
Gustavo Osorio de Ita (Puebla, México, 1986) es poeta, ensayista y crítico literario. Es doctor en Literatura Hispanoamericana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Tiene una Maestría en Literatura Mexicana y estudió su licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la misma casa de estudios, en cuya Facultad de Filosofía y Letras se desempeña actualmente como profesor-investigador. Obtuvo el Premio Filosofía y Letras en la categoría de poesía que concede esa universidad. Decir poesía es decir Gustavo Osorio de Ita. Él es traductor de la lengua de Washington a la de Don Quijote de la Mancha y de don José Vasconcelos y de Calderón, entre otros. Su trabajo creativo ha sido publicado en antologías colectivas y, entre otras, en Letralia (Venezuela). Gustavo, el poeta, nos ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.
—Recientemente salió publicado su poemario Las armas de mi padre (2022). ¿De qué trata dicho poemario? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarlo?
—Este poemario es un intento por decir la verdad, lo cual, pensando en aquello que dice Louise Glück, no tiene que ver necesariamente con la sinceridad. En los años recientes enfermó mi padre, con quien desde siempre he tenido una relación sumamente cercana y, a partir de ello, no encontré otro modo de lidiar con lo que ocurría más allá de contar una historia hecha de fragmentos y de intentar trocarla en poema; un poema hecho de retazos de lo que de él he aprendido y sigo aprendiendo, del dolor heredado, de las formas en que se puede construir —y defender— una vida a partir de otra. Aquí, en estos poemas, he intentado dejar un testimonio de las armas que él ha tenido a la mano durante su vida y las que —por familiaridad, por miedo, por herencia— yo conozco. Así que, más que una oportunidad, pienso que este poemario es una necesidad y necedad mías; ahora que el libro existe, a veces pienso que quizás nunca quise escribirlo, o nunca habría querido haberlo escrito, pero siempre existió esta inminente necesidad de hacerlo.
Este es el primer poemario en que me atrevo a hablar desde el yo.
—¿Qué relación tiene su trabajo creativo-investigativo previo a Las armas de mi padre y su trabajo creativo-investigativo posterior? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de mexicano y su memoria personal de la literatura dentro de México o fuera?
—A mi parecer este es el primer poemario en que me atrevo a hablar desde el yo. Antes, sobre todo en un poemario que conseguí publicar hace ya casi diez años y que se titulaba Bonapartes, recurría al personæ, al monólogo dramático, para hablar de las cosas que me ocurrían o aquellas que pensaba podrían ocurrirle a alguien; ahora, aquí, lo que busco es romper con toda máscara, afrontando esa memoria personal que es también una memoria familiar, una consciencia heredada, y romper también con lo que solía hacer —esa suerte de lugar cómodo— para hablar desde otro sitio, que es, en este caso, un yo más verdadero. En cuanto a la relación de esto con el panorama mexicano o internacional, pienso que aquel al que yo recurro es sólo otro de los modos de la poesía que se escribe ahora: se escribe desde el testimonio o desde la simulación, desde la experiencia o desde el experimento, pero de cualquier manera se hace manifiesta —tácita o explícitamente— una idea de la subjetividad moderna.
—Si compara su crecimiento y madurez como persona y escritor con su época actual en México, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo-investigativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo ha madurado usted?
—No sé si podría afirmar que he madurado, pues en cierto sentido eso implicaría “ser mejor”; quizás lo que sí puedo constatar es que soy otro distinto a cuando comencé a escribir poesía (a ciencia cierta no sé si mejor o peor): ahora me decanto más por ritmos construidos a partir de la idea de un verso que hace presente la subjetividad del yo lírico que por estructuras métrico-versales preestablecidas, o, también, intento optar por una dislocación de imágenes más que por un detenimiento, por ejemplo. En general, creo que todo cambia constantemente, pero, muy en lo profundo, seguimos siendo los mismos; así también la poesía se va transformando, pero un eco de la voz original persiste. Así me gustaría pensar que es mi obra: como un eco que adquiere distintos tonos y resonancias conforme se prolonga, que se llega a oír una voz distinta pero que se sigue reconociendo a quien la ha emitido.

—¿Cómo visualiza su trabajo creativo-investigativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en México y fuera? ¿Cómo ha integrado su trabajo creativo-investigativo a su quehacer de escritor?
—Tengo la fortuna de compartir lecturas y escrituras con grandes poetas desde hace algunos años, por ejemplo, Mario Bojórquez, Álvaro Solís, Mijaíl Lamas, Alí Calderón, Roberto Amézquita o Andrea Rivas. Todos ellos han sido maestros, colegas o amigos en distintos momentos de mi vida, lo cual me ha permitido vincular la amistad con la creación poética. Si bien algunos no pertenecen estrictamente a mi generación, pienso que sí a una idea cercana a la de “constelación”, lo cual creo tiene un impacto más señero hoy en día. Es decir, uno comparte lecciones e ideas sobre la poesía con una multiplicidad distinta a la del grupo generacional —a veces con gente en otras lenguas, con otra idea de mundo, incluso a veces con gente muerta hace varios siglos— y, en este sentido, pienso mi trabajo creativo-investigativo como una permanente discusión, pues con la gente con la que tengo la fortuna de discutir la poesía es toda de distintas filiaciones y gustos, lo cual enriquece el debate y propulsa —cuestionando constantemente— mi propio quehacer en tanto escritor.
—Ha logrado mantener una línea de creación-investigación enfocada en la literatura en y desde México. ¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo-investigativo dentro de México y fuera, y la de sus pares?
—Considero que la recepción de mi trabajo hoy en día, tanto creativo como investigativo, funciona de manera rizomática, caótica y azarosa. Hoy en día uno publica un poemario, del cual pueden digitalizarse algunos poemas (cuáles, uno nunca sabe, quizás incluso aquellos que uno no favorece realmente, aquellos que casi pudieron quedar fuera de un libro) y esta imagen circula en redes, llega a amigas o amigos que tienen un adelanto de nueve horas en la zona horaria, a esa persona quizás le gusta y lo traduce, o quizás lo detesta y lo critica, quizás lo muestra en un taller de poesía sobre “lo que no/sí hay que hacer en un poema”. Y el poema llega lejos —para bien, para mal—, pero sobre ello no hay un gran control (por más que uno así lo quisiera). Pienso que esto (salvo algunas contadas excepciones que tienen un perfil más cercano al de marketing) le ocurre a casi todo el mundo, y también creo que tampoco se debe pensar demasiado en la recepción —o no a lo menos en un primer momento— sino encomendarse a la fortuna, como solemos decir acá en México, “a ver qué sale”, y que el poema encuentre los lectores que requiere.
En mi caso personal, he tenido un diálogo poético constante con otras tradiciones poéticas.
—Sé que es usted de México. ¿Se considera un escritor mexicano o no? O, más bien, un escritor, sea éste mexicano o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?
—Sí podría decir que me siento como un escritor mexicano, pero con la misma facilidad podría decir que no podría definir concretamente qué es un “escritor mexicano”. Pienso que el territorio geográfico donde uno nace, por lo menos en mi caso, sí lo marca a uno, pues hay cosas que sólo ocurren acá, historias que sólo le pasan a uno (o que así las pensamos), pero también, en mi caso personal, he tenido un diálogo poético constante con otras tradiciones poéticas (anglófonas y francófonas, principalmente), lo cual hace que aquello que soy/hago esté hecho de otros retazos de varias distancias. Quizás ser de cualquier parte hoy en día sea eso también: ser de varios tiempos y lugares al mismo tiempo.
—¿Cómo integra su identidad étnica y de género, y su ideología política con o en su trabajo creativo-investigativo y su formación profesional?
—Por lo menos en este, mi más reciente poemario, no hay una integración explícita de una identidad étnica o de género, así como tampoco de una ideología política, puesto que lo que he intentado crear aquí es hablar del y desde el yo. Aunque, por supuesto, hablar desde esa instancia subjetiva es estar atravesado —subrepticia y tácitamente— por una identidad (de género, de raza, de condición social, de perspectiva ética y política) y, por consiguiente, pienso que la voz que aparece en el poemario no resulta una que enuncie estas circunstancias, sino que es una que, de cierta manera, es producto de las mismas.
—¿Cómo se integra su trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida tras su desarrollo profesional? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritor en México hoy?
—En Las armas de mi padre pienso que hay una integración plena: intento aquí escribir de mi padre, de lo que soy, de los motivos que tengo para serlo. En la idea de Víctor Hugo, todo lo que aquí está es cierto, pero nada tal cual ocurrió. En ese sentido pienso también que la poesía concede un amplio abanico de posibilidades: podemos contar lo ocurrido, lo que nunca podría ocurrir o incluso lo que deseamos con todas nuestras fuerzas que pudiera haber o no ocurrido; lo que importa es que al final sea algo que revele “la verdad” (aunque, claro, ésta, al igual que la idea de un “escritor mexicano”, pienso que no podría definirla a ciencia cierta).
Cada vez se ha optado más por preferir los temas que tengan que ver con la cotidianidad o el testimonio.
—¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?
—No sabría especificar esta recepción en torno a mi trabajo en particular, pero en el panorama más amplio —el de los lectores de poesía— pienso que, con el transcurrir del tiempo, digamos en los últimos diez años, la recepción se ha ido configurando más hacia una dinámica de la inmediatez: se prefiere la brevedad, el flash, el golpe rápido. También pienso que cada vez se ha optado más por preferir los temas que tengan que ver con la cotidianidad o el testimonio, algo próximo a la restitución de un interés por lo biográfico y lo situacional. No sé tampoco si estoy de acuerdo con que esto pueda tornarse una forma de “aquilatar” la poesía contemporánea, pero por lo menos en mi circunstancia de público/lector pienso que es uno de los cambios más significativos, así como también la aproximación a códigos y lenguas distantes, pues creo que otra manifestación de cambio radica en que cada vez se busca más leer derrumbando fronteras lingüísticas o ideológicas; con lo cual, pienso, se ha comenzado ya desde hace algún tiempo a cuestionar la idea de una “literatura nacional”.
—¿Qué otros proyectos creativos tiene usted recientes y pendientes?
—De mi padre —otra vez— tengo esta idea de no hablar mucho de lo que no ha sucedido porque entonces no se cumple; quizás es mejor así, hasta que sea libro, aunque, por supuesto, pendientes hay muchos. No creo que podría seguir escribiendo si supiera que “este es el último poema”.
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