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Epigramas veneno

viernes 10 de marzo de 2017

José Vicente Anaya

José Vicente Anaya es un poeta comprometido y pleno de conciencia histórica, elemento sustancial del infrarrealismo y fundador de Alforja Revista de Poesía. Por estas sencillas razones se trata de un mito poético. La realidad, en todos sus factores, es lo que le da significación a su obra poética. En Aludel trizado (1974), el poeta integra los presentes epigramas, quizá el modo más adecuado para plantear sus dos temáticas más relevantes: la crítica y el amor. Dados los acontecimientos de nuestra actualidad, los textos de la primera serie están acordes con los hechos políticos y sociales del mundo; es decir, la vigencia de toda obra justifica su recuperación para las generaciones y así será con la literatura de Anaya.

Fernando Salazar Torres
Responsable de la selección

De la serie Voces actuales de México

I

¿Esperas que te dedique
mis epigramas, nuevo César?
Te los doy a beber.
Los hago con veneno.

 

II

Los poetas mediocres
responden a Huidobro:
“No pudimos hacer que
florecieran en el poema
…y ahora la usamos
prendida en el ojal”.

 

III

No persigo inmortalidad
ni fama en estos versos.
Yo sólo escribo
mi bosquejo de
mi voz que jode.

 

IV

Si escucharas al perico, Luis,
que del Dante recita
la Comedia en trocitos,
tu fama de culto perderías.

 

V

Al opresor:
Rodó la cabeza del zar Pedro;
la de Stalin, la de Hitler y la
de Mussolini. ¿Por qué la tuya
habrá de permanecer en su lugar?

 

Sin olvidar al amor
VI

La noche me dictaba versos
y en vez de atenderla
me dediqué a inventar tu belleza
(como a Homero no se le habría ocurrido)

 

VII

Caminando contigo la ciudad es nueva:
A nuestro paso las calles se van construyendo.
Los edificios adquieren formas que
los arquitectos jamás han pensado. Y
es verdad. Es cierta esta locura de
reconstruir el mundo, porque dos enamorados
no merecemos estas calles grises.

 

VIII

Atardecer en llamas reverdece,
lumbre lejana que se toca
(es una miel que de tus labios
destila hacia mis labios)
y entre tú y yo, amada,
nace una flor que cuando canta
crece con raíces de viento que se enreda
en el espacio hueco, suspendido, de
las aves que pasan emigrando. Danza.

 

Golpes del desamor
IX

Hemos oscurecido muy pronto
y ya no distinguimos
el color de los ojos frente a frente.
Cuando te tocan mis manos
atravieso nubarrones
de donde sale mi cuerpo
mojado escalofriando.

 

X

Este polvo que rodea mi osamenta
fue mi carne
en aquel tiempo
cuando aún no anochecíamos.

 

XI

No sé por qué perdimos ese amor que nos
asombraba tanto. Los dos somos hijos de
la misma época desquiciada. Yo soy, sí,
uno de los peores… ¡y tú me ganas!…

 

XII

¿Quién como mi amada? NADIE.
Nadie… ¡¡y ahora ni ella!!

 

Tiempo suspendido
XIII

Me expongo en mi poesía.
Me enseño a los desconocidos.
Y no sé si soy verdad, o qué,
porque después de darme
en el poema. Todo.
Quedo menos que brizna. Nada.
Profundidad desvanecida. Y temo.
Sin poder escaparme de mi miedo.
E s c a l o f r í o. Estoy allí,
incompleto y completo. Demostrado…

 

XIV

Autocrítica:
Me observo en el espejo
y trato de encontrar a otro hombre
que no soy yo, que no puedo serlo;
el que fui y el que pude ser;
el poeta ramplón y el poeta maldito.
Pero me observo más
y tampoco soy un Dios
ni un hombre de trueno,
ni un héroe de aventuras irreales.
Soy este hombre que llora
sin que las lágrimas afloren,
pero que lucha
para que el llanto
no pierda el motivo de la vida.

 

XV

Miel con vinagre
reciben los sedientos y
el hambre pasa quieta
merodeando almacenes.

 

Venenos para descansar
XVI

Amarillos los ojos
de los jefes de Estado.

 

XVII

Enemigo innombrable:
Te habrías ahorrado
muchísimos insultos
si desde la infancia,
siendo consecuente,
hubieras comenzado
por chingar a tu madre.

 

XVIII

Me saqué los ojos, como Edipo,
y los hijos de la chingada
esperan que sea cierto…

 

XIX

El único poder trascendente
lo tienen los gusanos
devorando cadáveres
a través de los siglos
y los siglos. Amén

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