XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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El maestro Esteban Castillo:
“París me acompaña”, dice un pintor de Barquisimeto

domingo 26 de febrero de 2023
Esteban Castillo
Esteban Castillo: “París me enseñó a amar, a filosofar, a contemplar, a valorar y comprender otras culturas”.

París es una ciudad acostumbrada a que los artistas de todo el mundo le lleven sus ideas, sus colores, sus sueños, sus pasiones. París se ha llenado y se ha vaciado y se ha vuelto a llenar con el arte que busca el amor de esa urbe. El amor de París es altamente necesario para conseguir la comprensión de las demás ciudades. Allí, como una maternidad de la imaginación, nacieron grandes esperanzas de belleza y verdad.

A ese laberinto hermoso y perfecto fue a dar con sus huesos jóvenes un pintor venezolano llamado Esteban Castillo, cuya inocencia y espíritu incansable le sirvieron para recorrer calles y conceptos, museos y escrituras, con entusiasmo interminable. Pero un día necesitó regresar a Venezuela. Y se quedó pensando en las huellas que dejó por allá, en la ciudad de la torre Eiffel.

Debe haber un lugar cálido en la ciudad de París donde sientan nostalgia por los colores que brotaban diariamente, como una emanación de bullicio tropical, del alma trabajadora inventadora que en una temporada vivió por allá, bajo el nombre de Esteban Castillo.

Porque en Barquisimeto reside actualmente el alma trabajadora inventadora llamada Esteban Castillo, y su segunda pasión, aparte de pintar hasta en los sueños, es añorar las calles de París. Y lo más seguro es que de vez en cuando se le aparezca Charles Baudelaire diciendo:

—¡París cambia!, ¡pero nada en mi melancolía se ha movido!

Y seguramente, a continuación irrumpe el espíritu de Guillaume Apollinaire recitándole el inicio de uno de sus mejores poemas:

—Pastora oh torre Eiffel el rebaño de los puentes bala esta mañana.

 

Esteban Castillo se levanta y se acuesta con las calles de París en su cabeza y en su alma.

En su ciudad natal

En Barquisimeto, donde el sol pinta a diario, donde han nacido pintores y escritores capaces de estremecer el planeta, Esteban Castillo se levanta y se acuesta con las calles de París en su cabeza y en su alma, porque además en París viven sus hijas. Y sus mejores recuerdos siguen flotando como neblina en aquella atmósfera.

Desde que vi una primera obra suya, admiré la capacidad de Esteban Castillo para crear algo tan impactante y bello con los mismos colores que cualquiera puede usar sin expresar nada. Esteban Castillo es un maestro del color. Las artes plásticas se justifican plenamente cada vez que él termina una de sus obras. Todo lo que crea parece determinante. Y nada sorprende más que constatar la humildad con que genera esa arropadora belleza.

 

El maestro Esteban Castillo y la añoranza de París; entrevista por José Pulido

Una iglesia, doscientos bolívares

Decidí realizar la entrevista que le debía por admiración y aprecio, al leer algo que escribió sobre sus inicios. Lo publicó en Facebook el 5 de enero de 2022:

Cuando tenía quince años pinté la iglesia de San Francisco. Yo quería ser artista y soñaba con pintar muchos cuadros y llegar a ser famoso. Con el tiempo, seguía soñando, pero no me preocupaba llegar a ser conocido. Con ese cuadro gané el Sinforiano Mosquera Suárez y me dieron doscientos bolívares de premio. Después vinieron otros premios que aceptaba con humildad. Comencé a conocer la vida de los pintores y me fui desarrollando.

Actualmente sigo analizando mi obra, mi lenguaje, he ido desarrollando mi vocabulario, pero tratando de que cada cuadro respire sin repetir fórmula. Son triángulos, cuadrados, y continúo mis sueños. Vivo rodeado de mi arte, a veces pienso que es una manía: el gran deseo de hacer lo que he querido. Y entre el pintor presente y el joven que pintó la iglesia de San Francisco, lo único que ha cambiado son los años, que he ido recibiendo con alegría.

 

Esteban Castillo
El artista Esteban Castillo en los años 70.

La entrevista

—¿Cuándo descubriste el dibujo, la pintura, como algo que harías, como pasión que te cambiaría la vida?

—Por nacer en un ambiente artesanal, mis padres trabajaban el cuero y hacían alpargatas. El compás, las reglas y los cuchillos me eran familiares. Desde niño siempre dibujé, sobre todo, temas de los suplementos. Yo dibujaba todos los días y estaba al lado de mi mamá; ella iba tejiendo los pabilos para hacer las capelladas. Yo recogía los pedacitos de pabilos que iba amarrando. Le preguntaba a mi madre las combinaciones de los colores.

—¿Recuerdas tu primera obra?

—Un día cuando yo tenía siete años mi padre me llevó muy temprano al Mercado Bella Vista, en Barquisimeto, y vi una paloma pintada en una pared. ¡Me sorprendí! Miré con asombro esa pintura, tenía algo que me atraía, me quedé unos instantes mirando. Regresé a mi casa. Agarré un lápiz y la dibujé en la pared del comedor. Fue bello ese descubrimiento, desde ese día estoy pintando. Sigo siendo el niño aquel; vivo rodeado de colores y mis herramientas son escuadras, reglas, pinceles y pinturas. Mi taller se parece al ambiente donde yo vivía cuando era un niño.

 

La experiencia me aconseja cuál color voy a colocar. Es un gran concierto de colores.

El lenguaje geométrico

—Cambiar la imagen que miras por la imagen que sientes, el color que miras por el color que deseas, ¿lo has sentido así o el proceso es distinto?

—No era copiar lo que veía, había que interpretar lo que estaba frente a mis ojos; los colores se van llamando uno al otro, y la experiencia me aconseja cuál color voy a colocar. Es un gran concierto de colores. Hace muchos años, en Londres —de 1969 a 1972—, trabajaba los relieves en blanco e iba armonizando los diferentes blancos.

—¿Has logrado lo que deseabas con tu arte?

—Siempre voy logrando algo y aparecen nuevas ideas, es un descubrir y estar atento a lo que va apareciendo. Por momentos creo haber logrado lo que en estos momentos tengo frente a mis ojos. Observo y analizo y eso me lleva a nuevos planteamientos y un nuevo descubrir de elementos de mi vocabulario. Siempre dentro de un lenguaje geométrico.

—¿Cómo definirías tu arte?

—En los últimos cincuenta años: geométrico, modular con un sistema que he venido ensamblando. A veces pierdo en rigor y soy mucho más libre creando una oda de colores y formas.

—¿Cuándo llegaste a París y cómo se originó ese viaje?

—A comienzos del año 1967 me visitó en mi taller el maestro Manuel Quintana Castillo y me ofreció ayuda de materiales. Meses después, al verlo de nuevo, me dijo: “Hemos decidido darte una beca, ¿para dónde te quieres ir?”. Yo le respondí: París. Así, en el mes de octubre de 1967 fui a París. Y llegar a París era parte de un sueño. Visité museos y galerías, visité los talleres de los maestros Jesús Rafael Soto y Carlos Cruz Diez. Comencé un nuevo aprendizaje, “Las máquinas”, esa pintura que yo hacía de manchas, formas mecánicas, se alejaron de la gestualidad y de la influencia pop art para irse orientando a formas geométricas. Trabajé dentro de formas abstractas que a través de los años evolucionaron en ellas mismas. Es un descubrir constante, ese reto de ensamblar un grupo de formas con colores.

El maestro Esteban Castillo y la añoranza de París; entrevista por José Pulido

—¿Qué es lo que recuerdas con más amor de esa ciudad?

—Los museos, galerías, calles, puentes y, sobre todo, los cafés: el café La Palette, porque allí el tiempo se detuvo. Eso se nota en las viejas paletas con sus colores resecos que fueron el sueño de artistas y que decoran el ambiente en paredes patinadas por el tiempo y el perfume del café. Hay allí recuerdos y sueños de muchos artistas. Mis largas caminatas por el canal Saint Martin, pasear sin rumbo, caminar para descubrir una esquina o una pequeña plaza, todo lo recuerdo. Mis recuerdos me aportan bellos clichés de un París que viví y que hoy me acompaña. “Vayas donde vayas París te persigue”, como dijo Ernest Hemingway, palabra más, palabra menos.

—¿Qué te enseñó Paris?

—París me enseñó a amar, a filosofar, a contemplar, a valorar y comprender otras culturas. Descubrí de una vez por todas, y por siempre, que había nacido para ser artista, que soñando podría vivir y pasearme por espacios reales e imaginarios. Actualmente, viviendo lejos de la Ciudad Luz, recorro los espacios con mi imaginación y me siento muy ligado a esa gran ciudad.

—¿Qué artista te abrió más la posibilidad de escoger tu camino?

—El maestro José Requena, quien me dio la primera formación. El contacto con otros pintores como Rafael Monasterios y Harijs Liepins, quienes me hablaron de otros artistas. Cuando vi por primera vez la obra de Paul Cezanne “Jugadores de cartas” fue una gran revelación, o la obra de Claude Monet “Los nenúfares”, la Catedral de Ruan, me di cuenta de que allí sucedía algo. En el momento de mi llegada a París, la vanguardia es cinética, la lección de Paul Cezanne que todo se reduce a formas geométricas; Piet Mondrian, Malewich, se estudiaban. Se había partido de ellos, la participación del espectador, el movimiento era lo que dominaba. Comencé poco a poco a buscar mi camino, ensayos, análisis, destrucción de obras por considerar que no era lo que yo quería hacer. Trabajar, trabajar. La participación en los salones de arte y la confrontación con muchos artistas.

Me siento contento cuando un coleccionista viene y veo la admiración que siente por mi obra.

—¿En qué te diferencias de otros artistas plásticos?

—A través de los años cada artista va encontrándose, puedo decir que todos esos artistas que llegamos en los años 1967 y 1968, a pesar de que todos vimos y nos bañamos en la vanguardia cinética, cada uno fue haciendo su recorrido e incorporando su propia manera de expresarse.

—¿Piensas en las personas que mirarán tus obras o eso no te parece relevante?

—Yo soy el primero en mirar y admirar mis obras. Durante un tiempo están colgadas para contemplarlas y analizarlas. Me siento contento cuando un coleccionista viene y veo la admiración que siente por mi obra. Tengo grandes admiradores de mis obras. A veces, después de semanas y a partir de un análisis contemplativo, le puedo hacer alguna modificación. Hay obras que fueron realizadas en relieves blancos, son grabados realizados en los años 70, y en los últimos tiempos les he agregado nuevas formas y colores.

—¿Por qué dejaste París?

—Pregunta difícil de responder: había logrado que me invitaran a exposiciones en Francia y otros países, tenía gran actividad. Venía muy a menudo a Venezuela a exponer y quería vivir entre Venezuela y Francia. En mis primeros meses de mi estadía en Venezuela, mi padre murió y tuve que ocuparme de mi madre. No fue fácil. Pasaron veintitrés años sin volver a París; mis hijas francesas venían de vacaciones, regresé a Francia por dos meses en 2010 y 2013. Quise volver en marzo de 2019, pero la pandemia no me lo permitió.

El maestro Esteban Castillo y la añoranza de París; entrevista por José Pulido

—¿Cómo has vivido esta pandemia?

—Me dediqué a refrescar mi pasado y a vivir bellas anécdotas. Comencé a escribir más a menudo sobre París. Me propuse escribir en francés en las redes y ese regreso, llámese añoranza o nostalgia, ha sido maravilloso. Vivo mi presente y el pasado no me molesta ni me hace daño.

—¿Qué autores lees en estos tiempos?

—Leo sobre historia, arte, entrevistas, biografías, pero no tengo un autor preferido.

—¿Dónde vives y de qué vives?

—Vivo en Barquisimeto. Contarte de qué vivo es decir cómo me gano la vida. Desde niño trabajé haciendo portarretratos y con el dinero compraba los pinceles y pinturas. Decoré bares y pinté las águilas en los camiones de una conocida cerveza. Trabajé en publicidad. Fui lavaplatos y cocinero en Londres, en París me ayudaba cuidando niños. Al regresar a Venezuela en 1967, tuve que trabajar imprimiendo franelas. Pero de vez en cuando vendía algunos cuadros; hubo momentos en que vendía en las exposiciones. Desde hace unos treinta años he logrado vender mis obras, aunque, a veces tuve temor de cómo iba a vivir de mi arte. Actualmente vendo más a menudo, y tengo varios amigos que siempre me apoyan. Ya no tengo temores, vivo de mi arte y el recorrido ha sido largo, momentos bellos de mis setenta y uno dedicados al arte, de mis ochenta y un años de vida.

José Pulido