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La literatura no es sólo para literatos

miércoles 26 de abril de 2017
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Reseña de “Historias de taxistas”, de Eduardo García Castellanos, por Campo Ricardo Burgos López

Historias de taxistas
Eduardo García Castellanos
El Pensador Editores
Bogotá, Segunda Edición, 2014
200 p.

Reconozco que cuando adquirí este libro lo hice por una razón inusual. Una vez me lo encontré en una librería; lo que me llamó la atención es que estos relatos acerca de lo que les ocurre en su trabajo diario a los taxistas de la ciudad de Bogotá no era narrado por un escritor profesional o por algún estudioso de las letras y las humanidades, sino por un miembro real del gremio. Eduardo García Castellanos es —según nos lo aclara una de las solapas del libro— un mecánico de profesión que por diversas razones se dedica hace muchos años a manejar el taxi de placas VDU142 por las duras calles de la capital de Colombia. Según se desprende de lo que escribe en el mismo libro, hace rato García Castellanos había venido recopilando las múltiples historias que a él le habían sucedido y que otros colegas del oficio le contaban de vez en cuando, y finalmente se animó a publicarlas. Hecha esta breve introducción, puedo aseverar entonces que, en mi modesto concepto, el saldo de la aventura de García Castellanos es más favorable que desfavorable, pues más son los aciertos que los desaciertos.

García Castellanos captura de modo certero la condición humana en diversos registros, así como la Colombia más humilde.

Aciertos del libro hay varios. El primero de ellos es que, dado que cuando yo tomo un taxi casi nunca entablo conversación con el taxista, me sorprende que en su texto García Castellanos muestre que es más frecuente de lo que se supone que los pasajeros de un taxi refieran detalles de su vida privada al conductor y que incluso le soliciten consejo y lo usen como una suerte de psicoanalista sobre ruedas. Según se expone en el libro, es más común de lo que se cree que, mientras se los transporta a su destino, los pasajeros lleven a cabo autoanálisis de su vida, expresen sentimientos muy íntimos, lloren, se quejen y pataleen.

En segundo lugar, quisiera empezar mencionando algo que alguna vez le escuché a Antonio Caballero. En una entrevista acerca de su novela Sin remedio, Caballero anotaba que una limitante que esa obra tenía es que radiografiaba sólo una sección de Bogotá que era la de los barrios del norte de la ciudad, y que la Bogotá de los barrios populares del sur y del occidente allí nunca aparecía. Pues bien. Historias de taxistas contribuye a llenar ese vacío. No estoy afirmando que Historias de taxistas esté a la altura de Sin remedio, sino que con sus breves crónicas y anécdotas, y probablemente sin percibirlo, García Castellanos nos ofrece una mirada a ese sur de la capital colombiana que en la literatura colombiana no suele ser tan corriente. La mayoría de los personajes que el autor-compilador describe son personas que habitan ese suroccidente y ese suroriente bogotanos que pocas veces suelen ser el asunto de los escritores profesionales.

En tercer lugar, está el hecho de que García Castellanos captura de modo certero la condición humana en diversos registros, así como la Colombia más humilde. En la sección tragicómica aparecen las historias de infidelidades de las que ha sido testigo (hijas que descubren que sus madres aparentemente inmaculadas son más bien casquiflojas, esposas que descubren que están casadas con esposos más virtuosos de lo que creían, mujeres que encuentran que su marido es amante justamente de la amiga a quien le refieren todas las infidelidades de su mismo esposo). En este mismo apartado están también las narraciones picarescas acerca de variados cacos (mujeres que intentan seducir a los taxistas para que las besen en sus sensuales cuellos embadurnados de escopolamina, pícaros bilingües que fingen ser altos ejecutivos sólo para robar los ahorros de los choferes, ancianas campesinas que simulan lo que sea con tal de no pagar el importe de una carrera).

En el otro lado del espectro, García Castellanos trae también eficaces y a veces conmovedoras descripciones de los colombianos más sencillos que día a día batallan tratando de sobrevivir en este inequitativo y absurdo país (el comerciante que ha vagabundeado por diversos lugares de Colombia trabajando en lo que sea desde los ocho años de edad, el obrero con seis hijos que se rebusca la vida de distintos modos y que paga una carrera con una colombina, un antiguo hacendado que toma un carro y abiertamente le cuenta al taxista que se dirige a consumar un asesinato, la prostituta que visita clientes a domicilio, una minusválida víctima de una de las tantas minas que se han sembrado en los campos colombianos, un padre que abandona un hospital con su hijo de nueve años que sufre una enfermedad que los médicos no pueden diagnosticar, la mujer embarazada que rompe fuente en el taxi y a quien el taxista no le cobra la carrera, el anciano que recuerda su ardua labor de mensajero en sus años juveniles).

García Castellanos —incluso— se permite insertar una historia de fantasmas que como tal no es muy afortunada, pero que al menos pone a pensar por qué a los espectros femeninos les da por tomar taxis en las noches capitalinas (llama la atención que la fantasma sí paga su carrera y no busca subterfugios para no hacerlo, a diferencia de tantos humanos de carne y hueso que suelen usar este servicio).

A este país le caerían bien más libros escritos por taxistas, plomeros, albañiles, conductores de buses, vendedores o embalsamadores de funeraria.

En cuanto al apartado de desaciertos de Historias de taxistas, podríamos mencionar algunos. El primero es que a veces a García Castellanos se le olvida que —como decía Lovecraft, que tanto sabía acerca de cuentos— un escritor es un cronista de hechos y no un vendedor de opiniones. Ciertos relatos se ven lastrados porque en ellos el autor no se limita a narrarnos una historia, sino que pretende extraer moralejas u ofrecer recomendaciones que son perogrulladas psicológicas. En segundo lugar, está el hecho de que a veces García Castellanos sucumbe a la sensiblería y al melodrama. Algunos textos están cargados con interpretaciones típicas del género melodramático como aquellas de que la virtud siempre es recompensada en el mundo o de que los malvados, a la corta o a la larga, siempre acabarán pagando por sus pecados (creencias populares que, por desdicha, son fácilmente refutables acudiendo a la historia de la humanidad y recordando cuántas veces el justo muere despreciado y el villano muere en un lecho de rosas rodeado de los más exquisitos placeres). En tercer lugar, hay que decir que al texto le falta autoconciencia respecto al gremio. La totalidad de narraciones muestra a los taxistas como una suerte de quijotes bogotanos dispuestos a auxiliar a todos los desvalidos peatones que abordan sus autos, cuando lo cierto es que en este colectivo de trabajadores hay también pícaros diversos como lo atestiguan las permanentes críticas que son pan de cada día en los medios de comunicación. Por último, señalemos que la historia de la pasajera fantasma —“De Luisa Fernanda (q.e.p.d.)”— sólo es una versión más de la añeja leyenda urbana que en Internet llaman “La autoestopista fantasma” (una muerta que toma un auto y que luego el conductor del auto descubre que es una persona que había fallecido hace algún tiempo). La verdad es que salvo algún elemento original como el ya mencionado antes, García Castellanos sólo reitera una vez más una historia folclórica que ha circulado de boca en boca desde tiempos inmemoriales.

A la hora de hacer un balance general del libro —como ya había apuntado— creo que haberlo escrito es algo que valió la pena. Hay una gama de varios relatos asombrosos que van desde lo cómico hasta lo trágico pasando por diferentes puntos intermedios. Si al texto se lo depurara de la moralina, los lugares comunes de cierta psicología barata y algunos toques melodramáticos, funcionaría a plenitud. No obstante, incluso así como está, Historias de taxistas tiene valor como crónica, como documento periodístico y literario. Más valioso aún por no haber sido escrito por un sociólogo o un antropólogo haciéndose pasar por taxista, sino por un taxista real que a lo largo del tiempo ha ido recopilando pacientemente sus historias. A la hora de escribir esta reseña, leo una nota que dice que García Castellanos prepara una Historias de taxistas 2 y eso me ilusiona. Con todo y los errores y desenfoques en que puedan incurrir, errores y desenfoques que pueden subsanarse en el futuro con un apropiado trabajo editorial, a este país le caerían bien más libros escritos por taxistas, plomeros, albañiles, conductores de buses, vendedores o embalsamadores de funeraria. Allí hay unas narraciones de valor antropológico y literario, que valdría la pena conocer.

Campo Ricardo Burgos López
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