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La dulce Aniquirona y la invención de un mundo

miércoles 25 de noviembre de 2020
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“La dulce Aniquirona”, de Winston Morales Chavarro
La dulce Aniquirona, de Winston Morales Chavarro (Trilce Editores, 1998). Disponible en Amazon

Con sus Memorias de Alexander de Brucco, Winston Morales Chavarro, joven poeta huilense, obtuvo el primer premio en el Concurso Premios Departamentales del Ministerio de Cultura-Huila 1998. El libro, sonoro como el Cantar de los cantares fustiga la mirada de Lázaro, de Moisés, de Lot, de David y Sansón, para descubrir desde lo profano la antigua historia sagrada y volverla material sobre el que cifra lo terrible y doloroso, pero sobre todo lo humano, signado por una intensidad a la que le basta ser, sin juicios ni calificativos. Así, no obstante, cuánto pesa la muerte, Sansón vuelve a entregar su secreto a Dalila, porque nada podía ser “más devorador que ella y al mismo tiempo más dulce que ella”; Adán dice a Eva que es bella la serpiente que le rodea, Judas cumple el destino del mundo haciendo la tarea más difícil de todos los apóstoles y la palabra exacta asciende para volver poesía la reivindicación de los culpables.

Pero quizás más que esta recreación bíblica premiada por la crítica, para Winston Morales ha sido fructífero el trabajo del ensueño, la persecución de Aniquirona, habitante de Schuaima —un pueblo rescatado de la noche por arte de la letra, que es fiel aun cuando inventa— y guía femenina en esos parajes poblados de innumerables ríos, de gentes desconocidas y lugares oníricos que él describe minuciosamente en el libro que lleva por título el nombre de esa mujer. Con ella solía soñar mientras oía versos dictados que a veces recobraba al amanecer, como una presencia que exigía la trascripción de su mundo en formación. Tal vez sus casas antiguas, sus ángeles de piedra, sus pájaros y muertes, son menos confeccionados que el trazo de sus poemas bíblicos; sin embargo, se leen con la emoción pura de la travesía, se asiste a su trazado, cuando a veces, perdido, deambula sin el rictus del verbo preciso enunciando, nombrando, como quien da vueltas en torno a un mismo lugar, hasta que de pronto, iluminado, halla la flecha para acertar el blanco y el sustantivo simple toca la frente de los pobladores de este lugar del sueño. Así, sus poemas no finalizan en rigor, dejan una puerta abierta, nos asoman a un estado semejante al que sigue al despertar, a ese breve interregno en el que afirmamos que hay otras realidades posibles, que el viento barre lentamente las quietas orillas del mundo real.

Leyendo la obra de Winston Morales se asiste, en fin, a la invención de un mundo, hermosa, incluso si a veces roza la irracionalidad de los comienzos, como cuando aún no se ha ganado la sabia pericia de los cuerpos que se conocen en el amor, pero hay la alquimia poderosa que es gratuita, que sencillamente ocurre o no. En sus versos ocurre, está latente la savia viva de la auténtica poesía. Poco importa si no alcanza siempre el esplendor de la forma. ¿Cómo podría esperarse si es largo el camino de la creación? Salvo en la inexplicable aparición de un Rimbaud, se afila la espada, ningún acierto es definitivo, el lenguaje se aprende; pero lo irremplazable, ese algo impreciso que conmueve la sangre, que anticipa la visión, y que sólo mucho después, y de modo menos importante, se hace oficio de poeta, está presente en su palabra. Cuando ésta se escribe con pericia y sin alma es puro espejismo, saco de piel templada y horrorosamente vacío. De esa tentación hay que precaver sobre todo a quien emprende el viaje por la invención de mundos que cantan nuestras más profundas realidades. En ellas no tendrá nunca cabida la mentira.

Adriana Herrera
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