
Sin voluntad había crecido el misterio
recostado a las piedras venidas de algún sitio.
Estuve con ellas para no enmudecer,
eran señas,
muecas de mujeres de senos apretados.
Este es un fragmento de un poema extraído del libro No apto para los ritos de la sacralización (1978). Me aventuro a opinar que Magaly Salazar Sanabria estaba comenzando a subir una determinante cuesta: la de los poemas que surgen con la necesidad de encontrar la puerta de la poesía. Porque cada verso de ella es como un sueño que se ha recordado y busca su forma verdadera para no borrarse.
Magaly Salazar Sanabria, en ese libro y en obras posteriores de mayor madurez, siempre encontró el canto que corresponde a su voz de mujer nacida en un lugar de ardorosas y sensitivas influencias, una voz de mujer que ha destilado su música en los instrumentos que también le han proporcionado el conocimiento, la existencia, la sensibilidad y la acústica del aula.
Si es dulce el canto oído, el no escuchado lo es más aún.
Eso escribió en su poema “Oda a una urna griega” el increíble John Keats, quien murió de juventud poética. Ese verso podría ser una de las definiciones más específicas y hermosas de lo que significa la poesía. Lo invisible visible, el toque de misterio que surge libérrimo, autónomo, silvestre.
Lo he recordado porque Magaly Salazar Sanabria, como toda poeta, siempre se pregunta por la esencia de la poesía y basa su búsqueda en las posibles y emocionantes respuestas que van surgiendo mientras vive y escribe.
Magaly no sólo ha dedicado su vida a la poesía: también a enseñar, a difundir saberes, y entre varias de sus enseñanzas intenta ofrecer visiones nítidas, responsables y transparentes sobre la escritura.
Ella no busca lo bonito: ansía lo bello. Pero siempre tratando de comprender y de ser comprendida.
La poesía que Magaly consigue es como una cosecha en donde se revuelven los frutos del alma y el corazón, de la memoria sentimental y de las cosas que se han mirado y permanecen posadas todavía en el pentagrama donde ella escribe y lee su música. Ha vivido y ha superado cada obstáculo, ha escalado cimas y ha descendido con la misma dulzura y honestidad que aceptó como modo de vida en su niñez.

“En la casa de mi infancia cabían todas las dichas”
¿Puedes hablar un poco de tu vida? ¿Lugar de nacimiento y estudios?
La Asunción, capital del estado Nueva Esparta, fue mi lugar de nacimiento. Viví una infancia feliz rodeada del cariño, la generosidad y la honestidad de padres, abuelos, tíos. Y de alegrías y juegos de mis primos, amigos y vecinos. Simón Bolívar puede dar fe de ello porque jugábamos en la plaza que lleva su nombre honrándolo con nuestra inocencia y travesuras infantiles. En un poema, que escribí muchos años después, digo: “En la casa de mi infancia cabían todas las dichas”.
Estudié los primeros años de primaria en La Asunción, pero más tarde mis padres se mudaron a Caracas, donde concluí esta etapa de estudios. El bachillerato comenzó en el Fermín Toro, allí hice el primer año; en el liceo Caracas, segundo y tercero, y en el Andrés Bello, cuarto y quinto años. Tuve excelentes profesores y compañeros. Al culminar, quería estudiar una carrera científica —Medicina— y una literaria —Letras— porque nunca he creído en la separación entre Ciencias y Humanidades.
¿Lograste hacer esos estudios?
El universo es uno y todos los extremos se tocan. Quise comenzar por Medicina, pero una huelga de estudiantes, muy prolongada, me hizo inscribirme en Odontología pensando aprobar allí primer año y después solicitar mi ingreso a Medicina. Al final, estudié tres años Odontología. Por un incidente familiar, muy triste, abandoné la carrera, pero con una cantidad de conocimientos adquiridos que enriquecieron para siempre mi amor por las ciencias. Además, conservo gratos recuerdos de profesores y compañeros excelentes, segura de no haber perdido el tiempo.

Luego estudiaste en la Escuela de Letras…
Me casé, mi matrimonio fue breve. Tuve un hijo con problemas. Una joven trujillana cuidaba a mi hijo, mientras yo trabajaba en la Técnica de Coche y estudiaba en la Escuela de Letras de la UCV para colmar mi amor por la literatura. Allí conocí a Rafael Cadenas, José Balza, Gustavo Diaz Solís, María Fernanda Palacios, María Teresa Rojas, Ángel Rosenblat, Adriano González León, Luis Navarrete Orta, Ida Gramcko, Orlando Araujo, Panayotis Rufogalis. Todos ellos fueron mis admirados y queridos profesores. Ojalá no haya olvidado a ninguno. Fui una buena estudiante y junto con mi compañero de estudios, Alberto Amengual, fuimos seleccionados como representantes de los estudiantes ante el Consejo de la Escuela de Letras y ejercimos esa responsabilidad con mucho criterio y respeto durante cuatro años. Podría contar bellísimas historias de mi experiencia en la Escuela de Letras. Quiero añadir que nos tocó vivir la época de la renovación universitaria, con sus momentos felices y otros difíciles. Tuvimos a Aquiles Nazoa y Arturo Uslar Pietri como invitados y con ellos compartimos gratísimos y sabios momentos. Al graduarme fui profesora durante tres años en el área de lingüística.
¿Qué hiciste después?
Al egresar de la Escuela de Letras hice una Maestría en Literatura Hispanoamericana y Venezolana en el Instituto Pedagógico de Caracas. Mis profesores fueron Guillermo Sucre, Domingo Miliani, Fernando Azpúrua, Elena Vera, Oscar Sambrano Urdaneta, José Adames, el poeta chileno Gonzalo Rojas, que estaba exiliado en Venezuela. Mi tesis de maestría fue dedicada a la obra de Miguel Otero Silva y la titulé “La piedra que era Cristo”, búsqueda de la trascendencia en la narrativa de Miguel Otero Silva.
Trabajé como docente en la Universidad Simón Bolívar y ocurrió el fallecimiento de mi madre; luego, mi hijo y mi padre, en menos de un año. Renuncié a la universidad porque quise alejarme de un escenario tan doloroso y me trasladé a España y estudié un doctorado en Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad de Barcelona. Regresé a Venezuela y realicé mi tesis, pero me tardé en volver y ya había pasado el tiempo de entrega. Me quedaron mis buenas calificaciones certificadas. Lamentablemente, entonces no había la posibilidad de enviarla por Internet. Más tarde, trabajé en el Pedagógico de Caracas hasta mi jubilación. Realicé un doctorado en Cultura y Arte Latinoamericano y del Caribe en el Instituto Pedagógico de Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador.
Nuestros docentes fueron estupendos maestros: José Marcial Ramos Guédez, mi tutor; Omar Hurtado, Minelia de Ledezma, Enrique Alí González Ordosgoiti, Noemí Durán, valiosa y eficiente directora del doctorado. Mi tesis doctoral se la dediqué a Margarita y la titulé: Los temas del mar y la religiosidad en la canción popular y tradicional de Margarita.

Los Salazar de La Asunción
¿Cómo fue tu amistad con Hanni Ossott?
Hanni y yo estudiamos juntas en la Escuela de Letras de la UCV. Nuestra amistad fue cordial, respetuosa del talento y capacidad de cada una. Nunca fuimos “compinches” pero sí nos apreciábamos mucho. Hanni promovió, junto al grabador Mietek Detyniecki, un precioso y lujoso libro de edición limitada, con poemas de una profesora y de compañeros de la Escuela de Letras de la UCV, que denominó Lo visible, lo decible. Cada poema está acompañado de una hermosa ilustración. Participamos los poetas estudiantes Oscar Díaz Punceles, María Elena Huizi, Hanni Ossot, Eleazar León, Elí Galindo, Magaly Salazar, Luis Sutherland y la profesora María Fernanda Palacios. La muerte prematura de Hanni nos dejó muy tristes pero con este regalo para que la recordemos siempre.
¿Desde cuándo escribes?
Heredé mi amor por la poesía de la familia de mi papá. Los Salazar de La Asunción. Todos eran poetas: Andrés Salazar Yáñez, mi padre; mis tíos, Jesús Salazar Yáñez, Carmencita Salazar Yáñez, Miguel Rafael Salazar Yáñez, Cayetano García Salazar, don Tomás Yáñez, poeta y pintor. Todos profesionales. Escribo desde hace mucho tiempo, pero me exigía tanto que no publicaba los textos.
Fue en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, semillero de poetas, escritores de gran sensibilidad, y por tantos autores nacionales y extranjeros que leímos y estudiamos, donde tomé la ruta de la poesía. Debo añadir que fui una de las talleristas del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, coordinado por el gran poeta Alfredo Silva Estrada, un maestro que nos acercó a muchas luces de grandes poetas nacionales e internacionales. Mi primer libro surgió de allí y lo publicó el Celarg en 1978. Fue diseñado por el artista Alirio Palacios. Le nominé No apto para los ritos de la sacralización, a pesar del entusiasmo de nuestro coordinador.
¿Qué poetas te motivan?
Andrés Bello, Andrés Eloy Blanco, Ramón Palomares, Juan Sánchez Peláez, José Ramón Heredia, Rafael Cadenas, Guillermo Sucre y su valiosísimo libro La máscara, la transparencia; José Antonio Ramos Sucre, Eugenio Montejo, Caupolicán Ovalles, Humberto Tejera, Vicente Gerbasi, José Barroeta, Armando Rojas Guardia, Elena Vera, Enriqueta Arvelo Larriva, Fernando Paz Castillo, Alfredo Silva Estrada, María Antonieta Flores, Aquiles Nazoa, Lydda Franco Farías, Emira Rodríguez, Ana Enriqueta Terán, Luz Machado y muchos escritores excelentes, que he admirado pero que en este momento me traiciona la memoria. También me agradan los libros de arte, filosofía y los científicos.
De los poetas extranjeros he leído con pasión a Shakespeare, Neruda, Walt Whitman, Jorge Luis Borges, T. S. Elliot, Shelley, César Vallejo, Rubén Darío, Antonio Machado, Fernando Pessoa, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, Charles Baudelaire, Emily Dickinson, Paul Verlaine, Octavio Paz, Michel Foucault, María Zambrano, Mircea Eliade, M. A. Murena, Aimé Césaire, Alejandra Pizarnik, José Martí, Lope de Vega, José Emilio Pacheco, Nicanor Parra, Rafael Alberti, Francisco de Quevedo, Rabindranath Tagore, san Juan de la Cruz, Federico García Lorca, sor Juana Inés de la Cruz.
Puedo asegurar que la bibliografía que consulté para elaborar mis tesis de maestría y doctorado, más la de tantos artículos que escribí a lo largo de esos estudios, llenarían varias páginas de esta entrevista, y lo digo sin pedantería; todo el que navega en estos mundos de aprendizaje sabe que es así.

¿Qué añoras de tu pasado?
De mi pasado añoro la infancia porque fue muy bucólica y casi paradisíaca. Mi abuelo tenía una fábrica de ron en las afueras de La Asunción en un terreno grande y lleno de frutales, y cuando íbamos con los primos y amiguitos me encaramaba en las matas, no tan altas, a comer las frutas, como en la época de la ciruela de huesito, y jugábamos mucho. Gocé de mucho amor en mi niñez.
Una época muy dura fue la de mi matrimonio, y me divorcié después de haberlo pensado con criterio y responsabilidad. Una de las decisiones más acertadas de mi vida y de la que me siento orgullosa. Me ha tocado tomar decisiones difíciles y en solitario, pero el tiempo me ha dado la razón. Tuve un niño con síndrome de Hurler. Supe por los médicos que los afectados por el síndrome de Hurler fallecían a los catorce años. Yo hice todo lo que pudo mi cariño y dedicación. Mi niño, a pesar de su enfermedad, era un muchachito feliz, reía a carcajadas porque yo lo quería mucho y nunca me quejé y jamás me vio llorar. Me separé y divorcié embarazada: me trasladé a Caracas y tuve a mi hija Josefina. Desde entonces, mis hijos fueron solamente míos y de sus abuelos maternos y tíos. Mi hijo murió dos días antes de sus catorce años. Afortunadamente, mi hija es una excelente docente universitaria y la acompaña una hermosa voz que le produce grandes satisfacciones espirituales. Nunca he sembrado en mi hija odios y cizañas contra su padre porque estoy consciente de que el daño se lo proporcionaría a ella. Por supuesto, esa época de mi pasado la recuerdo con tristeza, pero sin amarguras. Añado que las pocas pertenencias materiales que tengo son producto de mi honrado esfuerzo.
¿Cómo defines esta época?
Todas mis “épocas” han sido laboriosas, de ciertos sacrificios, pero productivas. A pesar de algunos eventos tristes he sido feliz porque lo que he realizado lo he abordado con mucho amor. He tratado de hacerlo bien, con espíritu de superación, generosidad y una buena dosis de ética espontánea y verdadera, de la aprendida en mi terruño insular. Además, siempre me ha acompañado un buen sentido del humor.
¿Cuál es tu gran pasión?
Aparte de la poesía, mi otra pasión son los niños. He dedicado mucho tiempo a darles talleres de poesía a los niños. En Margarita fui a muchas escuelas, y también estuve en la isla de Coche. Aclaro que los gastos de traslado y de meriendas de los niños los cubría yo con el producto de mis prestaciones sociales, de mi jubilación. Antes se podía hacer. Jamás acepté dinero por ello. En Caracas también laboré en algunas escuelas municipales. Y en el Pedagógico de Caracas, he tenido la dicha de trabajar con los niños del preescolar. Esta actividad me produce un goce enorme porque los niños crean un mundo muy personal y cuando se sienten queridos inventan historias extraordinarias.
¿Qué le ha aportado tu profesión a tu escritura?
Mi profesión, la docencia, la comunicación y el intercambio de saberes y experiencias entre profesores y alumnos, me ha permitido avizorar otros horizontes. La relación con los libros se ha transformado en una actitud gozosa. No podemos enamorar a los alumnos hacia la lectura si nosotros no la disfrutamos y transmitimos el goce. Así, los libros tratados en las clases, las preguntas, los pensamientos juveniles, navegan en olas afortunadas para ellos y para mí y el mundo de preguntas, reflexiones y lecturas ha enriquecido mi decir y pensar poético.
¿Qué le ha aportado la escritura a tu sobrevivencia de hoy?
Mi escritura ha sido como un pilar que me sostiene en medio de tantas carencias y limitaciones que padecemos todos los venezolanos en estos momentos, y entre ellos, los profesores universitarios. Además, la vida misma es una escuela que te va enseñando a abordar los hechos con valentía, pero sin renuncia. La pandemia y la crisis económica y libertaria que padecemos ha sido un acicate para mover más mi rebeldía y mis convicciones. Toda mi obra poética es un grito de libertad. Mi libro Cuerpos de resistencia es quizás el más fuerte de ellos. Esta publicación es, entre otras voces, la de las mujeres luchadoras que defienden su libertad y el respeto merecido. La escritura me ha dado fuerzas para no claudicar.

¿Cuáles palabras se te quedaron grabadas de la infancia y cuáles se te quedaron grabadas de la época estudiantil?
De la infancia recuerdo los consejos de los mayores: habla sin gritar, respeta, ven que te voy a dar un beso, cómete este manguito, saluda a la señora, viste la cama, eso no se toca porque no es tuyo, ¿cómo te fue por la escuela?, te voy a contar un cuento, llévale estas frutas a la vecina que está enfermita, en la mesa no se habla de asuntos desagradables, están bailando la burriquita, vamos a verla, allí están tus amiguitos que vienen a jugar contigo. Y nuestros juegos: el escondío, la candelita, la semana, la piñata, “Eso es un bochinche”, helados del tío Chu, ricos.
De mi época estudiantil me quedaron grabadas las palabras libertad, confraternidad, responsabilidad, respeto, estudios, serenata, risa, bonche, fiesta, camaradería, rumba, está “raspao”, chévere, exámenes, calificación, clases, generosidad, eficiencia, lealtad, conferencia, confianza, alumno capaz, docente admirado, me “buceo” al profe, liceos excelentes, la universidad, la casa del conocimiento, del crecimiento espiritual y también de las artes y la música. Unas palabras muy serias y otras en broma.
¿Cuántos libros has publicado?
No apto para los ritos de la sacralización, Ardentía, La casa del vigía, Bajío de sal, Levar fuegos y sietes, Cuerpos de resistencia, Caudalía I, Caudalía II y Andar con la sed, palabreos con sor Juana Inés de la Cruz.
En coautoría: Lo visible, lo decible; Queterni Deni; El verbo iluminado, y Tópicos de literatura española I.
¿Cómo es tu proceso creador? ¿Cómo logras ese nivel expresivo?
Hay tonalidades de silencio que exhalan alientos de imágenes, ideas y situaciones antiguas y presentes que mueven mi espíritu. Nunca es igual, pero hay recuerdos bellos o tristes que me invitan a escribir.
Siempre hay un toque filosófico en mi escritura porque me amparan mis estudios y “los que saben”, y un pálpito acorazonado, propio de mi terca sinceridad y pasión. Parece que alguien me dijera: “Siéntate y escribe”, que no es lo mismo que las divinas palabras que Jesús le dijo a Lázaro: “Levántate y anda”, pero hacen el mismo efecto en mí; sin la poesía no vivo ni hago camino. En todo lo que escribo y en el ejercicio de la vida no hay vientos de arrogancia ni de presunción, ni de halagar o recostarme de alguien para publicitarme, ni nada por el estilo, y aunque he sentido a algunas personas que me han intentado minimizar, no me preocupa. No ando buscando publicidad.
El nivel expresivo es consecuencia de mi fidelidad a la verdad de la palabra y a la de mi espíritu. Sin proponérmelo, mantengo un equilibrio entre los sustantivos y los adjetivos. Me gusta hurgar en mi diccionario interior para que el sustantivo hable más que el adjetivo. Es muy fácil decir que la casa es protectora, pero decir lo mismo y alejar la casa de la intemperie sin el adjetivo, produce un pequeño grado de dificultad y allí está el poeta con sus recursos metafóricos y espirituales. Por ejemplo: “Cuando llegó el temblor, ya estaba sobre mi piel, tu mirada”. Con pocas palabras el erotismo fluye y dice más que muchas palabras y adjetivos juntos. Respeto mucho el idioma y he pretendido siempre que mis versos fluyan con sencillez y que sean lugar de encuentro con la emoción y la belleza.
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