
El baile de madame Kalalú
Juan Carlos Méndez Guédez
Novela
Madera Fina
Caracas (Venezuela), 2016
ISBN: 978-9807767132
196 páginas
El baile de madame Kalalú, de Juan Carlos Méndez Guédez, se relaciona con la canción de Rubén Blades y Willie Colón: “Dígame, madame Kalalú / Ay, eche la baraja, madame, dígame / Dígame, madame Kalalú / ¿Esa sombra mala de quién es?”.
El personaje principal de la novela, Emma, recibe el apodo cuando estudiaba en la secundaria y un compañero de estudios comienza a llamarla “madame Kalalú”, quien, como Hécate la bruja, no sólo produce temor, sino una extraña e inusual atracción.
Soy bruja. Un poco bruja. No se asuste. Tal vez pueda incomodarla mi afirmación (Méndez Guédez; 2016:138).
Yo les intrigaba, les resultaba atractiva, los asustaba (Méndez Guédez; 2016:140).
Una de las características de la novela de Juan Carlos Méndez Guédez es la presencia del suspenso, que como enfatiza la profesora Alba Lía Barrios (1994) en Aproximación al suspenso, se caracteriza por tramas complejas que cautivan emocionalmente al lector.
La trama de la novela, la sucesión de hechos, las situaciones truculentas que se presentan en la novela, interesan al lector desde las primeras páginas de la obra, que recupera el disfrute lúdico de la lectura, que surge de la posibilidad de aproximarse a una realidad diferente a la cotidiana que con frecuencia produce una mixtura entre tedio e incertidumbre. Es una obra que, como en la contraportada de la novela se reseña, “es una novela negra provista de humor, aventura y romance”, que a diferencia de la novela policial trasciende la dialéctica maniquea entre el bien y el mal, los estereotipos, la enumeración de una serie de datos, circunstancias y sucesos que el lector debe hilvanar y relacionar a medida que transcurre la lectura del texto.
En El baile de madame Kalalú no sólo adquieren importancia los sucesos, las acciones, sino la ontología del personaje Emma, que Juan Carlos Méndez Guédez estructura desde los primeros capítulos; desde la adolescencia cuando vivía con sus padres en Mérida, su época de estudiante, sus estudios en artes, letras y derecho.
La novela comienza con la frase: “Soy fea. Soy gorda. Soy demasiado grande” (Méndez Guédez; 2016:9). El personaje de El baile de madame Kalalú está distante del patrón de belleza que el imaginario atribuye a la mujer venezolana; sin embargo, no es una outsider, debido a que posee habilidades, como la astucia y la inteligencia, que le permiten superar escollos y dificultades.
Un triple asesinato, una supuesta locura, una religiosa en coma, el mundo de los marchantes de arte, y por supuesto la situación venezolana, que con frecuencia está presente en las novelas de Juan Carlos Méndez Guédez, son elementos que configuran la novela, cuyo dinamismo se traduce en una de sus características, que es mantener el interés del lector en el transcurso de su lectura.
El personaje narra las diferentes peripecias de su vida en una especie de monólogo, debido a que su interlocutora, la religiosa que intentó incendiar el convento, permanece en coma.
Hablo con usted, acaricio su mano y por la ventana contemplo entre los barrotes un árbol hermoso (Méndez Guédez; 2016:11).
La protagonista narra su historia a sor Liliana y enfatiza ante la religiosa su inocencia:
Lo habrá escuchado muchas veces, sor Liliana. Yo no fui. Soy inocente (Méndez Guédez; 2016:12).
El personaje principal de la novela El baile de madame Kalalú tiene como características su sentido del humor, que produce en el lector una identificación y simpatía por la protagonista. Es una novela donde las fronteras entre el bien y el mal no están muy bien delimitadas, y se produce una ruptura con esa dicotomía maniquea a la que acostumbran muchos escritores.
En la novela se tiene la posibilidad de aproximarse a las múltiples facetas del personaje, que incluyen a Emma Milagros Sáez, venezolana de cuarenta años, editora en paro; Mabel Berrizbeitia, pelirroja, argentina residente en Ecuador, quien viaja por Europa para olvidar el abandono de su esposo; una mujer que realiza la limpieza en un hotel y quien informa a uno de los huéspedes de una amenaza de bomba que fue aprovechada por una pareja de jóvenes mujeres para hurtar unas joyas, y Cristina Lebrero, mexicana de cabellos azulados.
El mal se presenta en El baile de madame Kalalú no como una conducta a ser cuestionada desde una perspectiva moral, sino como expresión de libertad ante el poder, la humillación, la ostentación; la protagonista es internada en el hospital psiquiátrico cuando, posterior a su captura por el asesinato de tres búlgaros, muerde el pabellón de la oreja de uno de los policías.
A aquel policía debía gustar mucho la suya, por eso lo vi llenarse de furia cuando escupí aquel trozo mínimo (Méndez Guédez; 2016:21).
Dos días después del suceso, un médico certifica que padece de una psicosis.
Soy una actriz excelente y conozco lo suficiente de psiquiatría como para fingir un trastorno ante un apurado funcionario quien desea irse a cenar con sus hijos (Méndez Guédez; 2016:22).
A través de la voz del personaje que se dirige a sor Liliana se tiene la posibilidad de aproximarse a conocer detalles de su físico, su carácter y su historia personal, y desde esta descripción el lector la reconoce e imagina.
Existe un vínculo estrecho en El baile de madame Kalalú con la locura desde dos vertientes, desde la locura como enfermedad y desde la locura como ficción, como simulación, que le permite al personaje fingir un trastorno; la psicosis.
Conozco lo suficiente para fingir un trastorno (Méndez Guédez; 2016:229).
A pesar del tiempo transcurrido y los avances científicos en el área de la psiquiatría y el conocimiento de la psique, la opinión del filósofo alemán Arthur Schopenhauer no deja de tener valor e importancia.
No se ha llegado todavía, que yo sepa, a un conocimiento claro y completo de la naturaleza de la locura, ni a una noción exacta y satisfactoria de lo que distingue al loco del cuerdo (Schopenhauer; 1985:28).
Una de las características de la locura para Schopenhauer es el vínculo existente entre realidad y ficción:
La verdad y la ficción van confundiéndose cada vez más en su memoria (Schopenhauer; 1985:29).
La locura no sólo se traduce en el personaje en un suceso terrible como consecuencia de la enfermedad del padre, quien en ocasiones se torna violento, sino que la convivencia con la locura también se traduce en un hecho positivo, debido a que permite conocer los aspectos relevantes que configuran la enfermedad, y que le permite ser recluida en una institución psiquiátrica.
Mi padre pateó las paredes (Méndez Guédez; 2016:15).
Una característica de la novela negra es que no necesariamente exige un obrar y una conducta recta de sus personajes, formalmente apegada a la norma.
El valor artístico y el valor moral pertenecen a dos esferas diferentes. El valor artístico se refiere a la obra, el valor moral al hombre. Los pecados de los hombres y sus errores pueden ser tema de una obra de arte, de una excelente novela o un conmovedor poema; a partir de ellos el arte puede crear belleza estética. Si fuera de otra manera no habría novelistas (Yépez Boscán; 1993:6).
La relación cronológica de las acciones en El baile de madame Kalalú permite caracterizar al personaje, sus motivaciones, su interés por el arte, su inicio en la actividad delictiva. Emma, el personaje de El baile de madame Kalalú, reivindica la función cognoscitiva del arte; es decir el conocer y su vínculo con el valor atribuido a una obra de arte.
Sabe cómo fue mi primera vez (Méndez Guédez; 2016:30).
En la inauguración de una exposición en una galería, Emma hurta un dibujo en pequeño formato de Luis Domínguez Salazar.
Respiré hondo, sor Liliana. Guardé el dibujo dentro de mi ancho vestido (Méndez Guédez; 2016:30).
Emma reflexiona acerca de su comportamiento, y no existe remordimiento de conciencia o sentimiento de culpa; lo considera como un homenaje a Peruggia, quien hurtó La Gioconda en el Louvre; sin embargo, la iniciación y revelación de Emma surge en la contemplación de la película El tren, cuya imagen y sonido no sólo impresiona el sentido de la vista y de la audición, sino también su entendimiento, sensibilidad y voluntad.
En la película protagonizada por Burt Lancaster, un grupo de guerrilleros se enfrenta a los nazis e intenta que los soldados no se lleven hasta Berlín un tren cargado con valiosas obras de arte; el oficial nazi derrotado se dirige el guerrillero en medio de un montón de cadáveres.
La belleza pertenece a los hombres que saben apreciarla. Esos cuadros volverán a mí o a hombres como yo (Méndez Guédez; 2016:28).
La aseveración del oficial nazi produce en Emma la indignación, debido a la consideración del poder como una razón suficiente para sentirse poseedor de la belleza.
Detesté a ese oficial nazi quien se sentía poseedor de la belleza y que ponía a Lancaster del lado de los brutos (Méndez Guédez; 2016:28).
El tren es el espejo del viaje del personaje, quien busca su liberación a través de la contemplación de la belleza de una obra de arte, que le permitió redimir un pasado de restricciones y limitaciones.
No, no me resigno a que Lancaster y yo transitásemos siempre por el lado de la existencia que desconoce la belleza (Méndez Guédez; 2016:28).
Me negué. Yo era demasiado lista para aceptar ese triste papel (Méndez Guédez; 2016:28).
Emma Milagros Sáenz dirige una organización cuyos principios son el orden, la precisión y la estrategia, que recuerda la forma de organizar el juego del futbolista Xavi Hernández, a quien Emma considera como un genio.
En El baile de madame Kalalú también se tiene la posibilidad de aproximarse a una vertiente sórdida del mundo del arte relacionada con el comercio de las obras de arte, falsificaciones o “derivaciones”, que es un eufemismo utilizado por Emma.
Obras desconocidas, derivaciones, ampliaciones. Nada de copiar lo que ya existía y estaba muy registrado. Se trataba de darle a Pollock una nueva oportunidad (Méndez Guédez; 2016:52).
Esa armonía, equilibrio, goce estético que surge de la contemplación de una obra de arte, también se experimenta en la música, en un merengue que Emma comparte con un individuo de nombre Fred.
Cuatro pies en cuerpos vibrantes que giraban en el mundo y con el mundo (Méndez Guédez; 2016:74).
La música, como destaca Schopenhauer, es el idioma del sentimiento y de las pasiones, o como Emma lo describe al bailar con Fred: “Como estar dentro de un cuadro de Pollock” (Méndez Guédez; 2016:75).
El merengue, como melodía de movimientos rápidos, es expresión de gozo y placer, similar a entrar en el fragor de un río, como enfatiza el personaje Emma en la voz de una de las múltiples caracterizaciones que utiliza para evadir la ley.
Después de experimentar el placer, también existe la posibilidad de padecer el dolor y la decepción, como sucede durante la interrupción del baile por la irrupción violenta de la policía y la posterior desaparición de Fred.
Un individuo capaz de una alegría excesiva también sentirá el dolor con exceso pues son condiciones recíprocas (Schopenhauer; 1985:135).
Además de Emma existen otros personajes que también forman parte de la organización, como Lope y Calderón. Lope, aprendiz de estafador, ofrecía sus servicios en Caracas como psicoanalista junguiano.
Tienes algo de talento, pero te falta pulitura, muchacho. Los junguianos no son psicoanalistas. Si en verdad hubieses hecho la formación lo sabrías y tendrías puestas en tu aviso palabras como “analista” o “psicólogo dinámico” (Méndez Guédez; 2016:105).
Calderón fue fichado en Madrid, imitador de Silvio Rodríguez, quien vendió a una productora de Milán unos conciertos del cantautor cubano interpretando música italiana y que resultaron falsificaciones.
El grupo comete diferentes golpes y acciones delictivas que incluyen engañar a un cliente japonés con la promesa de que podría contemplar durante seis meses la obra Las tentaciones de san Antonio, del Bosco, o embaucar a un grupo de nuevos ricos venezolanos con una fiesta en Curazao con los gastos pagados, una exhibición de baloncesto con los Harlem Globetrotters y un concierto de Madonna, para aprovechar de hurtar en sus viviendas, joyas y obras de arte que resultaron ser falsas.
Allí sacamos cuentas. Vimos lo ganado con las ventas de la operación. Ese fue el segundo momento en que crujió el plan. Algunos listos se nos habían adelantado: varios de los cuadros costosísimos que adquirieron aquellos nuevos millonarios eran falsos. Muy falsos. Robamos unas cuantas baratijas (Méndez Guédez; 2016:113).
En El baile de madame Kalalú el tradicional acuerdo que se establece con el lector experimenta una transmutación que trasciende el juego de interrogantes que tiene que resolver en el transcurso de la lectura. No existe una dicotomía entre el bien y el mal, sino que fluye desde un extremo a otro de la moral como un proceso dinámico, y en ese devenir a través de las diferentes historias paralelas pero interrelacionadas, se devela la naturaleza humana y no necesariamente un responsable de inculpar a Emma Milagros Sáez o a cualquiera de sus múltiples personalidades que asume.
El bien no excluye al mal, sino que configuran una amalgama, y existe una serie de circunstancias que determinan la conducta de los personajes tales como el dinero, el poder, el amor.
En esa especie de compleja madeja que se establece en El baile de madame Kalalú muchos pueden ser los responsables de conspirar en contra de Emma. Javier Torres, encargado de una secta vegetariana, quien hace meditaciones colectivas y viajes astrales, y engaña a las personas para apoderarse de su dinero y de sus bienes, a quien Emma embaucó con una obra del pintor Oswaldo Vigas; Kai, quien participó en una operación con Emma o Natacha Paz en el hurto de unas joyas de los siglos XVIII y XIX, herencia de un noble estudioso de las imprecisiones formales del Quijote y quien cometió el error de apropiarse de un jabón del apartamento del anciano y permitió a la policía vincularlo con el hurto de las joyas. Manny Redondo, periodista, padre de un pintor de nombre Pablo Luzhin, quien con frecuencia chantajea a personas vinculadas con acciones delictivas para no aparecer acusadas en su columna.
El lector hilvana esas historias, que se relacionan con el intento de asesinato de Emma en su habitación por un sicario.
Ese hombre que traje arrastrado desde mi habitación y ahora está en el suelo es Pelao, y tiene cincuenta muertos a sus espaldas (Méndez Guédez; 1993:172).
El personaje trágico según Blanchot discurre entre contrarios, entre un sí y un no, y en El baile de madame Kalalú, entre Eros y Tánatos (Blanchot; 1993: 172).
Existe el riesgo de muerte y surge la angustia; sin embargo, también la posibilidad de eludirla, interpretando algunas señales como sucede en la tragedia de Shakespeare, Julio César, quien se niega a leer una hoja que le trata de entregar Artemidoro, que trata de prevenirlo de una conspiración.
Si lees esto, oh César, quizás vivas; si no, los hados están en convivencia con los traidores (Shakespeare; 2000:434).
La respuesta de César es que al interesar a él mismo, debe considerarse por consiguiente en último lugar.
Artemidoro: No tardéis, César; leedla al momento.
César: ¿Que está loco este hombre? (Shakespeare; 2000:436).
En una presentación de teatro en la institución psiquiátrica, uno de los pacientes se dirige a Emma y recita parte de su parlamento.
—¿No está Bruto inútilmente de rodillas? —rugió (Méndez Guédez; 2016:174).
Otros dos pacientes extraen de su bata un trozo de periódico como si fuera un cuchillo.
Emma experimenta angustia, que se manifiesta en una sensación de falta de aire, e indaga con Amalia, la enfermera responsable de su cuidado, acerca del responsable de incorporar un fragmento de la tragedia shakesperiana.
Fue Calderón. Todo esto fue idea de Calderón (Méndez Guédez; 2016:175).
Emma, a diferencia de Julio César, no ignora la advertencia de Calderón, quien le revela la sospecha de la responsabilidad de Lope. Calderón expone a Emma sus sospechas relacionadas con esa tenue frontera entre el amor y el odio, que es más acentuada en el Caribe donde las pasiones suelen exacerbarse.
Lope experimentó un cambio de la admiración por Emma cuando le encargó la misión de encontrar a Fred.
Así que cuando tiempo después comenzaste a decirnos que debíamos ayudarte a buscar al Fred ese con el que bailaste una salsa, pensé: “Aquí es cuando Lope se va a volver loco” (Méndez Guédez: 2016:179).
Freud, en El malestar de la cultura, enfatiza:
Cuando la relación amorosa con un sujeto determinado queda rota, no es extraño ver surgir el odio en su lugar, circunstancia que nos da la impresión de la transformación de odio en amor (Freud; 1991:153).
En un episodio confuso en el hospital psiquiátrico, en la oscuridad absoluta, Emma golpea a un individuo cuya humanidad rueda por unas escaleras.
Brinqué sobre él y golpeó su cabeza tres veces contra el suelo (Méndez Guédez; 2016:183).
Calderón ilumina el rostro del sujeto y comprueba que se trata de Lope, quien murmura la pueril excusa de la existencia de muchos robos en la zona donde se encuentra el hospital. Emma reflexiona acerca de los vínculos entre la traición de Lope y la tragedia shakesperiana, y como en la vida de cualquier ser humano siempre estará presente Shakespeare.
El baile de madame Kalalú, de Juan Carlos Méndez Guédez, es un viaje no sólo por las vicisitudes de Emma y los otros personajes que asume, sino un recorrido a través de la intertextualidad con el arte, el mundo de los marchantes de arte, Shakespeare, que conforma un rizoma cuyo interés no sólo radica en el suspenso asociado a la novela negra, sino a la diversidad de lecturas alternas que introduce Juan Carlos Méndez Guédez consciente e inconscientemente, que producen un efecto lúdico en el lector y que le otorgan un valor especial a esta novela.
Bibliografía
- Barrios, Alba Lía (1994). Aproximación al suspenso. Caracas: Editorial Fundarte.
- Freud, Sigmund (1991). El malestar en la cultura. Medellín: Ediciones Furugugu.
- Méndez Guédez, Juan Carlos (2016). El baile de madame Kalalú. Caracas: Editorial Madera Fina.
- Schopenhauer, Arthur (1985). El mundo como voluntad y representación (libros III y IV). Barcelona: Editorial Orbis.
- Shakespeare, William (2000). Tragedias. Traductor: José María Valverde. Barcelona: Editorial RBA.
- Yépez Boscán, Guillermo (1993). “Ética y literatura”. En: La función cognoscitiva del arte y otros ensayos sobre estética, ética y literatura; pp. 51-63.
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