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El cuentista

jueves 28 de octubre de 2021
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De fondo sonaba un viejo blues versionado por un gran músico pero que es poco conocido, o simplemente se lo conoce por esa versión de un clásico de la música. Él se encontraba escribiendo uno de sus últimos cuentos. Sentía una gran satisfacción cada vez que se sentaba frente a su computadora con una hoja en blanco para rellenar de imaginación. Siempre escribía con jazz o blues de fondo, pues la música lo inspiraba y acompañaba. A la izquierda de su ordenador estaba el cenicero lleno de colillas de cigarros, y apoyado en uno de los huecos había un cigarrillo recién encendido, se daba dos pitadas y seguía escribiendo.

Sin saber cómo habían pasado las horas, se empezó a sentir incómodo. Sintió que algo se deslizaba por su hombro izquierdo, y el frío en el dormitorio reinó ante todo. Siguió con su historia, casi que evadiendo lo que estaba ocurriendo. Esa cosa seguía trepando por su hombro y nunca había sentido tanto frío en ese cuarto, incluso en los días más helados de invierno. Giró sin moverse de su silla con ruedas y no se encontraba nada ni nadie. Sin embargo se seguía sintiendo incómodo. Giró de vuelta pero esta vez para seguir con su cuento, y todo lo que estaba ya escrito, que le llevó horas y horas, ya no estaba, la hoja era un simple espacio en blanco.

Esta vez optó por levantarse de la silla e inspeccionar todo el cuarto para corroborar que ninguno de sus hijos estuviese jugando al fantasma. No encontró nada, notó también que la música que sonaba de fondo era la novena sinfonía de Beethoven. Y cada vez se escuchaba más fuerte. Mientras se fijaba abajo de la cama no notó nada y se levantó del suelo para ir a su silla y reescribir todo de cero. En ese momento, al levantarse, notó que en su silla había una persona sentada y recostada contra la computadora; no podía identificar de quién se trataba, pero de seguro que no la conocía. Se fue acercando más hacia la silla; la escena comenzó a ponerse borrosa y lo único que sintió fue una mano que fuertemente le agarró el brazo izquierdo y enseguida abrió los ojos y ahí estaba, todo en su lugar, él frente a su ordenador y la historia escrita por la mitad y un montón de letras y espacios sin sentido luego de una frase, algo así: “Y entonces agarró el jarrón roshjoleicvety2…”. El blues seguía reproduciéndose en automático y su mente estaba más tranquila por el hecho de darse cuenta de que había sido sólo una pesadilla y de que no perdió su historia.

Su hija de ocho años le había tomado del brazo para despertarlo ya que empezaba a babear el teclado. La incógnita que queda en este caso es: si la hija no lo hubiese tomado del brazo, ¿qué habría pasado? ¿Descubre al final quién era la persona sentada en su computadora? No lo sé, lo único que puedo decir es que voy a dejar esta historia por aquí ya que siento una molestia en mi hombro izquierdo y sinceramente me empezó a dar frío, creo que tomaré un descanso.

Lucas Migdal
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