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La pastilla

jueves 24 de febrero de 2022
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Se encontraba nervioso, desesperado, lo único que tenía que hacer era tomar su pastilla. No la encontraba. Tampoco recordaba dónde la había dejado, o quizás se le terminó el blíster y debía ir a comprar más a la farmacia del hospital. El mismo quedaba un poco a contramano para él, prácticamente en el otro extremo de la ciudad. Si te estabas muriendo, pues sabías que tenías por lo menos una hora y media de viaje y que debías encontrar la manera de sobrevivir durante el trayecto.

El punto es que tenía que encontrar esa pastilla.

¿Para qué servía esa pastilla? ¿Recuerda la función que cumple en su organismo, o simplemente está tan acostumbrado a tomarla día tras día que el motivo por el que toma la pastilla se le olvidó? No lo tenía muy claro, sólo sabía que debía tomarla. ¿Y qué pasaba si no la tomaba? ¿Algo en él cambiaba? Y si cambia, ¿cambia para bien o para mal? Toda una incógnita que debía descifrar en tan sólo unas horas… Quizá te preguntes: ¿por qué tiene unas horas para resolver el tema? ¿Acaso oculta algo que no debe ser revelado? Pues la respuesta es la siguiente: si alguien te dice que hagas algo por tu propio bien, por tu salud, y te dan todo un sermón de por qué tienes que hacerlo, lo hacés y luego se te hace tan monótono que olvidás el verdadero motivo de la dosis diaria. ¿Qué hacés? ¿Tomás todos los días la dosis recomendada sin preguntarte nada sobre el asunto? Bien, si hacés eso está bien. Pero la verdad es que… ¿Realmente está bien? No lo sabemos, ni tú ni yo. Lo único que tenemos claro es que él debe tomar su pastilla.

¿Dónde estarías si fueras una pastilla? Esa y otras estúpidas preguntas son las que se hace una persona desesperada por su dosis. Él sabe que las pastillas no tienen vida propia, no hablan, no se mueven; por ende, tampoco van a escapar de nuestra vista, sólo hay que recordar el último lugar donde se dejó la pastilla en cuestión e ir ahí para poder finalmente tomarla.

El motivo por el cual no pudo asistir a la prueba era muy simple pero a la vez un poco extraño. Le dio algo que los doctores llaman “brote psicótico agudo”.

Él se llama Luis y hace tres años y dos meses que toma medicamentos psiquiátricos. Ingiere sólo cuatro drogas, cada una cumple una función distinta, o también puede cumplir lo que la otra no hace.

Luis tenía sólo dieciocho años cuando pasó. Él no tendría idea de que ese día le cambiaría la vida y se le pondría patas arriba. Todo iba bien, concurría al liceo, rendía como debía y sólo tenía una materia con calificación inaceptable. Vivía con sus padres, hijo único. Bueno, decir “único” es una aberración a la realidad; resulta que tiene dos hermanos mayores que él, con los cuales no mantiene relación hace muchos años.

Tocaba la guitarra hacía mucho tiempo, no era un virtuoso, pero tampoco se comía los mocos. Por decirlo de otra manera más sencilla, tocaba bien. Un día le tocó audicionar para una banda que buscaba un guitarrista que pudiera componer y hacer solos en los temas, o por lo menos eso decía el aviso que vio en las redes sociales. Tenía una semana y unos días para preparar los temas que le habían dicho que debía tocar con la banda, nunca le habían puesto una prueba tan complicada, debía sacar los temas solamente a oído. Es decir, no le pasaron ningún acorde o tablatura, tenía que escuchar y utilizar su oído para entender qué estaban tocando. Llegó el día de la prueba y no pudo hacerla.

El motivo por el cual no pudo asistir a la prueba era muy simple pero a la vez un poco extraño. Le dio algo que los doctores llaman “brote psicótico agudo” y se trata de un estado en el que la persona se escapa de sus cabales, llegando a actuar como un verdadero loco; puede incluso alucinar y escuchar voces. En palabras más profesionales, se define como una ruptura de la realidad en una forma temporal. La causa es, por lo general, una fuente de estrés potente y constante, y se puede deber al consumo de alguna droga, principalmente aquellas que tengan en su composición algún alucinógeno. En el caso de Luis, comenzó a aislarse socialmente en su cuarto, con la excusa de sacar los temas para la prueba con la banda.

Comía en su dormitorio, desayunaba en el mismo, algunas veces cenaba en su cuarto, una actitud que sus padres no toleraban; veían la cena como la oportunidad de estar todos en la misma mesa y así generar una instancia de comunicación y diálogo familiar, algo así como ponerse al día; cada uno contaba un poco cómo había sido su jornada en el trabajo y en el caso de Luis en el liceo. Incluso más de una vez ha fumado marihuana en el colegio (cosa que no le comentaba a sus padres). Pese a estas actitudes lo notaban raro los últimos días, aislado y poco comunicativo, cosa rara en él.

Así fue como llegó el día de la prueba y él se encontraba en su casa, más específicamente en su cuarto, con su guitarra eléctrica sentado en la cama tocando uno de los temas. Era el tema que más le gustaba tocar, pero también era un tema complejo de tocar, por lo tanto ponía lo mejor de sí para poder ejecutarlo en tiempo y forma. Cuando terminó de tocar el tema, siguió repitiendo la frase final que hacía en la guitarra, pero esta vez con su voz, como en esos momentos en que te queda una canción pegada en la mente y lo único que hacés es tararearla a donde sea que vayas. Sólo que en el contexto de Luis era algo serio, no estaba pasando por un buen momento, aunque él así lo creía.

Él nunca lograba que sus padres la conocieran, ella siempre andaba ocupada cuando había visitas.

Su padre llegó a la casa, lo encontró parado frente al espejo de la habitación con su guitarra colgada y tarareando la melodía del final de la canción.

Dos días más tarde Luis se encontraba en el sector psiquiátrico del hospital al que su padre le había hecho socio en su nacimiento. Recibía las visitas de amigos y algunos selectos familiares, incluidos obviamente sus padres. Así estuvo un mes entero, día tras día llorando por la situación en la que se encontraba, claro está que estaba medicado con pastillas muy fuertes, pues lo que querían era tenerlos a todos los pacientes lo más tranquilos posibles, ya que en ese lugar había de todo tipo de personajes.

Para Luis el lugar se veía un tanto siniestro; siempre hablaba con una chica, llamada Carla, aunque él prefería decirle Carlita. Él nunca lograba que sus padres la conocieran, ella siempre andaba ocupada cuando había visitas. Charlaban de un montón de cosas, y lo mejor era que nadie se metía en sus conversaciones, ninguno de los pacientes. De hecho llegaron a pintar y escribir cosas juntos. Ella cada vez que a él le daban sus pastillas huía, ya que no toleraba a las enfermeras, le caían mal. Luis se sentía cada vez mejor. Carlita era su compañía en las mañanas y las tardes, siempre y cuando no hubiera visitas.

Sin embargo, Luis salió un buen día de la clínica, y nunca más volvió a verla. A veces creía verla por la calle de su casa, como si estuviera buscándolo para hablar.

En su estadía mensual en la clínica, Luis comenzó a sentir voces e imaginar gente. Imaginaba escenarios en los que hablaba con gente, más específicamente con una tal Carlita, como solía llamarla él en aquellos días. Ella no existía en el presente, fue una paciente de ese lugar hace aproximadamente siete años y, de hecho, murió ahí por una sobredosis de medicamentos. Se sospechaba de una enfermera que puede haberle dado las medicinas. Sin embargo, Luis la veía e interactuaba con ella. Cuando las enfermeras le daban su medicamento ella se iba, y no regresaba sino hasta el otro día en el momento en que la droga ya no surtía efecto.

En la actualidad Luis se encuentra teniendo una vida pseudonormal, en la que toma sus medicamentos, pero de un tiempo a esta parte son menos intensos, debido al buen estado en que lo nota su psiquiatra cada vez que la visita mensualmente. También tiene un trabajo bien pagado. La historia de Carlita nunca se le contó a Luis, pues sus padres preferían cuidarlo psicológicamente. Pensaban que mejor dejarlo así, sin que él se enterara, era el mejor escenario; nunca sabría de la existencia de ella.

Con lo que no contaban sus padres era con su memoria, que siempre fue muy buena.

Por las noches Luis en su habitación todavía puede ver a Carlita sentada en la silla donde él deja su ropa; por momentos habla con ella, y por otros la evita tomando su pastilla de la noche.

Lucas Migdal
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