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Tres relatos de Leonardo Moreno

martes 11 de octubre de 2016
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Es para vos

Tienen a Borges, a Cortázar, a Bioy Casares, a Piglia. Ella no lee. Tienen a Fito, a Calamaro, a los Auténticos, al que le pegaron un tiro por error, a Soda, a Charly, a los Fabulosos, al bueno de Vicentico. Tienen a los otros, la historia no puede ser infinita. Ella conoce sus canciones. Tienen a la Pulga. Él la tiene en sus brazos, le dice che, le habla en ese tonito de marica, de hombre hipersensible. Es feo, la madre que lo parió, es feo, chiquito, flaquito, narizón. ¡Pero si allá todos son altos, son blancos, narizones eso sí! Tienen a Videla, a Viola, a Galtieri, tienen tema para hablar en el asado. Tienen a Ernesto, de repente todos son legionarios, comunistas, indigenistas, altruistas. ¡Cómo puede ser posible, uno embutiéndole cerveza toda la puta tarde y llega este! No te va a llevar nena, ¿a dónde?, ¿al sur? Se caga hoy en vos y en todos nosotros y mañana se va. Tienen a Cristina, también son demócratas y feministas. ¿Lo estaré escribiendo bien? Sí, la intertextualidad es marca registrada. ¡Cómo puede ser posible este cholo, se le olvida el más grande! Tienen a Maradona, a ese gordo que llamaron para hablar de la paz y le pegó al periodista. ¿Vos entendés lo que pasa? Le ganan a uno de tradición, le tiran el cuerpo, y como la pendeja es pendeja pues le come cuento. Tienen a Walsh, a Puig, a Pauls, a Soriano, a Fogwill, a Giardinelli, a todos esos que nunca leeré. Tienen a los Abuelos, a los Enanitos, a los Vampiros, a ese calvo simpático que va a la cocina y luego al comedor. Tienen a River. Ahora que lo recuerdo nos ganaron dos Copas. No una, sino dos. Llegamos en el ochenta y cuatro, en el ochenta y cinco, en el ochenta y seis, y nada; llegamos en el noventa y seis, y nada. Siempre dos centavos para el peso, siempre tan cerquita. Tienen a Funes. Tienen a Burgos, a Díaz, a Ayala, a Rivarola, a Altamirano, a Escudero, a Almeyda, a Cedrés, a Ortega, dos veces a Crespo, a Francescoli; tienen a Gómez, a Sorín, a Gallardo. Tienen a esos que caen tan bien. Tienen a la Bruja, al Apache, a Riquelme. Tienen a esa generación gloriosa. Tienen al Kun, a Mascherano, a Di María, a ese porterazo que cubre a Demichelis. Tienen al que le pegaba en la nuca y era gol. Tienen al uno, dos, tres del concurso de cuento en tu ciudad. Tienen al uno, dos del concurso de poesía en tu ciudad. ¡Cómo puede ser posible! Ni que fuéramos analfabetas, ni que no tuviéramos libros. Es que acá somos berraquitos para montarnos una tienda. Ella no lee cuento ni poesía, ella lo besa en el cuello. Tenían a las Malvinas. Somos una cosa rara, fijate. En el Mundialito los chiflaban, la hinchada nunca los animó. Pero porque los veían de lejos. Cuando ven a uno de cerca, a uno de verdad, no lo chiflan sino que se le lanzan, y uno baboseando, y uno velando. ¡Si esto es un problema de soberanía nacional! ¡Hay que cerrar la frontera y expulsar al embajador! Tienen a Gardel, acá bailan diferente. Tienen a Evita, siempre han sido feministas. La cuestión es que son nietos de europeos. Nosotros también, claro, pero de hace quinientos años y ellos de hace cien. Ahora se les va a joder el país. ¿Te acordás de Natalia, la de primer semestre? Se fue para el sur. ¿Te acordás de Gustavo, mi mejor amigo? Se fue para el sur. ¿Te acordás de Jacobo, mi otro mejor amigo? Se fue para el sur. ¿Te acordás de Jhonny, el amigo de Jacobo? Se fue para el sur. Es que les regalan la bequita, les prestan la sillita, los ponen de meseros. ¡Cómo puede ser posible! Ni que no tuviéramos universidades, ni que acá no hubiera profesores. Contate cuántos se van y cuántos vienen. Diez por uno; cien por uno. Se van a quedar solas las montañas. A Jacobo una vez el veterinario le dijo que íbamos mucho. Le respondió que ellos también se fueron. Pensé que esa estuvo buena, pero no. Es una escalera. A es superior a B, y B es superior a C. Nosotros estamos en el culo, en la puta Z. Tienen al Papa, a Mafalda, a Violencia, ¡cómo pueden caber los tres! Ella le dice que tienen un vínculo, le habla del cosmos, ella solita, ella solita, ella solita. Puede ser albañil, bombero, ladrón de bancos, acá es una estrella de cine. Como para cantar una copla de Violencia, como para leer una viñeta de Mafalda, como para pedirle consejo al Papa. Mirala, mirala, mirala, mirala cómo le baila, le mueve la cinturita, le da la espalda. Fijate en la amiga, la carita de espanto, la falsa amabilidad, las respuestas cortas. ¿Creés que va a bailar con vos?, ¿que va a bailar conmigo? Pues claro que vienen porque somos pintorescos, es como ir al circo, como ver a los pandas. Andate vos para allá y levantátelas a todas. Tienen orgullo, patriotismo, chauvismo. Tienen a esos que nunca me causan gracia, que parecen impostados. Tienen a Rabinovich, a Mundstock, a Maronna, a Masana. ¡Vos no entendés pendeja que uno no se regala, que uno no se vende! Le da el número, se lo escribe ella misma. Escribíselo bien a ver si te llama, tomate una foto y se la mandás, de pronto te confunde con la de un kilómetro más arriba, con la de un kilómetro más abajo, ¡no ves que van en excursión!, ¡no ves que eso es costumbre nacional! Tienen a De la Fuente, a Hoyos, a Ferrer, a Fesser, a Reyes, a Paradise, a León. Perdieron el Mundial, perdieron la Copa, el Enano no les funciona. Pues sí, al final no pasó nada, pero porque no quiso, si hasta salió corriendo. ¿Quién está hablando de ellos?, ¿no entendés lo que pasa?

 

Un paramilitar

Como tenía claro que entre mis futuros compañeros de universidad me encontraría con alguno de esos sublimes personajes, terminé por sospechar de cada uno de ellos hasta el punto de evitar todo tipo de relación. “Ese”, pensaba, “demasiado solitario”; “o este, tal vez, ¡comunista de seguro!”. Aparté mi silla y día a día me sentaba en un rincón, sin siquiera atreverme a cruzarles la mirada. Ahora, y debido a mi evidente ausentismo, me miran como si tuviera algo qué ocultar. Según dicen, piensan que soy un paramilitar.

 

Sala de masajes

El hombre del traje extiende los billetes en la cama. “Veinte, cuarenta, sesenta… cien”, pronuncia en un tono orgulloso. La mujer de los tacones sonríe y asiente con un gesto. Le ha comprado la dignidad, piensa el hombre del traje. Ella ofrece masajes por veinte, pero ante la carencia absoluta, seguramente con una madre enferma y uno o dos niños de brazos, tuvo que aceptar. La verdad es que es huérfana desde siempre y los niños aún no llegan. Antes ofrecía el servicio completo por treinta, pero descubrió que a los hombres les gusta regatear.

Leonardo Moreno
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