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La novela galleguiana de la esperanza venezolana
La trepadora (1925), de Rómulo Gallegos

miércoles 5 de agosto de 2020
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Rómulo Gallegos
Venezuela es comprendida por Gallegos a través de los personajes que construye.

Reinaldo Solar (1920), la primera novela de Rómulo Gallegos (1884-1969) y a la cual le dedicamos un artículo anterior, pertenece a la tradición pesimista de nuestra literatura. Pero en su segunda novela Gallegos quiso hacer algo distinto sin perder su pertenencia al realismo literario. Si antes habló de nuestro mayor defecto: la inconstancia que genera creer en las utopías, en La trepadora (1925) se dedica a lo que muchos siempre han condenado: el ascenso social por medio del vínculo sexual, el matrimonio y el “vivismo criollo”. Es el mestizaje como medio para resolver nuestra conflictividad sociorracial, y todo en un relato que sirve de metáfora sobre nuestra historia que se abre hacia la esperanza del progreso civilizatorio.

La barbarie tiene en el caudillo-caudillismo su expresión política.

Venezuela es comprendida por Gallegos a través de los personajes que construye. Pero el país no se reduce a uno solo, sino que éstos pueden ser etapas de su historia y/o la nación se explica a través de las relaciones entre ellos. En la siguiente descripción de uno de los personajes centrales de La trepadora se puede ver la Venezuela indómita y bárbara.

¡Este Hilario! ¡Cuánto me preocupa el muchacho! De su natural impetuoso y de su corazón vehemente puede esperarse, a la vez, todo lo bueno y todo lo malo. Valiente, audaz, dotado de una naturaleza generosa, sin miedo ni a la vida ni a la muerte, sólo le falta una mano sabia que le vaya desbastando el alma… Me preocupa su suerte. Me aflige pensar que esa fuerza que alienta en él se desvíe y lo conduzca a un destino deplorable. Temo por él, como por el fuego, que atendido calienta y alumbra, pero descuidado, incendia y devora. Si Dios quisiera… ¡Si Dios quisiera salvármelo! Una mano sabia, suave y fuerte a la vez, un corazón generoso, capaz de pequeños, pero continuados sacrificios, para un verdadero triunfo final…; una mujer que lo entienda y que lo salve de sí mismo, porque su mayor enemigo es su propio corazón (parte I, capítulo IX).

El padre de Hilario, don Jaime del Casal, le habla a la enamorada de su hijo, Adelaida. Sin querer y queriendo le encomienda la misión de ser “la mano sabia, suave y fuerte a la vez” que logre controlar, guiar y transformar-canalizar para el bien la naturaleza impetuosa de nuestra “raza”. En la visión positivista de Gallegos somos una raza mestiza, que por sus tradiciones violentas y la lucha por sobrevivir en el trópico, ha sido bárbara. Se necesitaba la paciencia y el trabajo silencioso (“evolutivo” y “pedagógico”), como el amor de una mujer con un hombre machista e inculto, para llevar a cabo el proceso civilizatorio. Venezuela es una mujer que está controlando permanentemente la naturaleza casi “indómita”. La barbarie a su vez tiene en el caudillo-caudillismo su expresión política, realidad que describe el autor en el siguiente diálogo.

—Muy inquietos los ánimos. Todo el mundo se está preparando. Se dice que por el Oriente se está encendiendo una guerra que va a ser muy seria. Ya todo ese llano está infestado de partidas revolucionarias. Aprovechándome de eso es como he podido ganar unos reales; el ganado no vale nada; por lo que uno ofrezca se lo dan.

—¿Hasta cuándo durará la guachafita en este país? El hombre de trabajo se desalienta.

Y en otra parte mucho más adelante señala:

—Y las autoridades, ¿qué hacen a todas estas?

—Tenerles miedo y dejarlos cometer fechorías. La historia de siempre (parte I, capítulo VII).

En Hilario Guanipa hay un ejemplo cambiando lo cambiable del caudillo, pero el caudillo que “se revolvía contra los suyos y al mismo tiempo se jactaba de ser como eran los suyos”, al referirse a un momento en que Hilario controla violentamente un ataque al pueblo que realizan sus tíos bandoleros. Es inevitable entonces pensar en Cipriano Castro (1854-1924, y gobernante de 1899 a 1908) y Juan Vicente Gómez (1857-1935, y gobernante de 1908 a 1935), cuyo poder nació de la guerra caudillista pero que terminarán destruyendo su estirpe y las condiciones que les dieron origen.

Esta explicación ficcional de la desaparición del caudillismo en Venezuela nos hace pensar que Gallegos establece en su novela tres etapas de nuestra historia: pasado, presente y futuro. En el pasado fue “el hombre de presa”, Hilario Guanipa, el cual representa el período de la Colonia y el siglo XIX e incluso el período precolombino al referirse a los indígenas con el apellido Guanipa, y la madre de Hilario, Modesta Guanipa. Aunque Gallegos señala que es mulata, pero es con ella que se inicia el proceso “trepador” en lo social por medio de una conveniente preñez y la violencia de sus tíos bandoleros y guerrilleros (según fuera el momento histórico: paz o guerra). La banda de nombre “Los Barbudos” presiona al señorito (blanco “mantuano” heredero de la gran hacienda Cantarrana, Jaime del Casal) a aceptar el hijo ilegítimo. Aunque éste igual pensaba hacerlo, pero la presión de sus tradiciones aristocráticas (mantuanas) se lo impiden, y termina sin darle el apellido pero dejándole una pequeña parte de la hacienda para que se sostenga económicamente. A pesar de ello Hilario siempre adorará a su padre pero no acepta el apellido, y desea ganarse Cantarrana por sí mismo, lo cual hace con trabajo pero también con algunas vivezas una vez que muere el padre. Es una especie de Juan Vicente Gómez conquistando Venezuela.

La trepadora es una síntesis esperanzadora para una sociedad —y con ella su literatura— que vive en un momento de profundo pesimismo.

La segunda parte es el presente gomecista (1908-1935) que padece Gallegos. Es la época de saber soportar con paciencia la violencia del hombre de presa que se ha hecho dueño de la hacienda: Venezuela. El protagonismo lo tiene la esposa blanca, Adelaida, que con amor va medio domando a Hilario-Gómez. Ella se había enamorado de su condición bárbara, pero después sufrirá las consecuencias: “violencia” y adulterio; para intentar luego con el lento proceso pedagógico de la paciencia y el padecer en silencio, ganarse al marido para cambiarlo. Acá la propuesta que Gallegos ya nos había insinuado en Reinaldo Solar. La tercera parte es el presente-futuro de Venezuela, el cual para Gallegos terminará en Victoria, de allí el nombre de la hija de Hilario que “emigra” a la gran ciudad, Caracas, para “trepar” en ella, pero ahora no por medios violentos o la seducción sexual sólo basada en la pasión interesada, sino en el amor, la belleza, la simpatía y la inteligencia de la nueva generación mestiza. De alguna forma es la esperanza que veía Gallegos en sus discípulos, los cuales construirían la democracia-modernidad.

La tesis central de la novela, además del ascenso social por medio del mestizaje, es que a través del amor paciente, el trabajo (“la vida del llano que tiempla al más flojo”) y el ahorro (“no despilfarres en francachelas el fruto de tu trabajo”), la naturaleza violenta del venezolano puede ser civilizada. La metáfora es la de las mujeres trepadoras que ascienden a través del árbol central (conquistador español y blancos criollos) y se hacen fuertes y uno solo con él. Al principio fue Modesta Guanipa, después su hijo Hilario fruto del mestizaje del mantuano con la mujer aunque mulata de ancestral origen indígena, e Hilario después “tomará” la hacienda y una mantuana venida a menos, Adelaida, y finalmente la hija de ambos, Victoria, se enraizará con un primo de la rama mantuana formada en Alemania.

La trepadora es una síntesis esperanzadora para una sociedad —y con ella su literatura— que vive en un momento de profundo pesimismo. ¿Acaso por ello no resulta de una relativa actualidad para los venezolanos de principios del siglo XXI? El mestizaje, el amor, la paciencia y todas las virtudes que posee la mujer venezolana son una lección y un ejemplo a seguir para poder domar nuestros vicios y costumbres más nefastos, que irremediablemente han renacido con fuerzas en el presente. No todo está perdido. El ejemplo y las letras de Gallegos y tantos venezolanos de bien nos lo están recordando. No es un imposible tener un país normal.

Carlos Balladares Castillo

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