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Verónika Reca
“Soy mi poesía y es ella mi cotidianidad”

domingo 4 de septiembre de 2022
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Verónika Reca
Verónika Reca: “Lo que más define mi trabajo poético es, precisamente, esa cotidianidad que le imparto a mi obra, las reacciones encontradas ante situaciones sociales o afectivas, al disfrute de la vida, al sexo y al hedonismo en total”.

Verónika Reca (Bayamón, Puerto Rico) es criminóloga, fotógrafa y poeta. El abrazo de los frijoles (2021) es su primer poemario. En 2017, Reca participó del Congreso Internacional de Sexología (CISPR, 2017). Su trabajo creativo ha sido publicado en la antología Pa’ la posteridad (2019) y en las revistas Small Blue Library, Espíritus Chocarreras y Low-Fi Ardentía. De El abrazo de los frijoles ha dicho:

Existe una mecánica doméstica que, durante los días, intenta reducir la poesía a su mínima arista deslumbrante, como si los días fueran una criba que desbroza el mineral incrustado en el silencio. Tener el hábito de morir en las cosas también esconde una resurrección —morir es una metáfora—, morir en las cosas es retomar la fuerza de la palabra y plantarle cara con lucidez poética, sortilegio creador, al vacío y su prótesis de porcelana…

Verónika se reconoce influenciada por sus lecturas de Angelamaría Dávila, Arthur Rimbaud y Carmen Laforet. Reca ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

 


 

“El abrazo de los frijoles”, de Verónika Reca
El abrazo de los frijoles, de Verónika Reca (Pulpo, 2021).

—Hace poco publicó El abrazo de los frijoles (2021). ¿De qué trata este poemario y cómo recorre usted entre la literatura y la realidad o no ficción?

El abrazo de los frijoles recorre a mi entender el claustro pandémico desde lo personal, lo más íntimo y/o propio de todo el manojo de emociones que puedes llegar a sentir cuando tienes y debes permanecer en un espacio que creíste tuyo, pero que pasado el tiempo, y justo cuando todo comenzaba a salirse de las manos, ves, sin poder impedirlo, que las cosas no son lo que parecen. Que debes quedarte entre tus cosas, en un departamento que para ese tiempo permanecía desamueblado, repleto de utensilios a los que jamás prestaste atención. Asumir la responsabilidad de convivir conmigo misma sin gustarme. Lo cotidiano como preludio a una relación que se forjaba en la prohibición. El abrazo de los frijoles es la metáfora de la búsqueda de la comodidad, en los recuerdos o las rutinas que debían obligarse a innovar para no ofender mi propia persona en la idea inicial de no aburrirme de mí. Un poco cada día. Encontrar en las cosas, en lo pacífico, en la alacena, los recuerdos de las recetas de abuela, o una esquina la paz que pronosticaba abuelo. Un intento de lírica con la que minimizar el golpe de no poder dar abrazos, repleto de realidad y a su vez de fantasía, donde puedo tener una conversación con mi sofá y aun así sentirme lúcida y no vencida.

—¿Cómo surgió la oportunidad de trabajar El abrazo de los frijoles? ¿Qué relación tiene con su trabajo creativo-investigativo anterior y hoy?

—En El abrazo de los frijoles hay una recopilación de poemas a los que me obligué en su momento a pertenecer, surgen casi como uno solo, un largo y muy dramático poema sin título. Curioso y bastante unísono. Los escribía en un mismo documento, como si formasen parte uno del otro y así fue, cuando me vi con ese “montón” de poemas tristes, a mi entender, me dije que parecía un libro. Si soy totalmente honesta, muy a mi pesar porque la honestidad creo que está sobrevalorada, no hubiera pensado nunca en enviar el manuscrito a nadie; aún no logro asumir posturas y verdad o no me he acobardado antes. Luego de hablar con amigos, poetas publicados, envié el manuscrito inicial a una reconocida editorial, pero no tuve éxito (por eso de decirlo con falsa ventaja); ese rechazo fue un golpe de suerte. De modo que, llenándome de valor y como vago intento de decir “Al menos lo hice”, lo envié a Editorial Pulpo, los encontré en las redes sociales y no cuestioné ni dudé. Pongámoslo así. El pulpo es mi animal de predilección, y me dije “¡Y ya que carajos! ¡La última es la vencida!”. Un par de días después, un correo electrónico me anunciaba, en una delicada y bien redactada carta, que El abrazo de los frijoles podía dar vida a uno de mis sueños más fugaces, mi primer poemario publicado. El mismo día en la mañana me licencié de buzo aguas abiertas y, coño, se sintió como un golpe de suerte. Así fue como, junto a Editorial Pulpo y a su fundador, Carlos Colón Ruiz, asumí el viaje. Ave María, yo sería una poeta publicada. Con poemas tristes, poco ortodoxos, algunos sarcásticos, otros sujetos a una íntima fortuna de pérdida que cambió en la totalidad mi manera de escribir, siendo más simple, menos invasiva, quizá, obligándome a repetirme esa frase generacional, “menos es más”, dejé a un lado los relatos largos y descriptivos que solía escribir, de tono erótico en su mayoría, para adentrarme en una lírica menos conflictiva, pero para mi necesidad mucho más real al tiempo y las circunstancias.

Leía más y escribía menos, insuflándome de pequeñas metáforas que afloraban con cada lectura y me hacían cuestionarme.

—Si compara su crecimiento y madurez como persona y escritora, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo-investigativo o no de entonces con el de hoy?

—Como me decía un gran amigo poeta al que admiro grandemente, Félix Meléndez: “Vero, si pudieras decirlo con menos palabras, ¿cómo lo harías?”. Me lo repetía constantemente, porque mira que hablo hasta por los codos y así fue mi poesía por mucho tiempo, no menos buena siendo mi propio crítico severo, pero larga y rebuscada, construía un mundo para decir sólo la palabra adiós. Me obligaba a ser breve pero letal. Por eso de no perder mi postura y fidelidad a mí. Leía más y escribía menos, insuflándome de pequeñas metáforas que afloraban con cada lectura y me hacían cuestionarme. Así fue como comencé a escribir con menos equipaje, poca descripción, más flaco, más finito y me gustó, aún hablo hasta dormida y por ahí aún tengo de esa poesía larga y repleta de descripciones y párrafos viejos, pero creo que ahora se siente más propio, sin fanfarria, más mío. Como dice mi abuelo, “no por ser alto es grande”.

—¿Cómo visualiza su trabajo creativo-investigativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico y fuera?

—A esta pregunta le debo total honestidad. Más aún cuando merece la pena mencionar que los jóvenes escritores de hoy son maravillosos, si asumo el hecho de que algunos de los poetas de hoy que conozco, leo y admiro son mucho más jóvenes que yo y que de algunos (claro, si hubiese sido más precoz) podría ser madre, me quito mi sombrero imaginario. ¿Qué comen? Estos niños con su poesía tan combatiente. Encontrarme publicando muchos, pero muchos años después de mi primer poema escrito, junto a jóvenes a los que les llevo ventaja por una nariz muy larga (en edad), asombra y abraza. Encontrarme recorriendo Visión de carne, de Carlos Colón Ruiz, y su calidad tan agigantada de vocabulario, ofreciéndome un puente en donde reencontrarme en lugar de ser algo intimidador, es gratificante, o La tomadora de soda, de Ivelisse Álvarez, y su impecable locura de razón que adopta en su magnífica obra, versos que, mierda, no se me ocurrieron a mí y que me dejan, siempre que vuelvo a ellos, un hermoso sabor de boca. El abrazo de los frijoles nace en un momento en que esos poetas que, admito, para mi sorpresa me leen y comentan un chorro de cosas bonitas, me enorgullece. Con los años de más en cada uno de sus recovecos, mis versos aislados de gracia, corro en la escena. Aprendo de una generación que tiene el corazón de hierro, y me dejo abrazar por su propia sed. Me ilusiona pensar que ahora ellos me leen y encuentran en cada verso que escribí una idea de lo que soy.

—¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo-investigativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de sus pares?

—Asumí una responsabilidad al hablar del encierro, al exponer mi sentir de una situación que, a su vez, siendo mundial, cada persona sufrió, sufre y vive diferente; con esto no sólo me aventuré en la obra sino que me desnudé, una yo debilitada de estrategias, cansada. Para que una audiencia que aún no tenía, pero que quería tener, pudiera así mismo comprender que mi lenguaje no excluyente era cotidiano, y mi dolor menos persuasivo era el mismo dolor, pero con diferente cara; la recepción de El abrazo de los frijoles en y fuera de la isla pudo ser diferente en mi cabeza, resonante de dudas, pero fue dueña de una agilidad asombrosa, donde para mi eterna sorpresa la libré con suerte.

—Sé que es usted de Puerto Rico. ¿Se considera una autora puertorriqueña o no? O, más bien, una escritora o autora de literatura, sea ésta puertorriqueña o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?

—Nací en Bayamón, Puerto Rico, y ahora, a mis 38 años y con El abrazo de los frijoles en mis manos, dedicado a abuela Dolly y abuelo Tato, es cuando más patriota me he sentido. Me he escuchado decir tantas veces que la patria es la que me da de comer, porque también siento propios otros lugares. Pero ese librillo color verde que convoca incendios es más boricua que na’ y así me gusta sentirlo. Escritora puertorriqueña, poeta puertorriqueña, ¿acaso no eriza la piel al decirlo?

—¿Cómo integra su identidad étnica e identidad de género, y su ideología política con o en su trabajo creativo-investigativo?

—Hay algo que jamás me creo, pero que él se encarga de repetirme. Mi amado amigo y poeta Rafael Puello me dice que no tengo dobleces, que al escribir o leer no maquillo nada, y me emociona pensar que soy bastante leal a mi ideal sea cual sea, como mujer negra, de clase media, criada en el campo de los años 80; recurro siempre a lo que creo, como arma. Con referencia a la crianza que forjó tanto mi propia postura o mi hijuputismo, como me digo en forma jocosa… no le veo complicaciones ya que sólo trato de explicar en la forma que incide mi trabajo literario. Y, por supuesto mi búsqueda de la paz, como premio de vida. Yo diría que lo que más define mi trabajo poético es, precisamente, esa cotidianidad que le imparto a mi obra, las reacciones encontradas ante situaciones sociales o afectivas, al disfrute de la vida, al sexo y al hedonismo en total. Si yo me ajoro tanto por ser feliz es eso lo que quiero para los demás, creo que para hacer el bien sólo hace falta pensar qué quiero para mí misma; integro a mi poesía una fe mediocre, sarcástica, pero efectiva, sin ofender a propósito, porque creer es tan de uno como no creer, y así me descalzo ante la duda, apoyando sólo la paz para todos como premio de consolación. Porque una persona feliz no jode.

A pesar de que mentir es siempre una buena estrategia, soy mi propio verso.

—¿Cómo se integra su trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritora hoy?

—Mi poesía es exacto quien soy, sin tapujos; así de agria, así de dulce, así de insoportable, cascarrabias u horriblemente indecisa; soy mi poesía y es ella mi cotidianidad, lo he repetido con cautela, porque no siempre me gustó. Se integra a mi trabajo mi debilidad por las cosas, las personas, los amores, la comida, juego con alguna que otra rabia y asumo una postura invicta ante mis propios versos, lo creo y me deshago para no concluir con verdades a medias. La hija de mi madre, madre, novia y amiga, la chiquilla disléxica que pensó que jamás podía recitar poemas de amor de José Ángel Buesa que ahora, sin miedo a sonar insoportable, lo hace con suma facilidad porque nadie sabe cuánto me obligué. Es el abrazo del que hablo en mi primer poemario. Porque, a pesar de que mentir es siempre una buena estrategia, soy mi propio verso.

—¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?

—Bueno, como prepa en esto de publicar, y rodeada de poetas y escritores extraordinarios, percibo que me fue dado el beneficio de la duda y que en menos ná’ se empezaron a vender las copias de mis libros, abrazando un sueño, que dejó un buen sabor de boca comparando mi paso liviano por la poesía, mi temática favorita, de ser una cosa y mi fracaso en ser una esquina. Asumo con poco pesar mi responsabilidad en ser mejor poeta con los años. Porque el viaje merece la pena.

—¿Qué otros proyectos creativo-investigativos tienes recientes y pendientes?

—Qué gusto ha sido firmar poemarios, hacer mi primera presentación con la editorial y estar en mi primera feria del libro como autora. Aún me vivo este sueño, aún me quedan copias que vender y algún que otro ruido por hacer. En marzo viajo junto a poetas de Editorial Pulpo a Colombia, a presentar el libro en Cali y en Bogotá, así que estoy como en el aire, creyéndome la película; es un hermoso sentir que me da paz. Espero también hacer una presentación en solitario de El abrazo de los frijoles y continuar construyendo versos con los que nunca rendirme.

Wilkins Román Samot

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