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Antolín Sánchez: el misterioso narrador

domingo 4 de junio de 2023
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Antolín Sánchez
Antolín Sánchez: “Mis referencias visuales provenían más de la pintura que de la fotografía”. Carlos Ayesta

Entre otras cosas, entre otras disquisiciones, ¿de qué está hecho el espíritu creador de imágenes llamado Antolín Sánchez? ¿De relámpagos sin sombra? ¿De sombras flamígeras? ¿De talismanes descubiertos en la niñez? ¿Por qué comenzó a mirar de manera tan diferente?

Me pregunto esto sabiendo que Antolín Sánchez (Caracas, 1958) es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Central de Venezuela; es fotógrafo y también un carismático escritor, inventor de historias.

Lo hago para poner orden en la avalancha de sensaciones que producen sus fotografías. En la sorpresa que uno se lleva al comprobar que no todo está dicho y hecho porque en cada una de las creaciones de Antolín estalla una novedad.

Ante sus imágenes diversas sólo es recomendable mantener la perplejidad, para poder crecer como espectadores ante sus decisiones y aprovechar el efecto mirífico de sus atmósferas.

Antolín está integrado por horizontes altísimos, miradas salvadoras sobre objetos que podrían parecer desechables; es mágica y visionaria toda la serie que califica como ausencia, visión que podría convertirse en una valija para viajar hacia donde los sueños sean el ambiente y constituyan la patria.

Antolín Sánchez es lúdico, jamás te aburre. Es un arqueólogo de su propio acontecer.

Sus ojos andan reconstruyendo la destrucción babilónica, el susto. Y despiertan la belleza imprescindible de luces y siluetas flotando en una ritualidad completamente poética. Intrínsecamente narrativa.

Antolín Sánchez es lúdico, jamás te aburre. Es un arqueólogo de su propio acontecer: encuentra soluciones para el presente en sus andanzas del pasado. Jamás embalsama nada: todo está vivo en su arte fotográfico. La fantasía respira, goza de buena salud, se eleva como una alfombra voladora de Las mil y una noches y se hunde también en un impresionante pozo de bellezas ocultas como si descubriera el alma, ya adulta pero no perdida, no confundida, de Alicia en el País de las Maravillas.

También es un narrador que usa imágenes y palabras cuyas resonancias pueden devenir en autorretrato anímico y crear imágenes de una estructura urbana donde la naturaleza no se ha rendido. Logra de esa manera, y constantemente, atmósferas que también afectan el corazón. Inclusive siendo insensible el corazón espectador que lo confronte.

 

Musas. Por ponerle un nombre

Antolín descubre sus caminos de repente, como si se le viniera encima una avalancha de musas. ¡Epa, Antolín, aquí estamos! ¿Adónde vamos hoy?

Por ejemplo, en una ocasión aclaró: “En 1985 realicé un trabajo que titulé Crisis… No me sentí satisfecho. Decidí modificar la intención de cada conjunto, esta vez me orienté hacia un discurso no narrativo, centrado en describir estados de ánimo”.

Eso arrojó un resultado magnífico. Sin duda alguna.

En relación con la serie que se propuso hacer con el cerro El Ávila, contó lo siguiente:

Mientras circulaba o caminaba por la ciudad me perseguía la visión de la montaña entrecortada por el perfil urbano. Años después, revisando con un cuentahílos la diapositiva de un edificio en construcción, observé un detalle del Ávila asomándose entre la masa de ladrillo y concreto. Entonces sentí que tenía un motivo, fotografiar la montaña asomándose entre los resquicios del paisaje urbano. Ese tenso diálogo entre ciudad y naturaleza es el tema de esta serie.

Bendito Dios. Y le salió genial.

 

Debo insistir y opinar

Es necesario que insista en esto: son estremecedoras sus fotografías insinuando la grandeza del cerro El Ávila desde el egoísmo, el miedo y el desamparo urbano. Y su serie del tarot, donde la ciudad puede ser leída desde el misterio y el azar, obtiene respuesta desde el entramado espiritual de creencias que bulle en las oscuridades urbanas. La ciudad le responde en cada imagen.

Antolín Sánchez se inicia en la fotografía en forma autodidacta a los quince años.

Esta serie, Tarot Caracas, que se mostró inicialmente en la Galería Viva México en 1988, ha surgido con mayor fuerza en el presente. Actualmente expuesta en el Centro Cultural de la Universidad Católica Andrés Bello, alude a los cincuenta y seis arcanos menores y veintidós arcanos mayores, interpretando Caracas con sus antiquísimas lecturas. De esa interpretación, donde la ciudad está sentada ante la mesa y se van revelando los arcanos, la urbe también modifica lo hechizante al hacer surgir una figura relacionada con la sabiduría ancestral: el fotógrafo.

El fotógrafo, en este caso, ha dejado de lado el color, uno de los aspectos simbólicos del tarot, imponiendo así el estilo de un artista cuyo mundo interior aparece en el mundo exterior como un lenguaje que se ha perfeccionado con sombras y centellas. Con imaginación y sensibilidad de oscuro paraíso.

 

Datos breves sobre Antolín

Antolín Sánchez se inicia en la fotografía en forma autodidacta a los quince años. Exposiciones individuales en Londres, París, Sao Paulo, Caracas y las principales ciudades de Venezuela. Ha sido premiado en los salones de arte más importantes de Venezuela y en el año 2000 recibió el Premio Nacional de Fotografía, máximo galardón de la disciplina en el país. Representado en el Museo de Bellas Artes, la Galería de Arte Nacional de Caracas, el Archivo Fotografía Urbana y Escala (Colección de Arte Latinoamericano de Essex University), entre otras colecciones. Fue columnista de los diarios venezolanos El Nacional y El Universal.

Desde 1984 trabaja en el área audiovisual. Su experiencia incluye la dirección y el guion de programas de televisión, videos corporativos y publicitarios. Como director de fotografía ha intervenido en cientos de producciones corporativas, publicitarias y culturales, incluyendo programas de HBO Latinoamérica y AE Mundo entre otros.

Su obra Primera parte fue seleccionada entre las finalistas del Premio Planeta de Novela 2017.

 

La entrevista: de las matemáticas a la fotografía

—¿Cómo se inició tu amor por la fotografía?

—En 1973, mientras estudiaba bachillerato. Utilizaba una cámara de mi padre de la cual me apoderé para salir a tomar fotos al azar.

Abandoné los estudios de matemáticas a mitad de la carrera debido a que el interés por la fotografía arrasó con mi capacidad de concentración.

—¿Cómo se inició tu amor por la escritura?

—También durante el bachillerato, leyendo a Borges, García Márquez, Rulfo, Carlos Fuentes y Sábato. Luego, cuando estudiaba matemáticas en la Universidad Simón Bolívar, estuve cerca del grupo La Gaveta Ilustrada. Conocí a Antonio López, Juan Calzadilla (padre e hijo), Gustavo Guerrero y Alejandro Varderi, entre otros. Sin embargo, nunca presenté un texto, yo era una especie de amigo que hacía fotos para algunas de sus publicaciones. Varias de esas fotos se usaron para acompañar textos sobre la vida de un personaje apócrifo que crearon, Melián Vedia (la única referencia que he encontrado en la red a este “autor” está en un texto de Alejandro Varderi) y al cual dedicaron varios análisis en los números de la revista. Como esta biografía “fake” debía parecer verdadera, no se podía poner mi crédito en imágenes que supuestamente databan de mediados de los años cincuenta. En la USB hice un corto taller de expresión escrita con el profesor Santos Urriola, fueron varias sesiones privadas para tres estudiantes que éramos a la vez miembros del Movimiento Fórmate y Lucha (MFL), grupo cercano al MAS a finales de los años setenta e inicios de los ochenta. Este taller se orientó hacia la exposición analítica más que a un fin literario. Abandoné los estudios de matemáticas a mitad de la carrera debido a que el interés por la fotografía arrasó con mi capacidad de concentración. Años después, en los años noventa, me gradué de Comunicación Social en la UCV. Mantuve por cortos períodos de tiempo columnas sobre fotografía en El Nacional (inicios de los años noventa) y El Universal (hacia mitad de esa década). La forma de conexión con la literatura se mantuvo desde mediados de los ochenta hasta el presente por la redacción de guiones audiovisuales, tanto corporativos como algunos de ficción. De hecho, la novela Primera parte nació como un guion que registré en 1993. Décadas después, durante una larga convalecencia que debí realizar tras dos operaciones de retina (la última en 2016), aproveché para convertir el guion en una novela. Desvinculado del mundo literario y sin nada que arriesgar, la envié en 2017 al Premio Planeta.

—¿Cuál fue tu primera cámara?

—La primera que usé en forma regular fue una Canon FTb, una de las primeras que contaban con un exposímetro incorporado (período 1974-1979).

—¿Cuál fue la primera fotografía tuya que te gustó?

—Una imagen con la que gané un premio de fotografía en el Club Puerto Azul, en 1976, la silueta en sombra de una palmera contra el fondo iluminado de El Mirador, un enorme edificio ubicado a la entrada del mencionado club.

—¿Qué has admirado en otros fotógrafos?

—En autores clásicos como Ansel Adams, admiro la armonía para convertir un paisaje en una imagen que nunca olvidarás. En otros, la valentía para afrontar situaciones humanas muy duras y poder construir un relato que, aun siendo duro, evade el sensacionalismo. Es el caso, por ejemplo, de Salgado, con sus trabajos sobre la minería. Y en un tercer caso, la imaginación para crear un universo propio, autorreferencial (un buen ejemplo es Duane Michals).

—¿Qué autores prefieres leer en estos tiempos?

—Leo poquísima poesía (sí lo hice de joven), ahora casi todo es narrativa. Sin olvidar a los autores que me conmovieron décadas atrás (Borges y Sábato a la cabeza) y los españoles de los años noventa (Marías sobre todo), en los últimos años he sido secuestrado por Orhan Pamuk y Murakami. O a veces uno se topa con sorpresas lejanas, como es el caso de Andréi Kurkov, del que sólo he leído Picnic en el hielo, pero que basta para incluirlo como favorito.

A partir de 1981 empecé a sentir que mi ciudad, a la que consideraba un lugar amable, empezaba a mutar en agresiva y ajena.

—¿Qué cambiaba en la ciudad y qué cambiaba en ti?

—Supongo que te refieres a la década de los ochenta cuando realicé Tarot Caracas (la produje entre 1980 y 1988). A partir de 1981 empecé a sentir que mi ciudad, a la que consideraba un lugar amable, empezaba a mutar en agresiva y ajena. Sin embargo, nadie parecía realmente preocupado. Hasta los más críticos chapoteaban en la aparente abundancia que, a pesar del Viernes Negro de 1983, todos creían eterna. Ese año inicié otra serie, La caída de Babilonia, inspirada en el capítulo XVIII del Apocalipsis. En este trabajo destruía los negativos para obtener un cielo negro en las fotos. La caída… terminó “contaminando” Tarot Caracas, y fui sustituyendo ciertos arcanos para hacerlos más agresivos.

—¿Qué te pareció más satisfactorio y determinante cuando comenzaste a probar diversas técnicas en la fotografía? ¿Con qué expresión te quedaste?

—Como fui autodidacta, jamás tuve que reflexionar sobre “normas” que los docentes de la disciplina solían imponer a los fotógrafos jóvenes, como la obligatoriedad de respetar el “cuadro completo”. De hecho, mis referencias visuales provenían más de la pintura que de la fotografía. Y en esto una anécdota: mi padre, que era un próspero importador de materiales industriales, había comprado una gran enciclopedia de artes plásticas, de doce enormes tomos. Él no tenía nada de interés en eso, sólo se trató de llenar un tramo de la biblioteca de la casa. Pero para mí, que tenía doce años, la revisión de esos cientos de imágenes fue algo maravilloso. Y esa fue mi primera y principal escuela visual.

—¿Qué buscas fundamentalmente al realizar una fotografía?

—Cambia según la serie específica: en algunos casos priva lo estrictamente estético (por ejemplo, la serie En B), en cambio en otros casos me interesa inducir una narración o una posición moral (y sé que esto último puede sonar rancio, pero así es).

—¿Qué sería insuperable en relación con la fotografía que salía finalmente del cuarto oscuro?

—Respeto a quienes añoran el olor de los químicos y trabajar en las tinieblas bajo una luz mortecina, pero no comparto ese ánimo. Cuando pude dominar la técnica digital encontré una forma más eficiente de construir el relato o la propuesta estética que deseaba.

—Insistes en que haya juego, en que sea divertido un proceso. ¿Es un estilo para enfrentar cualquier sufrimiento? ¿Eres un artista que busca con desenfado lo que el infierno posea?

—Ni siquiera lo pienso, es algo que siento de repente: esto me encanta… o esto me atormenta. En el segundo caso, es tiempo de ir cerrando esa serie.

—¿Cómo actúa tu proceso de fotógrafo y de escritor al tomar una fotografía y al escribir una historia?

—En la fotografía diferencio entre las series “conscientes”, en las que trabajo concentrado en un resultado, y en las “sedimentarias”, que son aquellas en las cuales se van acumulando fotos sobre un tema sin que sea consciente de que lo estoy trabajando. En estos casos, a veces pasan décadas antes de tomar conciencia y, por supuesto, a partir de ese momento se convierten en “conscientes”. En el caso de la historia, existe un hecho real que dispara el interés y a partir de ahí conviven la ficción y la realidad. Así es en dos novelas inéditas y en Primera parte, que está inspirada en un hecho real que sucedió en Venezuela durante diciembre de 1981.

José Pulido

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