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Vacante para un veterano

jueves 18 de febrero de 2021
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A la cita llegué temprano en la mañana, ese día sentí que el sol salió tímidamente. Fue frente a las oficinas administrativas del aeropuerto donde me di cuenta de lo poco que uno encuentra para hacer con la vida a estas alturas, quizás por eso guardamos algo de resentimiento contra los políticos que nos pasan la percha para tender el uniforme.

¡Qué más da! Siempre supe que para recibir órdenes y decir pocas palabras no me era requerido un gran talento. Por mucho tiempo me sentí importante, creí que hacía algo imprescindible, nunca es tarde para encarar la verdad.

Cuando entré había más movimiento del que esperaba. Siguiendo las señales que me llevaron hasta el fondo del pasillo encontré el Departamento de Vigilancia, Operaciones y Contraterrorismo, me pareció raro que nadie preguntara adónde iba. Estando ahí procuré al encargado y la recepcionista, muy amablemente, me llevó a una sala de espera.

—Adelante —escuché una voz grave proveniente de una puerta entreabierta.

Al entrar empecé a buscar con la mirada a la persona que oí, en cambio vi a un sujeto moreno, flacucho, de pómulos sobresalientes y grandes ojos marrones al que aun sentado se le notaba una joroba. Poco más de cincuenta años, fue mi cálculo, aunque no tenía una sola cana visible. Llevaba una camisa algo gastada, azul y de mangas cortas, planchada perfectamente con unos filos verticales como las usaban los marinos de mi tiempo.

Me pidió que le diera la silla donde estaba yo sentado, la colocó en el centro del cuarto y se puso encima.

El cuarto estaba repleto de fotos y reconocimientos que no quise leer. Me pareció ver algunas imágenes de camuflaje, pero me quedaban atrás, evitaba lucir curioso. Le pasé mi hoja de vida, aunque no estaba convencido de que fuera él la persona que me entrevistaría. La tomó, le dio una ojeada a la primera página y encerró en un círculo mi período de servicio. Luego la colocó simétricamente entre una libreta llena de dibujos espirales, media caja de lápices Berol Mirado Nº 2 y un jarrón de agua que lucía sudoroso tras su reciente llenada. Frente a él todo quedaba en estricto orden visual.

De la gaveta del escritorio sacó un revólver Nagant, calibre 7,62 mm, y lo colocó encima del documento apuntando hacia él. Permaneció en silencio, su mirada era tan profunda e interrogante que atentaba contra mi privacidad.

Fui el primero en abrir la boca.

—Parece usted un amante de las armas —dije.

De inmediato empecé a hablar de la historia del M1895, era el momento de parecer interesante. Su interrupción se produjo antes de entrar en los detalles del acabado azul del clásico ruso.

—¿De qué está hablando? —preguntó.

—Del arma sobre el escritorio —respondí.

—¿Cuál arma? —me inquirió de nuevo.

—¡Ese revólver! —insistí.

En ese momento se levantó y me pidió que le diera la silla donde estaba yo sentado, la colocó en el centro del cuarto y se puso encima.

—Quítese la corbata y démela —dijo.

A su comando obedecí sin pensarlo dos veces; incorregible automatismo militar. La pasó a través del gancho que sujetaba la lámpara del techo, le hizo un nudo, con el otro extremo improvisó una horca, adoptó la postura de clavado olímpico y se lanzó de cabeza.

¡Qué locura! No encontraba qué hacer… quedé pasmado. Cuando reaccioné lo sujeté por la cintura, mientras pataleaba empezó a orinarse, por suerte en ese instante se rompió la corbata y se me desplomó encima.

—¿Cómo se le ocurre hacer semejante cosa? —grité tras la sorpresiva ocurrencia.

El desgraciado se levantó en pocos segundos como si nada hubiese pasado. La única respiración sin control era la mía; trataba de calmarla mientras lo veía aflojando, con una calma insólita, el pedazo de corbata que todavía llevaba sujeta al cuello.

Volvió a su silla, puso los dos codos en el escritorio, cruzó sus dedos debajo del mentón y dijo:

—¿Será que ya puede ver el pisapapeles sobre su hoja de vida? Tenga un buen día. No llame… nosotros lo haremos.

Harold Modesto
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