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Érase una vez en Navidad

jueves 2 de febrero de 2023
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Pan y chocolate caliente sobre la mesa. Papá hace un movimiento rápido y con la espuma tibia dibuja unos bigotes de ratón en su carita, Gigi sólo arruga la nariz y deja escapar una sonrisa dulce, más dulce que la merienda que está a punto de degustar. Todos sonreímos.

Después de comer y de ayudar a levantar la mesa, corremos hacia la estancia. Nos acercamos al arbolito de navidad. A Gigi le gustan los reflejos, en especial los de su cara sobre la superficie lustrosa de las esferas, infla sus mejillas sonrosadas para exagerar el efecto de distorsión que tanto nos causa gracia. Esferas decoradas con rostros de niñas: rostro risueño en color morado, rostro con lengua de fuera sobre fucsia, rostro con nariz fruncida en tinte azul. Ahora nos tumbamos sobre la alfombra de la sala para abrir los regalos. Mamá toma la caja más grande, la que está forrada con un hermoso papel estampado de muñecos de nieve cubiertos de brillantina que refleja los destellos de luz y que en la parte superior tiene un gran moño dorado, y la coloca frente a nosotros. Gigi posa la palma de su mano sobre la mía sujetándome como siempre lo hace cuando alguna emoción la desborda. Juntas vamos quitando el papel que lo envuelve y, con toda delicadeza, lo hacemos pedacitos.

No tarda en aparecer ante nuestros ojos una grandiosa villa navideña en miniatura. En el centro hay una construcción que parece un castillo, alrededor varias casitas multicolores sobre una avenida principal con pequeños carruajes y algunos habitantes que deambulan por ahí. Ella se voltea asombrada y me pregunta si algún día seremos princesas y si tendremos un castillo así de lindo. Le digo que sí. Me pregunta si siempre estaré a su lado. Contesto de nuevo que sí. Luego, a causa de tanta emoción, creo, sentimos cómo nuestros párpados pesan y ella lanza un bostezo. Entonces papá nos toma en sus brazos y mamá se hace cargo de nuestro regalo para llevarnos hacia la alcoba. Ya con el pijama puesta, Gigi insiste en que nos lean un cuento antes de dormir. Ahora es de noche, la velada es muy fría y afuera todo está bajo el hechizo de un silencio blanco, pero ella y yo estamos a salvo en nuestra habitación. Papá ha terminado de acomodar los edificios de la villa en el piso de nuestra recámara y enciende con cuidado las luces que la decoran. Ella se acomoda sobre el costado de mamá y ésta comienza a leer: Érase una vez...

Yo, desde donde estoy, también me veo envuelta en la calidez de su voz, mientras contemplo por una ventana diminuta los reflejos de la avenida principal, de los elegantes carruajes, de los paseantes que vienen y van, y de una dulce anciana que, apoyada al lado de un aparador y con las manos estrechadas a un costado de su rostro, se va quedando dormida bajo un techo de estrellas.

Eréndira Corona
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