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Apuntes sobre El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez

sábado 20 de marzo de 2021
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“El general en su laberinto”, de Gabriel García Márquez
La novela El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez, no se encuentra reñida con la historia oficial, pues el autor colombiano complementa con su prosa un pasaje de la vida de Bolívar del que no se cuenta con suficiente documentación.

Reflexiones preliminares sobre la novela

Con El general en su laberinto Gabriel García Márquez asume por primera vez la escritura de una novela en la que debe enfrentarse a la investigación histórica, condición diferente de otras obras, las cuales se alimentan bastante de su infancia en el Caribe colombiano y de vivencias y cuentos de la gente de la costa colombiana (todo ese caudal de superchería y creencia en lo fantástico que abunda en esas tierras). Aquí el autor se enfrenta a un personaje histórico particular pero en su época menos documentada, lo cual le permite el juego de llenar vacíos de la historia oficial a través de la ficción.

Desde la primera página se asume que el Bolívar novelado obedece a licencias creativas de García Márquez aunado a una rigurosa fidelidad con respecto al contexto sociopolítico de 1830. Es decir, la historia oficial puesta al servicio de la intención de ir más allá de las limitadas de fuentes de investigación conocidas.

El general en su laberinto es una propuesta diferente al resto de la obra garciamarquiana, pues implica la primera narración que podría considerarse novela histórica en toda su producción literaria. A diferencia de El otoño del patriarca, aquí la verdad de los hechos documentados tiene peso a pesar de estar, cómo no, concatenada con la ficción que plantea la obra, dado que hablamos de un personaje de la vida real y con mucha documentación y estudios que ha sido interpretado y redefinido de diversas maneras (en no pocos casos contradictorias), como lo es Simón Bolívar.

 

En cierta forma Gabo se mimetiza con Bolívar echando mano de su memoria.

Gabo y la historia oficial

La novela El general en su laberinto no se encuentra reñida con la historia oficial. En opinión de este servidor, el texto se enfrenta al mito bolivariano en la psiquis colectiva de los pueblos latinoamericanos. Es la leyenda sobre el personaje lo que le ha dotado de una infalibilidad y unas exageradas virtudes propias de la narrativa tradicional que ha ensalzado al necesario Padre de la Patria que por generaciones los latinoamericanos hemos visto como el epítome de la virtud, de espíritu emprendedor y resiliente. Sí se nota en la novela una intención de crear una metaficción historiográfica que vaya más hondo en donde la historia registrada no llega. De allí el acierto de escribir un texto sobre la época menos documentada del Libertador: un período de siete meses, entre mayo y diciembre de 1830. De esta manera el autor se cura en salud y evita el ataque a su obra, que a ratos parece señalar con el dedo no a los teóricos literarios sino a los historiadores mismos. Hay un pasaje de la novela en que el narrador cuenta que nadie dejó registro por escrito de aquellos meses finales de Simón Bolívar porque muchos creían que él ni pasaría a la historia, lo cual evidencia un ataque per se a la libertad de reformulación de importancia histórica de personajes y episodios según criterios que no son rígidos en nuestra América Latina en décadas recientes. Y sin embargo, tan endiosados están nuestros íconos culturales en Latinoamérica (incluido el mismo Gabo), que una novela como El general en su laberinto salió al mercado casi 160 años después de la muerte de Bolívar, cundo quizás ya éramos algo más maduros para pensar que, a fin de cuentas, él era un hombre de carne y hueso sujeto a las mismas leyes de gravedad, entropía y ego que el resto de los mortales.

Por otro lado, la distancia entre el narrador y lo narrado se acorta desde que caemos en cuenta de que el mismo García Márquez recorrió once veces, según sus propias palabras, el río Magdalena en sus dos sentidos, con lo cual las descripciones de paisajes y climas y su influencia en el personaje central estarán siempre presentes en el relato y con información de primera mano que el autor mismo ya ha experimentado previamente. En cierta forma Gabo se mimetiza con Bolívar echando mano de su memoria, refresca con lirismo parajes ya descritos en El amor en los tiempos del cólera. Entonces ciertas aristas de la historia se reinventan en función de la verosimilitud, de lo probable, de lo sensato, dado que es la vía a la cual todo narrador recurre cuando emprende proyectos en los cuales la verdad sólo puede juzgarse con criterio literario porque es tratada como un corpus coherente y homogéneo para que el lector no pueda refutarlo mientras se pasea por sus párrafos.

Si la novela de García Márquez “asalta” la historia oficial no es para negarla sino para profundizarla y acercarla al lector, para que goce de un dinamismo y un arrebato que siempre hemos entendido como contrarios al rigor de la exactitud que prevalece en la investigación histórica. Al fin y al cabo el Bolívar de los libros de historia y el de El general en su laberinto coinciden en su posición de víctima de injurias y traiciones, apocamientos físicos en la segunda mitad del año 1830, en la precariedad de recursos del Libertador, en su condición de malquerido de la Gran Colombia. Gabo termina contando la historia a su manera, la adereza con su prosa lúcida, pero no pretende imponer una visión alternativa ni una interpretación temeraria de lo que ya conocemos a través de los historiadores. Aunque corre el riesgo de pecar de soso al no intentar contradecir a la tradición, es el contraste entre su Bolívar derrotado y el Bolívar heroico de las academias lo que hace valiosa su propuesta como una novela histórica que no se antoja escandalosa ni contraría con arrogancia un universo estudiado ya por expertos; más bien desentraña las barreras de la distancia y la mítica infalibilidad del personaje para retratarlo con un sesgo sensato que reconoce la gloria a la vez que le presta atención a las trivialidades y miserias del hombre más glorioso de las Américas.

 

El Bolívar de García Márquez en El general en su laberinto y el Bolívar de Álvaro Mutis en El último rostro

El último rostro es el relato que Álvaro Mutis publicó en 1978 y que pretendía ser un fragmento adelantado de una futura novela sobre el Libertador. Sin embargo, con el paso de los años, el proyecto pareció enfriarse, y como a García Márquez le había encantado la narración de su amigo escritor, le pidió que le dejara escribir la novela entera. Fue así como el Nobel tuvo luz verde para escribir lo que terminaría siendo El general en su laberinto. El relato de Mutis versa sobre un narrador que encuentra en una subasta en Londres un documento viejo escrito en castellano por un coronel polaco de apellido Napierski, y que en parte de sus memorias de sus vivencias en América habla de su encuentro con Simón Bolívar en Santa Marta en 1830. De hecho, este personaje polaco aparece en El general en su laberinto como uno de los gratos acompañantes que tuvo el Libertador en sus días postreros. Notamos en este ejercicio de intertextualidad, libérrima por naturaleza y pertinente en medio de tanta desazón que produce la novela, un obvio guiño de agradecimiento de igual a igual a un escritor cuya obra ha ejercido influencia. No es la primera vez que García Márquez lo hace. En Cien años de soledad hace aparecer brevemente a Lorenzo Gavilán, un personaje de la novela La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes.

García Márquez muestra en su texto una deliberada intención de bajar a Bolívar del altar intocable donde lo tiene la tradición.

Los dos Bolívares, el de Gabo y el de Mutis, tienen en común una condición de orfandad y de desencanto ante los avatares recientes de la vida política que le siguió a la gesta independentista. Ambos lucen piltrafas del hombre magnánimo, poderoso y enérgico que fue hasta hacía poco tiempo. El de Mutis es un Bolívar más dado a filosofar y elaborar juicios lapidarios con base en sus recuerdos, su visión de Europa y de Polonia, sus tristes conclusiones sobre su rol de víctima de las recientes intrigas políticas de los santanderistas así como del devenir del continente. Su discurso es formal y a ratos didáctico hacia el interlocutor y hacia el lector, pues dentro del contexto de una conversación con un extranjero, es lo esperado. El Bolívar de García Márquez es un constructo más complejo y redondo como personaje literario (el de Mutis guarda aún algo del respeto a la imagen sacra de la figura en cuestión), va más allá de la reconstrucción “mutisiana” del Bolívar enfermo y reflexivo de El último rostro, dice groserías o expresiones informales en general, tiene episodios de repentismo irónico, criollismos que no podemos encontrar en obras de Augusto Mijares o Indalecio Liévano Aguirre, y todo ello al servicio de la imagen apocada y digna de lástima que el Nobel colombiano ha querido transmitir de estos últimos días del Libertador.

Ambos Bolívares están conscientes de que están en las postrimerías de la vida, de que apostaron sus mejores años a una causa que exigía virtud y unidad, que se logró y perduró por unos años, pero que se convirtió en una causa perdida. Pero se diferencian notablemente en cuanto al manejo de la oralidad, que en el caso de Mutis concuerda con la visión académica que se tiene del personaje, mientras que García Márquez muestra en su texto una deliberada intención de bajar a Bolívar del altar intocable donde lo tiene la tradición para acercarlo al lector hacia una dimensión más falible y lastimera. No olvidemos que no sólo Mutis, sino algunos historiadores en diversas épocas, y a ambos lados del Atlántico, han argüido que la gesta de independencia de América fue un error histórico, una imprudencia ya incorregible.

 

Los tres apéndices

Los tres apéndices de la novela (“Gratitudes”, la “Sucinta cronología del Libertador” y el mapa de su último viaje en el río Magdalena desde Bogotá hasta San Pedro Alejandrino) son secciones necesarias para comprender la magnitud de la singularidad de la obra dentro de la producción total garciamarquiana, dado que ésta terminó siendo la única novela histórica que publicó el Nobel colombiano. Estos tres cuerpos aportan unas precisiones que le vienen como anillo al dedo a la intención de devolver al lector a la dimensión de Bolívar como personaje histórico. Mientras que la novela nos muestra a un protagonista que en no pocos lances obedece a licencias del autor, los apéndices (porque tienen que estar allí, al final del relato luego de que García Márquez ya nos lo acercó y humanizó más con su pluma) comunican en primer lugar las peripecias investigativas que implicó la escritura, los hitos más significativos de la vida de Bolívar registrada por los historiadores en segundo lugar, y la ubicación sin mucha exactitud del periplo fluvial del general en tercer lugar. Con ello se redondea el concepto de la nueva novela histórica aplicado a El general en su laberinto, pues capítulo a capítulo se noveliza y se desacraliza la imagen prejuzgada del Libertador mediante episodios de ficción y diálogos verosímiles que rellenan los huecos propios de la narración histórica tradicional, y por otro lado se deja constancia de referencias constatables en diversas fuentes, de modo que el resultado sea la aceptación de todo lo que leyó previamente por parte del lector, quien deberá investigar a fondo para poder determinar qué fue ficción pura de García Márquez y qué obedeció al apego a información verificable en libros de historia.

El autor no se atreve a enfocar el texto hacia la ucronía (la reconstrucción lógica de algo que pudo haber sido, pero no constatado y que podría ser contrario a la “historia oficial”); habría sido acaso una imprudencia casi imperdonable aun para un autor de su talla. Más bien se atreve a algo también riesgoso: complementar o embellecer con su prosa un pasaje de la vida de Bolívar del que no se cuenta con suficiente documentación. Entonces, no se niega ni se pone en duda nada de lo que han contado los historiadores, sólo se amplía la perspectiva para contar algo verosímil y que pueda hacer digerible al lector la información de los hechos históricos que la sustentan.

Esta es, en todo caso, la aspiración mayor a la que puede llegar un escritor que publique un libro como este: que el lector acepte todo dentro del pacto de ficción que establezca con el autor desde la primera línea y que beba de otras fuentes para descubrir la verdad histórica.

 

El Bolívar de García Márquez es un anciano prematuro que sabe que ya dio todo lo que podía dar en una empresa que le consumió las fuerzas.

La vejez

La vejez en El general en su laberinto desarrolla una premisa de distinto enfoque al de la vejez en El amor en los tiempos del cólera, su novela anterior (publicada cuatro años antes, en 1985). En ésta la avanzada edad hace entender el amor como una brasa que jamás se apaga y que puede madurar con los años, una etapa de sabiduría y reafirmación de la identidad y hasta de anhelada liberación; en aquélla la vejez es una época afectada por el desencanto y por los achaques del cuerpo en oposición a las verdades que se descubren tras desarrollar el arte de la contemplación, virtud que no se suele aplicar en demasía durante la juventud.

El Simón Bolívar de García Márquez es un viejo prematuro, lógica consecuencia de veinte años de guerras e intrigas políticas. Muere de cuarenta y siete años pero su cuerpo ya padece como si tuviese cuarenta y siete más, de manera que la novela nos muestra un constante y progresivo detrimento de su constitución física, hasta terminar sus días pesando alrededor de cuarenta kilos y rodeado de muy poca gente leal a él. No es de extrañar que la desilusión haya tenido mucho que ver en la merma de su salud: su sueño de la integración continental se hacía añicos ante sus ojos por los mismos que le apoyaban recientemente: Páez, Santander y sus respectivos partidarios. La gota que derrama el vaso la representa el asesinato cobarde del mariscal Sucre, a quién el Libertador hubiese querido como su sucesor.

Esta visión tristona de la vejez podría no ser sólo la interpretación del autor como observador de la vida de Bolívar a propósito de la novela en cuestión, sino como un hombre que al fin y al cabo ya tiene 62 años al publicarla, con todo el sobreentendido cúmulo de episodios desesperanzadores que le harían concluir que la vida es algo más difícil e intrincado que la existencia en espera de las condiciones favorables para hacer un sueño realidad, como le ocurre a su Florentino Ariza de El amor en los tiempos del cólera, cuando por fin se queda con el amor de su vida, Fermina Daza, siendo ya un anciano de setenta y tantos años, tras correr con la suerte de que su amada por fin se vuelve viuda. El Bolívar de García Márquez es un anciano prematuro que sabe que ya dio todo lo que podía dar en una empresa que le consumió las fuerzas, y que ello no fue suficiente para hacer duradero su ambicioso sueño, una vez hecho realidad.

Por ende, ambos protagonistas masculinos encarnan dos tipos de vejez que se contraponen. A uno el amor lo mantiene vivo, le da esperanza; al otro las perfidias de la política y la guerra lo amargan y lo llevan a la tumba.

Heberto José Borjas
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