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La niña-esposa de la India
(Comentarios sobre Pájaro de cuero negro y La carencia, de Jorge Vessel)

domingo 8 de diciembre de 2019
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Jorge Vessel
En los poemas de Jorge Vessel noto no una voz sino una voluntad femenina.

Mientras la mayoría trata de matar a sus amigos imaginarios, ya siendo adultos, el poeta venezolano Jorge Vessel les provee vida en sus dos libros. Particularmente envidio esto, pues también tuve una amiga imaginaria que fui suprimiendo poco a poco, sin querer, olvidándola mientras yo crecía, creyendo que es mejor estar solo y no con seres que no tienen cuerpo real para los demás. Esa amiga mía también era amiga de mi hermana melliza. La recuerdo bien: de nuestra misma edad y estatura, niña blanca, de ropa colorida (rojo y amarillo era su vestido, medias de arcoíris), que siempre nos encontraba al fondo del patio, debajo de unos fierros oxidados por la lluvia, el sol y la intemperie. Esa niña desapareció con las hormonas de la adolescencia y el bullying colegial. Nunca he escrito nada sobre ella.

***

Jorge Vessel habla especialmente de nupcias. De los preparativos de un matrimonio no consensuado. Esa niña quiere escapar.

Las voces femeninas de sus poemas no vienen de un país eslavo. Vienen de Bangladés. Ahora mismo recuerdo aquellas imágenes en redes sociales. Allí está la niña (el dibujo de una niña) que es obligada a casarse. Mírenla. ¿La recuerdan? Es una niña de unos diez años, vestida de blanco y de velo, arrastrada por un esposo mayor. Por un viejo. Ella tiene en su mano un muñeco de peluche, un conejo, y está suspendida en el aire. Ella no llega al piso porque es demasiado pequeña. Ellos están de espaldas. Caminan. Él la rapta.

Recientemente he visto algunos videos y documentales al respecto. Son niñas árabes o de la India. Una de ellas, Mamoni, tiene catorce años y su madre valora la “opción” de casarla con un tipo mayor. Quizás sea ella la que aparece en el primer poema de La carencia. Quiero darle un nombre. La llamaré como la niña de Bangladés, Mamoni:

los parientes
vivos y muertos
han acudido desde lejos
a verme vestir
la seda más blanca

el brazo del padre
me ha vendido sin reparos
como sólo un hombre
sabe hacerlo

Jorge Vessel habla especialmente de nupcias. De los preparativos de un matrimonio no consensuado. Esa niña quiere escapar. Aunque Jorge intente confundirnos (pues, como se sabe, los poetas engañan), aunque mencione especies de animales o seres que habitan un espacio, una casa, por ejemplo, lo importante es esa niña obligada a casarse. No olvidemos a la niña. La niña es la casa.

Ella ha tomado el coche verde / y conducido lejos de la jaula / a un lugar donde no hay esposo.

***

En los poemas de Jorge noto no una voz sino una voluntad femenina, que piensa como tal y de esa manera nos describe espacios que me hacen recordar varios pasajes de nuestra Teresa de la Parra y sus dos obras de grandeza intimista.

No sé quién lo dijo. ¿Ustedes lo recuerdan? Es más o menos lo siguiente: las mujeres no ven el mundo sino que lo espían. Así vio la escritora venezolana nacida en París y esa parecía ser la única opción de mirar en aquella época, a principios del siglo XX. La única permitida. Y eso es lo que noto en Pájaro de cuero negro y especialmente en La carencia. Las cosas se describen como si alguien lo hiciera desde la ranura de una puerta entreabierta, pues no puede hacerlo directamente porque no le es permitido mirar de frente. Ahora mismo recuerdo otra frase que dijo mi profesor de Literatura Occidental: las mujeres miran de lado.

A esto me refiero. Miren bien. Son versos de un fino objetivismo que una voz enteramente masculina no podría describir así: “No avisaste que te irías / Durante la noche / llenaste el florero de agua / hasta ahogar la flor”.

No se dejen engañar por Jorge. No pierdan de vista a la niña de la India, a Mamoni. No se trata de poetas mujeres suicidas (no Alfonsina, Pizarnik o María Mercedes Carranza). Sí, eso duele. Hay horror en todo esto, “camisa de fuerza por pijama / y Prozac en vez de caramelos”. Pero ahora nos concentramos en la niña-esposa de la India.

***

En los libros de Jorge aparece la descripción amorosa. La voz ama, es cierto, pero no dejo de pensar en el síndrome de Estocolmo. Esto dicen los especialistas: “El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo ​con su captor”.

Las presencias femeninas de Jorge parecen jóvenes raptadas, secuestradas, que aman o creen amar a sus verdugos por el tiempo de convivencia. También las mujeres maltratadas creen amar a sus parejas maltratadoras. El maltrato es cosa de dos, dice algún especialista. El sociópata necesita a su víctima para ser sociópata.

Retorno a Jorge Vessel y a su libro La carencia:

Se trata del relato de un matrimonio arreglado.

Es la descripción de una joven que no tiene nombre propio. La joven y su familia no tienen recursos para la dote. La dote es ella. La mercancía. Ella es la riqueza: no hay joyas, piezas de anticuario que pudieran servir para que ella no sea utilizada. Todavía no se casa y ya el tiempo es pesada carga: “cuántas horas hasta que / la muerte nos separe”. También dice Jorge: “…cada mañana / inmolo la receta del pasado”.

***

Jorge, a lo mejor, quizás haya leído aquel soneto de Eduardo Carranza, el terceto final:

Bien está que se viva y que se muera.
El Sol, la Luna, la creación entera,
salvo mi corazón, todo está bien.

Así dice Jorge: “basta un corazón / para desatar una guerra”.

La misma intensión y el mismo alambique, la frase destilada. Pocas veces se saca tanto sumo de la palabra corazón.

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Como todo buen conjunto de poemas, en este libro de Jorge Vessel, La carencia, es posible ver un resentimiento.

El pequeño documental no dura mucho: casi siete minutos. Se titula “Bangladés, las niñas esposas: la historia de Mamoni”. Tiene casi tres millones de visualizaciones y fue colgado en YouTube el 15 de abril de 2016. Tenía catorce. El video se inicia en blanco y negro con la mirada de la niña. Hay dos mujeres que le asisten. Que la preparan para el matrimonio. Le arreglan el cabello, la maquillan. Es morena, de rasgos indios. Hermosa. Pero es una niña. Detengo el video justo en el segundo 7. No antes ni después. Esa imagen detenida me regala la mirada de Mamoni de perfil, mirando hacia arriba. En su nariz veo un piercing (un nostril). El vestuario es todo un ritual y las asistentes de la niña se esmeran como si se tratase de una boda aunque también pudiera ser la misma devoción de un funeral. Dice la niña:

—Vinieron seis personas a casa: los padres del novio, su tía, un vecino y dos niños. Entré, me senté frente a ellos y me preguntaron cómo me llamaba. Sólo quería que me dejaran en paz. Estaba nerviosa, no conseguía estar sentada, esperaba no ser de su agrado, pero todos querían que me casara. Quería cumplir mis sueños y de repente querían prohibírmelo. Ya no podría seguir adelante.

***

La niña, la preadolescente de La carencia, se parece a Mamoni: “cuando te pregunten / por qué yo / échale la culpa al instinto // diles que me elegiste como / la rana a la mosca // en el pliegue ínfimo / que separa el tiempo / del momento”.

***

Como todo buen conjunto de poemas, en este libro de Jorge Vessel, La carencia, es posible ver un resentimiento. El autor, la voz, se resiente de algo y de alguien: “Por eso te di mi nombre / y lo congénito del defecto”.

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Estas nupcias ya se preparaban desde Pájaro de cuero negro. En el poema “El vestido”, se cose el traje como si se realizara directamente en la piel: “Tu alfiler se clava en mi piel / Las puntadas que confeccionas / desde la primera náusea”. No es un traje de comunión ni de fiesta, es de novia. Es un largo vestido heredado que debe ajustarse para la corta edad: “Ruedo que subes / y encaje en las mangas”.

***

Seguro ustedes han visto otros videos como el de Mamoni. ¿Recuerdan el de aquella niña de nueve años, libanesa, que se pasea vestida de novia con un viejo de cincuenta o sesenta, en un malecón? Ese matrimonio, mejor dicho, ese crimen, sucede. Algunos lo llaman “costumbre” de la tribu o mandatos sagrados de la religión. Yo lo llamo crimen. Sucede en la India, en países musulmanes. En la India, en el 18% de los matrimonios, las esposas son niñas menores de quince años.

Alcé el vuelo
buscando el eco del sueño
Dejé caer una pluma
sobre la superficie del miedo
y Dios me devolvió una promesa

……………Lo amarás para siempre
……………Lo amarás para siempre
……………Lo amarás para siempre
……………y desearás amar
……………como si nunca quisieras
……………volver a amar

Su piedad es la más cruel
de las misericordias

***

Si realizamos una poda a ambos libros de Jorge, si quitamos aquellos poemas con nombres propios, con sus preferencias musicales y cinematográficas, nos quedaría una imagen más despojada de la novia. Hay poemas que pudieran suprimirse porque distraen. Pero es sólo un capricho de quien lee. ¿Acaso la hierba alta y mala no destaca la flor solitaria?

Quiero que vean ustedes a esa niña. No es la niña esposa de la India, es la niña que aparece en los libros de Jorge. ¿La pueden ver? Es esta: “En lo alto del volcán / una niña hila nubes / con el filo de sus dedos”.

***

Me sorprendió cuando Jorge dijo que la voz poética de sus libros pertenece a una amiga imaginaria de la infancia. Esa niña es la que parece hablar cuando leemos sus poemas. Yo quisiera que mi amiga imaginaria apareciera otra vez. Nunca le pregunté a mi hermana sobre ella. Tengo miedo de que sólo exista como vago recuerdo, de que sea una invención ajena a nuestra niñez.

Néstor Mendoza

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