XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

Saltar al contenido

Divinidad

domingo 17 de julio de 2022

Yo soy un inocente y no sé escribir todavía, porque donde yo vivía había una escuelita con techo de pencas de palma igual que la casa de nosotros, pero cuando yo tuve que ir a la escuela pues no había maestro. Fue cosa de un tiempo, pero no había maestro y después vinimos para acá, que sí dicen que hay escuela, y muchos maestros, ahora sí que hay maestros, pero yo no he ido y no lo he visto, que llegamos un jueves y hoy es nada más que lunes, pero parece que las escuelas están de vacaciones. Soy un niño, pero presto atención. Si te dicen que nos vamos el jueves, y el día que tocaba hicimos un viaje, pues era jueves. Y si tu madre lava los domingos para que la ropa de Pipo, mi papá, esté limpia el día de volver a trabajar, pues ayer fue domingo. Y hoy es lunes. Mi abuela me enseña muchas cosas, que ella sabe. Fue ella la que me dijo los días de la semana, uno detrás de otro, aunque es aburrido llevar la cuenta todas las mañanas y puede que me confunda.

Por aquí he visto pocas cosas y algunas son nuevas y otras no. Lo que sí he visto por primera vez es un televisor y la casa esta, claro. Duermo en un cuarto que tiene muñequitos pintados en la pared y ventanas de vidrio como el tren, pero más grandes, algo que nunca me imaginé que existiera en el mundo y es una cosa buena, porque si comienza a llover uno puede ver cómo todo se moja allá afuera sin tener que cerrar la ventana. Lo raro es que todavía entramos y salimos por la parte de atrás, porque parece que a Pipo le dieron la casa, pero las llaves estaban perdidas. No importa, cualquier día él va y compra otras llaves, ¿verdad? De todas formas cuando pasamos la cerca y dimos la vuelta por atrás vimos que el patio está lleno de matas, parecido a la casa donde vivíamos antes, pero no hay platanar, ni sembraron yuca la gente que vivían aquí, que no sé qué iban a comer, si no sembraban yuca ni criaban puercos.

Pero la casa es linda, y no hay muchas gentes por esta parte; casi igual que allá, que había un trecho entre la casa de nosotros y la de Venancio mi tío, pero ahora sin arroyo, ni camina por encima del poste, ni cruza por el portillo de la cerca de piñones, sólo calles y aceras que las matas rompen con sus raíces. Nosotros vinimos en una máquina de alquiler desde el paradero de los trenes, que Pipo nos fue a buscar, y yo hice el viaje dormido, que la hora de acostarnos pasó bien de largo cuando todavía andábamos viajando en un vagón en medio de la oscuridad, viendo pasar las pocas luces de algunos pueblos y sintiendo el traqueteo de las ruedas en los raíles y el retumbar cuando se pasa un puente, que no estoy tan sordo ni mucho menos. Han pasado pocos días y no hemos salido a conocer. Yo di unas vueltas por los alrededores, pero me dio miedo perderme. Hay otras casas parecidas, grandes grandes, con una encima de otra, pero ninguna gente por ahí. Mima dice que esto es La Habana. ¡Va a ser La Habana con el matojal que hay alrededor!

El televisor es algo así como la fotografía de los abuelos de Mima que estaban en la pared del cuarto, pero las gentes que se ven no se están quietas y uno nunca sabe quiénes son.

Un televisor es una caja pintada con mucho brillo y con una luz al frente como si alguien cogiera una botella y la pusiera delante de un farol y cuando Mima pase o pase Pipo, o Venancio cogiera la escopeta y pasara para coger la puerta del frente, pues usted viera como si cualquiera de ellos estuviera dentro de la botella y pasara, pero no lo mismo que son, sino una sombra, que uno ve con la figura del que está pasando, no que sean así, sino en la cabeza de uno los ve moverse en el cristal con la figura que tienen. El televisor es algo así como la fotografía de los abuelos de Mima que estaban en la pared del cuarto, pero las gentes que se ven no se están quietas y uno nunca sabe quiénes son.

Abuela Visia decía que La Habana era lo más lindo que hay, llena de gentes, de carros, con calles anchas anchas, ¡con tiendas! Hablaba y hablaba de las tiendas y de la playa, que es lo más lindo de todo, con tanto sol y tanta agua. Abuela, cuando muchachita, según dice Pipo, estuvo por La Habana trabajando en casa de una gente. Ella no dice nada de la gente. Un día le pregunté y ella comenzó a decir: “Son distintos…”, pero enseguida se hizo la de que “¡Se me bota el café!”, que abuelo metió la cabeza por la puerta y se puso a mirar para donde estábamos sentados, como quien ha perdido el basto de la montura o se da cuenta de que la herradura del mulo cuelga de un solo clavo. Cuando estaba vivo, abuelo daba un poco de miedo cuando te miraba.

Lo de que soy un inocente también es cosa de abuela Visia. Ella tiene su creencia, como todo el mundo en la casa, pero ella es la que más cree. Tiene guardadas oraciones y si a alguno le da una fiebre o dolor de barriga busca la que convenga y se la lee, sentados muy solos en un cuarto, pensando en Dios, que es como hay que leer una oración. A mí me leyó unas cuantas y me curó de unas cuantas cosas, dice Mima, menos del problema de los oídos, que no oigo bien. Pero lo que la gente dice se lo veo en la boca cuando hablan. Eso no se lo he dicho a nadie.

Después que comimos es que encendieron la televisión, que Pipo fue el que averiguó cómo se hace, mientras Mima le decía a ver si la jodes a ver si la jodes, que ella se preocupa por todo. Yo me fui al patio hasta que me llamaron a comer, jugando en el fogón de leña que Pipo improvisó en el patiecito de piso de cemento que hay atrás, porque en la verdadera cocina de esta casa Mima dijo que no se iba a arriesgar a encender un fósforo, pero lo que pasa es que no sabe. En el patio revolvía con un palo las brasas para verlas soltar chispas y Mima me gritó a ver si te quemas y ven a comer. Y fui, porque cuando ella grita yo la oigo, a más nadie.

Con el plato en la mano seguí detrás de Mima, que se sentó en una silla a darle la comida a Rosa, que es mi hermanita y se llama como una tía que mamá quería mucho. Pipo está sentado enfrente mismo del televisor y yo quería ver aquello también, así que me senté en el piso con mi plato blanco de filito azul en el borde, que es de los que no se rompe si se cae y trajimos de allá de la otra casa. Arroz, frijoles negros y tasajo frito. No me gusta el tasajo pero con la cuchara separo unas fibras resecas de esas para meterlas en la boca y masticarlas hasta que se deshagan y poder tragarlas disimuladas entre el arroz y el potaje, porque Mima me vigila y no quiero que me regañe si lo dejo. En el televisor hay un hombre vestido de negro, que debe ser alguien importante y por eso sale por la televisión.

Corto otro pedacito de tasajo para hacerme que tengo apetito y lo envuelvo con el frijol, que sí me gusta, igual que la malanga con mojo y el pollo, cuando hay. El hombre del televisor está sonriendo y coge una botella y echa lo que tiene adentro, que a lo mejor es agua, en un vaso medio raro, porque no tiene asa como el jarro mío, por eso es jarro y no vaso, pero es largo y abajo se vuelve finitico. Lo coge, se lo lleva a la boca, se ríe y dice algo, pero no logro entenderlo, pero parece que le gusta mucho. Seguro que es cerveza, claro, que es lo que se toma en los guateques, pero a pico de botella, de botellas iguales a la que tiene el hombre en el televisor, pero en sus colores, verde o el otro. Luego en la pantalla ponen a unas gentes que hablan y parece que están jugando a algo, porque Pipo se ríe, que no es cosa de todos los días que él se ría.

También allá, de donde venimos, hay cosas más limpias que cualquier cosa, como el agua del cantil detrás de las cañabravas, o el cielo, algunas veces.

Me estaba entreteniendo, seguro, aunque también me estaba entrando sueño, terminado el plato de comida y puesto a un lado en el mismo piso donde me siento, que está limpio. Es lo más limpio que he visto, incluso en comparación con un plato blanco y más con un piso de tierra, aunque esté acabado de barrer. También allá, de donde venimos, hay cosas más limpias que cualquier cosa, como el agua del cantil detrás de las cañabravas, o el cielo, algunas veces. Estoy soñoliento, pero miro el televisor, porque de pronto veo que aparece en el cristal una bandada de palomas dando vueltas por el aire, y me pongo a ver si adivino qué son, si rabiches o aliblancas, o cabeciblancas o torcazas, miren que hay clases de palomas. Pero estas son blancas completas.

Dan vueltas y vueltas las palomas y ahora pasan por arriba de la gente, como si alguien estuviera por el cielo y desde ahí mirara a las palomas volando y a la gente abajo, mirando las palomas. Es raro, nunca he visto nada así, aunque si me subía en una loma veía todo abajo y podría verse así, si una bandada de paloma pasaba por debajo, pero a las gentes no, a las gentes las veía lejos y chiquiticas. Y hay mucha gente, más que ninguna que haya visto nunca, y luego se ve que hay gentes sentadas en un sitio alto y que todo el resto de la gente está abajo, mirando las palomas que están ahí todavía, dando vueltas más cerca.

Hay un grupito de palomas que vienen para arriba de la gente y eso es algo que le tengo que contar a mi tío Venancio, que con su escopeta anda siempre buscando a lo que meterle un perdigonazo, y ahora ponen en el vidrio a otro hombre solo, que comienza a decir alguna cosa. Le pregunto a mamá quién es ese hombre, pero no me hace caso. De pronto unas palomas le revolean arriba y digo, pero no para Mima o Pipo, ni para Rosa, que está dormida en una cestica de mimbre, sino para mí, pero lo digo:

―¿Qué les pasa a esas palomas?

Entonces Mima me mira porque me oye. Le hago un movimiento con las manos, de una paloma volando, como si fuera ella la que no oye bien, pero ella está mirando otra vez para el televisor. Seguro que está fastidiada porque quiere ver otra cosa, pero eso es lo que están dando. Mima hace un gesto que me recuerda a cuando abuela Visia recitaba alguna oración, mirando al techo y elevando las palmas de las manos, así que me parece que lo que quiere decirme es que esas palomas son de Dios. Yo estoy bautizado, Rosa todavía, pero yo sí, y sé que Dios existe, porque lo dice abuela y ni Mima ni Pipo han dicho lo contrario.

Me quedo mirando la pantalla, parece que esto está aburrido, no pasa nada y no puedo oír, ya lo dije, pero las palomas parece que le interesan a alguien, porque están un rato en el televisor como si fueran importantes como el hombre de la cerveza, revoleteando encima de la gente que está sentada arriba, y el señor que está más alto que ellos y que todos los demás está hablando, pero no sé por qué las palomas vienen para arriba de él y se le suben arriba y digo seguro que es Dios, mira eso. Y enseguida me empiezo a preocupar, porque con las palomas nunca se sabe, porque con la misma les da por cagar y eso al Señor no le va a gustar nada, no.

Ismael León Almeida
Últimas entradas de Ismael León Almeida (ver todo)