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Bar30: reseña de una historia policiaca de los ochenta

miércoles 22 de agosto de 2018
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“Bar30”, de Marcos Tarre-BriceñoCuando Bar30 cayó en mis manos, tenía rato andando librerías. Pasé por la única que aún luchaba por no desaparecer del desolado Pasaje Zingg, en Caracas. Si alguno pasa por allí verá a dos tiernas señoras de aspecto europeo, con un talento impresionante para vender libros. Con confianza revelé mis limitados fondos y me señalaron una repisa con algunas “ofertas”. Fue así que vi el de Federico Vegas, La nostalgia esférica, que recostaba su cabeza imaginaria sobre Dios y otros mitos, de Jorge Gómez Jiménez; me di cuenta de que El lobo estepario de Hermann Hesse había engullido una de las esquinas de Objetos no declarados de Héctor Torres, y la muchacha de espalda y cabellos alborotados, sorprendida por el paso del metro, daba la impresión de un grito agudo. La herencia de la tribu, de Ana Teresa Torres, fue otro libro tumbado sobre el bisturí de Amantes letales, de Eloi Yagüe. La tinta de esa sangre era tan real que parecía mancharme los dedos, un efecto óptico que suele pasar mucho en nuestro país. Pregunté a las doñas por otro título del género negro, y la menos tímida indicó que ese tipo de libro es el que menos duraba en la estantería. Que era para reírse que muchos de los que sufren por tantos robos y crímenes, sean sus grandes consumidores.

Gumersindo Peña es el estereotipo del policía viciado al que no le importa tomarse unos tragos y estar con una buena hembra mientras resuelve un caso.

Pensaba irme cuando me percaté de una vieja estantería. Habían tratado de salvarla retocándola con una capa de sellador. Allí los libros estaban siendo virtualmente asesinados por bacterias y hongos. Bar30, de Marcos Tarre Briceño, estaba apoyado sobre un lateral izquierdo, como un tipo que pone un brazo sobre una pared de la calle y con la otra fuma un cigarro. Nunca había podido leer ese libro. Lo único que recordaba era aquella película Colt Comando 5.56, que por su impacto en el cine de los ochenta, sus personajes quedaron plasmados en mi memoria. Por eso, cuando comencé a leerlo, Gumersindo Peña seguía teniendo el rostro de Pedro Lander, y fue fácil quedarme enganchado en la historia. Lástima que el mencionado actor se olvidó de la actuación y se metió en otros asuntos. Pero ese es otro cuento.

La novela narra las peripecias de un detective de la Disip en la búsqueda de unos colegas desaparecidos en Paraguaná. La trama transcurre dentro del territorio venezolano y se extiende desde Caracas hasta el extremo más occidental. El oscuro Punto Fijo de los ochenta.

Gumersindo es el estereotipo del policía viciado al que no le importa tomarse unos tragos y estar con una buena hembra mientras resuelve un caso. Tampoco le importan los medios por los cuales lo resolverá. Lo que le quita el sosiego es atrapar al villano. Y en eso transcurre cada capítulo. Utiliza sus conexiones con el bajo mundo, sus habilidades y todas las artimañas posibles e imposibles. Como es previsible, sus métodos son cuestionados por algunos funcionarios. Aunque, más allá de las tentativas por procesarle y suspenderlo definitivamente, el comisario Ferrer le asigna nuevas misiones y le suministra los medios para seguir resolviéndolos.

Tarre Briceño te introduce desde las primeras líneas con el sobrevolar de una mosca. Indaga las pretensiones del insecto de posarse sobre la piel sudorosa de Gumersindo Peña, que no estaba dispuesto a moverse del lugar de los acontecimientos…

Peña, para pescar información, se aproxima a la Emperatriz, pero mata a su mascota al defenderse de su ataque. En represalia los lacayos de la bruja lo lesionan y ella le suelta una maldición. Sale hacia Caracas desesperado por un mal presentimiento, y recibe la noticia de que su hijo está en la clínica La Floresta con leucemia. Buscando el dinero para la operación de su hijo, entra en contacto con Sídney Marshall, padre de Ron, y es cuando las cosas comienzan a aclararse para Gumersindo. Se ve precisado a trabajar para él para poder costear los exorbitantes gastos de la clínica. Sale con el viejo Marshall a Punto Fijo, aunque es un viaje sin éxito. Nota la cosa rara de que el anciano se enferma a medida que se aproximan a Paraguaná. Es la maldición de la bruja, especula en su mente. Se lo confirma Marshall. La recaída del viejo y la leucemia de Ricardito están en el conjuro de la Emperatriz. Regresan a Caracas e internan al viejo en La Floresta. Graciela, su esposa, está angustiada por el niño; además, quiere decirle algo que cambiará su relación con él para siempre. Se ha enamorado de otro.

Bar30, escrita por la pluma de Marcos Tarre Briceño y publicada en 1993 por la editorial Sarbo, fue forjada para los amantes de la buena trama.

Sídney Marshall, hospitalizado, envía a Gumersindo de nuevo a Paraguaná. Le da la dirección de una cueva de gran valor estratégico. Eran tierras que su hijo Ron Marshall le había quitado a la fuerza para dedicarlas al narcotráfico con los colombianos. Había hecho gran fortuna, pero una fortuna que mancillaba su apellido. El viejo quiere que el detective la vuele en pedazos con un arsenal que tiene guardado en el corazón de la misma cueva.

Gumersindo se ve precisado a pactar con la Emperatriz. Le suministra toda la información sobre el operativo que viene en camino desde Caracas y los pondría tras las rejas en las próximas horas. De esa forma los pone sobreaviso para escapar de Venezuela. Lo hace consciente de las implicaciones legales. Pero a cambio logra que la bruja retire la maldición sobre su hijo y éste se salva.

La cueva es volada en mil pedazos, no sin darse una gran batalla con los tipos de Ron Marshall y hasta con un tal Cordobés, que dispara como loco una Bar30. Un sicario de Emperatriz que ya había mandado a la otra vida, y el miserable seguía respirando. Zombi, drogo o borracho, el detective se las arregla con su Beretta 92F y sus grandes amigos: el gordo Plumrose, Dorantes, Villarroel y Ferrer, para borrarlo del mapa.

Bar30, escrita por la pluma de Marcos Tarre Briceño y publicada en 1993 por la editorial Sarbo, fue forjada para los amantes de la buena trama. Está muy bien construida y sin cabos sueltos, aquellos que suelen dejar al lector haciéndose preguntas que no debería hacerse. Me gustó porque leerla en el presente siglo XXI fue una forma de viajar al pasado y sentirnos un poco aquel venezolano ilusionado por el futuro que podía construir con sus manos, sin imaginar el caos que se le venía encima.

Axel Blanco Castillo
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