi lado a la mujer idónea: Argelia. Como ves te estoy hablando del espacio interior y del espacio físico. Y en ambos está ella. Y ella hace lo que puede hacer para que el espacio físico me corresponda, porque el espacio interior no se sostendría sin su presencia. Tú sabes, ella es también poeta, pero es también una mujer muy espiritual, de una fe inquebrantable. Su trabajo de florista la mantiene en actividad constante rodeada de flores, y en esos momentos ella, mientras trabaja, se ocupa de que tenga todo a la mano. Voy a compartir contigo una anécdota que sólo he contado a pocos amigos: cuando dirigía Casa de la Poesía de Coro, un día ella se me presentó y delante de mi burocrático escritorio de promotor, me dijo: “Yo también escribo, pero no como ustedes que leen libros, yo escribo desde el corazón”. Me quedé mudo unos instantes tratando de que ella siguiera hablando, pero no lo hizo; fue cuando le dije: “Muéstrame algo, por favor, a ver si tu corazón es el que habla”. Cuando parecía que se le había olvidado, otro día se presentó con unas hojas sueltas y me dio a leer; lo escrito me llevó a otro lugar, fue como una traslación de sentido y comprensión, eran los poemas de su libro Rosa diligente (2006), en sus palabras era ella misma, una rosa, quedé gratamente impresionado; pero para cerciorarme de que no eran vainas de quien ya estaba enamorado, mostré el mismo fajo de hojas sueltas a los poetas Rafael José Álvarez y Ramón Miranda, quienes fueron más lejos, me aconsejaron publicarla. Fue entonces cuando la relación amorosa se amplió a los ámbitos de la poesía y el espíritu y así ha sido hasta hoy. Un amigo a quien quisimos mucho, el pintor Emiro Lobo, cuando nos veía decía sonriente: “Ambos dos de uno”. Y el poeta Guillermo de León Calles, cuando nos lo encontramos en un café de Punto Fijo al que suele ir, y nos acercamos a saludarlo y a brindarle nuestro respeto, antes que hablemos se nos adelanta y nos dice: “Mire quiénes están aquí: Rosa Diligente y Árbol Sorprendido”. Ella, Argelia, se ocupó desde un principio de que ese lugar interior se hiciera físico y viceversa. Me ha enseñado a vivir fuera de las notas, apuntes y subrayados en los libros que colman mi ensimismamiento. Ella sí sabe lo que es vida, yo soy sólo un aprendiz.

Obra de César Seco
Una obra de César Seco.

—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?

—Ahora hemos vuelto a la casa donde queda la floristería de Argelia. Esto debido a que el año pasado tuve varias crisis muy fuertes, afectado porque no se consiguen los psicotrópicos con facilidad y, por supuesto, por las condiciones especiales, pero indeseables para todo ciudadano, que ha traído consigo la pandemia, además de pérdidas valiosas y dolor, primeramente. Vivíamos en una casa en las afueras de Punto Fijo, solos, como unos recién casados, pero tuvimos que regresar, pues ya antes, cuando comenzamos la relación, vivimos aquí. Como ella también es decoradora de espacios, se ha encargado de que estemos acompañados por todos aquellos objetos que han tenido un significado en nuestras vidas, y desde luego por mis cuadros, los poemas visuales/collages. Igualmente tenemos con nosotros dos perros pincher: Stivi y Pinky, padre e hijo. En la otra casa tuvimos un gato llamado Gris, y como el gato es dueño como ninguno de su libertad buscó otro hogar cuando nos vinimos.

—¿Qué haces en esta etapa de peste y drama?

—No me expongo porque en cuanto a salud soy como un carro chocado. Quisiera trabajar con más entrega en los poemas visuales/collages, pero ya no tengo la fuerza de otros momentos. El año pasado, mientras la exposición ABCDiario: la habitación del poeta, permanecía cerrada en el Museo de Arte de Coro, me dediqué a realizar toda una serie sobre el jazz. Fue excitante escuchar jazz mientras trabajaba en ellos, tanto como cuando era muchacho y lo descubrí por mediación de Dámaso Ogaz. Claro, todo esto personal, en medio de un gran dolor sentido por todo lo que está atravesando la humanidad: una realidad apocalíptica. El hombre se ha acarreado su propio mal, producto del afán y la ansiedad (Luc. 12, 22-31). Es lo que ha ocurrido en su trato criminal con la naturaleza y ésta sólo está respondiendo. Creíamos que el futuro era sólo una película, resulta que ese futuro ya llegó y de la peor manera: un virus que sí, es peligroso y mortal, pero, también, eso tras lo que se oculta una guerra bacteriana entre las potencias. Desde luego que reflexionamos, pero mucho más, oramos, clamamos por que esto cese ya. Ciclos de la humanidad que el hombre no termina de asimilar porque se lo ha dejado todo al poder de lo material. Fíjate, la humanidad experimentando con ella misma, con una vacuna que supuestamente evitará que termine de caer al abismo al cual ya se asomó.

—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía en relación con Venezuela?

—En nada. Venezuela es y seguirá siendo el país donde nací y en el que habito. Quien conoce de verdad su historia sabe que el proceso que está viviendo no es artificial o impuesto. La cantidad de recursos que poseemos la hace el manjar territorial de mayor apetencia en América Latina para lo que se llama el nuevo orden internacional. Yo no podría hacer un análisis político de la actual realidad porque no soy experto; mi opinión es precisamente como ciudadano. Algo que sí me dice mi fe y actitud positiva es que vendrán mejores tiempos para este hermoso y valiente país.

La política nada en un mar contaminado de corrupción y negligencia.

—¿Tienes alguna definición particular de la poesía?               

—Definiciones no. La poesía no acepta corsés. Diría que sí, intuiciones, aproximaciones, o como las llamó Paz, conjunciones y disyunciones. He tratado de vaciarlas con mayor o menor fortuna en mis ensayos, que son más bien un homenaje, un reconocimiento particular a los autores y lecturas que me han formado. Pero, de un tiempo a esta parte, he querido atraparlas, esté donde esté, esas aproximaciones, como chispazos, átomos circundantes de mi intuición, especie de aforismos o notas distraídas ya en la escritura, y que incluí en El hacha flotante (2019). Bien, de ellos podría traer a esta conversación estos dos: “1. La poesía es un territorio plural, esencia genuina de toda creación, encuentro en la unidad y lo diverso. Cierto, no hay mayor compromiso que el que ha de asumir el poeta con su obra, pero cierto es también que no puede desentenderse del anhelo de justicia que le habita como hombre. La poesía no se debe a doctrinas o credos; su misión es otra: decir la verdad y la belleza por igual, sublimar la profunda tragedia del ser humano escindido en una sociedad que la desestima a ella y a sus hacedores. Sólo ella se aproxima en libertad al misterio manifiesto de la vida”. Y este otro: “2. Todo poema es incompleto y toda poesía insuficiente al asombro pertinente de la creación, pero el poeta insiste y lo hace porque puede más el ansia de verdad, confluencia de nada y todo que lo abisma. Si el poeta está consciente de esto puede alejarse de la elocuencia del ruido y acercarse a la instantaneidad instantánea que ella le sirve, es decir, a la revelación”.

—¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?

—El que lo que beneficia a unos pocos no pueda ser compartido con la inmensa mayoría que puebla el planeta. Sí, duele el hambre del niño que se acerca a tu puerta en busca de pan, o el que medra por la ciudad y de súbito lo ves dentro de la pipa o depósito de basura comiendo desechos, cual un perro más. Eso habla de una sociedad que cada vez es más deshumanizada. Otro es el despropósito de los gobiernos en todas partes, sea cual sea su procedencia ideológica, si es que todavía cuentan las ideas. Despropósito en el sentido de que quienes los ejercen lo hacen de espaldas a un pueblo que supuestamente los ha elegido libremente. Un asunto de poder antes que satisfacer o buscar soluciones a los problemas mayores de la población. La política nada en un mar contaminado de corrupción y negligencia. Ahora mismo pareciera que un diagnóstico de esquizofrenia validara en el cargo a algunos presidentes, a algunos jefes de Estado. Y la gente, la gente no necesita conocer las teorías de un Nietzsche, por ejemplo, para negar a Dios, o bien dicho, para elegir como Dios al dinero, al objeto, al producto, sin el cual parecieran ser nadie. Todo ello me duele y me conmueve y algunas otras cosas más. En verdad, no soy persona de andarse quejando, me duele toda la tragedia de la humanidad, sí, pero siempre he buscado del Espíritu, que es como buscar en uno mismo, adentro, donde nos habita. Sí, desde que andaba solo por las calles, abatido, como te dije, por un padecimiento que no pedí.

José Pulido

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