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Centinela de la palabra

domingo 20 de enero de 2019
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“La sombra del zapato”, de Jesús Aparicio González

La sombra del zapato
Jesús Aparicio González
Poesía
Ars Poética
Oviedo, Asturias (España), 2018
ISBN: 978-84-948911-8-2
126 páginas

En una de las entrevistas realizadas en ocasión de la promoción de su duodécimo libro, el autor hablaba con palabras reveladoras de su particular forma de concebir la creación poética:

Mi poesía en realidad es una obra abierta, en marcha, en la que tras realizar una labor de centinela (como expresa el primer poema del libro, a modo de poética), de escucha atenta al alma de las cosas y de mirada detenida y reposada a cuanto ocurre a nuestro alrededor, la palabra deja su pequeña huella en el papel, y es lo que el lector ve y escucha, y reelabora y reescribe su verso también, el suyo propio.

Tras haber presentado el año pasado en la misma editorial la antología Huellas de gorrión, que suponía un repaso a los libros publicados entre 2002 y 2012, el briocense Jesús Aparicio González continúa en la línea contemplativa-reflexiva desde donde el ser se constata ante las incertidumbres de alrededor, aportando en esta duodécima publicación poética, La sombra del zapato, una visión más recogida y una voz plenamente aquilatada.

En el discurso lírico de Jesús Aparicio González la creación natural aparece por la vía contemplativa mística.

Como en la entrega anterior, el escritor José Manuel Suárez realiza un brevísimo escrito, al final en esta ocasión, destacando de este conjunto de poemas que “la retórica recupera su valía, su dignidad y fuerza, su precisa exigencia”. O dicho de otra manera, los lectores recibimos muestras de un singular estilo artesanal como el jardinero que sabe podar el árbol pacientemente hasta lograr ni asomo de artificio; solamente intuimos su luz.

El título del libro, La sombra del zapato, nos lleva a la fragilidad del ser. De base realista, el sujeto mira lo que pisa, describe la huella que deja en el mundo, derramando semillas que emergen y palabras que quiebran en el interior de los lectores.

En el discurso lírico de Aparicio González la creación natural aparece por la vía contemplativa mística. En el interior se deposita filtrándose en pequeñas gotas de sabiduría. Como nos tenía acostumbrados, el autor de Arqueología de un milagro nos ha entregado un poemario perfectamente cohesionado. Su estructura equilibrada en dos bloques distintos pero contrapesados: uno primero, homónimo al título del libro, donde las ensoñaciones y la memoria de un tiempo pasado cobran peso en el presente, y el segundo rotulado “Los secretos del polen”, donde concentra el foco de atención en el ser al contacto con la naturaleza. El camino que se produce es de ida y vuelta: de la mirada al pensamiento en la primera; del pensamiento a la contemplación en la segunda. De acuerdo con el crítico cántabro Carlos Alcorta, hay unos versos que bien podrían sintetizar este contrapeso; cabe destacar los primeros versos de “Vida de poeta”:

Mirar con hambre
el color del deseo,
agradecer tras la paciente espera
cómo cae sin ruido a tu lado

acariciar la perfección de su cáscara
y explorar sin rendirse el nuevo mundo.

La unidad temática permanece inalterable: la identidad del ser, el tiempo, la palabra y el medio que lo rodea.

El ser frente al mundo. El sujeto adquiere plena conciencia y no vuelve la cara a los horrores engendrados, donde se impone el tono machadiano: “escribir y cantar otro milagro: // ha vencido al asfalto y lo cuartea, / lo ha roto con su raíz en su búsqueda / de más luz, de más cielo por hacer” (“En el camino”). Su libertad y su verdad residen en el interior: “a aquello que es más libre / dentro de ti”, como dirá en el poema “Viviendo”. La culpa del ser frente al medio natural. El ser se vuelve contra sí, “fieramente humano”, como diría Blas de Otero:

He pisado una flor,
sus pétalos denuncian
que soy humano,
sus pétalos me enfrentan
a ese dragón
llamado mundo.

Se trata de un mundo viejo, insensible. El ser se apiada de los consumistas y se muestra solidario. Ser feliz con pobreza de bienes, no con quienes poseen sobreabundancia (“en nuestro reino somos los mendigos felices / portando la corona de lo inútil”). Estas notas de conciencia constituyen un punto de vista crítico renovador en la poesía de Aparicio. Entonces, ¿qué ser? La respuesta se halla en el cierre del poema “Espejos”: “La forma del espejo abriga el canto / de lo que somos hoy”.

El ser ante el tiempo en ocasiones se muestra con sentencias derrotistas (“Hemos perdido el tiempo y lo sabemos”). Pero, tal vez, asumiendo esa derrota, la búsqueda de los recuerdos nos devolverá ese paraíso eterno de la niñez: “mientras estamos persiguiendo / la quimera de vernos con zapatos / de un niño nuevo” (en el poema “Probando unos zapatos nuevos”). En el recodo de la memoria encuentra el caldo de cultivo ideal, como se desprende del poema “Hoy vuelvo”: “A la mesa que es campo abierto a siembra / que construyen memoria // a la fruta que huele a infancia”.

La palabra actúa como lucero que alumbra la oscura incertidumbre con un poder asombroso.

El ser ha sido concebido por la palabra. La creación del mundo necesita de su comprensión. Pero el poeta sabe bien que algunas han sido pervertidas o manidas, perdiendo el valor significativo: “Hay palabras que se cansaron de decir / lo que ayer decían”. Un poco más adelante se recrea el símil que si no es palabra auténtica la identidad es falsa: “Descubrieron, escuchando sus ecos, / que la voz que tenían / no era la suya” (en el poema “Hay palabras”). Pero el sujeto no cesa en el empeño de hallar la palabra precisa, lograr que todo en el poema encaje: “y entonces velan ciegos / la semilla escondida / de un verso nuevo”, en el poema “Cuando los girasoles”).Consciente de la necesidad de la poda, el sujeto tiene [su] palabra hasta que no esté en los huesos (“Se le fue adelgazando la escritura / hasta que una mañana / se dio al canto”, en “Breve historia de un escritor que se hizo poeta”). El poeta confía en que la palabra es faro y guía, y de esta manera es apreciada por los lectores.

La palabra actúa como lucero que alumbra la oscura incertidumbre con un poder asombroso. Así, vemos en “Un libro”: “y cedes a la magia —al fin— / de una palabra entendida y cantada”. La poesía causa asombro, al igual que la naturaleza. El poema se ocupa de reflexionar sobre la propia poesía (metapoesía) consiguiendo un efecto de mayor perplejidad. La reescritura, el encuentro con versos ya escritos, el hallazgo de la palabra precisa, el verso por descifrar… A este propósito, son magníficos los versos que cierran el poema “Tiempo de Dios”:

esa oportunidad que sobrevuela
un instante en tu atenta lupa
—y que deseas inmortal—
como otro reencontrado
primer y único verso.

Esta aportación metapoética supone un impulso en la trayectoria poética de Aparicio González. La poesía como el medio natural tiene el poder genésico. En el interior es capaz de lograr hacernos crecer como en el surco de la tierra emergerá la semilla. Desde los poemas finales el ahondamiento en la palabra y en la propia poesía, paralelamente al mundo natural, ocupará diversos poemas, como “El último vuelo”, “La brisa en el jardín (poética)”, “Apuntes para otra poética” y algunos de los textos que conforman la segunda parte, “Los secretos del polen”, como el “X”, el “XI” o el “XVIII”, entre otros. Difícil se hace la labor de seleccionar un fragmento porque todos los nombrados nos llevan a intuir la forma en que el autor concibe la obra poética.

XI

Palabras como trigo
que traducen al sol
los silencios del agua
ascendiendo en la espiga.

Palabras que en la uva
se están pensando el vino
que hará nuevo el otoño
y fértil la canción.

Palabras aún no escritas
preñadas en lo oscuro
de inéditos colores,
de transparencia y ser.

En el estilo Jesús Aparicio prefiere los metros cortos (heptasílabos y pentasílabos) sobre los largos, aunque tampoco rehúye los poemas en endecasílabos (“Domingo”) o en alejandrinos (“El recuerdo de un cuento adolescente”), algo que hasta ahora no había encontrado en la obra del poeta brihueguense. Por lo común, emplea el verso libre, aunque también hay retazos de rima sonante que concluyen en el poema “Sin destino”. El autor de Huellas de gorrión sigue siendo proclive a incrustar algún haikú en sus composiciones. Baste como ejemplo el contenido en el poema “Pequeño contratiempo”: “Grano de arena / vertido por el viento / sobre mi ojo”, o el que remata el poema “Milagro en el tejado” dejando una hermosa imagen: “brota y respira / una mata de espliego / en el tejado”. En cuanto al empleo de esticomitias y encabalgamientos suaves, es equilibrado, aunque llama la atención la armonía conseguida con ocho versos encabalgados a lo largo de varias composiciones: en “Centinela (poética)”, en la segunda estrofa de “Viviendo”, en las dos estrofas finales del “Poema prólogo”. Las imágenes son ricas y ciertas, así como el empleo de otros recursos expresivos, entre los que destacan los que producen musicalidad en el texto (repeticiones léxicas, anáforas, polisíndetons, versos bimembres…), también los que enriquecen la realidad abarrotando la palabra de connotaciones que tan pronto nos llevan a un medio rural bucólico como nos sumergen en el medio mágico de la palabra. Preste atención el lector al uso que se va alternando en distintas palabras cercanas de los sonidos /S/ y /R/ en la segunda estrofa perteneciente a “Mendigos felices”: “En las aguas de un río que es de todos / bebamos y dejamos corra al mar / la barca de los sueños que nos sobran”.

La palabra empleada por Aparicio González es símbolo de luz y de vuelo.

Pero si hubiese que quedarse con una singularidad del estilo de Aparicio, podríamos nombrar el mecanismo de la sugerencia, donde alcanza categoría artística la forma de decir tanto en pocas palabras. Su voz ha ganado en recreaciones del ser: las anécdotas trascienden lo cotidiano, porque desde el interior del poeta llegan hondo al ánimo de los lectores. Y poco importa si la forma verbal elegida se aleja en un pretérito en primera (“Hemos perdido” o “He pisado”) o en tercera persona (“se esconde” o “se desvela”), o se hace netamente visible en un presente de imperativo (“Cálzate” o “Admira”), la palabra empleada por Aparicio González, como ya expresamos en escritos acerca de sus anteriores entregas, es símbolo de luz y de vuelo.

Si la palabra se convierte en La sombra del zapato en lucero, el poeta, Jesús Aparicio González, es el centinela que la porta.

Jesús Cárdenas
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