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Venezolanismo artificial

domingo 28 de agosto de 2016
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Otro día… otra lucha por la locha.
Otro día… Otra ilusión que se apaga. Otro día…
Otra esperanza de que caiga más que agua del cielo.

Me levanto temprano; le pido la bendición a mi madre, quien prepara la comida, al tiempo que se queja sobre lo poco que queda. “¡Por suerte hoy me toca, hoy es mi número!… Algo debo de traer”.

Me dispongo con la rutina del baño. Se va el agua, profeso barbaridades y el bien conocido lema que acompaña cierta ideología. Me coloco los trapos de siempre que ya debo cambiar. “¡Cuando me salga una platica por ahí y consiga algo medio ‘barato’!”.

Agarro el bolso, echo dentro lo necesario para el día y, por supuesto, el celular más viejo. “Por si acaso… No se sabe”. El otro celular más moderno me lo escondo dentro de las ropas. Una costumbre impuesta, forjada en hierro cual cadena y grillete.

De política, de economía y de la inaguantable rutina es lo que se habla en la larga fila que ya cubre cuadra y media. “Algún día tendrán que caer”.

Me dirijo a la puerta y le pido la bendición a mi madre, quien me da un beso en pleno umbral. Un “que Dios y todas las ánimas te protejan” sale de su boca. Otro “por favor, regresa” se asoma en sus ojos.

—No creo que las plegarias que se echan en las iglesias tengan tanta fuerza.

Me persigno, cierro la puerta y empiezo el camino.

Saludo a los vecinos. Les doy los buenos días porque aún no he comprado las noticias. La inclemente realidad da pie a éstas y otras tristes ironías.

Antes de ir a mi destino paso por la casa de la señora Dolores, quien recientemente perdió a su hijo a manos de la delincuencia. Un robo, que salió mal, por un par de zapatos.

(Y es que se dice que “salió mal”, como si alguno de ellos pudiera salir bien. Diferir de esto es naturalizar tan terrible hecho. Y si se naturaliza es porque aquí “salir con vida” es salir premiado).

La encuentro en la puerta con la mirada perdida como si reviviera últimos momentos y agregara otros nuevos; le pregunto cómo sigue y le doy nuevamente el pésame.

Ese pésame iba por causa de la impunidad.

No digo más, y me despido con un abrazo en un intento por salvar… Salvar qué, salvar algo.

Sigo mi camino. A lo lejos diviso una larga cola. Otra cadena, otro grillete.

—¡Algo que nos mantenga medio vivos, habrá llegado!

Me dirijo hacia ella y empiezo a preguntar.

—¿Sabe qué llegó?

—No se sabe muy bien, sólo vieron al camión.

— ¿Y no sabe si ya descargó?

—No sé, acabo de llegar y pues me metí a esperar —me responde el venezolano con un dejo de cansancio. Y un “ya no doy para más” en los ojos.

—Gracias entonces.

Miro el reloj y calculo el tiempo.

—Sabrán entender.

Y me planto en aquella larga cola.

Llegan los guardias a organizar, como si para eso hubieran hecho el servicio militar. Más atrás, los encargados de garantizar la venta de productos a “precio justo”. El “milagro”, aún nada que se asoma.

—¡Se robarán la comida! —gritan más atrás.

De política, de economía y de la inaguantable rutina es lo que se habla en la larga fila que ya cubre cuadra y media. “Algún día tendrán que caer”. “Hoy somos más pobres que ayer y menos miserables que mañana”. “Ya ni para sobrevivir me alcanza en mi casa”.

—No hay mal que dure cien años, pero este parece durar noventa y nueve —ironizo porque, por ahora, no me queda de otra.

Los últimos rezan para que alcance. Los del medio cuidan, a capa y espada, que nadie se intente pasar de vivo, y los de adelante sólo sonríen porque comprarán.

—Creo que ya empezarán a vender —es el aleluya de ahora.

—Gracias a Dios.

Y empiezan a recoger la cédula. Porque ahora parece que esta es su función más relevante; más que para identificarte como venezolano (orgulloso), la cédula, ahora, es un terminal de suerte para comprar lo necesario que permita mantener el rastro de dignidad que queda.

Avanza, lentamente, pero avanza. Los últimos rezan para que alcance. Los del medio cuidan, a capa y espada, que nadie se intente pasar de vivo, y los de adelante sólo sonríen porque comprarán. Algunos porque el ojo de buitre les sirvió para cazar el camión. Otros porque ya comprar es más que una suerte, una bendición.

Por fin compro, no alcancé al combo completo pero “peor es nada” (dicho que nos han obligado a naturalizar). A seguir sobreviviendo, entonces. Meto rápidamente la comida en una bolsa negra de tela que siempre llevo para estos “por si acaso” y sigo mi camino. Sin ninguna sonrisa triunfante porque todos hemos salido perdiendo, hasta el que ha comprado de todo por haber estado de primero.

Daniely Figuera
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Comentarios (2)

Esa es mi hija que ha cultivado el don de la lectura y la escritura, Dios te bendiga por siempre, y en este ir venir de nuestra amada Venezuela, ella ha plasmado lo que es nuestra triste realidad a diario, donde los verbos comprar, necesidad, carecer, llegar y alcanzar entre otros no dejan de salir de nuestras bocas a diario cada vez que nos toca hacer largas colas para alcanzar algún producto de la cesta básica. En Dios confiamos que esto va acabar porque no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista, por lo demás que sigan los éxitos a mi escritora, Dios te bendiga tu talento, Te amo hija.
.

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Contado así, Venezuela es una tragedia, cuyo único responsable es el Gobierno, y aunque lo es sin duda, este cuentito niega la realidad total de la crisis, causada originalmente por una cofradía burguesa que intenta rescatar la fuente del logro de sus riquezas con el saqueo de un país con estructuras orgánicas y de estamentos endebles, y que ahora es saqueado por nuevos burgueses aliados directa e indirectamente, que intenta hacerse del poder que los primeros aún mantienen con cierta cuota, asociados con organismos trasnacionales, que saquean simultáneamente al resto del mundo, con las hipotecas basuras, la flexibilidad cuantitativa y por ende las burbujas financieras que socavan la riquezas de los pobres ricos (clases medias) en todo el planeta. Pero los pobres ricos creen que la culpa es solo local, y la disocian del resto de los problemas mundiales que sin duda tienen que ver, por tanto, el yugo de los 99 años es corto, porque este es un yugo que tiene más de 5Mil años, porque las luchas de los que buscan el poder para sustituir a los que siempre quieren tenerlo, es antiquísima, y seguirá hasta que comprendamos que todos, y es que todos, debemos ser iguales, sobre todo en las riquezas materiales, para que se acabe la vaina, y las riquezas se concentren en lo intelectual y espiritual.

Venezuela no es así como lo pinta esta chica, no es tan dramática ni tan disociada, pero cada uno crea y cree vivir un entorno, que al mismo tiempo cree que los viven el resto de la Venezolanidad, y se los dice alguien que vivió en carne propia el asalto armado en su propia vivienda, pero no por ello lo considera una culpa absoluta del Gobierno, ni por ello ha creado un entorno tan aterrador como el pintado en este cuentecito

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