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Elidio La Torre Lagares:
“Escribir es hacer tiempo, pero el tiempo hace la distancia”

domingo 16 de octubre de 2022
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Elidio La Torre Lagares
Elidio La Torre Lagares: “La identidad tiene muchas aristas y se manifiesta de formas diversas”.

Elidio La Torre Lagares (Adjuntas, Puerto Rico, 1965) es escritor, editor, docente e investigador. Se doctoró en Literatura Puertorriqueña en la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras, 2016). Completó su Maestría en Creación Literaria en la Universidad Texas, El Paso, Estados Unidos (MFA, 2017). Se ha destacado como narrador de cuentos y novelas, poeta y ensayista. Fue editor jefe de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico (1998-2003), entidad de la que es profesor desde 2003. Ha sido docente y director de tesis en la Universidad del Sagrado Corazón y en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe (San Juan, Puerto Rico). Es autor de, entre otros trabajos de creación, Cuerpos sin sombras (1998), Septiembre (2000), Historia de un dios pequeño (2001), [cáliz] (2004), Gracia (2004), Vicios de construcción (2008), Embudo: Poemas de fin de siglo (2009), Correr tras el viento (2011), Ensayo del vuelo (2011), Valparaíso, El Magnífico (2012), The Geometry of Loss (2017), Gran vacío a boca llena, vol. 1 (2018), Boudoir: la arquiteXtura del deseo (2018) y Wonderful Wasteland and other natural disasters (2019). Él ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

 


 

Hace algún tiempo publicó su Correr tras el viento (2011). ¿De qué trata en su tercera novela? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle?

La novela recién acaba de ser publicada en España bajo el sello de la Editorial Verbum en Madrid. En la revisión del texto actualizamos algunos referentes, porque el mundo ya no es el mismo de hace once años. Correr tras el viento la escribí como un proyecto de novela en el cual se resaltara la corrupción de cuello blanco. Escogí el tráfico de obras de arte robado porque, para esos años, se informó el robó del bastón de Ramón Emeterio Betances que se exhibía en el Museo de las Américas. Coincidentemente, desaparecieron dos campeches de una galería y hasta los anteojos de los bustos dedicados a Tommy Olivencia y a Héctor Lavoe en la Plaza de los Salseros. Sin duda, había gente que podía pagar por las piezas, o al menos con conocimiento suficiente como para hacer una valoración de ellas. De ahí que comencé a hacer una investigación que me llevó a Cuba y a España y me encontré que el Stradivarius blanco que una vez perteneciera a José Brindis de Salas se encontraba perdido. Eso ya es una historia en sí misma. Es un Stradivarius; de esos se pueden contar los que los Stradivari construyeron, así que alguien lo tiene. En fin, una inquietud me llevó a una cadena de asociaciones, tanto factuales como legendarias, que terminan con la alegoría del narcoestado.

Correr tras el viento es la primera novela donde emprendo la tarea de ingeniero textual.

La novela, como mucho de mi trabajo, recoge experiencias directas e indirectas que de pronto son narrativizadas y contadas. Al final, la novela guarda cierta complejidad, porque lo que se dice en ella siempre esconde algo que, aun cuando el lector no lo advierte, nada pasa en tanto seguir la trama de la novela, aunque sí desde las palabras como unidades particulares, se pierde letras de canciones de Jobim, poemas de Sylvia Plath, el Ser y el tiempo de Heidegger, prestaciones de Nirvana y la música de los 90, entre otros textos.

Es la primera novela donde emprendo la tarea de ingeniero textual. Un DJ o MC del texto. Es decir, que veo el texto como un montaje o un manejo de la información, en el sentido de Derrida. Siempre lo es, claro, pero en Correr tras el viento hay intención y alevosía.

 

¿Qué relación tiene su trabajo creativo previo a Correr tras el viento y su trabajo creativo-investigativo entonces y posterior? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de puertorriqueño-caribeño y su memoria personal de lo caribeño dentro de Puerto Rico y el Caribe?

Correr tras el viento cierra un ciclo de trabajos donde considero temas poco problematizados en Puerto Rico y que son “parte del problema”: la salud mental desatendida y estigmatizada es uno, como en Historia de un dios pequeño, que está escrita desde la perspectiva y el lenguaje de un esquizofrénico. Esa novela sólo ocurre en la mente del narrador. Luego traté el tema del fanatismo religioso en Gracia, donde se relata sobre el tráfico de una droga que hace ver a Dios. La droga en cuestión se llama Gracia porque aliviana la des-gracia. El comentario constante es hacia la creación de Puerto Rico como puente institucionalizado por la CIA para el tráfico de drogas entre los Estados Unidos y Latinoamérica. Para muestra un botón: todos recordamos el conflicto Irán-Contra, ¿no? Y, entonces, en Correr tras el viento el punto de partida es el narcoestado y sus ramificaciones. No son tratados de sociología ni novelas realistas, que conste; son ejercicios imaginativos y especulativos, bastante disparatados a veces, con muchos loopholes que terminan entrelazando las tres novelas. Son parte de una fase de mi carrera.

El interés en novelas sobre la tragedia que vivimos como país posindustrial caribeño no es gratuito. Viene por concesión de una búsqueda, y esa búsqueda es por la verdad. Si se quiere, es un plano paralelo al libro de Nelson Denis, La guerra contra todos los puertorriqueños. Obviamente el libro de Denis es de 2015 y mis novelas le preceden, pero él logró en un libro lo que a mí me costó tres novelas y algunos cuentos.

A veces —muchas veces— se nos olvida que, entre las desgracias recurrentes, que normalizamos y hasta ignoramos, hay daños colaterales. Es un daño invisible hasta que se piensa. La corrupción viene instigada por un afán de triunfo personal a expensas de toda la gente que sea necesaria afectar —niños, ancianos, ciudadanos de a pie. Aquí hay vidas que se quiebran. Hay gente que sufre. Hay vidas de puertorriqueños que se malogran, y saldamos nuestra cuota de indiferencia con un “así es Puerto Rico”.

 

“Correr tras el viento”, de Elidio La Torre Lagares
Correr tras el viento, de Elidio La Torre Lagares (Verbum, 2022). Disponible en Amazon

Si compara su crecimiento y madurez como persona, docente, investigador y escritor, con su época actual de escritor en Puerto Rico, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo ha madurado usted?

Mi trabajo como docente ha enriquecido la perspectiva de mi literatura, no hay duda de eso. Sólo es maestro el que sabe aprender. Cada curso, cada clase, es una dimensión irrepetible. El día que sienta lo contrario, dejaré de dar clases, creo.

La escritura es algo que había abandonado y que vengo retomando desde 2019 cuando publiqué Wonderful Wasteland and other natural disasters, un poemario que recoge eventos cruciales de mi vida dentro del contexto del huracán María. La muerte de mi madre, la muerte de mi padre, la enfermedad de mi hija, sumado a mis desilusiones personales y el estado del país. Wasteland es un libro que me gusta mucho por lo que representa y porque fue recibido en la colección New Voices de la Editorial de la Universidad de Kentucky. La selección la hizo Lisa Williams de entre cuatrocientos o quinientos poemarios.

Ese libro, como los que estoy escribiendo al momento, no sería posible sin el espacio que me obliga la academia, que también es un espacio de reflexión. Nunca creí en el efecto inspiración, pero los trabajos recientes son más artefactos artísticos. Montajes. Diseños de ingeniería. Arquitecturas posibles donde el acto de leer es tan importante como el de escribir. Pero es un asunto de cómo se lee en estos tiempos. El modo con el que construyo y medio con mi realidad comienza a tomar forma de página escrita. La manera en que nos informamos hoy día viene de la mano de la transmediación, y sí, leemos, pero no todo el tiempo es desde el papel. La información llega de modo visual, o como podcast, o como página web, o mensaje de texto y hasta como un meme. Son formas de memorias culturales que me afectan como escritor. Por ahí va un libro ya casi listo para dar a prensas sobre el tema, el cual he llamado Hiperglossia. He publicado dos trabajos y he presentado ponencias respecto al tema.

Pues, ya ves. Aquí llegué luego de un momento en mi vida en que se me perdieron las palabras. No sabía para quién escribía. Mi primera lectora era mi mamá, y cuando ella murió me quedé sin lectora, algo que no vine a procesar hasta años después, cuando me percaté de que ya yo no publicaba porque no tenía a quién hablarle. Por ese tiempo mi hija enfermó y no viví para nada más ni para más nadie. Luego, en 2017, murió mi papá. Así, pues, comencé a hacer las cosas que me complacían a mí mismo. Entre ellas, mi escritura.

 

Me he convertido en un lobo estepario. No estoy —nunca he estado— afiliado a ningún colectivo o grupo literario.

¿Cómo visualiza su trabajo creativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico y fuera? ¿Cómo ha integrado su trabajo creativo e investigativo a su quehacer literario?

Francamente, si entendí bien la pregunta, no podría precisar en qué medida mi trabajo se entiende con el de otros escritores en Puerto Rico. He leído textos investigativos dentro y fuera de Puerto Rico que han hecho ese trabajo, sobre todo en torno a la novela Correr tras el viento, por la temática que traza.

Me he convertido en un lobo estepario. No estoy —nunca he estado— afiliado a ningún colectivo o grupo literario, y, sobre todo, entre los de mi generación demográfica, no encuentro influencias esenciales que sean de común afecto.

Yo comienzo a escribir en los 80, pero a raíz de un accidente en 1987, que me dejó sin movimiento bastante tiempo, no vine a tener personalidad literaria hasta 1996. Además, ese accidente me llevó a conocer de cerca la muerte. Cuando se conoce la muerte, ya no hay misterio. Así que deambulé mucho tiempo encerrado en mí mismo, recuperándome y terminando mis estudios. Quise hacer una vida normal, pero no pude. Cuando inicié mi vida literaria, muchos de mis pares generacionales ya habían publicado y recibido premios. Es decir, cuando llegué al baile de iniciación, era otra gente la que bailaba.

Yo me siento muy afín con los vanguardistas boricuas y las razones por las cuales hicieron trabajo de ruptura, entre ellas, que necesitaban un nuevo lenguaje para un nuevo siglo. Esto no es para nada anticuado ni anacrónico. Ese es nuestro dilema presente, de hecho. Estamos constantemente formulando rupturas de algún tipo. Pero la ruptura no llega escribiendo desde el statu quo.

Lo que sí podría mencionar es que muchos autores se hicieron o se iniciaron a través de mi trabajo editorial al comienzo de los 2000, primero en la Editorial UPR y luego a través de Terranova, editorial que cerró en 2012, si recuerdo bien. Eso hace que mi relación con las promociones literarias en Puerto Rico haya sido ecuménica. Me refiero a que como editor produje trabajos con escritores de la talla de Néstor Barreto, Yván Silén y Martín Espada, pasando por Noel Luna y Yolanda Arroyo, hasta los novísimos como Michelle Rodríguez, Ebrahim Narváez y Gean Carlo Villegas. Por mencionar algunos. Con todos trabajé en calidad de editor. También he sido asesor y editor de muchos otros escritores que gozan de aceptación y éxito en la escena literaria, algunos de los cuales todavía me reciben en su agradecimiento.

 

Ha logrado mantener una línea de creación literaria enfocada en la poesía, el cuento, la novela y el ensayo. ¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de sus pares?

Sobre la recepción de mi trabajo, pues creo que soy un “extranjero”, en el sentido del outsider. Puerto Rico es un país de experiencias secuestradas, si me sigues. La escena literaria no es excepción. Cuando publiqué Wonderful Wasteland me dijeron que sólo me lo habían publicado por ser un poemario en inglés que trataba el tema del huracán María. Fue un comentario con mala leche, por supuesto, pero decepcionante, porque estoy seguro de que quien lo dijo no ha leído el libro.

Recientemente, Malena Rodríguez lo supo leer como lo que es: un testimonio de dolor donde el huracán se presta como metáfora de todo lo que muere para dar paso a lo que nacerá de nuevo.

Esto lo menciono no por despecho, sino porque tal vez da mejor respuesta a tu pregunta.

En fin, toda mi obra premiada se publica entre 1996 y 2004. Los tres libros que publiqué entre 2005 y 2020 ni circulan en las librerías. Pero a excepción de Embudo: poemas de fin de siglo, que fue edición de autor, mis libros han sido bajo sellos editoriales de Puerto Rico, Estados Unidos, Colombia y España; por tanto, debo asumir que algún mérito tienen.

 

Mi circunstancia de vida se ha dado en la errancia. En múltiples lugares y sin una noción de “hogar”.

Sé que es usted de Adjuntas, Puerto Rico. ¿Se considera un escritor puertorriqueño o no? O, más bien, un escritor, sea éste puertorriqueño o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?

Por supuesto que me pienso puertorriqueño. Admito, no obstante, que mi circunstancia de vida se ha dado en la errancia. En múltiples lugares y sin una noción de “hogar”. Tal vez eso me hace un mal puertorriqueño. Pero creo en ser ciudadano del mundo, ¿no? Asumir la identidad desde el rizoma, desde lo displicente y en movimiento. La identidad tiene muchas aristas y se manifiesta de formas diversas, y ser boricua no es ser una sola cosa. Nunca somos una sola cosa. Somos Caribe. Hibridez.

 

¿Cómo integra su identidad étnica y de género y su ideología política con o en su trabajo creativo y su formación en la Universidad de Puerto Rico?

Mi trabajo creativo intenta hacerse admisible a las diversidades y las pluralidades que son, a la larga, parte de la naturaleza de existir. Mis personajes abarcan un elenco variado de procedencias étnicas que no son necesariamente la mía. Yo soy nadie y soy todo el mundo en esto. Mi lado de la acera es el del underdog, porque Puerto Rico es una isla de contrastes marcados.

Los últimos años, dado a que mi hija participa de la comunidad LGBTQ+, me siento cercano a sus luchas por condiciones de dignidad, que ahora también son las mías (todo el que me conoce sabe que mi hija es la persona más importante del mundo). Ser aliado figura un mundo de posibilidades sentientes y sensibilidades posibles que tan sólo se veía desde afuera, como sucede en Historia de un dios pequeño, donde tres mujeres transgénero relatan sus testimonios cuando se encuentran arrestadas en una celda. En Correr tras el viento, el personaje de Dolo se descubre feliz en una relación homosexual. Eso lo hago de modo consciente.

En la facultad de Humanidades, cuando yo estudiaba, ya se prefiguraba la diversidad de género, que el fantasma del sida había puesto en perspectiva, pues el mito que emergió era que el virus sólo lo contraían los hombres homosexuales. Esto creó, más que apatía, cercanía entre mis amistades y conocidos.

La anécdota es pertinente para resaltar dos puntos: primero, que la UPR siempre ha establecido el pensamiento de avanzada y de verdadera transformación social e intelectual, y segundo, que es la UPR, el centro universitario en donde (entre años de estudio y de labor) he pasado el mayor tiempo de mi vida, desde donde saldrán las soluciones para el país futuro, porque es en la universidad en donde se forman las ideas. Las destrezas se adquieren, pero el pensamiento hay que construirlo. Consciente de esto es que me enfrento a los estudiantes que acuden a mis cursos y lo asumo como responsabilidad.

 

¿Cómo se integra su trabajo creativo a su experiencia de vida como estudiante antes y después de su paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritor en Puerto Rico hoy?

La UPR, como dije anteriormente, es un estadio completo de formación intelectual y social. Creo en el trabajo que produce la UPR y en lo que puedan aportar sus egresados. Sin UPR no hay país. Fueron los grandes profesores de literatura los que me abrieron las puertas a las lecturas que aún al día de hoy no me abandonan, porque se repiten en mí. Pero la literatura se la debo a la Vida, así, con mayúscula.

Mis escritos —sobre todo mi poesía— parten primero de una experiencia lírica. La poesía es un estado del ser, y es donde habitan los principios y finales de todo lo que hago. Significativo o no, no importa. Lo que nutre la literatura es la vida.

 

Mi trabajo sigue publicándose continuamente, pero si vas a una librería, a cualquiera, ninguna tiene mis libros.

¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo y a la temática ficcional o no del mismo? ¿Cómo ha variado?

Ciertamente, la atención que acaparen mis escritos entre el público lector no podría calibrarla. Tal vez sea ninguna, aunque siempre aparece alguna invitación para publicar, lo que considero siempre un halago y a lo que siempre digo que sí. No sé. Algunos de mis libros se mueven en línea y mi trabajo sigue publicándose continuamente, pero si vas a una librería, a cualquiera, ninguna tiene mis libros.

Ya yo escribo sin pensar quién me leerá. Mi lector puede que sólo exista en mi mente, una fabulación. Una vez Mercedes López Baralt me dijo que yo no escribía para estos tiempos; que el lector de mis escritos me espera más adelante en el camino. Creo que puede ser verdad.

El tiempo me ha dado la distancia. Escribir es hacer tiempo, pero el tiempo hace la distancia. Como narrar, ¿no? Que es un orden temporal de sucesos que suceden en un espacio. O como la poesía, que cancela en tiempo a la vez que lo degluta todo. Para escribir hace falta ese distanciamiento, que es donde la vida va a tomar agua.

 

¿Qué otros proyectos creativos tiene pendientes?

Al momento me encuentro superando los efectos de la pandemia. Por ejemplo, mi novela The Gravity of Loss estaba comprometida para 2020 con una editorial universitaria, pero debido a la pandemia la editorial canceló su plan de publicaciones. La novela fue mi tesis de MFA en escritura creativa, y me encuentro revisándola para su consecuente publicación. Nuevamente, el mundo ha cambiado muchísimo desde 2017, cuando defendí la tesis. Pero he encontrado la voz y el espacio y ya he completado dos poemarios. También me he dado a la tarea de revisar una novela que vengo escribiendo a cuentagotas desde 2019. Creo que ese sería un buen título: A cuentagotas, ¿verdad? Sin prisa. Ya llegarán sus lectores.

Wilkins Román Samot

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