
Los encantamientos son sucesivos…
Patricia Guzmán
La voz poética de Ana Enriqueta Terán (1918-2017) es determinante y contundente en el contexto de la literatura venezolana. Se muestra a plenitud con la unidad totalizadora del idioma. Su libro Piedra de habla (Fundación Biblioteca Ayacucho, colección Clásica, Nº 252, 2014; prólogo, cronología y bibliografía de Patricia Guzmán) es un canto a la claridad del sentimiento y a la intimidad de cómo Terán asume su realidad, que también puede ser la realidad de cualquier lector que se encuentre con sus poemas. Si aspiramos a indagar sobre los poemas de Terán debemos revisar esta selección. Nos daremos cuenta de su verbo y su vida dedicada a la literatura. En la edición, Guzmán presenta un extenso estudio en torno a la creación literaria de Terán y se detiene en pinceladas vitales para la comprensión de su creación literaria. Repasa igualmente las apreciaciones de Juan Lizcano, José Napoleón Oropeza y Rafael Arráiz Lucca, entre otros. Sus influencias, su arraigo y lo divino (Dios y mitología), más su memoria, están presentes con las palabras y emociones. Es un placer leerla para conectarse con su invención.
Ana Enriqueta Terán desentraña con la originalidad de su expresión para traspasar la insuficiencia de la oscuridad.
Su estilo, sin pretender ser un modelo impuesto, se decanta en el tiempo. Siempre la percibimos irreductible, erguida y pulcra en el pleno sentido del término; entonces escritura, mirada, caminar y porte, creemos, es igual en ella. El dominio de los clásicos (san Juan de la Cruz, Góngora y Garcilaso) producto de las lecturas lo traslada a su poética con la experiencia amparada en su paisaje, que no es otro que su morada y respiración orgánica. Los signos de la lumbre van en dirección de lo intangible con la hechura de los vocablos. Muestra las voces de las aves y en consecuencia de la naturaleza con sus particularidades: casa, samán, rosas, aves, mar, niebla, todo se congrega para recrear su universo poético. Siluetas que se juntan. Espejos que se confiesan. Lo cotidiano que se convierte en eternidad. Retratos con esencia de imágenes alquímicas. Su arsenal de vocablos siempre está dispuesto para reinventarse en otro mundo. Como afirma Guzmán en su prólogo: “Para saciar su deseo de alcanzar la imagen de la más alta belleza…”, hacia ese sendero van los poemas en un afán de adjudicarle otro sentido, otro itinerario. La dimensión de los efectos que causan sus poemas cambia el sentido de las palabras, al igual que cada título de sus libros es un vendaval de sugerencias: Al norte de la sangre (1946), Verdor secreto (1949), Presencia terrena (1949), Testimonio (1954), De bosque a bosque (1970), Libro de los oficios (1975), Música con pie de salmo (1985), Casa de hablas (1991), Albatros (1992), Construcciones sobre basamentos de niebla (2006), Autobiografía en tercetos trabados con apoyos y descansos en don Luis de Góngora (2007). En estos títulos comienzan sus poemas. La palabra se desplaza en su variación para adquirir un ritmo. El canto se reconoce en su dimensión con signos mayores.
Quizás el único artificio estará en leer y adorar las letras con la señal nueva: la de Ana Enriqueta Terán.
Sus ancestros, su familia y, fundamentalmente, la imagen de sus padres, son determinantes para acumular suficientes coincidencias en el resultado de los versos. Ilumina para la contemplación y luego para la reflexión. Traduce para mostrarse sólo en el recorrido de su balada. Las palabras como ondas para llegar a la infinitud humana. Sucede que en sus poemas las situaciones que parecieran complejas las convertimos en nuestras sin crear fórmulas. Quizás el único artificio estará en leer y adorar las letras con la señal nueva: la de Ana Enriqueta Terán. Veamos parte de su poética, sólo un fragmento del poema “Avance en lo oscuro”, del libro Casa de hablas (1991): “Sin llorar ni quejarse, perdiendo puntos en el extrañísimo juego. / Oyendo propia habla que empuja, destruye florecillas de agobio. / Acusa y luego se arrastra para disfrute de nuevo avance / sin cuadernos, real puramente vacíos. También sombra, / avance en lo oscuro para entregar carta, dulce despego (…)”. Existe la necesidad de establecer una relación con el reinado del apasionamiento por lo sentido y luego por lo que se pueda pensar en caso de que sea menester. El eco de lo leído se comporta como el resplandor de las piedras-aves-árboles en su mundo espacial. Estructura con las palabras una identidad en sucesivos encantamientos.
La afirmación va por la representación y movilidad de la obra lírica de Ana Enriqueta Terán. En esta selección de Al norte de la sangre (1946), los sonetos (4+4+3+3) protagonizan esta primera parte del libro. Necesario transcribirlos, al menos la primera estrofa, en su estructura original, para no perder de vista la idea de lo que aspiramos a significar:
Aquella “sin razón” que desafiaba
y que negaba fuerza a mi alegría;
naturaleza firme que vivía
en amorosos tintes que ignoraba.
Un inicio con marcada influencia del verso español en su máxima expresión clásica. Es la destreza en el manejo de un recurso originario para componer versos de arte mayor con una rima consonante; se visualiza en la estrofa anterior. Acá el ejemplo: aba-ía-ía-aba, sin perder de vista el sentido y contenido de lo que se aspira a decir. La musicalidad va con esa sonoridad de las palabras, no es cualquier sonido; es, insisto, el sonido con su cadencia y significación: sangre, alegría, corazón, pasiones, esperanza. No es suficiente el aprendizaje formal, presumimos, en torno a la literatura clásica; aquí obedece el gusto, más que curiosidad, por el ejercicio escritural. Con sus Liras otra forma, otra estructura con esta distribución de los versos: 7+11+7+7+11. Asume la fórmula, aun así, su destreza va por lo que expresa. Pasa también con los tercetos y las odas. En esencia, Al norte de la sangre connota la manera de manifestar sus necesidades esenciales con la lengua universal: su verbo.

Piedra de habla
Ana Enriqueta Terán
Fundación Biblioteca Ayacucho
Caracas, 2014
ISBN: 978-980-276-516-4
364 páginas
En Verdor secreto (1949) mantiene la vitalidad de las estructuras de un código que adapta con la disposición de una experiencia nuclear. Ejemplo de ello lo tenemos en “Canto”: “Ella se mira en todo y se mira en el hombre, / el sembrador, el ‘uno’ sobre la sal terrena; / se sabe dominada por su simiente oculta / pero también se sabe con dignidad de tierra”. Es necesario mostrar los poemas para dar cuenta de su contexto y a dónde nos traslada con las imágenes. En Testimonio (1954) los mundos mostrados son infinitos para que el lector se pasee por los veranos, las piedras, la tierra herida, sus propios huesos, otra espesura… Las posibilidades de comprender la sustancia genuina de su experiencia marcan su ritmo y su estilo configurado en el juego de la palabra.
Avanzamos en su creación poética…
Con Libro de los oficios (1975) muestra otra búsqueda en el ejercicio de su escritura poética sin extraviar su esencia, además de su modo ya conocido; con todo, la memoria se hilvana en su laberinto contemplativo. La estructura de Piedra de habla es por sí sola una composición compacta y única; la expresión nos muestra un universo de imágenes. El tejido sintáctico va contenido de una fuerza consagrada en lo ancestral. Se mantiene una imagen que desarrolla una historia cíclica, pues comienza y termina con “La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla”. Acá la referencia a Vicente Gerbasi —“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”— es inevitable, quizás un gesto. En el poema está contenido todo un universo de ofrecimiento visual de congregaciones entre lo sagrado y profano. El poema es identificación para desembocar en un encuentro; de allí, vocablo y silencio se conjugan en el amparo de su dimensión poética.
Piedra de habla requiere tiempo y espacio para su lectura. La resolución va en el lector —va por dentro—; no existe resistencia alguna en el encuentro con las imágenes, lo vemos en “La visita”: “Muy cerca, al nivel de los ojos las palabras / que sirven para el remiendo y contemplar candela y filo / y modo de ofrecer el tizón a la visita: hombre y mujer en el umbral (…)”. Es solo el comienzo, como la temperatura que va en aumento con colores en las semillas, en el tiempo y los rostros. Se junta la expresión esencial sin definiciones. El enunciado se deja escuchar en su idiosincrasia y en su filosofía, la de Ana Enriqueta, la poeta. La poeta que, indudablemente, se atreve a asumir una experiencia de la contemplación con la vida que se merece la palabra. La palabra que se frota como la lámpara para que surja el componente de sus verdades. Se permite entendernos desde el homenaje de la ordenación de las flores y fragancias del mar.
Sigo con el tema de la estructura, la que se dispone en el transcurrir del tiempo de creación. Leemos el poema “Los sueños”, del libro Música con pie de salmo (1985):
(…)
Los perfumes
…………………entran
………………………….por los ojos.(…)
El mapa de las nostalgias, la embriaguez —recuerdos— por la vigilia, se halla en relación espiritual con la resonancia psíquica para captar aquello que sucede en el ámbito de las palabras ordenadas a la manera de la voz poética de Terán. El vértigo de su alfabeto se ve acoplado a la añoranza y a los episodios de las vivencias, unido a la evolución con la estructuración de un estilo de creación. La poeta dialoga con los versos y ellos con ella —en ausencia de reservas. Lo rítmico se mantiene en su ascenso con la configuración de aquellas imágenes que pulsan universos segmentados entre susurro/historia, luz/oscuridad, gesto/señal… Todo dispuesto en su valor sin límites. Se descubre la tensión de lo conmovedor y lo vivencial que escapa a aquello que suele ser esquemático para convertirse en percepciones-sensaciones con proyección en ese lenguaje transformador: el poema.
Cada libro de Ana Enriqueta Terán es un éxtasis.
En Casa de hablas (1991) las confesiones residen con la presencia de los poemas. Por ejemplo, en Libro en cifra nueva para alabanza y confesión de islas (1967-1975), Terán se descubre en su indagación; quizás otras lecturas, otros viajes y otra experiencia dispuestas en el ejercicio de su escritura sin olvidar lo que trae en su memoria. Cada poema contiene toda una historia con un argumento centrado en lo cotidiano, abrigado por el carácter instintivo de su poema “Personas y ropas claras”: “Casa del alma. / Casa bermeja (…) / Casa de pasos (…) / Casa con latigazos (…) / Casa y plantaje de dureza. Último modo para lo permanente y exacto”. La constante está en la casa, allí acontece el juego por el andamiaje de las palabras. La palabra se dice, se habla para fundarse en el territorio de lo imperceptible. Con Albatros (1992) mantiene esa búsqueda por los matices, por las sutilezas en la disposición de las imágenes en consistencia y tejido de afectos; busca la autonomía en el brote de las palabras. El contratiempo no existe; en todo caso, concurre una respuesta de emociones con melodías: la consonancia de su realidad y, por qué no, su libertad.
Cada libro de Ana Enriqueta Terán es un éxtasis.
En el caso de Construcciones sobre basamentos de niebla (2006) la brevedad de los poemas es una constante. Cimienta un manejo depurado de los signos verbales. Es la presencia de una respiración corta, moderada, que incorpora lo justo de la imagen. Es una invitación a la lectura. Luego en Autobiografía en tercetos trabados con apoyos y descansos en don Luis de Góngora (2007) vuelve a los clásicos, su principio y su fuerte. En esta ocasión le corresponde al terceto —combinación de versos endecasílabos con rima consonante— para protagonizar la figura del encanto. El dominio y destreza son indiscutibles: su constante, el vocablo casa, se une a Ave MADRE, ríos, sin rotura, todo con la figura del terceto, como afirmábamos, donde proyecta un efecto de nitidez con proyección en los diferentes tiempos, bien sea aquellos remotos, los presentes y los incluidos en el devenir para dilucidar los espejos y su fragilidad: la voz poética de Ana Enriqueta Terán es todo un acontecimiento. El caso está en que nos absorbe en el universo de su identidad.
La ruta está diseñada para que el lector dé cuenta de una incursión a los orígenes para que la memoria vuelva y se restaure con sus sueños. Sueños de su canto poético que convertimos en nuestro porque esos sueños no son ajenos al componente de la vida; entonces, figuración y encantamiento contenidos en el poema para adherirnos a ello porque no existe método; en todo caso, va con la vibración de la emoción que fluye del poema.
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