Carta a la mente
Te encomiendas a las uvas congeladas
y a la paciencia nocturna de los nardos
que despiertan con su olor tu sueño ansioso;
examinas y finges que te remedias con el afuera
(medicación & meditación & ejercicio)
mientras planificas cómo rediseñar
nuevas sinapsis para no acostumbrarte
(ni en injusta proporción ni en intermitente cronología)
a la esperanza y a la desesperanza.
Negativa negativa negativa te dijo uno
y su voz era un pez estrábico,
ajeno a las rutas de tus discernimientos.
El primer test reflejó 59% de positividad, recuerdas,
y un pesimismo moderado;
el segundo, una seguridad proporcional
a las costumbres ilógicas del presente
(se te ha esfumado la proporción del gráfico de barras
porque no eres tan exacta como afirmó
aquel test de precisión).
Quisieras que un ingeniero de rodillas
viniera y te ajustara un par de estímulos
y medio kilo de percepciones,
pero hoy todo es tan tan especializado.
Carta al estómago
Querido y fiel estómago: te quiero.
Durante años fingí ser nada de ti: el dulce maltrato.
Pero ahora eres ternura y complicidad.
Has vivido a prueba de deudas, de abandonos excéntricos,
de la felicidad más incierta y el ansia más descabellada;
has sido fiel contraseña diciendo no no, o esto sí.
Si fueras mi sobrino, te daría vuelo
sosteniéndote por los brazos
y nos carcajearíamos.
Tú conoces mis geografías de Sagres y Moza
y mis contrageografías
de hamburguesa y desayuno continental.
Tú has vivido para mí y en mí y conmigo.
A tu lado el corazón es poca cosa,
últimamente sólo trabaja los días festivos
(después me cobrará la factura)
un fin de semana sí, dos no.
Poema antiParras
Cuando fui a aquella frontera en la aduana
extravié la antipostal que compré para escribirte;
una chilena que era metaturista me sacó una fotografía
en la que me recorto amalgamada de distancia y de nos,
sobre aquel fondo seminevado de la cordillera,
y a los dos días me la envió por correo;
es que yo nunca aprendí a llevar cosas que atrapan;
llevaba en cambio mi muy delgado abrigo gris,
llevaba mi recelo practicado por dos décadas,
20 dólares en el bolsillo, tres cambios de ropa,
un cuaderno de tapas duras anaranjadas
con 42 hojas de anhelo a rayas azules
en el que jamás apunté que te extrañaba;
la razón ni siquiera la sospecho.
Viva y muera la cordillera de los Andes, maldije del alto cielo.
Mientras tú sonreías o tosías o besabas, en alguna otra parte del planeta.
Esquina del verano
Algún día entrará en esta tienda que era la casa de lo que fue
y comprará sin dolor una silla, una belleza reproducida en lámpara.
Algún día cruzará las remodeladas habitaciones
entrará en el que nunca fue su ajeno cuarto
(todavía recuerda aquella atisbada cobija café a cuadros)
y ninguna mesa le hablará en porciones
del abandono en ninguna tasa;
y ningún sofá le recordará a dos que, congelados,
se inventaron un nuevo abrigo tomados de la mano un diciembre
aunque en esa época apenas y se hablaban.
Algún día olvidará que el destino
mudó el último colchón cerró tiró la llave;
y en el interior y en el exterior donde decía muro,
otro comercio escribió grandes ventanas;
y en el vidrio de la cocina en cuyo vaho
se escribían las últimas buenas nuevas sobre el amor
se fijó un Se aceptan todas las tarjetas.
Algún día la puerta de madera de la no habitación
ya jamás eternamente semiabierta
—como a un animal extinto, pero atento testigo de lo que fue—
dejará de merodear y dar portazos en el interior de ella.
- caen gotas de lluvia de las nubes del lenguaje
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