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La hora de la penumbra

domingo 6 de enero de 2019
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Santos López
Como en toda poesía de filiación mística, Santos López prefiere el lenguaje visionario.

“Canto de luz negra”, de Santos López

Canto de luz negra
Santos López
Poesía
Banke Producciones CA.
Caracas (Venezuela), 2018
ISBN: 978-980-18-0313-3
80 páginas

En su antología El coro de las voces solitarias, una historia de la poesía venezolana contemporánea, el poeta y ensayista Rafael Arráiz Lucca señala en el quehacer lírico de Santos López (Mesa de Guanipa, Anzoátegui, Venezuela, 1955) una textura hermética, como si el devenir poemático fuese dictado por voces interiores y no por el expresivismo verbal y comunicativo. Este rasgo singular se ha ido matizando con el tiempo, aunque los códigos de escritura preserven la naturaleza espiritual. La voz del vate camina hacia una mayor transparencia. Así se vislumbra, por ejemplo, en el poemario Azar de almendra (2016), que lleva como pórtico el siguiente “Arte poética”: “La poesía es respiración. / Y recuerden siempre: / las respiraciones de cada quien están contadas”. La tinta expandida se concibe como viaje al sueño, una estrategia cognitiva para entrar en el silencio, para habitar una cartografía imaginaria que dilata contornos de la realidad y capaz de crear en los repliegues del contexto exterior un espejo de la subjetividad.

La voz lírica hace suya la exigencia de mirar hacia fuera.

Canto de luz negra es el título del nuevo proyecto de Santos López. Chefi Borzacchini vislumbra en su textura una especie de “fábula de los maestros”, mientras que la poeta María Antonieta Flores recuerda la ontología de la identidad como interrogante perenne inmerso en los estratos de la metafísica personal: la muerte, el amor, la epifanía del ser y el afán de transcendencia. La entrega sorprende muy gratamente al lector por su concepción gráfica y por el diseño y las ilustraciones de Sabrina Cabrera Mendoza, repletas de acierto en su pulcritud formal. El libro integra un proemio en el que se dan cita dos nombres propios cuyo refrendo cultural recuerdo; el primero, Albanashar Al-Wali, personifica un maestro de la masonería y una propuesta cognitiva, según la cual el iniciado ve las cosas con el ojo interior, mientras el profano percibe con el ojo físico, concreto y sensible; defiende un sistema de moralidad velado, oculto en la simbología, que abre una íntima percepción de orden intuitivo y suprarracional. El segundo, Gilberto Antolínez, es un pionero de la antropología indigenista, autor de esenciales sondeos etnológicos, que abren sendas a las raíces profundas de la americanidad, y a quien Santos López ha dedicado el ensayo “Una visión de lo ancestral” y el poemario El libro de la tribu, editado en 1992. El liminar aporta además otra clave: el concepto de reescritura poética, la creación a partir de un enunciado base que convierte al poeta en un intermediario que interpreta y da molde a un elemento matérico anterior. Así se estructuran los cinco cantos, organizados según el sustrato argumental, a saber: el amor espiritual, la ayahuasca como potencia curadora anímica, el exilio esencial, el canto oscuro y el canto al yo vulnerable, más las aportaciones de textos personales y los recursos poéticos que dan sentido unitario a la compilación textual.

Quien busca sentido en la palabra y lucha por romper la mudez arrastra un estigma; el instante decisivo del poema es un muro que ningún ideario desmantela. Así se lee en el ideario auroral: “Aprendes a cavar // Luego cavas/ Y cavas / En tu adentro / Y en la palabra // Y nada hay / Sólo el vacío”. La escritura entonces se hace sondeo en la oscuridad, un persistir callado en escuchar la voz de los ancestros, un retorno al origen para abrazar las fuerzas oscuras que cercan como manchas nebulosas y circulares, capaces de someter a trances ensanchadores de la percepción.

El amanecer del libro busca el amor espiritual en “Canto al amor escondido del amor”, una composición fragmentada en tres poemas en los que el pájaro azafrán es símbolo de altura y evocación, capaz de convocar el tiempo de la infancia, y de ser un sueño inalcanzable, casi un augurio que anticipa el futuro. Es una experiencia interior que no deja huellas y camina hacia dentro.

Las alteraciones de conciencia que provoca la ayahuasca, considerada en la tradición indígena como droga espiritual, generan un sentimiento de fraternidad con la tierra y un fuerte estado introspectivo. En los poemas de “Canto primitivo” se recorre ese sentir que dibuja la alucinación como un retroceso en el tiempo, capaz de presenciar el rito sacramental como una ceremonia de limpieza anímica y fuerte activación emocional. Como un prodigio, la realidad se enriquece con elementos insólitos que tienen la misma fuerza que la imaginación desvelada de un niño.

Las composiciones de Canto de luz negra expanden estados mentales e inmersiones oníricas que exigen al lector una ponderación simbólica.

De ese estar visionario el sujeto regresa a la katábasis, esos pasos de retorno al inframundo, el país de la sombra y el frío; la palabra ahora se hace contemplación hacia lo alto, deja al espíritu en una grieta deshabitada, sin posesión ni dominio, como dormida en su propio sueño, en un sosiego absoluto que sólo rompe su quietud mortuoria con la posterior salida y resurrección, cuando la poesía permite habitar la luz.

La voz lírica hace suya la exigencia de mirar hacia fuera. Recobra esa desposesión colectiva que no se resigna a lo perdido. “Canto al exilio” es la voz lacerante de quien asume la condición de extranjero. La huida busca un lejano refugio, una tierra lúcida en la que tome anclaje la esperanza para que el mañana genere su propia lumbre. El país propio se otea con retina crítica, está en manos de opresores cuyas palabras son incuestionables, sólo persiguen el sometimiento y la opresión que niega la palabra a quien disiente. Ese sentir del que oprime y niega cualquier esperanza está en la sección “Canto a las víctimas”, que elige como marco accional las ciudades mesopotámicas, donde la jerarquía de un poder que convertía a la autoridad en dios omnipotente sirve como escritura paralela para enunciar la situación política de cualquier sistema represor, incluido el que desdibuja la Venezuela actual, y el mandato atroz de quienes niegan la libertad de pensar, y hacen del vivir y morir un destino ennegrecido y un gesto de prepotencia. Aquí el poema clarifica su discurso para que cuaje en él un mayor sentido crítico. Destaca en este apartado la apoyatura cultural que integra fragmentos del poema de Gilgamesh.

Como en toda poesía de filiación mística, Santos López prefiere el lenguaje visionario. Las composiciones de Canto de luz negra expanden estados mentales e inmersiones oníricas que exigen al lector una ponderación simbólica. El aleatorio discurrir argumental trasciende la razón. Las palabras muestran conexiones con un sistema ideológico, con un credo que articula en su imaginario una telaraña de significados. En ella cristalizan ritos y creencias. Santos López aborda una poética donde escribir es creer, anclar el pensamiento en la búsqueda del yo interior, de esa sombra negra que también es luz.

José Luis Morante
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