
Humboldt no sólo ponía el oído en la piedra hasta que hablara, sino que al parecer le era más anhelante levantarla y mirarla por debajo.
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Ninguna faceta de la vida del explorador y científico alemán Alejandro de Humboldt puede ser olvidada. Su agobiante vida está reflejada en las reseñas y comentarios que se hacen sobre este personaje en torno a sus manuscritos, su cartografía, sus relatos de viajes, sus expediciones, sus hallazgos y aun sus relaciones sociales. Sus viajes de exploración y estudios científicos fueron tan extensos y de tanto alcance que hoy llevan su nombre multitud de accidentes geográficos, como la corriente fría que recorre la costa de Perú, ríos, bahías, cataratas, parques naturales e incluso un cráter en la luna, además de numerosas especies de plantas y animales.
Miles y miles de comentarios, en casi todos los idiomas, ofrecen la imagen de ese hombre porfiado y curioso que hace muchos años nos dio una lección tanto científica como histórica. Ahora, a mucha distancia de su más connotado biógrafo,1 aparece la novela de William Ospina, Pondré mi oído en la piedra hasta que hable, que coloca un punto muy alto y original en el conocimiento de este intelectual europeo. Alexander von Humboldt fue un naturalista, geógrafo, astrónomo y humanista prusiano quien realizó un gran viaje de exploración por América durante el cual reveló dimensiones desconocidas del continente. Lo que hace el escritor Ospina es una novela de esa vida, para darnos cuenta de que gran parte de los noventa años de Humboldt en este mundo transcurrieron alrededor de cientos de experiencias científicas y personales que quizás valía la pena relatar sin prescindir de la alianza con la ficción.
Las andanzas del prusiano son identificadas en este libro de Ospina gracias a su absorbente capacidad de trabajo: podemos decir que su aparente fuga de la política activa se remedia con su querencia a las letras y se compensa con una serie de obras que ya forman todo un sistema singular basado tanto en los relatos de las tribus americanas como sus actores (Ursúa, La serpiente sin ojos), y en los procesos de colonización que cambiaron el uso de la tierra en las breñas caldenses, tolimenses y antioqueñas (Guayacanal). Con esas novelas, entre otras, es indudable que Ospina se estaba entrenando para abordar la interesante vida de Humboldt, lo cual aumenta el mérito de la presente narración en el marco del esclarecimiento de las culturas ancestrales.

Pondré mi oído en la piedra hasta que hable
William Ospina
Novela
Random House
Bogotá (Colombia), 2023
ISBN: 978-8439741831
357 páginas
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El encadenamiento del presente con el futuro, como parte del singular estilo de Ospina, no es una novedad literaria, pero en el actual texto funciona como un juego de saltos que dejan ver, en cada párrafo, un sinfín de investigaciones hechas por el expedicionario Humboldt, ya sea por las ocurrencias de la vida diaria en todos sus viajes como por el esfuerzo en explicarlas en sus diarios. El capítulo sobre Carlos del Pino es, por ejemplo, una muestra de la abundancia de innovaciones pormenorizadas que un autor hace para ofrecerle al lector la evidencia de episodios íntimos cabalmente vividos. Las relaciones con el joven quiteño Carlos Montufar y el rechazo de Humboldt a nuestro sabio Caldas, al parecer por mojigato y moralista, son dos capítulos tristes en la historia de esas relaciones que ni siquiera finalizaron, en el caso del caucano, con un buen acuerdo con Mutis.
Se siente, en esta novela, el sabor de la selva, los rumores del viento en los árboles, la sedosidad de las playas, como si el texto pretendiera confundirse con el aire salado del océano de tal modo que las excursiones de Humboldt se vivieran en el mismo tono musical que un compositor les hubiera previsto. El tono lo daba la originalidad: en algún momento estaban Humboldt y Bonpland interrogando las posibilidades de que las cuencas hidrográficas del Amazonas y del Orinoco estuviesen comunicadas como un sueño de interdependencia, del mismo modo que años más tarde el ex presidente Rafael Reyes y sus hermanos viajaron al Putumayo para proponer y ensayar una vía fluvial de transporte interandino que uniera al río Bravo o Río Grande, desde México, con los tortuosos remolinos del Paraná argentino.
Esta novela no es un relámpago que obnubila pero desaparece, sino una serie de vientos que traen y llevan historias como los cardillos que se sueltan de una flor. Suelos de piedra, de árboles y flores, de insectos y criaturas del agua y el aire, eran las metas de Humboldt y el legado de hallazgos que la novela de Ospina nos va difundiendo con una fruición descubridora. La tropelía de descripciones es la materia prima del relato, en los alcances con los cuales el autor sigue a Humboldt en cada una de las etapas, en el Vesubio, en el Teide, en el Perú, en Venezuela y la Nueva Granada. Humboldt no sólo ponía el oído en la piedra hasta que hablara, sino que al parecer le era más anhelante levantarla y mirarla por debajo. Aquí se halla el nudo de la pasión de este singular investigador y genio alemán: de lo muerto (una roca) hasta lo vivo (una planta) nacen todos los pormenores de una obra que se dio a conocer mundialmente y que hoy, más que antes, constituye factor de admiración por los riesgos y contingencias en que fue escrita.
Durante los diversos períodos y momentos en los viajes del explorador prusiano se observa nítidamente toda la naturaleza, pero no es menos cierto que Ospina nos la hace vivir.
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Durante los diversos períodos y momentos en los viajes del explorador prusiano se observa nítidamente toda la naturaleza, pero no es menos cierto que Ospina nos la hace vivir. Son inagotables las descripciones que, repetimos, realiza Humboldt de las plantas, las piedras y los insectos, entre otros, como si estuviésemos cerca de ellos. El capítulo de la visita al volcán español Teide en las Canarias es otro ejemplo de retratos con un enorme espacio de peligros; en ese apartado sobre las islas Canarias la narración es casi tan lineal que llegar hasta los bordes del volcán es una propuesta irremediable. En fin, enormes bloques de particularidades en las peripecias del alemán nos permiten recordar la rica y opulenta prosa solariega de Fernando del Paso (Noticias del Imperio) o de Manuel Mujica Laínez (El unicornio), abundancia que nuestro novelista tolimense recrea con buen sabor para deleite de sus lectores.
Esta manera de contar las aventuras de Humboldt nos permite suponer que en casi toda la obra de William Ospina es preciso destacar su americanismo. Dada su propensión hacia estos hechos históricos, y la de nuestros ancestros, el novelista ha construido un diccionario propio “humboldtiano” donde lo indígena y lo primitivo se mezclan con los contenidos científicos que prevalecen en la naturaleza. Desde otro punto de vista, también algunos hispanistas colombianos, cuidadosos con nuestro idioma, hicieron lo propio (Caro, Cuervo, Bello y otros): destacaron las singularidades de nuestra lengua y construyeron un manual de vocablos para hacerla más accesible. Insisto en creer que con su entrenamiento en sus novelas anteriores podemos admitir que William Ospina se revele, esta vez, como un confiado y genuino intérprete de la naturaleza.
Humboldt conoció el Nuevo Mundo cuando llegó al Urabá. Allí vio cómo la economía se transformaba desde la isla de Cuba con el tabaco primero y las exigencias de azúcar después —cuando los europeos decidieron cambiar los habanos por la caña. Estos cambios económicos no desvían a Humboldt de su mirada en las otras dimensiones que un viajero foráneo puede anotar. Así, por esa vía, llegó a Cartagena, y su viaje dio comienzo a una aventura en la Nueva Granada muy diferente a la que aspiraba a ver en el Portobelo panameño. En esta parte de la novela importa anotar que existe entre Humboldt y Ospina, de nuevo, una relación de vasos comunicantes que van apareciendo en el transcurso de la lectura, pero cobran vida en manos del tolimense por la cantidad de informaciones útiles que ha realizado para poder escribirla. Los textos originales de los escritos de Humboldt, por ejemplo, inundan las páginas de este libro para reforzar, en cada caso, la visión del autor.
En síntesis, estamos enfrente de una novela con un estilo propio (no del orden del realismo mágico sino más cerca de las ciencias naturales) que hacen de William Ospina un innovador en la literatura latinoamericana en un contexto propio, donde los hechos históricos nutren la imaginación para que ellos cumplan un papel como testigos de su época.
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