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Poemas de José Reyes González Flores

miércoles 14 de febrero de 2018
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José Reyes González Flores

Las herencias que las vanguardias históricas dejaron a la poesía escrita en español son varias, entre las que resaltan la construcción de la imagen poética y su extensión hasta armar el poema de largo aliento. La muestra del presente poeta expone, en distintos tonos, el gusto por el uso del verso libre y su composición como poema largo. Los dos primeros fragmentos lo demuestran. La figura de la mujer casi es un símil de la poesía misma, no hay poeta que no escriba en torno a ella, lo importante es cómo se da tratamiento a tan clásico tópico. José Reyes desdobla la imagen femenina en varias figuras tomando los temas del amor, el erotismo, la sexualidad y la memoria de la vida cotidiana.

Fernando Salazar Torres
Responsable de la selección

De la serie Voces actuales de México

Tribulaciones amorosas
(Fragmento)

Te nombro desde el alarido de las cosas
y mueres siempre a la misma hora que naces.
Te llamo Cristeva aunque tu nombre
sea salivazo en los senos.
Te nombro para decir algo,
para que se agote la palabra
que grita en tu pezón chiquito.
Me gusta hablar cuando alguien
te desviste los sueños.
¡Qué oscuridad, estoy soñando!
Tu nombre me da coraje.
Tu diminuto nombre, tan pequeño,
tan dócil cuando duerme,
pero sucede que por las rendijas
de la lluvia escapa.
Siempre que te pienso es mediodía.
No siempre tienes rostro de mujer.
Siempre que anochece eres tú
con los senos que braman cerca de mi boca.
Vayamos tú y yo por la palabra,
asilo armonioso
donde duermen los tristes.
Vayamos como sombra tras el perro,
como labios tras la fiesta silábica.
Después no habrá pregunta
para armar la música.
La guitarra se oculta bajo tu falda.
Tu fondo huele a violín después del amor,
después que floreces tu vientre se amotina,
después sigue Igual.
Ya habrá tiempo para morir
en el rito de tus piernas.
Vayamos al hotel donde se reúnen
los vacíos del mundo.
Quedemos así. Abiertos en cruz
como una moneda echada al aire.
¡Que tu nombre heptasílabo
salte a mi lengua amorosa
para lamer tus pechos, tus piernas,
la piel morena de las ingles!
Huelo a ti.
Huelo a tierra mojada cuando te bañas.
Huelo a amor cuando el amor huele.
Huelo a mí cuando te has ido huelo a ti.
Huelo a pájaro hundido en el amanecer.
Huelo porque tus muslos instauran los olores.
Huelo a ti huelo piernas abiertas,
cama inconclusa a la hora del timbre,
cama irreverente cuando alguien toca la puerta.
Huelo a ti cuando salgo de ti,
cuando tus caderas pasean por la sala,
cuando te subes al sillón como flor al acecho,
cuando callas huelo a ti cuando hablas,
cuando los otros pasan de prisa
y te silban y no haces caso.
Huelo a ti porque la ausencia también huele.
Cierra tus muslos. Ábrelos.
Aplasta el sol poniente
y sus yambos amarillos.
Abre los designios,
beso que escapa entre las piernas.
Tus pies muévelos, tu talle aprisionado.
Eleva tus caderas para que la noche
evidencie su movimiento.
Gira la perilla arbotante,
pitonisa del placer, aureola nocturna.
¡Santifícame!
¡Tócame!
¡Santifica mi lengua
temida en tu rosa bárbara!
Cuando sueñas salgo con la cara baja.
¡Déjame dormir en el centro de tu ombligo!
Tú que nombras las palabras por edades.
Tú que le das vuelta a la sílaba
para embrocarla en la memoria.
Tú que llegas lo mismo que te vas.
Tú que te quedas sin amigos
porque los llamas amigos
y se sorprenden después del abrazo.
Tú que agrandas la sombra
cada vez que juegas al amor.
Tú que nada sabes de días primeros
porque el sábado cae en domingo.

 

Largas brevedades
(Fragmento)

1

dentro tengo una calavera: dijo.
una calavera sin costillas
para contar los días: una triza, dos trizas, tres
apariciones de todos los meses juntos.
dentro tengo una calavera: digo.
una calavera que me asusta
por las noches cuando sueño.

 

2

eva lo sabe todo.
mueve el culo y lo sabe todo.
habla en oscuridad titilante
con un par de absurdos
en medio del pecho,
amamanta,
pare lo no, grita lo sí,
es una gota de lluvia
que abona el estiércol.
eva lo sabe todo.
¡Qué bondad!

 

3

la mujer de cuarenta que no es gaby
muestra los muslos que mastican no sé qué otredad.
¡es hermosa y no es gaby!
habla como gaby y no es gaby.
toma café y fuma y hace el amor
sin preocuparse por el pezón que salta en el escote
como una estrella asustada.
le quiero decir un Ola
entre las piernas y sus manos tiemblan
cuando la toco con la palabra más tierna.
todas las mujeres debieran llamarse gaby.
sería más sencillo como el otro pezón
que asoma transparente en mi lengua.

 

4

¿dónde venderán las paletas enanas
que hacen arder caligrafías, Sara Liza?
¿dónde habrá quedado el timbre
que definía la ruta hacia los anocheceres, Sara Liza?
¿dónde está el príncipe azul
de tus cuentos inventados,
la Luna paridora de estrellas,
la Cenicienta que no eres
y que me hace ver ridículo,
a mí, tu príncipe azul que no soy, Sara Liza?

 

5

dónde habrá una ciudad menos bella que ésta.
una ciudad de cloacas amables.
una ciudad de corazón basto y pudriente.
una ciudad de hombres más pendejos y basta.
una ciudad con poetas menos bastardos y más.
con hombres azules y menos hombres.
una ciudad menos bella y más humana.

 

6

a. tuve un vecino que le construyó una hélice a la casa.
un día despertó y no tenía casa.

b. tuve una novia de piernas flacas,
enormes como dos arroyos,
como un aullido por cada lado,
y un día no hubo más que silencio.

 

7

Para los amigos del Zocabón

elvia camina.
digo: me gustan sus nalgas.
sus medias bonitas.
sus zapatillas bajas
que conocen cada paso
de este cielo trizado,
ausente, casi nuestro:
¿dónde estará elvia?

 

8

He llegado a la conclusión de que el único solo eres tú.
Que la ventana de tu habitación no existe,
Que el mundo no existe más sino mundo
Y que eso que llamas romántico no son más que unas zapatillas
Que bien puedes comprar en fragmentos autobiográficos,
Primero, los recuerdos de la infancia más perversos.
Segundo, la felicidad de tu vecino porque cambia de automóvil.
Tercero, el hombre sencillo y sincero que se declara inédito
sólo porque la televisión habla y habla y habla.
He llegado a la conclusión de que el único solo soy tú.
Que el hombre es una mancha en la tarde
y que la noche desagua al amanecer los cantos de los pájaros.
Pero cómo advertirte tu soledad si me acaban de decir
que la casualidad es un profundo desdén.

 

9

Sales de la casa, la gente grita, los automóviles gritan,
las calles gritan, los gritos gritan,
los gritos en el tejado, la chimenea,
el humo que sale por las coladeras,
las casas que salen por la puerta,
las puertas que salen por las ventanas
y las ventanas que no saben que son ventanas
porque no tienen por dónde salir
o entrar o callar para gritar y gritar y gritar
la noche que se sube al día arre
y el día que se monta en la noche
y danza que danza como el carrusel
de los pensamientos que no saben pensar
de los pensamientos que no saben pensar
porque los gritos han llegado a la ciudad.
Esta ciudad está hecha un grito.

 

10

Me tomo un café en un café.
Una mujer pasa lento, busca a alguien,
lo sé porque su mirada
recorre el espacio, cada rostro,
y le digo aquí estoy —lo pienso—
y pasa de largo,
toma una mesa y mira y mira y mira
cómo las golondrinas traen la tarde en sus alas
y sigue mirando mientras
su cuello blanquísimo se abre a los deseos.
Algún día, alguien, ella,
entrará al café y me verá al rostro
y se inundará mi taza luminiscente
como los ojos del hombre que no soy yo
y que ella espera sentada a una mesa,
frente a una taza de café.

 

Vuelo dactilar

CUANDO DEJA DE LLOVER
las hormigas inician la vulneración,
la disonancia del color y la transparencia.
Cuando escampa la tarde el olor a tierra estalla.
Las hormigas alzan el vuelo, van al ritual
como río al encuentro del agua grande.
Entonces la tarde se sienta en el precipicio
y medita los miedos.

“Todo esto lo creí de niño. El agua grande.
La soltura del río. El viaje. La lluvia”.

Pero la lluvia se iba rápido como tren.
Entonces el ajedrez amaneció desvelado
un día que la tarde se tendió a contemplar.

“Esto creí de niño”.

Pero el parque aquel dejó de ser parque.
Pero la fuente se abandonó a la danza como los coyotes
al aullido de las gallinas y el alboroto.
El silencio elevó la oreja. Nada de ruidos. Tuvo miedo.
Un miedo enorme como el de la deshora.

“Esto creí de niño”.

Nadie corrigió la mentira. El azul no era azul sino azul.
El amarillo sólo sabía de duraznos.
El barco saltó del espejo como manzana triste,
y el abrazo germinó en las conversaciones.

“Esto creeré de niño: El sol en el centro de esta palabra
que se amontona poco a poco como
la multiplicación del mito. Esto es real.

Alguien dijo: “¡mentira, mentira!”, y la mentira
comenzó a crecer como los cristales, como el indicativo,
como la subterránea salivación de la errata. ¡No!

El silencio titubeó. Tuvo miedo. Un miedo
enorme como el de los tejocotes.
¿Si supiera lo que la gente piensa cuando calla?
La pensatez y los remordimientos,
el color gris de la fonología, las aceras y las maldades
descorchadas. ¡Es ingrato!
La tentativa disolución.

“Esto creeré de niño: Un resbaladero ágil.
Una gotera alegre en medio del zaguán.
Las canicas gestuales.
El cometa descalzo por laderas futuristas.
La kermés del trompo.
El balero circense como satélite de los dedos:
esto creeré de niño”.

Cuando me subo a la luna se va a pique.
Cuando la nube pasa
cerca de mí los lirios duermen,
tanta sed les da sueño. Tanta sed despierta
demonios. Las teorías. Los perfiles espabilados.

Quiero la oscuridad para mí,
que llegue a este cuarto, a este rincón
donde los grillos dejan la nostalgia.
La luna se va a pique: El rincón llora como naranja.
¿Para qué tanto amor?
¿Para qué tanta herida en la herida
que no sana, ni se herida?

“Cuando sea grande, pensé:
Tomaré el sonido por la espalda y lo haré callar.
¡Que nadie hable! ¡Que nadie grite!”

La gente grita porque no tiene otra, porque un vacío
grande como sandía vive en el corazón,
y la oscuridad le enreda las costillas.
(Por eso quiero que no grite).
¡Que sea como siempre! ¡Que corra!
¡Que le tema a la discordancia!
Quiero que no vengas con tu tanga como bandera.
La indisciplina no es mía.

El aullido revolotea en el vientre:
la insípida luciérnaga alumbra las venas.
Quiero que te quedes en tu casa.
¡Para qué tanto amor!
Las calles se asoman por los resquicios.
¡Mira, te llevaré un río en esta caja!
¡No lo sueltes! Le gusta saltar en la cama.
Platicar con las plantas del jardín.
Se bebe la cerveza del inquilino.

“Esto pensé de grande: los horarios.
El checador vigilante. La secretaria encamable.
Las parrandas y la música de cantina:
esto pensé de niño”.

La oscuridad que espero no viene.
La nostalgia de las vacas. ¡Para qué tanto amor!
Nada soluciona. A nadie importa que ames.
¡Ridículo!
Invítalos al prostíbulo.

Seré distinto. Acuéstate.
Bésale el sexo a Probas. ¿A quién le importa?
La gente duerme. Da vueltas como ventilador.
Se acuesta. Espera.
Quiero toda la oscuridad para mí.
En este rincón platico con los grillos.
Saben de Bach y de ti. ¿Quién más?
El arroyuelo que venía a casa el fin de semana
ya no viene. ¿Tendré resfrío? ¿Me habrá dejado
en las historias que le pienso cada día?

“Un día, cuando sea niño,
me quitaré los zapatos e iré a buscarlo.
Esto pensé de grande”.

Y no es la memoria. La ruptura
está en los recuerdos. En los pistilos del girasol
que vuela como las piedras. Y me lancé al vuelo.
Y me arrojé como gota.
La ruptura no está en los acontecimientos,
sino en la separación de la ruptura,
en el hueco que suelta el saludo
y se separa como un beso y otro beso, y otro beso,
y el vacío se hincha
y la soledad cumple años. Ahí está la ruptura.
No en la memoria, sino en los recuerdos.
El cazador suelta los colores como liebres.
Hoy es inverso.
Espero a alguien que no eres tú.
Te hablo como si fueras tú. La otra.
El telegrama cómplice, soñador implacable.
El único testigo distancial en dos puntos, salta
como aleteo de colibrí sobre el delgado litoral
de las divagaciones. Muchos años y uno.
El vaso moribundo se destiñe en las manos
cansadas. Tus manos revolotean como comejenes
en el foco tartamudo.

“Esto pienso: la oruga de pronto saca el vuelo
y se echa a nadar como los perros, así, con la cabeza
afuera, con la cola que no tiene y le suena a silbato:
Los círculos amontonados en la miopía.

“Esto pienso:
el último despojamiento, el último respiro
nos define, ecuación topológica en fuga
como los bailarines, como la rana valemadrista
que se agacha a la confidencia. Todo lo guarda
en su cola de pez para alguien más confiable,
para el visitante permanente,
para el que se arrime con la voz retumbadora
en los cuartos de luna. Esto pienso:……………”.

Podría creeros si abrieran la caja. Ahí hay un río,
un lago festonante, un coral de aparador.
Podría hincarme para ver de cerca, más, más, pegadito.
Junto al movimiento. En la desembocadura
de todos los placeres.

¡Cómo me gustan tus calcetas! ¡Tus botas correlonas,
tus diminutos quejidos, tan tímidos,
tan azules! Las rayas de las banquetas.
Los angelitos tirados de panza,
y hasta los vigilantes de la montada!

“Esto pienso: en una cama grande
caben mis quejidos”.

Por las mañanas la ternura del sol recuerda a las calabacitas,
a los pepinos y las piñas que se despojan las olas.
Por las mañanas la ternura sube como la lluvia
de las regaderas.
(Cuando quiero que llueva abro la regadera).
Despacio como el vaivén de los trenes, como su grito dulce y triste;
—anunciante prestidigitador—
como las vacas que van
al encuentro de las variaciones y el césped.

“Esto pensé mañana………………………”.

Allá……………………………………………..en el fondo,
el puente observa al río y le habla en naranja,
La mañana es un fuego tierno, el sol es un fuego calabacito por el alba,
es un mango verde ilusionado,
amarillo coitante en el azul.

Aquí, tancerca, juntoalomismo,
Aquí, en el bramido de las constelaciones
el sueño es un alfiler que se desprende
al centro de todos los errores, el sueño es una soledad
y suelta los pavores, los cuervos y los buitres,
las górgolas y los chachalacos,
las codornices y los tigres,
el jaguar que se incendia en círculos,
en la mano, en esta mano que se llena de líneas
y forma lagunas, y triángulos, y rayas parlantes,
y el reloj a cada grano habla de muros y ciudades nadadoras.

“Esto pensé de niño: el amoroso fuego
del amanecer, el crepitante latido y la magia
y la premonición: esto pensé de niño:
el cuerpo que retumba como tambor,
allá……………………………………en el sueño”.

José Reyes González Flores
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